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Cuestionario del profesor Daniel E. Jones / Capitulo 6

100 preguntas a Wifredo Espina

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1. ¿Dónde y cómo vivió la muerte de Franco?

En la redacción de El Correo Catalán, como en todos los diarios; hacía dias y noches que se esperaba el desenlace. Por las noches se organizaban tunos, pues podía ocurrir de un momento a otro. Era agotador para todos.

   Además, en El Correo coincidía con un creciente malestar por la tensión entre los nuevos accionistas y el director, que se veía acabaría mal. Esto tenía muy desmoralizado a Andreu Roselló, que pese a todo aguantaba. Y en este ambiente, ocurrió algo realmente insólito.
 
   Y fué que, por una cosa y otra, la madrugada en que se iba a producir la noticia de la muerte de Franco, a altas horas y ya cansado, el director dió por cerrada la edición sin dejar esta vez un retén, como se hacía siempre por si llegaba la notícia y así poder hacer una nueva edición. Precisamente esta madrugada murió Franco y El Correo no pudo darlo en su edición, ya cerrada. Un gran fracaso periodístico. El Correo fué eñ únco diario del país que no dió la notícia del fallecimiento del Dictador.
 
   Un gran golpe profesional. Hubo mativos humanos para explicar-lo, pero no para justificarlo. El dia siguiente se intentó enmendar el fallo como se pudo, pero ya era tarde. Roselló acusó el golpe de la mala suerte, se le notaba ostensiblemente, pero no comentó nada, se encerró en un silencio hermético. Como siempre, se puso manos a la obra para compensar... lo incompemsable. Yo lo sentí enormemente por él, que, como digo, pasaba un mal momento, por todos y por el diario...que había hecho el mayor de los ridículos.

2. ¿Cómo se imaginaba la España posfranquista? 

Era inimaginable. Durante los últimos años de la dictadura, todo el mundo hacía cábalas. Dentro y fuera del país. Los corresponsales de los diarios extranjeros más importantes te pedian entrevistas privadas para cambiar datos y puntos de vista.

   Había la idea muy generalizada de que tras la muerte de Franco sería el caos. De que detrás de la muralla del franquismo no había nada, el vacío. Esto tenía a la gente asustada.Personalidades tan importantes como Josep Pla y Manuel Brunet me habían confesado en privado que si apretando un botón podían hacer caer a Franco....”antes se lo pensarían mucho”. Era muy significativo. Claro que, como me contestan muchos cuando se lo cuento, “eran de derechas”. Pero el miedo era generalizado.

   Contactos mantenidos reservadamente con militares significados como Díaz Alegría y Gutiérrez Mellado, gracias a la mediación del bien relacionado periodista Jaime Arias, te hacían pensar que algo se movía para encauzar los acontecimientos. Encuentros también reservados, con personajes del sistema, como Martin Villa, Soncho Rof –por mediación de Socías Humbert-   y con  Manuel Fraga y otros –facilitados por Manuel Milián-, que buscaban posicionarse ante el futuro, y otros más distantes del régimen, como  Calvo Serer, Garcia Trevijano, Pablo Castellanos, etc. o de la clandestinidad, como López Raimundo, El Gúti, Jordi Pujol, Antonm Cañellas, etc. te daban idea de la gran preocupación y la desorientación del momento. Fué significativa e interesante la “Trobada del Lluçanès”, el 25 de abril del año 1972, que reunió a gente de muy diversa procedencia política e idiológica.

   Después del compás de espera de Arias Navarro, las figuras del Rey y de Adólfo Suárez fueron clave, junto con Fernández Miranda, como es sabido. Todo habia quedado “atado y bien atado”, como había dispuesto Franco, pero las cosas se aceleraron y tomaron otro rumbo bien distinto. Los “reformistas”  procedentes del franquismo y los “rupturistas” de la clandestinidad vieron la necesidad de pactar. Y se pactó.
 
   Se pactó, primero, legalizar a todos los partidos. Recuerdo la voz del ministro Martín Villa, la noche del Viernes Santo, avanzándome telefónicamente, aquel día como director en funciones del diario, la legalizacion del Partido Comunista, gracias a la negociación con Santiago Carrillo, quien había aceptado la Monarquía y la bandera. Finalmente, se pacto y refrendó  una Constitución democrática. Todo esto era literalmente  inimaginable el dia de la muerte del dictador.

3. ¿Cómo era la prensa de la Transición?

Comparto la opinión del amigo Juan Luís Cebrián, fundador y exdirector del periódico El País, quién ha afirmado que en aquella época de la transición se hizo el mejor periodismo. Pudimos publicar y comentar muchas cosas, hasta entonces practicamente imposible.
 
   El control estatal de los medios era cada día más laxo, y las empresas no se atrevían aún a controlar demasiado. La prensa fue un auténtico Parlamento, el “parlamento de papel” des de el cuál se inició y se impulsó el cambio político. Bien es verdad que en esta valoración hay algo de autojustificación y de satisfacción personal, pero creo que fué así. La prensa catalana pesó mucho en esto, y El Correo tuvo una voz muy destacada.


4. ¿Cómo vivió este período desde su profesión de periodista?

Como mucha otra gente: intensamente, con mucha ilusión y entrega. Se iba realizando aquel sueño, más difuminado que concreto, por el cuál habíamos trabajado y arriesgado, unos más que otros.

 Con ilusión porqué te permitía hacer más cosas cada día. Con intensidad, porqué te dabas cuenta que lo que hacías tenía un eco y unos resultados. Incluso hubo gente   que venía a pedirte consejo o, como mínimo, que opinases sobre lo que ellos querían hacer o creían que se tenía que hacer. Nos permitía ir dando a conocer lo que había en el trasfondo de la sociedad y de la política en clandestinidad. Dábamos a conocer a mucha gente clandestina, que luego tuvo un importante protagonismo político, como, entre otros, Gregorio López Raimundo, Antonio Gutiérrez (el Guti), Josep Pallach...  siempre de una manera discreta. La verdad es que no sabíamos dónde llegaríamos o podríamos llegar.

