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El amor es mutuo

Gabachos

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Por un lado he de reconocer que no me apetecía lo más mínimo dedicarle una neurona a los vecinos del norte, y por el otro lado sé que, siguiendo las recomendaciones de un buen amigo que se dedica a eso del derecho, tengo que medir mis palabras, no sea que me lleven de cabeza a la trena. Pero, una vez que he comprobado que la altura de lo que yo digo supera en dos cuartas a la altura de Sarkozy, no me he podido resistir a la tentación. Ya sabéis, la carne es débil y uno se vuelve más sensible cuando le tocan las gónadas. Y este es el caso.

De Francia, mon amour, nos ha venido envuelta en papel de estraza una muestra más del inmenso cariño que nos dispensan a los españoles. Quizás no nos perdonan que, cada vez que han intentado pelear con nosotros o invadirnos, militar o culturalmente, han salido trasquilados. Quizás no nos perdonan que les demos mil y una vueltas en creatividad, en imaginación, en espíritu y en simpatía. Quizás no nos perdonan que ante la pobreza de su espíritu nosotros exhibamos nuestro orgullo (últimamente menos, que las cosas vienen muy torcidas y no estamos como para lucir quijotismo). Quizás no nos perdonan que lo que brota de nuestros campos duplique en calidad a su agricultura-basura. Quizás no nos perdonan que nuestros caldos superen a sus exageradamente afamados vinos y licores. Quizás no nos perdonan que en el deporte ellos no ganen ni en los entrenamientos, mientras que desde aquí les enviamos apisonadoras que evidencian, enfrentamiento tras enfrentamiento, su fracaso. Quizás no nos perdonan que nos tengan que mantener porque si no lo hacen ellos irían a parar a la misma letrina que nosotros. Quizás no nos perdonan que nos riamos de su Nicolás, el tamagochi de la Merkel. Quizás no nos perdonan que les plantemos cara siempre, en cualquier sitio y por el motivo que sea. Quizás no nos perdonan que nos resistamos a someternos a sus dictados. Quizás no nos perdonan que les llamemos gabachos, y que acompañemos el término con calificativos variados, escaparates de la riqueza de nuestro lenguaje. Quizás no nos perdonan que nuestra denominación de origen sea España. O, tan sencillo como esto, quizás no nos perdonan que les odiemos de la misma manera que ellos nos odian a nosotros.

Porque, para qué mentir, yo no les puedo ni ver, y creo que tú tampoco. El amor que les tengo es el mismo que otorgo a lo que navega por las cloacas. No sé si este sentimiento será racional o no, pero es lo que hay. Qué le vamos a hacer. ¿Influenciado por Curro Jiménez? Quién sabe. Cuando yo era pequeño sólo había dos  canales, y entre él, Félix Rodríguez de la Fuente, Heidi y Fofó, el que escribe repartía su cariño. Puede que ese sea el motivo…

¡Anda! Ahora que lo pienso, seguro que ese es el origen del asco que me provocan. Y es que se da el caso de que con Félix, la pastora y el payaso genial ya estoy cumplido de sobras. Entonces,  es posible que me estén saliendo patillas y que me asalten unas ganas enormes de comprarme una navaja de metro y medio, juntarme con tres colegas y liarme a cepillarme todo lo que tenga acento francés. Es posible…

 Por si acaso, y como medida preventiva, me leeré la biografía de De Gaulle, a ver si me la termino sin que me den arcadas. Creo que sólo así pasaré con nota este mono homicida que me invade y que me hace acordarme de la parentela de los coleguillas de más allá de los Pirineos. Hasta ese épico momento, me contentaré con solicitar desde esta tribuna que las autoridades de este puñetero país le echen arrestos al tema y empapelen a los gabachos graciosos que se están cebando con nosotros. Es una cuestión de Estado. Es una cuestión de huevos. Es una cuestión de ovarios. ¡Vive la France!

