Con la difícil premisa de una bolsa llena de dinero que cae accidentalmente en manos de dos chicos huérfanos de madre, Danny Boyle (“Trainspotting”) construye una fábula sobre el poder del dinero en el libre albedrío de las personas y la capacidad de estas para afrontar un problema moral de calado universal. Se trata de enriquecerse uno mismo o ayudar a los demás.
“Millones” enlaza de forma acertada dos géneros que suelen dar poco de sí mismos cuando van unidos: el fantástico y el infantil, si este último puede considerarse un género como tal en vez de una variante del primero. Así, el montaje frenético del paso del tren, las conversaciones de Damian con los Santos o la caricaturización consciente del ladrón dan a la historia un cierto sabor a película nueva, fresca, de ideas ingeniosas y con un autor que se deja ver tras las cámaras, como ya había hecho en “Trainspotting” o “28 días después”.
Sin embargo, a los que piensen en no ver “Millones” por prejuicios disneyanos, les diré también que no se trata de un film infantil al uso, pues si bien el final resulta ser el más feliz imaginable, deja latente un pesimismo radical si echamos un ojo a los personajes y sus motivaciones: Ronnie (James Nesbitt), el padre de los chicos, está decidido a gastarse el dinero para pagar los desperfectos de su casa (desvalijada por el ladrón) y dar una buena educación a sus hijos, así como tomar unas buenas vacaciones; Dorothy sólo se asusta al principio, pero pronto sucumbe también a la tentación de los billetes; y Anthony se pasa toda la película pensando cómo conseguir más invirtiendo, comprando un piso o un montón de juguetes para las navidades. En fin, únicamente Damian (Alex Etel) quiere donar el dinero a todo el que de verdad lo necesite, trátese de hambrientos etíopes, nómadas mendigos o vecinos con apuros para llegar a fin de mes. Pero la ironía aparece en cómo Boyle retrata a Damian, alejado de la “normalidad”, como un niño que no es de este mundo: las visiones de Santos, la casa construyéndose, su madre ya muerta... hacen pensar en un Boyle pesimista, en el que ningún ser humano por naturaleza se libraría de la tiranía del dinero y sus propios intereses.
Y además de la vertiente moral el film tiene una dirección artística sobresaliente, y sus efectos visuales (bastante numerosos, por cierto) ponen la nota humorística y festiva a este cuento no-tan-infantil, alejado ahora del Boyle psicodélico aunque igual de taumatúrgico que siempre.