Estamos empezando a pensar que nos encontramos a las puertas de que, en la comunidad catalana, se produzca, por
contagio de sus dirigentes, una epidemia de lo que se podría definir como insensatez generalizada, que los llevará a
cometer, el día 1 de octubre, el mayor error, aberración política o dislate, que un colectivo humano normalmente
sensato, trabajador, discreto y juicioso jamás, en el que, a través de los siglos, hubiera incurrido. Claro que, los
dirigentes catalanes, todos estos políticos que han tomado las riendas del país desde hace unos años, vienen
esforzándose en una tarea corrosiva, desinformativa, de confusión y lavado de cerebro, de todos aquellos catalanes que
vienen confundiendo el sentimiento catalanista, su apego por las tradiciones, su amor a su propia lengua y la
idiosincrasia propia de la raza catalana; con la necesidad de dejar de pertenecer a la nación española, como si en ello
les fuera su propia supervivencia.
En una parte de los catalanes existe la obsesión por romper cualquier vínculo con sus vecinos del resto de España y,
fruto de la propaganda continuada de todos aquellos que forman parte de este grupo de dirigentes extremistas,
radicales, torticeros, fanáticos y un tanto lunáticos; que han decidido que, en parte para asegurarse su propio porvenir,
en base a viejos contenciosos con el resto de los españoles; convencidos de que Cataluña es capaz de valerse por sí
sola y puede prescindir del comercio que viene manteniendo con las restantes regiones españolas ( un 60% del total);
valiéndose de argumentos prefabricados sobre la necesidad de preservar la lengua catalana ( incluido el aranés, una
lengua que apenas la hablan una docena de catalanes), que nunca ha corrido peligro, ya que resurgió esplendorosa
después del inicio de la democracia; autoconvencidos de que ellos aportan más al resto de la nación que lo que vienen
recibiendo, en compensación, de ella y aprovechando una crisis que viene durando años, con la particularidad que el
gobierno, que ha contribuido a que salgamos de ella, se encuentra acosado por el resto de partidos parlamentarios;
pensaron que había llegado la ocasión de intentar, de nuevo, la aventura de realizar la “hazaña” de, luchando contra el
Estado de Derecho, inventándose una democracia propia que, según ellos, les permitía legislar y tomar decisiones que
estaban fuera de sus facultades, pretender levantar al pueblo catalán en contra del resto de España, en una tentativa
subversiva de exigir del Estado que se les otorgase la posibilidad de emanciparse del “dominio español” y obtener
“carta de venta”, por la que los españoles vendían a los catalanes una parte del territorio peninsular para que ellos
pudieran crear una nueva nación independiente..
Hasta hace un tiempo, los escarceos por parte de los independentistas no se les tenían en cuenta y, el Gobierno de la
nación, hacía como que no se enteraba, fingía no darles importancia y pensaba que, dejándoles desfogarse un poco, la
cosa se quedaría en agua de borrajas. Fue un error que lo venimos recordando, al PP, cada vez que tenemos ocasión de
hacerlo. El fallo mayúsculo de Rodríguez Zapatero de ceder en todo lo que le pidieron los catalanes y que quedó
reflejado en el famoso y deleznable Estatuto catalán, apenas modificado en cuestiones de poca monta por el TC; fue el
que permitió que, todos aquellos fanáticos independentistas, que aguardaban la ocasión de manifestarse y aprovecharse
de las facilidades que el Estatuto les proporcionaba, comenzaran su labor de ir preparando al pueblo catalán para el
siguiente paso que sería, como se ha visto, la petición de la independencia de España. Empezaron por aprovecharse de
la transferencia de la educación para comenzar a educar a los jóvenes catalanes, olvidándose de la verdadera Historia
de España para fabricarse textos apócrifos, en los que se ha venido pintando a la nación española como el verdadero
enemigo que ha venido “acosando” al pueblo catalán, hasta conseguir presentar la imagen de los españoles como
enemigos a los que han convertido en el objeto de todas sus críticas y a los que les atribuyen todas sus desgracias.
Hemos llegado al momento en el que el Parlament catalán ya se permite elaborar leyes en las que se prepara la ruptura
definitiva con el resto de España; en el Parlamento español, señores de la ralea de Rufián o Joan Tardá de ERC, sin la
menor contención y de forma airada, se permiten reclamar la independencia, descalificar a los miembros del Gobierno
o, incluso, emplear modos y expresiones ofensivas para sus adversarios del PP. En el Parlament catalán ya han
decidido a no cumplir las resoluciones de los tribunales españoles, han preparado leyes de ruptura que mantienen en
secreto, maquinan de escondidas, cambios ilegales, como ha sido modificar el trámite del reglamento del Parlament
para poder aprobar leyes, sin seguir el procedimiento establecido. Pero el que parece que ya no le importa decir las
mayores barbaridades, permitir los mayores desaguisados políticos y mostrarse, ante el resto de España, como un
separatista declarado que ya anuncia sus propósitos de declarar a Cataluña independiente, prescindiendo de lo que
opinan al respeto el resto de los españoles, es el señor Puigdemont, que ha entrado en una dinámica que sólo se puede
calificar de obsesiva, despendolada y, evidentemente, absurda, en la que no se oculta de hablar de lo que piensa para
cuando, suponemos que a partir del 1 Octubre, celebren su referendo por “ el derecho a decidir”, declarado desde hace
meses ilegal por el TC, algo que parece no preocuparle, como también se declararon ilegales todos los hechos y
actuaciones encaminados a preparar, organizar o comprar elementos que pudieran servir para la celebración de dicho
evento; refiriéndose a materias tan peregrinas como la de la creación de “un ejército” para Cataluña, por supuesto
moderno, eficaz y lo suficientemente potente para poder defenderse de sus posibles enemigos ¿incluirá, entre ellos, el
Estado español? No olvidemos que la autonomía catalana está endeudada hasta las cejas y, sin el aval de España, ya no
hay banco que se atreva a fiarles.