 Te amparaba una trayectoria  que te proporcionaba una buena interrelación con la sociedad. Esto permitió algunas entrevistas personales, a escondidas a veces, con gentes que después han sido personajes de primera fila. También provocó que algunos sindicalistas y empresarios  que no veían el futuro nada claro te pidieran hablar, normalmente  en lugares reservados. Hasta algún ministro de entonces, cuando tenía que hacer un discurso en alguna inauguración o algún que otro parlamento, te pedía que le hiciera un esquema de lo que uno creía que él tenía que decir. Modestamente, a veces me sentí como un punto de referencia y de confluencia de tendencias i confidencias. Ni yo mismo me lo creía.

5. ¿Con qué personalidades tuvo un trato especial?

Me vienen a la memoria, de forma aleatoria, algunos contactos muy diferentes, pero que en el fondo tenían un sentido parecido. Por ejemplo:

 Quién más tarde fue alcalde de Barcelona, Josep Maria Socías Humbert, que provenía del falangismo y luego derivó hacia el socialismo, quiso que habláramos a fondo de la situación política... , pero en casa de su suegro, ya que yo era, por aquel entonces y en opinión de algunos sectores,  l’enfant terrible, y por lo visto era cuastión de no comprometerse. Finalmente, ya en la alcaldía, me pidió asesoramiento en algunos temas,  y llegamos a hecernos bastante amigos. Fue el hombre que preparó el camino de la izquierda, principalmente  de los socialistas, al Ayuntamiento de Barcelona y su infiltración en los sindicatos oficiales. Y puso en marcha no pocas iniciativas de carácter social. Una etapa de la alcaldía que merecería  estudiarse más a fondo.

 También tuve ocasión de almorzar o cenar, en privado, con algún ministro: Rosón, Martín Villa, Sancho Rof... a  menudo en un restaurante de la calle  del Bruch, el Koldovika. Sentía una cierta satisfacción, a veces pensaba: «Mira, has sembrado y ahora recoges.»

 Cierto día me telefoneó Pere Durán y Farrell para invitarme a comer a El Reno. «Me gustaría hablar de una serie de cosas y comentarlas», me dijo. Me impresionaron su inteligencia, su profundidad y su claridad expositiva. En un segundo encuentro, me pidió asistir Ernest Lluch, que tenía ganas de conocer a Durán y era colaborador de El Correo. Durante la comida, Lluch fue tomando notas en un pequeño bloc. Con Durán  llegamos a tener una buena amistad; pocas semanas antes de morir habíamos comido juntos en el Orotava.
 
 También un dia me llamo Joaquim Molins, que después ha sido un hombre importante en CDC, para decirme que quería verme. Le cité en El Correo. Me comentó que le gustaría dedicarse a la política y me preguntó mi opinión sobre lo que tenía que hacer, a quién tenía que conocer; etc.; después hemos mantenido una buena relación, y creo que es un buen político, inteligente y brillante, pero quizás demasiado bronceado con rayos UVA.

 Otra anécdota bien diferente –pero también ilustrativa de aquella época– me sucedió cuando ejercía de profesor en la cátedra de Jiménez de Parga. Me llamó José Antonio González Casanova y  me dijo: «Wifredo, hay un  abogado joven que querría hablar contigo.» Quedamos que nos encontraríamos en un restaurante de la calle Urgell, de Barcelona, subiendo, a mano derecha y justo antes de llegar a la Diagonal. González Casanova se presentó puntualmente con quién después llegó a ser el magistrado Lluís Pascual Estivill. La conversación fue difícil, nada fluida, porqué ya de entrada Pascual Estivill me informó que él quería “tener poder”. Y cuándo le pregunté que proyecto tenía me respondió: «No lo sé. De momento quiero tener poder, después ya veremos.»  Vi claramente que no era una persona con la cuál pudiera mantener un diálogo, y menos unas conversaciones periódicas , como parecía pretender este abogado que decía que había sido pastor de cabras. Si no recuerdo mal, el restaurante se llamaba El Porc Alegre.

 Otro día, por la tarde, me telefoneó personalmente el alcalde Porcioles para citarme en el ayuntamiento. Era precisamente el día de Corpus. Fui, claro, y me encontré con que él y Basols  me ofrecieron formar parte de su staff. Con una convocatoria de oposiciones hecha a mi medida, si fuese necesario, me comentaron. Era una oferta tentadora, pero después de pensármelo, le escribí una atenta carta declinando su oferta. Más tarde me enteré que Narcís Serra y Paqual Maragall habían entrado en el staff de Porcioles, del que creo también formaba parte Roca Junyent.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

6. El 15 de junio de 1977, por fin, se celebraron las primeras elecciones democráticas. ¿La prensa podía empezar a respirar?

La prensa empezó ‘a respirar’ antes, si por respirar se entiende poder decir ya algunas cosas. En realidad, como digo, la prensa fué motor destacado de la transición política.

   La llamada Ley Fraga, del 19 de marzo de 1966 vino a eliminar la anterior rígida ‘censura previa’ y a abrir bastante las posibilidades de información y opinión en comparación a lo anterior. Unos diarios y revistas aprovecharon más que otras estas posibilidades. Se establecía en la nueva ley la “autocensura”, haciendo responsable al director, principalmente, y a la empresa, del contenido de lo que se publicaba. Entonces, dependía de la empresa y del director de cada publicación que se atreviera más o menos. Algún diario se creyó tan en serio que había llegado la libertad de prensa que, como el diario Madrid, que dirigía Calvo Serer, fue cerrado por insinuar que Franco debía dimitir como hizo De Gaulle. Otras publicaciones fueron sancionadas.

   El Correo Catalàn, bajo la dirección de Andreu Roselló supo aprovechar la oportunidad sin pillarse demasiado los dedos. A mi, la dirección me dejó atreverme bastante y logré un eco muy notable en toda España, ya que diarios de toda la geografía reproducían mis comentarios, que ellos no se atrevían a hacer. Con habilidad, midiendo mucho cada palabra y utilizando el doble sentido o la insinuación, logré un buen margen de libertad, naturalmente con sustos, advertencias y amenazas, que sorteamos como pudimos. Repito siempre que tuve un gran director y una buena empresa que me apoyaron, entre otras cosas porque con ello crecía la tirada del diario.
 
