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ETA, 'el narco', Pinochet y el PP quedan extrañamente unidos en la alegría por una sentencia que deja a España en evidencia ante el mundo

El guiñol del juicio a Garzón

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Hoy debería agotarse el plástico de todo el planeta para hacer guiñoles que ridiculicen a España tras la sentencia al juez  Baltasar Garzón. Y es que hoy es un día triste para la Justicia. Se puede decir de verdad, y no como el preámbulo fingido con el que los detractores del magistrado comenzaban ayer a hincarle el diente a su toga tras conocer que el Tribunal Supremo le condenaba a 11 años de inhabilitación por el caso de las escuchas de Gürtel. La penosa realidad es que no fue un día triste para todos: de hecho, será recordado por ser el día en que la alegría unió por igual a terroristas, narcotraficantes y corruptos, a derechones españoles y comunistas abertzales, a fascistas chilenos y argentinos; también a los franquistas; y políticos, muchos políticos: ingentes en el PP y alguno de la vieja guardia, ¿en retirada?, del PSOE.

Porque el principal problema de Garzón es que supo buscarse enemigos por todas partes metiendo la toga en los barros que los otros jueces consideraban demasiado inhóspitos, sabedores de que había formas más fáciles de cobrar la nómina sin levantarse del sofá.  Bajo el peso de su mazo perecían por igual ministros y secretarios socialistas (Barrionuevo y Vera en el GAL) que ilustres dirigentes del PP en la trama Gürtel. Una noche aparecía en Galicia para encarcelar  a  los narcos gallegos de la Operación Nécora y otra se desvelaba firmando órdenes de arresto a terroristas de ETA en el País Vasco (y, sí, también a los que daban cobertura a la banda, con todos sus fallos). En su trayectoria encontró tiempo para arrinconar a Pinochet y a otros genocidas latinoamericanos. Y tuvo la osadía de bajar a las fosas de los crímenes franquistas buscando a sus víctimas, que siendo cientos de miles parecían invisibles hasta que se arremangó Garzón. Hubo más casos, pero no caben. Si habláramos de otros jueces, de esos inservibles a los que nadie persigue y a nadie persiguen, nos sobraría espacio en una simple línea para enumerar los  casos en los que se juegan el pellejo, en los que sirven a la verdadera justicia.

Pero sus últimos enemigos, la derecha (para qué nos vamos a engañar), han podido con él. De ese sector provenían las denuncias por las escuchas de la trama Gürtel, la investigación del franquismo y el caso de los cursos de Nueva York. Y lo celebran. Ayer el PP lo hizo sin disimulo, no en vano lo recusaron por “enemistad manifiesta” en el caso Gürtel (jamás consideraron que la enemistad manifiesta fuera de los “amiguitos del alma”). “Hoy es un día alegre”, dijo Esperanza Aguirre para referirse a la caída del “incorruptible juez campeador”, que era como hace años llamaba el PP a Garzón, cuando perseguía a esos socialistas que entonces le llamaban juez vengativo y “golpista”, como llegó a decir Barrionuevo.

Así son las cosas. El Tribunal Supremo ha considerado que Garzón prevaricó, es decir, que ordenó las  escuchas de los acusados con sus letrados, sabiendo que hacía algo ilegal e injusto. De nada ha servido que Baltasar Garzón especificara que no le interesaban las estrategias de defensa de los acusados (de hecho, la aparición de aforados le quitaba la competencia en el caso); que en las escuchas quedara registrado como se hablaba de crear mecanismos de blanqueo de dinero y no de estrategia judicial alguna; que los policías judiciales atestiguaran que se les ordenó proteger el derecho de defensa de los presos; que la Fiscalía no encontrara delito en su actuación, o que el juez Pedreira, que retomó el caso cuando se inhibió Garzón, admitiera las mismas escuchas.

La actuación del juez les parece a los señores del Supremo (que se sepa quienes son: Joaquín Giménez García, Andrés Martínez Arrieta, Miguel Colmenero Menéndez de Luarca, Francisco Monterde Ferrer, Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre, Luciano Varela Castro y Manuel Marchena Gómez), una clarísima “vuelta a los regímenes totalitarios en los que todo se considera válido para obtener la información que interesa” al Estado. Así de grueso.

Con esto, dicen los partidarios de la sentencia, se demuestra que la Justicia es igual para todos. Pero no dicen que en el caso Marta del Castillo el juez trato de averiguar donde estaba el cuerpo de la muchacha ordenando las mismas escuchas; o que el juez del caso del narcotraficante Pablo Vioque descubrió con esas escuchas en la cárcel el plan para asesinar al fiscal jefe de la Audiencia Nacional y ex fiscal jefe Antidroga Javier Zaragoza; o que se hizo lo propio en el caso Palma Arena en Baleares. En éstos, como en otros procesos, unas interpretaciones de la Ley realizadas por los jueces fueron admitidas y en otras no. Pero a ninguno se le acusó de intencionalidad, de prevaricación. Es entendible: ninguno se llamaba Garzón, tampoco.

Si existe la posibilidad de dimitir como ciudadano español, esa ventanilla burocrática debería estar ahora colapsada de ciudadanos esperando a que la abra algún funcionario. España queda en evidencia ante el mundo como el país de pandereta de antaño, el país de pandereta (eléctrica, si quieren, está permitido descargar esa actualización) que sigue siendo. Porque ahora que nos hemos deshecho de Garzón, ¿quién lo va a sustituir? Quién se atreverá a poner en jaque al político corrupto o al dictador asesino... La respuesta no está en la oronda barriga de los inservibles magistrados del Supremo. Está en la absoluta y vergonzosa nadería. De verdad que hoy es un día triste para la Justicia en España.

