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Amador Guallar, corresponsal en Afganistán

De Kabul a Jalalabad a través de la carretera más peligrosa del mundo (I)

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Sin Título
Accidente en el paso de Mayipar / Foto de Amador Guallar



Cada día la carretera se salda con varios muertos o heridos, víctimas de la Insurgencia o de los temibles y estrechos pasos de montaña. En 2001 el periodista español Julio Fuentes fue asesinado en esta carretera.

Una carretera maldita y teñida de sangre, sudor frío, pólvora y miedo a través de gigantescas y ancianas montañas, terribles desfiladeros como cortados con cuchillo, ríos que aparecen y desaparecen y hasta desiertos áridos donde la vida apenas sobrevive. No puedo pensar en mejores términos para describir la que, según los expertos en seguridad e incluso el New York Times, es la carretera más peligrosa del mundo. Estamos en agosto de 2011 y me dispongo a recorrerla de principio a fin con mi conductor y traductor afgano, Hadi.

Es la conocida como carretera de Jalalabad, que une la capital de Afganistán, Kabul, con la ciudad de Jalalabad, capital de la provincia con el mismo nombre al este del país y cuya frontera con Pakistán la convierte no sólo en una vía indispensable para los convoyes de la OTAN, sino también uno de los pasos por donde cruzan los Insurgentes entrenados en Pakistán.

Hadi me recoge en la puerta de mi casa, entro en el vehículo y preparo mis cámaras y lentes para fotografiar y documentar el viaje. En realidad me dirijo a Jalalabad para completar un contrato con UNESCO para el día Internacional de la Educación en Afganistán, pero eso es otra historia.

Tardamos más de una hora en recorrer el primer tramo de carretera, víctimas del siempre congestionado tráfico de Kabul, donde a derecha e izquierda se amontonan bases de la OTAN, la sede de la ONU en Afganistán, conocida como UNAMA, otras sedes de importantes compañías privadas como Roshan, y al final la base de Policharki, donde se entrena el ejército afgano, y la inmensa y temible prisión con el mismo nombre.

Ya con Kabul a nuestras espaldas empezamos el ascenso pasando por debajo de  un gran arco en el que se lee “Goodbye” (Adiós). Y lo cierto es que un escalofrío me recorre el cuerpo. Porque ese adiós tiene algo de ironía ya que, en realidad, el letrero significa: ‘Bienvenidos a la carretera más peligrosa del mundo’.

Bienvenidos a los diversos pasos de montaña a través de túneles en pésimas condiciones, oscuros, sólo iluminados por los vehículos que los transitan y en los que colisionar o no es un juego de azar y reflejos. Afortunadamente Hadi tiene buenos reflejos. Bienvenidos a una calzada estrecha, vieja, fragmentada y sin barreras de protección donde los conductores afganos conducen ajenos ante la posibilidad de morir, lanzándose en un frenesí de bocinazos y carreras a lo loco sin respetar carriles, señales de tráfico o a los demás conductores.

Camiones de gran tonelaje, vehículos blindados todo terreno, furgonetas de todos los tamaños, motoristas, ciclistas, viandantes, el paso está abierto a todo ser humano que se atreva a cruzarlo. Sin reglas para el tráfico ni límites o policía que se preocupe por la seguridad vial.

Y en caso de que pase algo mejor encomendarse a lo que sea y hacer las paces, porque a este lugar una ambulancia o servicio de rescate tarda días en llegar. Como me cuenta Hadi con una gran sonrisa: “en la carretera de Jalalabad mejor morir de repente, que pasarte horas sufriendo”. Se la devuelvo pero tengo el estómago hecho un puño y la boca seca y con un gusto agrio.

Durante todo el trayecto hasta el descenso, unos 30 kilómetros de carretera sin pueblos ni casas, fotografío paisajes de enorme belleza, y algunas unidades del ejército afgano protegiendo puntos clave. Pero es difícil mirar a través del visor cuando los tienes por corbata.

En más de una ocasión me agarro al asiento, como si eso me fuese a salvar de algo, esperando el instante en que colisionaremos o nos despeñarnos por uno de los acantilados a unos 2.500 metros de altura. A lo que Hadi sonríe y me calma repitiendo “no te preocupes, he conducido muchas veces por esta carretera y sólo he tenido cinco o seis accidentes”. Lo miro con los ojos desorbitados. “Es broma”, añade, “sólo he tenido dos accidentes y no fueron culpa mía!”.

Finalmente empieza el descenso hacia Sarobi, la primera gran ciudad entre Kabul y Jalalabad, y con éste comienza la verdadera tensión. Aquí no hay límites de velocidad que valgan, ni policía de tráfico para calmar a los locos del volante. El descenso es el lugar donde ocurren la mayoría de accidentes mortales, según Hadi dos o tres al día. Lo miro y sonrío para mí porque conozco la tendencia afgana a la exageración, pero enseguida me tengo que comer mis palabras.

