“¡No me voy, se me llevan!” es una de las miles de frases que seguro que aquellos que han tenido o tienen a un enfermo en fase terminal habrán escuchado brotar de su boca. Los ejemplos no tendrán fin, al igual que las enfermedades que los conducen de forma irremediable al encuentro con la dama negra de la muerte y al descanso eterno.
La situación se hace más dura cuando la muerte por equívoco decide saltarse las leyes de la naturaleza y en lugar de arrancar de este mundo a abuelos o padres, decide llevarse a hijos o nietos. Vivimos sin ser conscientes, o evitamos serlo, de que la muerte siempre está detrás nuestro, algunos disfrutan de una larga vida, otros más corta, y luego cada cual la hace más o menos fructífera, cargada de buenos o malos recuerdos, esa es la única libertad que nos otorga el nacer.
La cuestión es que muchos de los que hoy descansan eternamente dieron la mayor lección a sus familiares con sus últimas palabras o simplemente con su silencio. Algunas de ellas quedan presentes en el día a día de sus familias, o en los momentos más dulces que vendrán. Palabras que ahora aunque no nacen de sus bocas son recordadas, escuchadas, y comprendidas como posiblemente no se habría hecho si hoy todavía saliesen de sus bocas.
Lejos queda la marcha para algunos, pero aún así consiguen arrancar en sus seres queridos una lágrima, que se enturbien los ojos, o simplemente que se enrojezcan. Todo ello signos de los recuerdos que aun laten, de la falta que hacen en todo momento, de la añoranza que producen ciertos días, una triste pero dulce forma de recordarlos, mucho mejor que derramar lágrimas por no haber hecho, dicho, o estado a su lado cuando nos necesitaron.
Recuerde que nacemos con un billete de viaje que todos deseamos tenga una partida lejana, y en el mejor de los casos sólo te permitirá una simple y llana despedida.