   Esto, que se iba generalizando, fué preparando el clima para la transición. Quiero destacar que incluso con la “censura previa” mi diario y yo mismo colamos bastantes goles  Pero una amplia libertad de prensa empezó durante la transición, un interregno bueno para quienes supieron aprovecharlo. Después, las empresas y los partidos políticos fueron ganando terreno en el control de los contenidos, con todo lo que ello supone.
 
    La verdadera libertad de prensa, en lo posible,.se consagró en la Constitución del 1978.
   
   En realación con todo esto, es oportuno recordar mi relación con Fraga. No le guardo rencor, a Fraga, aunque podría... Le traté, no mucho, pero lo suficiente para pasar de ‘víctima’ a tener una ‘buena relación’. Tampoco él era dado al rencor, en el fondo era un hombre bueno y honesto, que sabía valorar al discrepanmte y al adversario. Podía atropellarte, en uno de sus arranques autoritarios, y al mismo tiempo apreciarte, como me confesó hace años, respecto a mi persona, Jorge Fernández, por ejemplo.

   Recuerdo bien, del día que el ministro me llamó con urgencia a su despacho, en Madrid, su: “Espina, yo le puedo silenciar”; se me escapó, sin malicia, “Usted es ministro”. El encuentro, de pié, sin mirarme a los ojos ni darme la mano, casi no dic más de sí. ¿Por qué aquella tensión?. Por un comentario mío, de apenas quince líneas, sobre la cantante Salomé. Por lo visto, ´-después lo contó Giménez Quilez, su director general de Prensa-, el tema se lo habían echado en cara a Fraga, en el Consejo de Ministros.

   Era un tema aparentemente inofensivo, pero que tenía entonces su carga. Fue memorable la canción catalana “Se’n va anar” (‘Se fue’) de Salomé, ganadora en Eurovision. Un tiempo después, la cantante decidió, como tantos otros artistas, pasarse el castellano. Y cantó el “Se’n va anar” en castellano. No me gustó la versión, perdía su fuerza y encanto original. Y lo escribí así claramente, apuntando que con el cambio de idioma Salomé “se’n va anar”, se fue de donde le correspondía estar, es decir, que se había pasado de bando. Cayó como una bomba en el Gobierno y Fraga se vio obligado a llamarme a capitulo. Y lo hizo con esta bronca.

   Pasado un tiempo, harto por lo visto de mis comentarios críticos en El Correo Catalán, llamó a la empresa y al director, y en la conversación les soltó que “hay que desespinizar el Correo Catalám”, frase que entonces se hizo bastante famosa. Hay que decir que ni la empresa y menos el director Andreu Roselló, estuvieron por la labor. Me recomendaron callarme una temporada e incluso irme fuera, hice una escapada a París, para que escampara la tormenta ministerial. Al regresar, poco a poco, fui volviendo a las andadas.

   En un segundo encuentro con Fraga, la cosa transcurrió más amable. Con su hablar rápido y atropellado, en un momento se le escapó “yo no tengo fondos de reptiles”, cosa que en aquel momento no comprendí. Al contarlo al director Andreu Roselló al .llegar a la redacción, me di cuenta de la intencionalidad de la expresión. Me hirió profundamente que hubiera pensado o insinuado que de haber dispuesto de este tipo de “fondos” tal vez hubiese podido ‘comprar” mi silencio. Fue muy desagradable. Como Roselló me conocía, me dijo que no le diera importancia. Fraga no tenía “fondos de reptiles”, pero la verdad es que apuntó que podría ofrecerme algún cargo importante en Televisión. En carta personal le contesté que eso sería incompatible con mi profesión.

   Desde entonces, noté una especial atención de Fraga, invitándome, directa o indirectamente, a ciertas reuniones más o menos reservadas en domicilios particulares o en discretos restaurantes. Esto ocurrió de una manera especial durante su estancia como embajador en Londres, en donde desarrollaba una actividad política muy frenética de cara a preparar el futuro político de España. Y desde Londres venía con frecuencia a Cataluña, manteniendo muchos y significativos  contactos con personalidades catalanas. En varias de ellas coincidimos con Jordi Pujol, que solía mostrar una actitud bastante reservada.

   También  coincidimos con Andreu Abelló, Domingo Valls Taberner, Josep M. Vilaseca Marcet, Nicolau Casaus, Josep Prats Ballester, Fracisco de Villavicéncio, Simeó Miquel, Eduard Moreno, Anicet Pausas, Joan Grijabo, Josep M. Belloch, Joaquim Arana, Eduardo Tarragona, Pere Arderiu, Josep M. Vives, Manuel Milián, Carles Sentís, y otros. Fué memorable el encuentro “Trobada del Lluçanès” (abril 1972)  en la finca Puig Rafegut, del mecenas de esta y alguna otra reunión, Josep M. Santacreu. En ellas, en que se hablaba de la situación política del momento y del futuro, Fraga solía ser el principal centro de atención. Y su actitud era muy receptiva y dialogante. Era otro Fraga.Ya no intentaba silenciar a nadie...

   Cuando Fraga fue elegido por clara mayoría absoluta presidente de la Junta de Galicia, le mandé unas líneas de felicitación, subrayando, de pasada, su meritorio gesto, que le honraba, de someterse a las nuevas reglas democráticas. Me contestó amable y contundente: “Espina, dejemos el pasado y miremos el futuro”,.

7. ¿Qué balance hace de la labor de Adolfo Suárez? 

Extraordinariamente positivo, como reconoce todo el mundo, en su contribució decisiva a la transición. Muy hábil y osado. Como gobernante, creo que no dió la talla. Carecía de la preparación y experiencia necesarias para ello. Cumplió, y en esto agotó su papel de político, con las difíciles y arriesgadas maniobras para la instauración de la democrácia.