A la salida de uno de los túneles, en el temible paso de Mayipar, el tráfico se reduce porque hace unas horas ha habido un accidente. Pasamos por delante, Hadi reduce la velocidad para que pueda capturar el momento con mi cámara, y observamos una furgoneta hecha pedazos levantada por una grúa. Hadi se detiene y pregunta a uno de los curiosos que también ha detenido su vehículo. Aparentemente los tres ocupantes han muerto tras despeñarse por la parte de la carretera justo encima de nosotros. Miro hacia arriba y, efectivamente, se puede ver restos del vehículo desperdigados por la ladera.

Seguimos nuestro descenso y somos testigos de dos accidentes más. Uno in situ y otro que ha pasado hace sólo unos minutos. El primero ocurre a tan sólo unos metros cuando el conductor situado dos vehículos por delante nuestro se abre en una curva sin visibilidad y colisiona el costado de su Toyota Corolla blanco con una furgoneta destartalada. Afortunadamente la rápida frenada de los dos hace que los vehículos impacten sin fuerza, y quedan atravesados en la carretera.

El segundo es más aparatoso. Un vehículo ha caído por un terraplén tras chocar con un motorista. Observamos la motocicleta hecha un amasijo de metal pero no al conductor, que seguramente a salido volando y ha ido a parar Dios sabe dónde. Pero esta vez no nos detenemos. Hemos perdido mucho tiempo entre atascos y demás y aún quedan alrededor de 80 quilómetros hasta llegar a Jalalabad. El sol está descendiendo y es primordial llegar antes de que anochezca ya que esta carretera, como casi todas en Afganistán, cuando cae la noche es señorío Talibán.

A partir de ahora dejamos atrás los peligrosos pasos de montaña, y la carretera desciende suavemente hacia Jalalabad. El único inconveniente es que, desde este momento y hasta casi llegar a Jalalabad cruzaremos áreas controladas por los Talibán. El mismo Sarobi y alrededores es feudo de los Insurgentes, a pesar de lo que afirmen el Gobierno Afgano y la OTAN.

Y como recordatorio de la peligrosidad de este lugar está el asesinato en 2001 del periodista español de El Mundo Julio Fuentes, que ocurrió en el siguiente tramo de carretera. Entramos en territorio Talibán…

De Kabul a Jalalabad,  a través de la carretera más peligrosa del mundo (II), estará disponible en unos días.
Mientras, puedes ver el reportaje fotográfico en  mi página web.

Amador Guallar Photo Web Site

De Kabul a Jalalabad a través de la carretera más peligrosa del mundo (I)

Amador Guallar, corresponsal en Afganistán
Amador Guallar
lunes, 16 de enero de 2012, 10:10 h (CET)

Sin Título
Accidente en el paso de Mayipar / Foto de Amador Guallar



Cada día la carretera se salda con varios muertos o heridos, víctimas de la Insurgencia o de los temibles y estrechos pasos de montaña. En 2001 el periodista español Julio Fuentes fue asesinado en esta carretera.

Una carretera maldita y teñida de sangre, sudor frío, pólvora y miedo a través de gigantescas y ancianas montañas, terribles desfiladeros como cortados con cuchillo, ríos que aparecen y desaparecen y hasta desiertos áridos donde la vida apenas sobrevive. No puedo pensar en mejores términos para describir la que, según los expertos en seguridad e incluso el New York Times, es la carretera más peligrosa del mundo. Estamos en agosto de 2011 y me dispongo a recorrerla de principio a fin con mi conductor y traductor afgano, Hadi.

Es la conocida como carretera de Jalalabad, que une la capital de Afganistán, Kabul, con la ciudad de Jalalabad, capital de la provincia con el mismo nombre al este del país y cuya frontera con Pakistán la convierte no sólo en una vía indispensable para los convoyes de la OTAN, sino también uno de los pasos por donde cruzan los Insurgentes entrenados en Pakistán.

Hadi me recoge en la puerta de mi casa, entro en el vehículo y preparo mis cámaras y lentes para fotografiar y documentar el viaje. En realidad me dirijo a Jalalabad para completar un contrato con UNESCO para el día Internacional de la Educación en Afganistán, pero eso es otra historia.

Tardamos más de una hora en recorrer el primer tramo de carretera, víctimas del siempre congestionado tráfico de Kabul, donde a derecha e izquierda se amontonan bases de la OTAN, la sede de la ONU en Afganistán, conocida como UNAMA, otras sedes de importantes compañías privadas como Roshan, y al final la base de Policharki, donde se entrena el ejército afgano, y la inmensa y temible prisión con el mismo nombre.

Ya con Kabul a nuestras espaldas empezamos el ascenso pasando por debajo de  un gran arco en el que se lee “Goodbye” (Adiós). Y lo cierto es que un escalofrío me recorre el cuerpo. Porque ese adiós tiene algo de ironía ya que, en realidad, el letrero significa: ‘Bienvenidos a la carretera más peligrosa del mundo’.

