Mientras la derecha europea combatió a Hitler y al fascismo durante la II Guerra Mundial, la derecha española encarnó el fascismo. Este reduccionismo no se antoja ligero ni gratuito a la hora de intentar abordar la cacería iniciada contra el juez Garzón, por la más alta instancia judicial de nuestro país. "Si el Supremo condena a Garzón será el hazmerreír” declaraba hace unos días Hugo Relva, observador internacional en la causa contra las víctimas del franquismo, que no dudaba en tachar el proceso de locura”. Lo triste (afortunadamente) para nuestra democracia, es que toda la prensa internacional sin excepción, ha pasado de la perplejidad y el estupor a la mofa, directamente y sin anestesia. La justicia española está siendo retratada.
Le Monde, The Economist, The Wall Street Journal, The Washinton Post, Der Spiegel... Conservadores o progresistas, nadie disiente. Todos se pronuncian no sólo en defensa del juez; lo hacen además en los términos más extremos y contundentes. The Guardian ha llegado a calificarlo de “escandaloso e inaceptable” poniendo a los pies de los caballos “la independencia del sistema judicial español”. "Es la primera vez que una democracia procesa a un juez por investigar abusos de Derechos Humanos y por aplicar la Ley Internacional", subraya Human Rights Watch en el rotativo británico. Le Monde optó incluso por acompañar la apertura de la vista, con una entrevista al líder de Manos Limpias Miguel Bernard, mientras recordaba su candidatura ultra en las europeas de 1989 o su reciente condecoración por parte de la Fundación Francisco Franco.
Con el reinicio del juicio, las crónicas han dado paso a los editoriales. El último en soltar su andanada ha sido el New York Times: “Procesar a Baltasar Garzón es una ofensa a la justicia y a la historia”, "este juicio es un preocupante eco del pensamiento totalitario de la era franquista en España", asegura el periódico, para quien el juez está amparado por el derecho internacional cuando establece que ante Crímenes contra la Humanidad no pueden aplicarse ley de amnistía alguna. "Miles de fosas siguen cerradas" recuerda, y añade que el Supremo nunca debió aceptar una denuncia semejante, proveniente de dos colectivos de ultraderecha.
| Una ciudadana emocionada logra abrazar a Garzón, camino del Tribunal
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El fundamentalismo sociológico de tasca y tertulia se encoge mientras los medios internacionales ya han puesto cara, nombres y apellidos a los siete magistrados del Supremo que van a pasar la prueba del algodón franquista. A alguno ya le tiemblan hasta las piernas. Que el absolutismo español se ha mostrado siempre cobarde no es cosa nueva. No son pocos quienes ya auguran la presumible sentencia absolutoria respecto de esta causa. España se juega no sólo su honor puesto en entredicho, se juega también su vergüenza, su credibilidad y quién sabe si algo más. A fin de cuentas, si se interviene económicamente en democracias con pedigrí, qué menos que hacer lo propio en un país que no es capaz de superar su franquismo en blanco y negro.
Habida cuenta de que la tercera imputación (respecto al presunto pago de las conferencias), se ha instruido si cabe, de manera más ignominiosa y desquiciada que las otras dos, la confabulación para quitarse a Garzón de en medio, ha de pasar necesariamente por dar la razón a Don Vito y sus intocables muchachos blanqueadores, por encima del juez. O Gurtel o Garzón. No les queda otra.