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Este verano, Miquel, no pudiste releer de nuevo Lighea de Lampedusa.

El último octubre de Miquel Pairolí

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A punto de situarse entre los mejores escritores catalanes de la segunda mitad del XX, Miquel Pairolí murió el 6 de julio de 2011 y se marchó pendiente de explicarme, todavía, porque la protagonista de El camp de l’ombra conduce un Lancia Delta. Y lo que es peor, este verano, Miquel, no pudiste releer de nuevo Lighea de Lampedusa.

En el Garraf, Miquel, los últimos rayos de sol traen todavía calor y claridad, mucha claridad, sobre todo claridad. Es el octubre más caluroso de las últimas décadas en el Penedès y el mes con mejor clima en tu Empordà desde 1954, el año mismo que fue construida tu casa en Quart y el año que Joan Vinyoli se instaló en Can Pallí de Begur.

Este triángulo de costa elegido: Palafrugell, Palamós y Begur luce espléndido. Todo muy lejos de tu Octubre que comenzó con una ola de frío. Y eso que el verano llegó mal, de pena. De julio, ni te hablo. Y nosotros provocando la risa, eso sí, comiéndonos unos bocatas de jamón a pie de arroyo en las puertas de Quart. Pareceríamos unos irreverentes, eso sí, si no fuera por la íntima sensación de afecto y de cariño que nos llevaron hasta allí pora tu entierro. A mí, -y cito en tu discreto nomenclátor- y a M.C. y a E. S. Nos acompañó incluso C.S., en el primer funeral conjunto que recuerdo a no ser que el fallecido fuera de la familia. Al igual. Y ten en cuenta que asistió incluso el conseller Mascarell, hombre sensible y de cultura fina, y el alcalde de Girona, periodista también. En este sentido, tú, un funeral de primera a mayor gloria de la estirpe de tu Cera. Y a todos nos quedó claro, como dejaste dicho y dejaste decir a tus amigos, con Ángel Madrià a la cabeza, que "por razones obvias" tú estarías sólo de cuerpo presente.

La solidez de la obra de Miguel Pairolí, la capacidad narrativa y la precisión en la descripción de ambientes y sensaciones no puede pasar desapercibida en este país pequeño y siempre cabreado. Por el escaso artificio formal de su relato y, sin embargo, su exuberancia. Un estilo contenido pero florido, a la vez firme y sinuoso, como la corteza de la encina. Tu encina, Miquel, la que persevera. Como tú, Miquel, según definió Josep Pla a los hombres de tu tierra: "adivinan el tiempo, miran el cielo, espían el mar, sienten el viento en la nuca, ven un pez, pulsan una vela, siguen una nube, huelen un rastro, hacen pronósticos razonados y prudentes, tienen el paladar fino y todo lo quieren fresco. Tienen ingenio en la mano, los sentidos despiertos, sienten crecer la hierba, duermen con un ojo abierto. No hay otra cultura que esta en este mundo, el resto es dolor, angustia y ceniza". Tienes razón Miquel, carpe diem.

Pairolí: articulista de L’escaire del diario El Punt y Avui, jefe de opinión al liquidado Diario de Barcelona desaparecido a pesar de su "esperanza irracional" en la supervivencia, guionista del Literal de TVE, biógrafo de Joan Oró, autor de ensayo, de estudios literarios y de teatro ... premio Crítica Serra d'Or 2011 por el dietario Octubre.

Y lo más importante, en palabras de Luis Montada, "mantenía inexpugnable su círculo íntimo y prodigaba una amistad noble". Gracias Miquel: "Para Xavier, que se ha leído este libro con más cariño que yo".
La narrativa de Miguel Pairolí es sensual y cruda, precisa, contenida y vital a la vez. Un canto a la vida y un pulso a la muerte desde el exacto punto de la serenidad personal y creativa que Joan Vinyoli sitúa en un punto exacto:

"Todo gira como en un parque de atracciones,
pero tú y yo vivimos en el botón de la rueda,
donde es imperceptible el movimiento ".

Miquel Pairolí deja hecha una gran literatura. Construida con elementos sencillos y cercanos pero profundizando en los grandes temas de la creación. El sentido de la muerte y de la vida: la implacable apisonadora del paso del tiempo, la renuncia insoslayable a los grandes placeres de la vida que la vida misma nos va retirando.

Y lo ha hecho con las mismas herramientas recibidas de la herencia intelectual y genética que él reivindica de la gente del campo, los payeses del entorno del Onyar. Con precisión, paciencia y conocimiento de lo que lleva entre manos bien sea el azadón carcomido del padre y del abuelo, bien sea la última entrada del próximo dietario apenas iniciado: no sido un sueño, no.

Poco amante del gregarismo y de los saraos, alguien debería reivindicar para él la Creu de Sant Jordi -"por razones obvias"- a título póstumo. O no. Mejor que le dediquemos un mirador desde donde se vea lo que Miquel veía y podamos aprender a pensar y a ser como él pensaba y era. Y sobre todo, que esté su banco preferido y que se vislumbre, no jodamos!, una magnífica panorámica del perfil de las Gavarres al caer el sol. O decidamos dedicarle una bonita plaza en Girona, qué coño!

