En su última intervención en el Congreso, el presidente del gobierno Mariano Rajoy ha
realizado un ejercicio de escapismo que, de haberlo presenciado, habría hecho palidecer al
propio Harry Houdini.
Comparecía el presidente a petición de la oposición para supuestamente dar explicaciones
sobre la Gürtel.
Las explicaciones en el caso de Rajoy siempre son supuestas, porque da igual el tema de la
comparecencia, da igual lo que le pregunten y da exactamente igual lo que inquiete a los
ciudadanos, él irá a contar lo que le dé la real gana y saldrá de allí entre los aplausos
emocionados de sus colegas de bancada.
Esta última intervención del Presidente venía precedida de una campaña mediática de los
Populares que acusaban a la oposición de obligar a Rajoy a declarar por enésima vez sobre la
corrupción mientras se desatendían así otros temas de mayor importancia e interés para los
españoles.
Así la intervención del jefe de gobierno se convirtió en una melodía de huida y cierre, con dos
consignas claras:
- Rellenar el tiempo de intervención con la mayor cantidad de palabras y frases vacías
posibles sin llegar a nombrar nunca el objeto de la misma.
- Identificar al PSOE como único interlocutor válido y ningunear a Podemos. Es evidente
que para el PP, Ciudadanos es ya más que oposición un cómodo socio de gobierno.
Y como cantaba el genial Nino Bravo, “¡Y se marchó!”.
No sé si Rajoy tiene un barco, si le llamó “Libertad” o si le gusta siquiera navegar pero lo que es
evidente es que se le da bien lo de manejar la nave y dejarnos a todos mareados.
Pero no nos engañemos.
Una intervención en el Congreso no se puede relatar como el resultado de un partido de fútbol
aunque muchos políticos, bastante mediocres, se hayan empeñado en equiparar los goles a los
ya famosos “zascas”.
Aunque se les olvide a menudo, o incluso aunque muchos no lo sepan, cuando un político
entra en un gobierno, deja de ganar o perder para su partido. No caben ni el lucimiento ni el
quedar por encima. Porque un político de gobierno, gobierna para todos los ciudadanos le
hayan votado o no.
Si Rajoy o sus asesores quieren ningunear a Pablo Iglesias, que lo hagan volviéndole la cara en
los pasillos o robándole el azucarillo del café cuando estén en la cafetería.
Pero en cuanto entran en el Hemiciclo, dejan de ser personas individuales para ser
representantes de muchos millones de personas.
Rajoy no está ignorando las preguntas de un señor que no le gusta. Está ignorando las
preguntas de los cinco millones de españoles que han votado a ese señor y de los que el
presidente no es más que un empleado.
Lo que a mí me maravilla es ver en las redes sociales como seguimos aplaudiendo este
comportamiento cuando lo hacen los “nuestros” y lo criticamos cuando los hacen “los de
enfrente”.
Si realmente ya hubiésemos interiorizado de verdad el concepto de democracia, no se lo
consentiríamos a ningún político, ¡Nunca!