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La mediocridad es un calificativo condescendiente de lo que realmente es un fracaso en toda regla

Envidia, simple envidia

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La envidia de los franceses se pierde en la noche de los tiempos. Nunca tanto estúpido había merecido tanta atención. Y es que está claro que el deporte español levanta atenciones dentro y fuera de España pero no por lo que suponen los franceses sino por la política de buen hacer que han mantenido los gobiernos españoles de un signo o de otro. Al menos en algo acertaron los gobiernos socialistas porque en todo lo demás... pintan bastos de punta.

Viene eso a cuento porque los guiñoles franceses continúan con su campaña visceral de envidia, odio y deterioro hacia todo lo que huele a España y a deportistas españoles. Empezaron azuzando a Alberto Contador y a la patraña que han labrado los mediocres 'dirigentes' del ciclismo mundial y han continuado con estupideces relativas a Rafa Nadal, Iker Casillas, Pau Gasol y seguirán con todo lo que represente una barrera digna contra la mediocridad del deporte francés. Dicho sea de paso: la mediocridad es un calificativo condescendiente de lo que realmente es un fracaso en toda regla; nunca el deporte francés brilló más allá de lo que suele conllevar la sospecha de la droga y el retorcimiento de la indignidad y lo cutre. No hay más que echar una ojeada a su historia deportiva y a los arrestos recientes, aunque sean los menos quienes se atrevan a levantar bandera.

Vemos cómo en la última insensatez de la política francesa, Iker, Rafa y Pau firman con una jeringuilla, en vez de hacerlo con un bolígrafo. Cree el ladrón que todos son de su condición; de ahí que la implicación de los grandes escándalos del francés intentes difuminarlos entre los deportes del país vecino. Decía Alarcón que es más dañino un francés mal intencionado que cien  despreciables murmuradores.

En su edición del martes, la víctima parecía ser el ínclito y excelso ciclista Alberto Contador. El programa reclamaba que los donantes de sangre tengan reconocimiento por su aportación al éxito de los deportistas, sobre todo al de Alberto Contador. Como donante solo me cabe detestar al mediocre informador francés, capaz de hacer daño por el daño, sin más. La pena es no poder exigir que mi sangre quede exenta de ser exportable al deporte francés. Me consta que compañeros ya lo han hecho así, pero los donantes no debemos mirar el destino final sino salvar vidas: lo mismo sea la de un ser humano anónimo que la de un deportista francés o la de un dirigentes del ciclismo que vive a costa de la honradez de gente como Contador y del altruismo de un donante cualquiera.

Me duele que Rafa Nadal sea motivo del hazmerreír del inservible deporte francés. No admito que se afirme que "los deportistas españoles no ganan por casualidad". En lo sucesivo me inclinaré por quienes desean que el deporte francés pierda y lo haga allí donde participe, aunque mi sangre de donación la lleve un deportista francés. Es más, estoy convencido, y tengo motivos más que suficientes, que el deporte francés solo ha brillado allí donde la putrefacción ha estado presente. Precisamente donde se ha querido lavar la indignidad es donde las diferencias han aflorado.

¿Se acuerdan del último mundial de fútbol? Pues eso. Cuando unos futbolistas pretendieron vivir de la venta de droga y otros de la elegancia, se destapó la realidad del deporte francés. Una síntesis vale por diez análisis.

Envidia, simple envidia

La mediocridad es un calificativo condescendiente de lo que realmente es un fracaso en toda regla
Jesús  Salamanca
jueves, 9 de febrero de 2012, 08:04 h (CET)
La envidia de los franceses se pierde en la noche de los tiempos. Nunca tanto estúpido había merecido tanta atención. Y es que está claro que el deporte español levanta atenciones dentro y fuera de España pero no por lo que suponen los franceses sino por la política de buen hacer que han mantenido los gobiernos españoles de un signo o de otro. Al menos en algo acertaron los gobiernos socialistas porque en todo lo demás... pintan bastos de punta.

Viene eso a cuento porque los guiñoles franceses continúan con su campaña visceral de envidia, odio y deterioro hacia todo lo que huele a España y a deportistas españoles. Empezaron azuzando a Alberto Contador y a la patraña que han labrado los mediocres 'dirigentes' del ciclismo mundial y han continuado con estupideces relativas a Rafa Nadal, Iker Casillas, Pau Gasol y seguirán con todo lo que represente una barrera digna contra la mediocridad del deporte francés. Dicho sea de paso: la mediocridad es un calificativo condescendiente de lo que realmente es un fracaso en toda regla; nunca el deporte francés brilló más allá de lo que suele conllevar la sospecha de la droga y el retorcimiento de la indignidad y lo cutre. No hay más que echar una ojeada a su historia deportiva y a los arrestos recientes, aunque sean los menos quienes se atrevan a levantar bandera.

Vemos cómo en la última insensatez de la política francesa, Iker, Rafa y Pau firman con una jeringuilla, en vez de hacerlo con un bolígrafo. Cree el ladrón que todos son de su condición; de ahí que la implicación de los grandes escándalos del francés intentes difuminarlos entre los deportes del país vecino. Decía Alarcón que es más dañino un francés mal intencionado que cien  despreciables murmuradores.

En su edición del martes, la víctima parecía ser el ínclito y excelso ciclista Alberto Contador. El programa reclamaba que los donantes de sangre tengan reconocimiento por su aportación al éxito de los deportistas, sobre todo al de Alberto Contador. Como donante solo me cabe detestar al mediocre informador francés, capaz de hacer daño por el daño, sin más. La pena es no poder exigir que mi sangre quede exenta de ser exportable al deporte francés. Me consta que compañeros ya lo han hecho así, pero los donantes no debemos mirar el destino final sino salvar vidas: lo mismo sea la de un ser humano anónimo que la de un deportista francés o la de un dirigentes del ciclismo que vive a costa de la honradez de gente como Contador y del altruismo de un donante cualquiera.

Me duele que Rafa Nadal sea motivo del hazmerreír del inservible deporte francés. No admito que se afirme que "los deportistas españoles no ganan por casualidad". En lo sucesivo me inclinaré por quienes desean que el deporte francés pierda y lo haga allí donde participe, aunque mi sangre de donación la lleve un deportista francés. Es más, estoy convencido, y tengo motivos más que suficientes, que el deporte francés solo ha brillado allí donde la putrefacción ha estado presente. Precisamente donde se ha querido lavar la indignidad es donde las diferencias han aflorado.

¿Se acuerdan del último mundial de fútbol? Pues eso. Cuando unos futbolistas pretendieron vivir de la venta de droga y otros de la elegancia, se destapó la realidad del deporte francés. Una síntesis vale por diez análisis.

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