Y es que su temeridad llega a puntos tan absurdos como hablar del estado catalán dentro de Europa, cuando es obvio
(y así se han manifestado todos los presidentes de las naciones de la CE), que la legislación comunitaria tiene
establecido que cualquier nación que pudiera surgir de su separación de una nación miembro de la UE,
automáticamente quedaría fuera de la misma. Esto quiere decir que no recibiría ninguna de las ayudas que la UE
concede para la agricultura, para Erasmus, la libertad de comercio y circulación de personas por todo el conjunto
comunitario; se debería de pagar aranceles tanto para la exportación como para la importación de mercaderías etc.
Curiosamente, si usted comenta este extremo entre los catalanes, todos están convencidos de que esto no le sucedería a
Cataluña que, para ellos, es fundamental para la economía europea y, en consecuencia, todo lo legislado en Europa al
respeto “no sería tenido en cuenta en su caso”.
Es curioso que no se fijaran en el caso de Escocia en la GB, que convocaron un referéndum también para
independizarse de los ingleses y perdieron, precisamente porque estaban avisados de lo que les ocurriría si intentaban
la separación del RU. Lo malo de la propaganda política, de la demagogia de los políticos y de la credibilidad de
muchos ciudadanos dispuestos a creer todo lo que les resulta bonito para sus oídos, es que, cuando llega el momento
en el que, como siempre sucede, la realidad empieza a aparecer tal y como es, sin tapujos ni subterfugios, se producen
los grandes desengaños que, desgraciadamente, como les ocurrió a los Griegos del partido hermano de Podemos,
SYRIZA, del señor Psipras, que se creyó en condiciones de imponer condiciones a la UE y acabó teniendo que rebajar
las pensiones, pagar sus deudas, restringir los salarios y verse enfrentado a sus propios socios, a los que había
convencido de que las cosas para Grecia irían mucho mejor con ellos al frente.
Sin embargo, en Cataluña, a pesar de que no hacen ruido, de que no participan en manifestaciones ni tampoco acuden
a la Diada del 11 de septiembre con banderas esteladas; existe un gran número, cercano al 50% de residentes en
Cataluña, de catalanes que se siguen considerando españoles y catalanes y de otras personas llegadas de provincias que
siguen manteniendo sus propias costumbres, siguen comiendo sus guisos y, si bien se han adaptado a la vida en
Cataluña, también es cierto que siguen manteniendo su lengua de origen aunque, es cierto que, la mayoría de ellas
saben hablar y entienden el catalán y algunas, menos, escribirlo. Estas personas tienen derecho a saber de qué medios
se va a valer el Estado español para evitar que, ante la situación límite que parece que va a llegar 1 de octubre y, por
los medios que fueren, aparecieran las urnas y las mesas electorales, con sus respectivos componentes y, muchas
personas, embravecidas por haberlo conseguido empiezan a tomar nota de aquellos que no van a acudir a votar siendo,
como será, un acto ilegal proscrito constitucionalmente.
Tanto secretismo y hermetismo por parte del Gobierno de España, tanto sigilo en cuanto a las medidas que tiene
previstas se puede entender, en parte, para no destapar su juego ante los catalanistas pero, por otra parte, el resto de
españoles que no comulgamos con el separatismo y así lo hemos declarado públicamente, es muy posible que se
lleguen a enfrentar a situaciones delicadas si es que, el aparato de seguridad del Estado, no está convenientemente
preparado para poder evitarlo y dar confianza a los que no compartimos el sentimiento separatista.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos que confesar que la situación que se nos
plantea aquí, en Cataluña, mientras unos hablan de crear un ejército ( que no sabemos con qué medios se pagaría)
cuando, han estado rechazando el militarismo durante décadas, considerando todo pequeño alarde militar como una
ofensa a la “independencia” del pueblo catalán, o en tanto que se están creando dos clases de ciudadanos en Cataluña,
los que siguen a los independentistas, bien vistos, y los que se oponen a ello y que, no nos cabe la menor duda, de que,
si llegara a llevarse a cabo la consulta que pretenden, seríamos valorados por el no haber acudido a votar, como
personas non gratas lo que, con toda posibilidad, podría a llegar a causarnos graves inconvenientes. El Gobierno
debería de tomar nota de este aspecto que no es atribuible a una sola persona, sino que es extensible a una parte
importante, casi el 50%, de los que viven en la comunidad catalana, que se sienten desamparados ante la gravedad de
los acontecimientos que se avecinan.