   Como anédotas, diré que tuve ocasión de tratarle algunas veces, esporadicamente. En la Moncloa, con ocasió de una audiencia a la directiva de la Asociación de la Prensa de Barcelona, presidida por Lorenzo Gomis, de la que yo formaba parte como vicepresidente. Nos sorprendió mucho que, en un momento de la conversación, nos dijo que “a veces se imaginaba” que por la avenida de árboles de delante del palacio “venía la acorazada Brunete” para detenerlo. Nos pareció una confesión innecesaria e imprudente. Al despedirnos, en la puerta de sudespacho, me cogió del brazo y me dijo “Wifredo, tenemos que vernos”. Aun espero que me diga algo.

   Otra ocasión fué en la residencia de Carlos Sentis, en Calella de Palafrugell. Me acompañaba mi mujer, pues habíamos sido invitados a una cena bastante numerosa, que se celebró en torno a la piscina iluminada de la residencia de la familia Sentis.. Asistieron bastentes personalidades.Tambien estaba el escritor Josep Pla, quien en una conversación de pié con Suárez, le espetó: “Para gobernar se necesita algo más que ser guapo, lo cual ya es importante para las mujeres”. Los que les rodeábamos quedamos  un tanto sorprenidos de la ocurrencia del escritor, que Suárez encajo con una amable sonrisa.

8. Usted redactó unas propuestas sobre la regulación del «secreto profesional» y de la «cláusula de conciencia» de los periodistas que fueron recogidas en la Constitución de 1978. ¿Fue una iniciativa propia o alguien le pidió que las hiciera? 

Cuando se redactó la Constitución de 1978, siendo yo directivo de la Asociación de Prensa de Barcelona, impulsé y redacté unas propuestas –que ya había presentado, hacía tiempo, en unas jornadas del Círculo de Estudios Jurídicos , de Madrid, presidido por el catalán Antonio Padrol– sobre la regularización del «secreto profesional» y de la «cláusula de conciencia».

   Estas propuestas fueron aprobadas en la asamblea general de los periodistas y luego se entregaron a los diputados Roca Junyent, Solé Tura y Martín Toval, para que intentaran introducierlas de alguna manera en la Constitución, que estaba en período de redacción. Y así lo hicieron, muy eficaz y hábilmente quedando recogidas esencialmente en su artículo.20, 1d..

   Este hecho es una de las cosas de las cuáles estoy más satisfecho, aunque en la práctica lo que recoge el texto constitucional a menudo queda en buenas intenciones, si bien algunas veces es aplicado aplicado por los tribunales.. 

9. ¿Cree que hay que reformar la Constitución?

La actual Constitución no es partidista, sino de consenso; y este es su gran valor. Las tendencias de la derecha y de la izquierda caben en ella y pueden moverse dentro cómodamente.. Además, no es muy rígida y es posible modificarla, con unos estrictos requisitos. Pero es, podemos decir, la Constitución de la ambigüedad.

    Precisamente esta ambigüedad permitió que se aprobara por amplio consenso, de ello hace ya muchos años años. Muchos intereses de toda índole se refugiaron en esta ambigüedad, a la hora de aprobarla. Todos esperaban, seguramente, que algún día ya la interpretarian a su gusto o se saldrían de la Constitución para intentar llevar el agua del texto constitucional al molino de sus intereses partidistas y, incluso, particulares.

 Es lo que pasa, por ejemplo, con los nacionalismos periféricos... y también con el central. Aquellos reclaman cada día más, y el centralista se defiende atemorizado. Los periféricos, que han alcanzado un grado de autonomía seguramente como jamás llegaron a imaginarse, se proclaman víctimas porqué no se les da más, y el españolista teme al desvertebramiento del estado-nación. Es un juego de nacionalismos más emotivo que racional. Un choque de nacionalismos.

 Hay una palabra mágica en la Constitución, que es la palabra “nacionalidades” (diferenciada de “regiones”), que los nacionalistas periféricos traducen por “naciones” y los nacionalistas centrales por “autonomías cualificadas”, aunque no exclusivas. Es el ejemplo perfecto de un caso de concepto ambiguo que hizo posible aquel consenso constitucional. Por esto si bien hay que respetar el texto constitucional, no se puede sacralizar.

     La vida es más dinámica y rica que las leyes; pero sin leyes la convivencia se vería desbordada. Además, aquella carta magna nació en unass circunstancias muy peculiares que la marcaron y limitaron. Ponerla al dia sería muy conveniente, de manera especial en lo referente a las atribuciones a las fuerzas armadas respecto de la unidad del Estado, y en la función del Senado que no acaba de ser una cámara de representación territorial, como sería muy necesario.

10. ¿Qué pensaba la prensa el 23-F de 1981, cuando se produjo el golpe de Estado?

Durante unas horas, que se eternizaban, hubo sorpresa, desorientación y pánico. No se tenía suficientes datos para saber qué pasaba y, por tanto, para opinar. La primera impresión en la redacciones, al menos en la de mi diario, era de que se había acabado la democrácia.
  

Todos estábamos pegados a la televisión, a las radios y a los teletipos. Un silencio tremendo en la sala. La jefe de sección de internacional, Esther Fernández su puso a llorar. No había para menos. Se veia que estaba ocurriendo una brutalidad, pero nadie se explicaba porquè y por quién, más allá de lo que se veía o escuchaba. Los rumores y notícias contradictorias se multiplicaban. ¿Cuál sería el desenlace?¿A favor de quien estaba el Rey? No decía nada...Se hacía esperar...¿Por qué? ¿Dudaba?
  

Cuando, por fin, salió por televisión y se pronunció a favor de la ley y ordenó obediencia a los militares sublevados, se hizo la luz y volvió la calma. La pregunta era quién había detrás de los golpistas uniformados y si la única causa era el grave malestar generalizado por los asesinatos de ETA y el resurgimiento de posturas extremas.
  

Seguro que hubo más de los que hemos sabido. Seguirá el misterio... para la histórida. Tampoco la reacción a favor del sistema recien estrenado de democrácia fué unánime. Queda muchos cabos sueltos para estudiar.

