Quiero mi aeropuerto, quiero mi tren de alta velocidad y quiero todo lo que tiene mi vecino. Esta es la política de infraestructuras que se ha llevado a cabo durante los últimos años en la práctica totalidad de capitales de provincia y pequeñas ciudades a lo largo y ancho de nuestro país.
Desear y pedir que en cada ciudad haya lo mismo que en la del vecino, sin tener en cuenta las comunicaciones existentes, el tamaño de la misma o los servicios que la rodean, han hecho que en nuestro país, crezcan aeropuertos como las malas hierbas, donde menos te lo esperas.
Sin duda, hemos llegado a esta situación gracias a políticos que se aprovecharon en su día del dinero público erigiendo estas grandes obras a modo de mausoleos para que se les recuerde en la posteridad tras abandonar su cargo. Claro ejemplo de ello es el caso del aeropuerto de Castellón, a cuyas puertas se encuentra una gran estatua de 24 metros de altura levantada en honor a Carlos Fabra, presidente de la Diputación levantina a la hora de la construcción de su aeropuerto que, con un coste de 150 millones de euros, nunca abrió sus puertas al público.
Otros de los grandes culpables son, sin duda, los empresarios locales que, a golpe de subvenciones y partidas de dinero público, se encargaron de alabar las bondades de la llegada de dichas infraestructuras a sus respectivas ciudades sin tener en cuenta su sostenibilidad presupuestaria una vez concluida su construcción.
Es evidente que en España hemos vivido durante años por encima de nuestras propias posibilidades creyéndonos, de nosotros mismos, un país desarrollado a la altura de nuestros vecinos europeos. Sin embargo, nuestro sistema económico basado, principalmente en el sector inmobiliario, a las primeras de cambio, - y con la ayuda de la crisis económica a nivel mundial -, se ha ido al traste.
Está claro que, en un país con las características geográficas de España, no nos podemos permitir un aeropuerto o una estación de alta velocidad en cada capital de provincia. Parece ser, que por el momento, los únicos aviones que veremos volar en muchos aeropuertos españoles, serán sólo de papel.