Gabachos

El amor es mutuo
Tomás Salinas
viernes, 10 de febrero de 2012, 08:06 h (CET)
Por un lado he de reconocer que no me apetecía lo más mínimo dedicarle una neurona a los vecinos del norte, y por el otro lado sé que, siguiendo las recomendaciones de un buen amigo que se dedica a eso del derecho, tengo que medir mis palabras, no sea que me lleven de cabeza a la trena. Pero, una vez que he comprobado que la altura de lo que yo digo supera en dos cuartas a la altura de Sarkozy, no me he podido resistir a la tentación. Ya sabéis, la carne es débil y uno se vuelve más sensible cuando le tocan las gónadas. Y este es el caso.

De Francia, mon amour, nos ha venido envuelta en papel de estraza una muestra más del inmenso cariño que nos dispensan a los españoles. Quizás no nos perdonan que, cada vez que han intentado pelear con nosotros o invadirnos, militar o culturalmente, han salido trasquilados. Quizás no nos perdonan que les demos mil y una vueltas en creatividad, en imaginación, en espíritu y en simpatía. Quizás no nos perdonan que ante la pobreza de su espíritu nosotros exhibamos nuestro orgullo (últimamente menos, que las cosas vienen muy torcidas y no estamos como para lucir quijotismo). Quizás no nos perdonan que lo que brota de nuestros campos duplique en calidad a su agricultura-basura. Quizás no nos perdonan que nuestros caldos superen a sus exageradamente afamados vinos y licores. Quizás no nos perdonan que en el deporte ellos no ganen ni en los entrenamientos, mientras que desde aquí les enviamos apisonadoras que evidencian, enfrentamiento tras enfrentamiento, su fracaso. Quizás no nos perdonan que nos tengan que mantener porque si no lo hacen ellos irían a parar a la misma letrina que nosotros. Quizás no nos perdonan que nos riamos de su Nicolás, el tamagochi de la Merkel. Quizás no nos perdonan que les plantemos cara siempre, en cualquier sitio y por el motivo que sea. Quizás no nos perdonan que nos resistamos a someternos a sus dictados. Quizás no nos perdonan que les llamemos gabachos, y que acompañemos el término con calificativos variados, escaparates de la riqueza de nuestro lenguaje. Quizás no nos perdonan que nuestra denominación de origen sea España. O, tan sencillo como esto, quizás no nos perdonan que les odiemos de la misma manera que ellos nos odian a nosotros.

Porque, para qué mentir, yo no les puedo ni ver, y creo que tú tampoco. El amor que les tengo es el mismo que otorgo a lo que navega por las cloacas. No sé si este sentimiento será racional o no, pero es lo que hay. Qué le vamos a hacer. ¿Influenciado por Curro Jiménez? Quién sabe. Cuando yo era pequeño sólo había dos  canales, y entre él, Félix Rodríguez de la Fuente, Heidi y Fofó, el que escribe repartía su cariño. Puede que ese sea el motivo…

¡Anda! Ahora que lo pienso, seguro que ese es el origen del asco que me provocan. Y es que se da el caso de que con Félix, la pastora y el payaso genial ya estoy cumplido de sobras. Entonces,  es posible que me estén saliendo patillas y que me asalten unas ganas enormes de comprarme una navaja de metro y medio, juntarme con tres colegas y liarme a cepillarme todo lo que tenga acento francés. Es posible…

 Por si acaso, y como medida preventiva, me leeré la biografía de De Gaulle, a ver si me la termino sin que me den arcadas. Creo que sólo así pasaré con nota este mono homicida que me invade y que me hace acordarme de la parentela de los coleguillas de más allá de los Pirineos. Hasta ese épico momento, me contentaré con solicitar desde esta tribuna que las autoridades de este puñetero país le echen arrestos al tema y empapelen a los gabachos graciosos que se están cebando con nosotros. Es una cuestión de Estado. Es una cuestión de huevos. Es una cuestión de ovarios. ¡Vive la France!

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