100 preguntas a Wifredo Espina

Cuestionario del profesor Daniel E. Jones / Capitulo 6
Wifredo Espina
domingo, 22 de enero de 2012, 08:35 h (CET)

1. ¿Dónde y cómo vivió la muerte de Franco?

En la redacción de El Correo Catalán, como en todos los diarios; hacía dias y noches que se esperaba el desenlace. Por las noches se organizaban tunos, pues podía ocurrir de un momento a otro. Era agotador para todos.

   Además, en El Correo coincidía con un creciente malestar por la tensión entre los nuevos accionistas y el director, que se veía acabaría mal. Esto tenía muy desmoralizado a Andreu Roselló, que pese a todo aguantaba. Y en este ambiente, ocurrió algo realmente insólito.
 
   Y fué que, por una cosa y otra, la madrugada en que se iba a producir la noticia de la muerte de Franco, a altas horas y ya cansado, el director dió por cerrada la edición sin dejar esta vez un retén, como se hacía siempre por si llegaba la notícia y así poder hacer una nueva edición. Precisamente esta madrugada murió Franco y El Correo no pudo darlo en su edición, ya cerrada. Un gran fracaso periodístico. El Correo fué eñ únco diario del país que no dió la notícia del fallecimiento del Dictador.
 
   Un gran golpe profesional. Hubo mativos humanos para explicar-lo, pero no para justificarlo. El dia siguiente se intentó enmendar el fallo como se pudo, pero ya era tarde. Roselló acusó el golpe de la mala suerte, se le notaba ostensiblemente, pero no comentó nada, se encerró en un silencio hermético. Como siempre, se puso manos a la obra para compensar... lo incompemsable. Yo lo sentí enormemente por él, que, como digo, pasaba un mal momento, por todos y por el diario...que había hecho el mayor de los ridículos.

2. ¿Cómo se imaginaba la España posfranquista? 

Era inimaginable. Durante los últimos años de la dictadura, todo el mundo hacía cábalas. Dentro y fuera del país. Los corresponsales de los diarios extranjeros más importantes te pedian entrevistas privadas para cambiar datos y puntos de vista.

   Había la idea muy generalizada de que tras la muerte de Franco sería el caos. De que detrás de la muralla del franquismo no había nada, el vacío. Esto tenía a la gente asustada.Personalidades tan importantes como Josep Pla y Manuel Brunet me habían confesado en privado que si apretando un botón podían hacer caer a Franco....”antes se lo pensarían mucho”. Era muy significativo. Claro que, como me contestan muchos cuando se lo cuento, “eran de derechas”. Pero el miedo era generalizado.

   Contactos mantenidos reservadamente con militares significados como Díaz Alegría y Gutiérrez Mellado, gracias a la mediación del bien relacionado periodista Jaime Arias, te hacían pensar que algo se movía para encauzar los acontecimientos. Encuentros también reservados, con personajes del sistema, como Martin Villa, Soncho Rof –por mediación de Socías Humbert-   y con  Manuel Fraga y otros –facilitados por Manuel Milián-, que buscaban posicionarse ante el futuro, y otros más distantes del régimen, como  Calvo Serer, Garcia Trevijano, Pablo Castellanos, etc. o de la clandestinidad, como López Raimundo, El Gúti, Jordi Pujol, Antonm Cañellas, etc. te daban idea de la gran preocupación y la desorientación del momento. Fué significativa e interesante la “Trobada del Lluçanès”, el 25 de abril del año 1972, que reunió a gente de muy diversa procedencia política e idiológica.

   Después del compás de espera de Arias Navarro, las figuras del Rey y de Adólfo Suárez fueron clave, junto con Fernández Miranda, como es sabido. Todo habia quedado “atado y bien atado”, como había dispuesto Franco, pero las cosas se aceleraron y tomaron otro rumbo bien distinto. Los “reformistas”  procedentes del franquismo y los “rupturistas” de la clandestinidad vieron la necesidad de pactar. Y se pactó.
 
   Se pactó, primero, legalizar a todos los partidos. Recuerdo la voz del ministro Martín Villa, la noche del Viernes Santo, avanzándome telefónicamente, aquel día como director en funciones del diario, la legalizacion del Partido Comunista, gracias a la negociación con Santiago Carrillo, quien había aceptado la Monarquía y la bandera. Finalmente, se pacto y refrendó  una Constitución democrática. Todo esto era literalmente  inimaginable el dia de la muerte del dictador.

3. ¿Cómo era la prensa de la Transición?

Comparto la opinión del amigo Juan Luís Cebrián, fundador y exdirector del periódico El País, quién ha afirmado que en aquella época de la transición se hizo el mejor periodismo. Pudimos publicar y comentar muchas cosas, hasta entonces practicamente imposible.
 
   El control estatal de los medios era cada día más laxo, y las empresas no se atrevían aún a controlar demasiado. La prensa fue un auténtico Parlamento, el “parlamento de papel” des de el cuál se inició y se impulsó el cambio político. Bien es verdad que en esta valoración hay algo de autojustificación y de satisfacción personal, pero creo que fué así. La prensa catalana pesó mucho en esto, y El Correo tuvo una voz muy destacada.


4. ¿Cómo vivió este período desde su profesión de periodista?

Como mucha otra gente: intensamente, con mucha ilusión y entrega. Se iba realizando aquel sueño, más difuminado que concreto, por el cuál habíamos trabajado y arriesgado, unos más que otros.

 Con ilusión porqué te permitía hacer más cosas cada día. Con intensidad, porqué te dabas cuenta que lo que hacías tenía un eco y unos resultados. Incluso hubo gente   que venía a pedirte consejo o, como mínimo, que opinases sobre lo que ellos querían hacer o creían que se tenía que hacer. Nos permitía ir dando a conocer lo que había en el trasfondo de la sociedad y de la política en clandestinidad. Dábamos a conocer a mucha gente clandestina, que luego tuvo un importante protagonismo político, como, entre otros, Gregorio López Raimundo, Antonio Gutiérrez (el Guti), Josep Pallach...  siempre de una manera discreta. La verdad es que no sabíamos dónde llegaríamos o podríamos llegar.