Xavier Grau

El último octubre de Miquel Pairolí

Este verano, Miquel, no pudiste releer de nuevo Lighea de Lampedusa.
Xavier Grau
lunes, 9 de enero de 2012, 08:38 h (CET)
A punto de situarse entre los mejores escritores catalanes de la segunda mitad del XX, Miquel Pairolí murió el 6 de julio de 2011 y se marchó pendiente de explicarme, todavía, porque la protagonista de El camp de l’ombra conduce un Lancia Delta. Y lo que es peor, este verano, Miquel, no pudiste releer de nuevo Lighea de Lampedusa.

En el Garraf, Miquel, los últimos rayos de sol traen todavía calor y claridad, mucha claridad, sobre todo claridad. Es el octubre más caluroso de las últimas décadas en el Penedès y el mes con mejor clima en tu Empordà desde 1954, el año mismo que fue construida tu casa en Quart y el año que Joan Vinyoli se instaló en Can Pallí de Begur.

Este triángulo de costa elegido: Palafrugell, Palamós y Begur luce espléndido. Todo muy lejos de tu Octubre que comenzó con una ola de frío. Y eso que el verano llegó mal, de pena. De julio, ni te hablo. Y nosotros provocando la risa, eso sí, comiéndonos unos bocatas de jamón a pie de arroyo en las puertas de Quart. Pareceríamos unos irreverentes, eso sí, si no fuera por la íntima sensación de afecto y de cariño que nos llevaron hasta allí pora tu entierro. A mí, -y cito en tu discreto nomenclátor- y a M.C. y a E. S. Nos acompañó incluso C.S., en el primer funeral conjunto que recuerdo a no ser que el fallecido fuera de la familia. Al igual. Y ten en cuenta que asistió incluso el conseller Mascarell, hombre sensible y de cultura fina, y el alcalde de Girona, periodista también. En este sentido, tú, un funeral de primera a mayor gloria de la estirpe de tu Cera. Y a todos nos quedó claro, como dejaste dicho y dejaste decir a tus amigos, con Ángel Madrià a la cabeza, que "por razones obvias" tú estarías sólo de cuerpo presente.

La solidez de la obra de Miguel Pairolí, la capacidad narrativa y la precisión en la descripción de ambientes y sensaciones no puede pasar desapercibida en este país pequeño y siempre cabreado. Por el escaso artificio formal de su relato y, sin embargo, su exuberancia. Un estilo contenido pero florido, a la vez firme y sinuoso, como la corteza de la encina. Tu encina, Miquel, la que persevera. Como tú, Miquel, según definió Josep Pla a los hombres de tu tierra: "adivinan el tiempo, miran el cielo, espían el mar, sienten el viento en la nuca, ven un pez, pulsan una vela, siguen una nube, huelen un rastro, hacen pronósticos razonados y prudentes, tienen el paladar fino y todo lo quieren fresco. Tienen ingenio en la mano, los sentidos despiertos, sienten crecer la hierba, duermen con un ojo abierto. No hay otra cultura que esta en este mundo, el resto es dolor, angustia y ceniza". Tienes razón Miquel, carpe diem.

Pairolí: articulista de L’escaire del diario El Punt y Avui, jefe de opinión al liquidado Diario de Barcelona desaparecido a pesar de su "esperanza irracional" en la supervivencia, guionista del Literal de TVE, biógrafo de Joan Oró, autor de ensayo, de estudios literarios y de teatro ... premio Crítica Serra d'Or 2011 por el dietario Octubre.

Y lo más importante, en palabras de Luis Montada, "mantenía inexpugnable su círculo íntimo y prodigaba una amistad noble". Gracias Miquel: "Para Xavier, que se ha leído este libro con más cariño que yo".
La narrativa de Miguel Pairolí es sensual y cruda, precisa, contenida y vital a la vez. Un canto a la vida y un pulso a la muerte desde el exacto punto de la serenidad personal y creativa que Joan Vinyoli sitúa en un punto exacto:

"Todo gira como en un parque de atracciones,
pero tú y yo vivimos en el botón de la rueda,
donde es imperceptible el movimiento ".

Miquel Pairolí deja hecha una gran literatura. Construida con elementos sencillos y cercanos pero profundizando en los grandes temas de la creación. El sentido de la muerte y de la vida: la implacable apisonadora del paso del tiempo, la renuncia insoslayable a los grandes placeres de la vida que la vida misma nos va retirando.

Y lo ha hecho con las mismas herramientas recibidas de la herencia intelectual y genética que él reivindica de la gente del campo, los payeses del entorno del Onyar. Con precisión, paciencia y conocimiento de lo que lleva entre manos bien sea el azadón carcomido del padre y del abuelo, bien sea la última entrada del próximo dietario apenas iniciado: no sido un sueño, no.

Poco amante del gregarismo y de los saraos, alguien debería reivindicar para él la Creu de Sant Jordi -"por razones obvias"- a título póstumo. O no. Mejor que le dediquemos un mirador desde donde se vea lo que Miquel veía y podamos aprender a pensar y a ser como él pensaba y era. Y sobre todo, que esté su banco preferido y que se vislumbre, no jodamos!, una magnífica panorámica del perfil de las Gavarres al caer el sol. O decidamos dedicarle una bonita plaza en Girona, qué coño!

Xavier Grau

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