Glamour. Elegancia. Saber estar. Movimientos delicados que articulan brazos y piernas que llegan al infinito. Rostros pálidos maquillados a la perfección que conjuntan con las últimas creaciones de diseñadores venidos de toda España. Música. Focos. Flashes.
Los diseñadores se dejan la piel. Las modelos están nerviosas. La organización del evento quiere que todo salga bien. Es Valencia, es la Valencia Fashion Week. Es el año de los recortes, 2012.
Desgraciadamente, este último dato ha ocupado los titulares de muchos periódicos durante las últimas semanas. El recorte es muy grande, casi tan grande como el esfuerzo de la cúpula organizativa del evento para que el glamour y la elegancia no se queden a un lado.
Aplaudo a quienes dirigen por el esfuerzo de levantar una Semana de la Moda sin apenas presupuesto, pero les critico por designar a un equipo de atención al público (y a los medios) como el que designan. Fui con actitud positiva, pero la perdí nada más cruzar la puerta.
Todo el glamour se esfuma cuando veo a alguien de la organización regañar a sus compañeras a voz en grito y en público por dejar sola la recepción.
Toda la elegancia se queda muy lejos de la Ciudad de las Artes y las Ciencias cuando se obliga a un compañero gráfico a apartarse del lugar que ha escogido para hacer fotos por no ser “un medio de comunicación supuestamente importante”.
Todo el saber estar desaparece con esta clase de actitudes pueriles que dejan un sabor agridulce en quienes acudimos a disfrutar del gran trabajo de los diseñadores, de la candidez de las modelos y de las acrobacias económicas de los directivos.
Hay crisis, sí. Hay recortes, sí. Pero la elegancia no la marca que este año no haya moqueta, como tampoco lo hace que se den las acreditaciones sin cuerda para colgarlas al cuello. La elegancia viene marcada por el saber estar, con crisis y sin crisis. Por el protocolo, la discrección, la educación y las formas. Formas que, en el mundo de la moda y todo cuanto la rodea, nunca debieron perderse.