 Te amparaba una trayectoria  que te proporcionaba una buena interrelación con la sociedad. Esto permitió algunas entrevistas personales, a escondidas a veces, con gentes que después han sido personajes de primera fila. También provocó que algunos sindicalistas y empresarios  que no veían el futuro nada claro te pidieran hablar, normalmente  en lugares reservados. Hasta algún ministro de entonces, cuando tenía que hacer un discurso en alguna inauguración o algún que otro parlamento, te pedía que le hiciera un esquema de lo que uno creía que él tenía que decir. Modestamente, a veces me sentí como un punto de referencia y de confluencia de tendencias i confidencias. Ni yo mismo me lo creía.

5. ¿Con qué personalidades tuvo un trato especial?

Me vienen a la memoria, de forma aleatoria, algunos contactos muy diferentes, pero que en el fondo tenían un sentido parecido. Por ejemplo:

 Quién más tarde fue alcalde de Barcelona, Josep Maria Socías Humbert, que provenía del falangismo y luego derivó hacia el socialismo, quiso que habláramos a fondo de la situación política... , pero en casa de su suegro, ya que yo era, por aquel entonces y en opinión de algunos sectores,  l’enfant terrible, y por lo visto era cuastión de no comprometerse. Finalmente, ya en la alcaldía, me pidió asesoramiento en algunos temas,  y llegamos a hecernos bastante amigos. Fue el hombre que preparó el camino de la izquierda, principalmente  de los socialistas, al Ayuntamiento de Barcelona y su infiltración en los sindicatos oficiales. Y puso en marcha no pocas iniciativas de carácter social. Una etapa de la alcaldía que merecería  estudiarse más a fondo.

 También tuve ocasión de almorzar o cenar, en privado, con algún ministro: Rosón, Martín Villa, Sancho Rof... a  menudo en un restaurante de la calle  del Bruch, el Koldovika. Sentía una cierta satisfacción, a veces pensaba: «Mira, has sembrado y ahora recoges.»

 Cierto día me telefoneó Pere Durán y Farrell para invitarme a comer a El Reno. «Me gustaría hablar de una serie de cosas y comentarlas», me dijo. Me impresionaron su inteligencia, su profundidad y su claridad expositiva. En un segundo encuentro, me pidió asistir Ernest Lluch, que tenía ganas de conocer a Durán y era colaborador de El Correo. Durante la comida, Lluch fue tomando notas en un pequeño bloc. Con Durán  llegamos a tener una buena amistad; pocas semanas antes de morir habíamos comido juntos en el Orotava.
 
 También un dia me llamo Joaquim Molins, que después ha sido un hombre importante en CDC, para decirme que quería verme. Le cité en El Correo. Me comentó que le gustaría dedicarse a la política y me preguntó mi opinión sobre lo que tenía que hacer, a quién tenía que conocer; etc.; después hemos mantenido una buena relación, y creo que es un buen político, inteligente y brillante, pero quizás demasiado bronceado con rayos UVA.

 Otra anécdota bien diferente –pero también ilustrativa de aquella época– me sucedió cuando ejercía de profesor en la cátedra de Jiménez de Parga. Me llamó José Antonio González Casanova y  me dijo: «Wifredo, hay un  abogado joven que querría hablar contigo.» Quedamos que nos encontraríamos en un restaurante de la calle Urgell, de Barcelona, subiendo, a mano derecha y justo antes de llegar a la Diagonal. González Casanova se presentó puntualmente con quién después llegó a ser el magistrado Lluís Pascual Estivill. La conversación fue difícil, nada fluida, porqué ya de entrada Pascual Estivill me informó que él quería “tener poder”. Y cuándo le pregunté que proyecto tenía me respondió: «No lo sé. De momento quiero tener poder, después ya veremos.»  Vi claramente que no era una persona con la cuál pudiera mantener un diálogo, y menos unas conversaciones periódicas , como parecía pretender este abogado que decía que había sido pastor de cabras. Si no recuerdo mal, el restaurante se llamaba El Porc Alegre.

 Otro día, por la tarde, me telefoneó personalmente el alcalde Porcioles para citarme en el ayuntamiento. Era precisamente el día de Corpus. Fui, claro, y me encontré con que él y Basols  me ofrecieron formar parte de su staff. Con una convocatoria de oposiciones hecha a mi medida, si fuese necesario, me comentaron. Era una oferta tentadora, pero después de pensármelo, le escribí una atenta carta declinando su oferta. Más tarde me enteré que Narcís Serra y Paqual Maragall habían entrado en el staff de Porcioles, del que creo también formaba parte Roca Junyent.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     

6. El 15 de junio de 1977, por fin, se celebraron las primeras elecciones democráticas. ¿La prensa podía empezar a respirar?

La prensa empezó ‘a respirar’ antes, si por respirar se entiende poder decir ya algunas cosas. En realidad, como digo, la prensa fué motor destacado de la transición política.

   La llamada Ley Fraga, del 19 de marzo de 1966 vino a eliminar la anterior rígida ‘censura previa’ y a abrir bastante las posibilidades de información y opinión en comparación a lo anterior. Unos diarios y revistas aprovecharon más que otras estas posibilidades. Se establecía en la nueva ley la “autocensura”, haciendo responsable al director, principalmente, y a la empresa, del contenido de lo que se publicaba. Entonces, dependía de la empresa y del director de cada publicación que se atreviera más o menos. Algún diario se creyó tan en serio que había llegado la libertad de prensa que, como el diario Madrid, que dirigía Calvo Serer, fue cerrado por insinuar que Franco debía dimitir como hizo De Gaulle. Otras publicaciones fueron sancionadas.

   El Correo Catalàn, bajo la dirección de Andreu Roselló supo aprovechar la oportunidad sin pillarse demasiado los dedos. A mi, la dirección me dejó atreverme bastante y logré un eco muy notable en toda España, ya que diarios de toda la geografía reproducían mis comentarios, que ellos no se atrevían a hacer. Con habilidad, midiendo mucho cada palabra y utilizando el doble sentido o la insinuación, logré un buen margen de libertad, naturalmente con sustos, advertencias y amenazas, que sorteamos como pudimos. Repito siempre que tuve un gran director y una buena empresa que me apoyaron, entre otras cosas porque con ello crecía la tirada del diario.
 
