Tras muchas conversaciones, poco productivas, con luterano, católicos e incluso con teólogos
sobre el sentido de la vida, necesité investigar si cabe aún más seriamente sobre Dios, pues
cada vez estaba más convencida de que lo que yo sabía sobre la justicia y el sentido de la
vida – dice Gabriele la profeta y mensajera de Dios para nuestro tiempo – era incompleto y
deficiente. Al final, tras muchas conversaciones tuve que constatar que muchos me miraban
con incomprensión cuando preguntaba: ¿pero cuál es el sentido de la vida?
Un día un conocido me dijo: «Busca la respuesta en ti, pues Dios está en ti», entonces se me
agudizaron los oídos. Yo sin embargo le contesté: “solo soy de carne y hueso” a lo que él me
respondió: “Nosotros ni podemos mirar hacia los Cielos ni comprender el lenguaje de la
verdad si nos orientamos hacia fuera, es decir si nos atamos a tradiciones eclesiásticas
institucionales. Paulatinamente tenemos que hacernos conscientes de que cada persona es
un templo de Dios y que en cada persona vive la verdad, algunos denominamos Dios y otros
Jehová, Cristo, el SER, Alá o Espíritu Santo”. Me aconsejó –continuó diciendo Gabriele– que
rezara seriamente y que dirigiera mis preguntas hacia el interior. Pero también me dijo: “Tu
vida sólo cambiará cuando tú cambies. La mejor ayuda que puedo darte es que orientes tu
vida a los Diez Mandamientos de Dios y al Sermón de la Montaña de Jesús”.
Yo le pregunté por qué soy católica. La respuesta fue: porque ya cuando eras un bebé tus
padres te bautizaron en esa institución. Siendo un bebé no podías decidir libremente, pero
ahora tienes la libertad de decidir. Decide entonces como lo sientas. Al poco tiempo me retiré
de la institución Iglesia y me sentí como recién nacida, es decir, libre. Sabía que mis muchas
preguntas no me las podía responder ni un teólogo ni un creyente de Iglesia. Recordé un
viejo refrán que dice: Ayúdate a ti mismo, que Dios te ayudará. El «ayúdate a ti mismo» lo
comprendí de la manera siguiente: primero reza y cumple paso a paso los Mandamientos de
Dios y el Sermón de la Montaña de Jesús, tal como me había recomendado mi conocido. Lo
que habría de venir después lo puse confiadamente en las manos de Dios, sabiendo que Él se
encargaría de ello, y así fue.
Empecé a rezar y pasados aproximadamente cinco años irrumpió la misión espiritual que,
como he dicho, estaba en mi alma: ser portavoz del Eterno. Con la orientación a Dios en mí
aprendí también a comprender a mis semejantes. Me fui volviendo internamente más libre y
más feliz.
La voz eterna en mí me enseñó lo que significa la justicia divina, y del conocimiento de la
justicia de Dios y de su aplicación se desarrollaron en mí las legitimidades de la tolerancia y
de la libertad frente a mis semejantes. En la justicia de Dios toda persona tiene la absoluta
libertad de decidirse por Dios o contra Dios. En mí la decisión por la verdadera libertad se
convirtió en la certeza de que únicamente Dios significa: vida feliz, pacífica y sana. A través
de mi decisión por Dios percibí muy pronto la presencia de Dios en mí. Desaparecieron los
temores y las agobiantes preocupaciones, puesto que creció la confianza en Dios. Ahora soy
feliz de corazón y me siento acogida en Dios. El sentir en mí la poderosa fuerza del amor y el
saber que está en mí me hace independiente y libre. Esto significa para mí: estar en casa en
y con Dios.