Bienvenidos a los diversos pasos de montaña a través de túneles en pésimas condiciones, oscuros, sólo iluminados por los vehículos que los transitan y en los que colisionar o no es un juego de azar y reflejos. Afortunadamente Hadi tiene buenos reflejos. Bienvenidos a una calzada estrecha, vieja, fragmentada y sin barreras de protección donde los conductores afganos conducen ajenos ante la posibilidad de morir, lanzándose en un frenesí de bocinazos y carreras a lo loco sin respetar carriles, señales de tráfico o a los demás conductores.

Camiones de gran tonelaje, vehículos blindados todo terreno, furgonetas de todos los tamaños, motoristas, ciclistas, viandantes, el paso está abierto a todo ser humano que se atreva a cruzarlo. Sin reglas para el tráfico ni límites o policía que se preocupe por la seguridad vial.

Y en caso de que pase algo mejor encomendarse a lo que sea y hacer las paces, porque a este lugar una ambulancia o servicio de rescate tarda días en llegar. Como me cuenta Hadi con una gran sonrisa: “en la carretera de Jalalabad mejor morir de repente, que pasarte horas sufriendo”. Se la devuelvo pero tengo el estómago hecho un puño y la boca seca y con un gusto agrio.

Durante todo el trayecto hasta el descenso, unos 30 kilómetros de carretera sin pueblos ni casas, fotografío paisajes de enorme belleza, y algunas unidades del ejército afgano protegiendo puntos clave. Pero es difícil mirar a través del visor cuando los tienes por corbata.

En más de una ocasión me agarro al asiento, como si eso me fuese a salvar de algo, esperando el instante en que colisionaremos o nos despeñarnos por uno de los acantilados a unos 2.500 metros de altura. A lo que Hadi sonríe y me calma repitiendo “no te preocupes, he conducido muchas veces por esta carretera y sólo he tenido cinco o seis accidentes”. Lo miro con los ojos desorbitados. “Es broma”, añade, “sólo he tenido dos accidentes y no fueron culpa mía!”.

Finalmente empieza el descenso hacia Sarobi, la primera gran ciudad entre Kabul y Jalalabad, y con éste comienza la verdadera tensión. Aquí no hay límites de velocidad que valgan, ni policía de tráfico para calmar a los locos del volante. El descenso es el lugar donde ocurren la mayoría de accidentes mortales, según Hadi dos o tres al día. Lo miro y sonrío para mí porque conozco la tendencia afgana a la exageración, pero enseguida me tengo que comer mis palabras.

A la salida de uno de los túneles, en el temible paso de Mayipar, el tráfico se reduce porque hace unas horas ha habido un accidente. Pasamos por delante, Hadi reduce la velocidad para que pueda capturar el momento con mi cámara, y observamos una furgoneta hecha pedazos levantada por una grúa. Hadi se detiene y pregunta a uno de los curiosos que también ha detenido su vehículo. Aparentemente los tres ocupantes han muerto tras despeñarse por la parte de la carretera justo encima de nosotros. Miro hacia arriba y, efectivamente, se puede ver restos del vehículo desperdigados por la ladera.

Seguimos nuestro descenso y somos testigos de dos accidentes más. Uno in situ y otro que ha pasado hace sólo unos minutos. El primero ocurre a tan sólo unos metros cuando el conductor situado dos vehículos por delante nuestro se abre en una curva sin visibilidad y colisiona el costado de su Toyota Corolla blanco con una furgoneta destartalada. Afortunadamente la rápida frenada de los dos hace que los vehículos impacten sin fuerza, y quedan atravesados en la carretera.

El segundo es más aparatoso. Un vehículo ha caído por un terraplén tras chocar con un motorista. Observamos la motocicleta hecha un amasijo de metal pero no al conductor, que seguramente a salido volando y ha ido a parar Dios sabe dónde. Pero esta vez no nos detenemos. Hemos perdido mucho tiempo entre atascos y demás y aún quedan alrededor de 80 quilómetros hasta llegar a Jalalabad. El sol está descendiendo y es primordial llegar antes de que anochezca ya que esta carretera, como casi todas en Afganistán, cuando cae la noche es señorío Talibán.

A partir de ahora dejamos atrás los peligrosos pasos de montaña, y la carretera desciende suavemente hacia Jalalabad. El único inconveniente es que, desde este momento y hasta casi llegar a Jalalabad cruzaremos áreas controladas por los Talibán. El mismo Sarobi y alrededores es feudo de los Insurgentes, a pesar de lo que afirmen el Gobierno Afgano y la OTAN.

Y como recordatorio de la peligrosidad de este lugar está el asesinato en 2001 del periodista español de El Mundo Julio Fuentes, que ocurrió en el siguiente tramo de carretera. Entramos en territorio Talibán…

De Kabul a Jalalabad,  a través de la carretera más peligrosa del mundo (II), estará disponible en unos días.
Mientras, puedes ver el reportaje fotográfico en  mi página web.

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