   Esto, que se iba generalizando, fué preparando el clima para la transición. Quiero destacar que incluso con la “censura previa” mi diario y yo mismo colamos bastantes goles  Pero una amplia libertad de prensa empezó durante la transición, un interregno bueno para quienes supieron aprovecharlo. Después, las empresas y los partidos políticos fueron ganando terreno en el control de los contenidos, con todo lo que ello supone.
 
    La verdadera libertad de prensa, en lo posible,.se consagró en la Constitución del 1978.
   
   En realación con todo esto, es oportuno recordar mi relación con Fraga. No le guardo rencor, a Fraga, aunque podría... Le traté, no mucho, pero lo suficiente para pasar de ‘víctima’ a tener una ‘buena relación’. Tampoco él era dado al rencor, en el fondo era un hombre bueno y honesto, que sabía valorar al discrepanmte y al adversario. Podía atropellarte, en uno de sus arranques autoritarios, y al mismo tiempo apreciarte, como me confesó hace años, respecto a mi persona, Jorge Fernández, por ejemplo.

   Recuerdo bien, del día que el ministro me llamó con urgencia a su despacho, en Madrid, su: “Espina, yo le puedo silenciar”; se me escapó, sin malicia, “Usted es ministro”. El encuentro, de pié, sin mirarme a los ojos ni darme la mano, casi no dic más de sí. ¿Por qué aquella tensión?. Por un comentario mío, de apenas quince líneas, sobre la cantante Salomé. Por lo visto, ´-después lo contó Giménez Quilez, su director general de Prensa-, el tema se lo habían echado en cara a Fraga, en el Consejo de Ministros.

   Era un tema aparentemente inofensivo, pero que tenía entonces su carga. Fue memorable la canción catalana “Se’n va anar” (‘Se fue’) de Salomé, ganadora en Eurovision. Un tiempo después, la cantante decidió, como tantos otros artistas, pasarse el castellano. Y cantó el “Se’n va anar” en castellano. No me gustó la versión, perdía su fuerza y encanto original. Y lo escribí así claramente, apuntando que con el cambio de idioma Salomé “se’n va anar”, se fue de donde le correspondía estar, es decir, que se había pasado de bando. Cayó como una bomba en el Gobierno y Fraga se vio obligado a llamarme a capitulo. Y lo hizo con esta bronca.

   Pasado un tiempo, harto por lo visto de mis comentarios críticos en El Correo Catalán, llamó a la empresa y al director, y en la conversación les soltó que “hay que desespinizar el Correo Catalám”, frase que entonces se hizo bastante famosa. Hay que decir que ni la empresa y menos el director Andreu Roselló, estuvieron por la labor. Me recomendaron callarme una temporada e incluso irme fuera, hice una escapada a París, para que escampara la tormenta ministerial. Al regresar, poco a poco, fui volviendo a las andadas.

   En un segundo encuentro con Fraga, la cosa transcurrió más amable. Con su hablar rápido y atropellado, en un momento se le escapó “yo no tengo fondos de reptiles”, cosa que en aquel momento no comprendí. Al contarlo al director Andreu Roselló al .llegar a la redacción, me di cuenta de la intencionalidad de la expresión. Me hirió profundamente que hubiera pensado o insinuado que de haber dispuesto de este tipo de “fondos” tal vez hubiese podido ‘comprar” mi silencio. Fue muy desagradable. Como Roselló me conocía, me dijo que no le diera importancia. Fraga no tenía “fondos de reptiles”, pero la verdad es que apuntó que podría ofrecerme algún cargo importante en Televisión. En carta personal le contesté que eso sería incompatible con mi profesión.

   Desde entonces, noté una especial atención de Fraga, invitándome, directa o indirectamente, a ciertas reuniones más o menos reservadas en domicilios particulares o en discretos restaurantes. Esto ocurrió de una manera especial durante su estancia como embajador en Londres, en donde desarrollaba una actividad política muy frenética de cara a preparar el futuro político de España. Y desde Londres venía con frecuencia a Cataluña, manteniendo muchos y significativos  contactos con personalidades catalanas. En varias de ellas coincidimos con Jordi Pujol, que solía mostrar una actitud bastante reservada.

   También  coincidimos con Andreu Abelló, Domingo Valls Taberner, Josep M. Vilaseca Marcet, Nicolau Casaus, Josep Prats Ballester, Fracisco de Villavicéncio, Simeó Miquel, Eduard Moreno, Anicet Pausas, Joan Grijabo, Josep M. Belloch, Joaquim Arana, Eduardo Tarragona, Pere Arderiu, Josep M. Vives, Manuel Milián, Carles Sentís, y otros. Fué memorable el encuentro “Trobada del Lluçanès” (abril 1972)  en la finca Puig Rafegut, del mecenas de esta y alguna otra reunión, Josep M. Santacreu. En ellas, en que se hablaba de la situación política del momento y del futuro, Fraga solía ser el principal centro de atención. Y su actitud era muy receptiva y dialogante. Era otro Fraga.Ya no intentaba silenciar a nadie...

   Cuando Fraga fue elegido por clara mayoría absoluta presidente de la Junta de Galicia, le mandé unas líneas de felicitación, subrayando, de pasada, su meritorio gesto, que le honraba, de someterse a las nuevas reglas democráticas. Me contestó amable y contundente: “Espina, dejemos el pasado y miremos el futuro”,.

7. ¿Qué balance hace de la labor de Adolfo Suárez? 

Extraordinariamente positivo, como reconoce todo el mundo, en su contribució decisiva a la transición. Muy hábil y osado. Como gobernante, creo que no dió la talla. Carecía de la preparación y experiencia necesarias para ello. Cumplió, y en esto agotó su papel de político, con las difíciles y arriesgadas maniobras para la instauración de la democrácia.

