Sir Ridley Scott, uno de los escasos cineastas de Hollywood cuyo nombre es sinónimo de cierto interés (nostálgico a mi parecer) para público y crítica, estrena en nuestro país un film esperado con impaciente ardor (y temor) por numerosos aficionados a este (a veces) funesto arte. El resultado, en un contexto en el cual no se esperaba gran cosa, está muy por encima de los últimos trabajos de Scott, véase la entretenida y cargante “Black Hawk Down”, la delirante “Hannibal”, las incalificables “Thelma y Louise” y “La teniente O´Neill”, la exasperante y ridícula “Gladiator” o la que es, posiblemente, su peor película: “1492: La Conquista del Paraíso”.
“El Reino de los Cielos” (2005), así es como se llama su último trabajo, se ambienta en el mundo de las Cruzadas, concretamente en la tercera, a finales del siglo XII. Como bien se nos anuncia en los rótulos que aparecen a modo de prólogo, muchos caballeros volvían a sus tierras a reclutar más guerreros tras luchar en el nombre de Dios por el afianzamiento de los Reinos Cristianos que se habían creado 200 años antes, cuando la Primera Cruzada conquistó Jerusalén y algunos enclaves importantes en Oriente Medio. Cuando Balian (Orlando Bloom) se entera de que es hijo de Godofredo de Ibelin (Liam Neeson), caballero cruzado, una serie de acontecimientos (cada cual más escabroso) provocan su marcha conjunta a Jerusalén para luchar contra los ejércitos de Saladino, sultán musulmán vencedor de innumerables batallas contra los cristianos.
La historia de Balian centra las casi dos horas y media de una película en la que encontramos, en su justa medida, concesiones al espectáculo más grandilocuente (con poco diálogo, la mayoría infumable) así como pausas dramáticas, explicativas acerca del razonamiento (a veces algo inconsistente) de los personajes.
En cuanto a la fidelidad histórica a los acontecimientos relatados se pueden objetar muchas cosas, si bien son los problemas cinematográficos los que más desequilibran el buen hacer tras las cámaras de Ridley. En este sentido, Orlando Bloom resulta una elección penosa, cuyo porte cruzadista resulta ilógico a todas luces, al igual que un demacrado Jeremy Irons y un accidental Liam Neeson, que regresa a las superproducciones megalómanas tras “Gangs de Nueva York”, donde interpretaba a un personaje que guardaba muchas similitudes con el que ahora representa. Se salva únicamente Eva Green (“Soñadores”), una actriz de futuro que entra en Hollywood por la puerta grande.
Por otro lado, las escenas de combates siguen en la línea de su sobrevalorado peplum, con muchos planos cortos, recuperando ahora sí cierto gusto por el montaje y su capacidad para manipular el tiempo y el espacio. Y aquí es donde Scott se maneja mejor que otras veces en “El Reino de los Cielos”, y el aburrimiento de muchas de sus obras pretéritas queda ahora socavado por una profunda y sistemática elaboración de las secuencias, controlando la sintaxis fílmica de modo bastante aceptable.
En cuanto a la moralidad religiosa de la película, Scott se mantiene en un tono conciliador, neutro, atacando eso sí las falacias interesadas de algunos obispos o el ansia de riqueza que precede a los caballeros de la Cuarta Cruzada, la más lamentable de todas.
“El Reino de los Cielos” no es una gran película, pero al menos consigue recuperar a un realizador que desde hace ya más de 20 años (“Blade Runner”, 1983) se ha mantenido siempre en una mediocridad predispuesta ya en los guiones que encaraba. Ahora no veremos la frescura del director de “Alien. El octavo pasajero” o “Los duelistas”, pero es reconfortante poder salir de las Cruzadas con cierta fascinación.