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Una reflexión en torno a las protestas estudiantiles en Valencia

La razón y la esperanza

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La diferencia –y digo “la diferencia” y no “una de las diferencias”- entre el Estado de derecho y el Estado totalitario es el modo en que el Poder utiliza a las fuerzas de orden público. En el primer caso, el empleo de la fuerza se limita al máximo. Sólo se autoriza en caso de extrema necesidad; como, por ejemplo, cuando se desata el vandalismo y los derechos de los ciudadanos se ven claramente amenazados. Eso sucede en los casos de pillaje, asalto a edificios públicos, comercios, domicilios etc. La policía actúa únicamente para mantener el orden y preservar la libertad ciudadana, nunca a instancias de un Poder inestable o arbitrario que, mediante la represión, busca acallar la protesta popular. Esta última sería la práctica habitual en los sistemas no democráticos; los cuales, como es lógico, no permiten ninguna manifestación ni concentración en la calle –hasta los Carnavales se prohiben- como no sea para celebrar unos “juegos florales” o proclamar una “adhesión inquebrantable” al sátrapa de turno.
 
En los países democráticos, el equilibrio entre lo que el pueblo reclama o reprocha a los gobernantes y los que éstos permiten que se grite o se vocee por las calles y plazas, debería mantenerse, pero esto, ¡ay!, está muy lejos de la realidad.
 
Hay que presuponer una buena voluntad por parte de los que ejercen el Poder. No es saludable sospechar que, siempre que haya orden de controlar a los manifestantes, se esté abusando de la fuerza; es preciso analizar cada situación.
 
Los sucesos de Valencia durante los últimos días han puesto de manifiesto lo difícil que es mantener ese equilibrio. Las, en mi opinión, justificadas protestas de los estudiantes ante los recortes que les afectan directamente, derivaron, como suele suceder en nuestro país, en una injustificable ola de violencia. Y cuando un hecho así se produce, el deber del gobernante es preservar el orden sin abusar de la fuerza.
 
Creo que, una vez más, ni unos ni otros han estado a la altura de las circunstancias. Algunos grupos de manifestantes, en realidad, no buscaron ejercer su derecho a la protesta pacífica, sino que se ampararon en él para dar rienda suelta a sus frustraciones a través de la algarada; y los responsables políticos fueron incapaces de resolver la situación sin el empleo de las porras. A este respecto resultaría ridícula, si no pesara más el calificativo de “lamentable”, la reacción del Jefe de la Policía de Valencia al referirse a los manifestantes como “el enemigo”.
 
Se va a cumplir un año del 11-M

 
Cuando los fríos se vayan alejando, es probable que “los pájaros de antaño” traten de volver a anidar en la Puerta del Sol y otras plazas españolas. Pero hogaño, los vientos de la política han cambiado y puede que los antidisturbios anden ya lustrándose las botas, aunque todavía entretengan sus ocios jugando al cricket con los bastones y las balas de goma.
 
Nada va a ser como el año pasado
.
 
Y es que “el sueño de la razón” aguarda con resuelta “esperanza” (Ya me entienden)

La razón y la esperanza

Una reflexión en torno a las protestas estudiantiles en Valencia
Luis del Palacio
jueves, 23 de febrero de 2012, 07:54 h (CET)
La diferencia –y digo “la diferencia” y no “una de las diferencias”- entre el Estado de derecho y el Estado totalitario es el modo en que el Poder utiliza a las fuerzas de orden público. En el primer caso, el empleo de la fuerza se limita al máximo. Sólo se autoriza en caso de extrema necesidad; como, por ejemplo, cuando se desata el vandalismo y los derechos de los ciudadanos se ven claramente amenazados. Eso sucede en los casos de pillaje, asalto a edificios públicos, comercios, domicilios etc. La policía actúa únicamente para mantener el orden y preservar la libertad ciudadana, nunca a instancias de un Poder inestable o arbitrario que, mediante la represión, busca acallar la protesta popular. Esta última sería la práctica habitual en los sistemas no democráticos; los cuales, como es lógico, no permiten ninguna manifestación ni concentración en la calle –hasta los Carnavales se prohiben- como no sea para celebrar unos “juegos florales” o proclamar una “adhesión inquebrantable” al sátrapa de turno.
 
En los países democráticos, el equilibrio entre lo que el pueblo reclama o reprocha a los gobernantes y los que éstos permiten que se grite o se vocee por las calles y plazas, debería mantenerse, pero esto, ¡ay!, está muy lejos de la realidad.
 
Hay que presuponer una buena voluntad por parte de los que ejercen el Poder. No es saludable sospechar que, siempre que haya orden de controlar a los manifestantes, se esté abusando de la fuerza; es preciso analizar cada situación.
 
Los sucesos de Valencia durante los últimos días han puesto de manifiesto lo difícil que es mantener ese equilibrio. Las, en mi opinión, justificadas protestas de los estudiantes ante los recortes que les afectan directamente, derivaron, como suele suceder en nuestro país, en una injustificable ola de violencia. Y cuando un hecho así se produce, el deber del gobernante es preservar el orden sin abusar de la fuerza.
 
Creo que, una vez más, ni unos ni otros han estado a la altura de las circunstancias. Algunos grupos de manifestantes, en realidad, no buscaron ejercer su derecho a la protesta pacífica, sino que se ampararon en él para dar rienda suelta a sus frustraciones a través de la algarada; y los responsables políticos fueron incapaces de resolver la situación sin el empleo de las porras. A este respecto resultaría ridícula, si no pesara más el calificativo de “lamentable”, la reacción del Jefe de la Policía de Valencia al referirse a los manifestantes como “el enemigo”.
 
Se va a cumplir un año del 11-M

 
Cuando los fríos se vayan alejando, es probable que “los pájaros de antaño” traten de volver a anidar en la Puerta del Sol y otras plazas españolas. Pero hogaño, los vientos de la política han cambiado y puede que los antidisturbios anden ya lustrándose las botas, aunque todavía entretengan sus ocios jugando al cricket con los bastones y las balas de goma.
 
Nada va a ser como el año pasado
.
 
Y es que “el sueño de la razón” aguarda con resuelta “esperanza” (Ya me entienden)

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