   Como anédotas, diré que tuve ocasión de tratarle algunas veces, esporadicamente. En la Moncloa, con ocasió de una audiencia a la directiva de la Asociación de la Prensa de Barcelona, presidida por Lorenzo Gomis, de la que yo formaba parte como vicepresidente. Nos sorprendió mucho que, en un momento de la conversación, nos dijo que “a veces se imaginaba” que por la avenida de árboles de delante del palacio “venía la acorazada Brunete” para detenerlo. Nos pareció una confesión innecesaria e imprudente. Al despedirnos, en la puerta de sudespacho, me cogió del brazo y me dijo “Wifredo, tenemos que vernos”. Aun espero que me diga algo.

   Otra ocasión fué en la residencia de Carlos Sentis, en Calella de Palafrugell. Me acompañaba mi mujer, pues habíamos sido invitados a una cena bastante numerosa, que se celebró en torno a la piscina iluminada de la residencia de la familia Sentis.. Asistieron bastentes personalidades.Tambien estaba el escritor Josep Pla, quien en una conversación de pié con Suárez, le espetó: “Para gobernar se necesita algo más que ser guapo, lo cual ya es importante para las mujeres”. Los que les rodeábamos quedamos  un tanto sorprenidos de la ocurrencia del escritor, que Suárez encajo con una amable sonrisa.

8. Usted redactó unas propuestas sobre la regulación del «secreto profesional» y de la «cláusula de conciencia» de los periodistas que fueron recogidas en la Constitución de 1978. ¿Fue una iniciativa propia o alguien le pidió que las hiciera? 

Cuando se redactó la Constitución de 1978, siendo yo directivo de la Asociación de Prensa de Barcelona, impulsé y redacté unas propuestas –que ya había presentado, hacía tiempo, en unas jornadas del Círculo de Estudios Jurídicos , de Madrid, presidido por el catalán Antonio Padrol– sobre la regularización del «secreto profesional» y de la «cláusula de conciencia».

   Estas propuestas fueron aprobadas en la asamblea general de los periodistas y luego se entregaron a los diputados Roca Junyent, Solé Tura y Martín Toval, para que intentaran introducierlas de alguna manera en la Constitución, que estaba en período de redacción. Y así lo hicieron, muy eficaz y hábilmente quedando recogidas esencialmente en su artículo.20, 1d..

   Este hecho es una de las cosas de las cuáles estoy más satisfecho, aunque en la práctica lo que recoge el texto constitucional a menudo queda en buenas intenciones, si bien algunas veces es aplicado aplicado por los tribunales.. 

9. ¿Cree que hay que reformar la Constitución?

La actual Constitución no es partidista, sino de consenso; y este es su gran valor. Las tendencias de la derecha y de la izquierda caben en ella y pueden moverse dentro cómodamente.. Además, no es muy rígida y es posible modificarla, con unos estrictos requisitos. Pero es, podemos decir, la Constitución de la ambigüedad.

    Precisamente esta ambigüedad permitió que se aprobara por amplio consenso, de ello hace ya muchos años años. Muchos intereses de toda índole se refugiaron en esta ambigüedad, a la hora de aprobarla. Todos esperaban, seguramente, que algún día ya la interpretarian a su gusto o se saldrían de la Constitución para intentar llevar el agua del texto constitucional al molino de sus intereses partidistas y, incluso, particulares.

 Es lo que pasa, por ejemplo, con los nacionalismos periféricos... y también con el central. Aquellos reclaman cada día más, y el centralista se defiende atemorizado. Los periféricos, que han alcanzado un grado de autonomía seguramente como jamás llegaron a imaginarse, se proclaman víctimas porqué no se les da más, y el españolista teme al desvertebramiento del estado-nación. Es un juego de nacionalismos más emotivo que racional. Un choque de nacionalismos.

 Hay una palabra mágica en la Constitución, que es la palabra “nacionalidades” (diferenciada de “regiones”), que los nacionalistas periféricos traducen por “naciones” y los nacionalistas centrales por “autonomías cualificadas”, aunque no exclusivas. Es el ejemplo perfecto de un caso de concepto ambiguo que hizo posible aquel consenso constitucional. Por esto si bien hay que respetar el texto constitucional, no se puede sacralizar.

     La vida es más dinámica y rica que las leyes; pero sin leyes la convivencia se vería desbordada. Además, aquella carta magna nació en unass circunstancias muy peculiares que la marcaron y limitaron. Ponerla al dia sería muy conveniente, de manera especial en lo referente a las atribuciones a las fuerzas armadas respecto de la unidad del Estado, y en la función del Senado que no acaba de ser una cámara de representación territorial, como sería muy necesario.

10. ¿Qué pensaba la prensa el 23-F de 1981, cuando se produjo el golpe de Estado?

Durante unas horas, que se eternizaban, hubo sorpresa, desorientación y pánico. No se tenía suficientes datos para saber qué pasaba y, por tanto, para opinar. La primera impresión en la redacciones, al menos en la de mi diario, era de que se había acabado la democrácia.
  

Todos estábamos pegados a la televisión, a las radios y a los teletipos. Un silencio tremendo en la sala. La jefe de sección de internacional, Esther Fernández su puso a llorar. No había para menos. Se veia que estaba ocurriendo una brutalidad, pero nadie se explicaba porquè y por quién, más allá de lo que se veía o escuchaba. Los rumores y notícias contradictorias se multiplicaban. ¿Cuál sería el desenlace?¿A favor de quien estaba el Rey? No decía nada...Se hacía esperar...¿Por qué? ¿Dudaba?
  

Cuando, por fin, salió por televisión y se pronunció a favor de la ley y ordenó obediencia a los militares sublevados, se hizo la luz y volvió la calma. La pregunta era quién había detrás de los golpistas uniformados y si la única causa era el grave malestar generalizado por los asesinatos de ETA y el resurgimiento de posturas extremas.
  

Seguro que hubo más de los que hemos sabido. Seguirá el misterio... para la histórida. Tampoco la reacción a favor del sistema recien estrenado de democrácia fué unánime. Queda muchos cabos sueltos para estudiar.

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