El guiñol del juicio a Garzón

ETA, 'el narco', Pinochet y el PP quedan extrañamente unidos en la alegría por una sentencia que deja a España en evidencia ante el mundo
Jesús Moreno Abad
viernes, 10 de febrero de 2012, 08:20 h (CET)

Sin Título


Hoy debería agotarse el plástico de todo el planeta para hacer guiñoles que ridiculicen a España tras la sentencia al juez  Baltasar Garzón. Y es que hoy es un día triste para la Justicia. Se puede decir de verdad, y no como el preámbulo fingido con el que los detractores del magistrado comenzaban ayer a hincarle el diente a su toga tras conocer que el Tribunal Supremo le condenaba a 11 años de inhabilitación por el caso de las escuchas de Gürtel. La penosa realidad es que no fue un día triste para todos: de hecho, será recordado por ser el día en que la alegría unió por igual a terroristas, narcotraficantes y corruptos, a derechones españoles y comunistas abertzales, a fascistas chilenos y argentinos; también a los franquistas; y políticos, muchos políticos: ingentes en el PP y alguno de la vieja guardia, ¿en retirada?, del PSOE.

Porque el principal problema de Garzón es que supo buscarse enemigos por todas partes metiendo la toga en los barros que los otros jueces consideraban demasiado inhóspitos, sabedores de que había formas más fáciles de cobrar la nómina sin levantarse del sofá.  Bajo el peso de su mazo perecían por igual ministros y secretarios socialistas (Barrionuevo y Vera en el GAL) que ilustres dirigentes del PP en la trama Gürtel. Una noche aparecía en Galicia para encarcelar  a  los narcos gallegos de la Operación Nécora y otra se desvelaba firmando órdenes de arresto a terroristas de ETA en el País Vasco (y, sí, también a los que daban cobertura a la banda, con todos sus fallos). En su trayectoria encontró tiempo para arrinconar a Pinochet y a otros genocidas latinoamericanos. Y tuvo la osadía de bajar a las fosas de los crímenes franquistas buscando a sus víctimas, que siendo cientos de miles parecían invisibles hasta que se arremangó Garzón. Hubo más casos, pero no caben. Si habláramos de otros jueces, de esos inservibles a los que nadie persigue y a nadie persiguen, nos sobraría espacio en una simple línea para enumerar los  casos en los que se juegan el pellejo, en los que sirven a la verdadera justicia.

Pero sus últimos enemigos, la derecha (para qué nos vamos a engañar), han podido con él. De ese sector provenían las denuncias por las escuchas de la trama Gürtel, la investigación del franquismo y el caso de los cursos de Nueva York. Y lo celebran. Ayer el PP lo hizo sin disimulo, no en vano lo recusaron por “enemistad manifiesta” en el caso Gürtel (jamás consideraron que la enemistad manifiesta fuera de los “amiguitos del alma”). “Hoy es un día alegre”, dijo Esperanza Aguirre para referirse a la caída del “incorruptible juez campeador”, que era como hace años llamaba el PP a Garzón, cuando perseguía a esos socialistas que entonces le llamaban juez vengativo y “golpista”, como llegó a decir Barrionuevo.

Así son las cosas. El Tribunal Supremo ha considerado que Garzón prevaricó, es decir, que ordenó las  escuchas de los acusados con sus letrados, sabiendo que hacía algo ilegal e injusto. De nada ha servido que Baltasar Garzón especificara que no le interesaban las estrategias de defensa de los acusados (de hecho, la aparición de aforados le quitaba la competencia en el caso); que en las escuchas quedara registrado como se hablaba de crear mecanismos de blanqueo de dinero y no de estrategia judicial alguna; que los policías judiciales atestiguaran que se les ordenó proteger el derecho de defensa de los presos; que la Fiscalía no encontrara delito en su actuación, o que el juez Pedreira, que retomó el caso cuando se inhibió Garzón, admitiera las mismas escuchas.

La actuación del juez les parece a los señores del Supremo (que se sepa quienes son: Joaquín Giménez García, Andrés Martínez Arrieta, Miguel Colmenero Menéndez de Luarca, Francisco Monterde Ferrer, Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre, Luciano Varela Castro y Manuel Marchena Gómez), una clarísima “vuelta a los regímenes totalitarios en los que todo se considera válido para obtener la información que interesa” al Estado. Así de grueso.

Con esto, dicen los partidarios de la sentencia, se demuestra que la Justicia es igual para todos. Pero no dicen que en el caso Marta del Castillo el juez trato de averiguar donde estaba el cuerpo de la muchacha ordenando las mismas escuchas; o que el juez del caso del narcotraficante Pablo Vioque descubrió con esas escuchas en la cárcel el plan para asesinar al fiscal jefe de la Audiencia Nacional y ex fiscal jefe Antidroga Javier Zaragoza; o que se hizo lo propio en el caso Palma Arena en Baleares. En éstos, como en otros procesos, unas interpretaciones de la Ley realizadas por los jueces fueron admitidas y en otras no. Pero a ninguno se le acusó de intencionalidad, de prevaricación. Es entendible: ninguno se llamaba Garzón, tampoco.

Si existe la posibilidad de dimitir como ciudadano español, esa ventanilla burocrática debería estar ahora colapsada de ciudadanos esperando a que la abra algún funcionario. España queda en evidencia ante el mundo como el país de pandereta de antaño, el país de pandereta (eléctrica, si quieren, está permitido descargar esa actualización) que sigue siendo. Porque ahora que nos hemos deshecho de Garzón, ¿quién lo va a sustituir? Quién se atreverá a poner en jaque al político corrupto o al dictador asesino... La respuesta no está en la oronda barriga de los inservibles magistrados del Supremo. Está en la absoluta y vergonzosa nadería. De verdad que hoy es un día triste para la Justicia en España.

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