El cine contemporáneo ha dado un salto cualitativo indiscutible en cuanto a sus posibilidades como medio de expresión para la imaginación sin tener en cuenta la grandiosidad de lo imaginado o los recursos que harían falta para mostrar los pensamientos en la pantalla: George Lucas ha venido pregonando desde el inicio de su carrera (y de su Imperio) que el desarrollo tecnológico sería benigno para el cine, necesario e incluso indispensable en determinadas ocasiones. Lucas lleva esta fórmula al extremo en la última película (eso dicen) de la saga galáctica que comenzó un lejano día de 1977: Star Wars Episodio III. La venganza de los Sith llega a las pantallas de todo el mundo en medio de un furor general de los fans por contemplar las nuevas naves, planetas e instrumentos intergalácticos creados por el equipo de ILM, con presentación en Cannes incluida y una acogida de la crítica que, sin ir más allá del divertimento, le ha dado menos palos de lo habitual (véase “La amenaza fantasma” y “El ataque de los clones”).
Mi opinión, manifiestamente contraria a los planteamientos de Lucas, de la mayor parte de la crítica y, sin duda, del público que acude a las salas, es que “La venganza de los Sith” es un auténtico ladrillo, una boring movie con más paja que chicha donde la gente aplaude al principio y bosteza al final. Se trata de una operación de marketing (otra vez) destinada a fanáticos coleccionistas de muñecos interesados más en el parecido del bebé Luke con Mark Hamill o en cuántos botones tiene el traje de Darth Vader, no vayan a comprar una falsificación y negar el dinero que le pertenece al amo Lucas. “La venganza de los Sith” es una película vendida de antemano, estrenada con unas 600 copias sólo en España y con casi 100.000 entradas vendidas antes de su estreno; nadie duda de que en el momento del cine-taquilla la publicidad sea indispensable, sin embargo creo que el producto consumido debería tener cierto mérito, y no es el caso.
Los primeros 20 minutos son aceptables: una batalla intergaláctica apoyada por un montaje sólido, la muerte de Dooku a manos de Anakin no por imprevista menos lúcida, y la noticia del embarazo de Padmé. Hasta ahí la cosa se aguanta sin dificultades, con no pocos momentos espectaculares/digitales en los que el ordenador no canta demasiado. Luego la película pasa a convertirse en una sucesión lamentable de secuencias que nos preparan para el momento culminante en el que Anakin se pasa al lado oscuro de la Fuerza, aderezadas por una cursilería ridícula y la errática interpretación de Hayden Christensen, más fallida incluso que aquélla de Wood/Frodo en “El señor de los anillos” (cuando tenía que parecer abatido dejaba de ser un hobbit para convertirse en un Actor).
Todo esto sin contar con la omnisciencia del que ha visto todas las películas de la saga y conoce sobradamente el destino de los personajes a lo largo del film, que estará más preocupado de cuestiones meramente estilísticas en el infructuoso intento de sacar algo positivo de un bodrio/timo de tal magnitud. De todos modos, sé que muchos de vosotros acudiréis en masa a las salas acuciados por la necesidad de completar lo que empezasteis. En tal caso, que la Fuerza os acompañe...