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The Washington Post Writers Group

El futuro de América a la ruleta rusa

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WASHINGTON -- Hay momentos en los que nuestro sistema político, cuyo principal cometido es mediar en los conflictos de formas deseables y aceptadas de forma generalizada, simplemente no está a la altura. Fracasa. Éste podría ser uno de esos momentos. Lo que aprendimos en 2011 es que el frustrante y confuso debate presupuestario podría no alcanzar nunca una conclusión viable. Podría prolongarse indefinidamente hasta serle puesto fin de forma abrupta por una serie de crisis económicas o financieras que arranque el control a los líderes electos.

Estamos pasando de la política "del regalo a fondo perdido" a la política del "racionamiento progresivo". Desde la Segunda Guerra Mundial, presidentes y congresos han ocupado la envidiable posición de distribuir más derechos sociales entre un mayor número de personas sin imponer tributos cada vez más elevados. Ahora, esta forma de administración pública deja de funcionar, y los políticos se enfrentan a lo diametralmente opuesto: dosificar progresivamente -- reducir derechos sociales o subir significativamente los impuestos -- para impedir que el déficit público desestabilice la economía. No está claro que Demócratas o Republicanos sepan encajar el cambio.

Nuestro sistema político ha fracasado con anterioridad. Los conflictos que no se podían resolver a través del debate, el compromiso y la legislación se zanjaban de formas más primitivas y violentas. La Guerra Civil fue el fracaso más trágico y estrepitoso; los líderes no supieron poner fin a la esclavitud de forma pacífica. En nuestros días, el descontento social y el desorden público de la década de los 60 -- los derechos civiles y los movimientos pacifistas y los disturbios -- casi desbordan las particularidades del mecanismo político estadounidense. También lo hizo la inflación superior al 10%, llegando a rozar el 13% en 1979 y 1980, que durante años desafió los esfuerzos por controlarla.

La crisis presupuestaria plantea interrogantes comparables. ¿Sabremos resolverla antes de que una crisis de límites difusos imponga sus propios términos? Durante años ha existido una faceta "que no falte de nada" revistiendo nuestra legislación pública. Cada vez más gente pasaba a depender del estado. Entre 1960 y 2010, el porcentaje del gasto federal destinado a "compensaciones a particulares" (la seguridad social, las cartillas de alimentación, el programa Medicare de la tercera edad y similares) escaló del 26% al 66%. Mientras tanto, la carga impositiva apenas se movió. En 1960, los impuestos federales representaban el 17,8% de la riqueza nacional (producto interior bruto). En el ejercicio 2007, representaron el 18,5% del PIB.

Esta suerte propicia era reflejo de la caída libre del gasto militar -- del 52% del desembolso federal extraordinario en 1960 al 20% actual -- y del crecimiento económico sólido que propiciaba saneadas recaudaciones públicas. El déficit presupuestario modesto servía en general para salir de cualquier paso. Pero ahora esta matemática favorable se ha derrumbado bajo el peso del crecimiento económico desacelerado (incluso después de la recuperación de una recesión), una población que envejece (elevando la cifra de pensionistas) y el elevado gasto sanitario (el 26% del gasto público federal ya). El déficit actual y el proyectado son colosales.

El problema es que, aunque la dinámica económica de las políticas del regalo a fondo perdido ha cambiado, la dinámica política no. Los progres siguen queriendo más gasto público, los conservadores mayores bajadas de los impuestos. (Aunque la carga impositiva ha permanecido constante, diversos "recortes" han compensado las subidas proyectadas y desplazado la carga). Con contadas excepciones, Demócratas y Republicanos no han suscrito políticas de dosificación para reconciliar el apetito de derechos sociales de los estadounidenses con su desagrado hacia los impuestos. El Presidente Obama no ha brindado ningún liderazgo. Al margen del congresista Paul Ryan, secretario del Comité Presupuestario de la Cámara, pocos Republicanos lo han hecho.

Nadie quiere racionar; regalar es más divertido. Todos los desencuentros presupuestarios de 2011 -- en torno al techo de la deuda, en torno al supercomité del déficit, en torno a la bajada de las retenciones -- evitaron escrupulosamente los temas capitales. Hay un debate legítimo a mantener en torno al ritmo al que deben de reducirse los déficits para evitar poner en peligro la recuperación económica, destaca Charles Blahous, funcionario de la Casa Blanca durante la administración George W. Bush. Pero el problema presupuestario a largo plazo, dice, se deriva de la seguridad social, del programa Medicare de la tercera edad y de los demás programas de salud pública.

Cualquier resolución de la crisis presupuestaria tendrá por fuerza que dar carpetazo, en parte por lo menos, al último medio siglo de política. Los conservadores se detienen en las subidas tributarias que hacen falta y dicen: "de ninguna manera". Los progres se detienen en los recortes de las pensiones exigidos y dicen: "de ninguna manera".

Cada parte vuelve a evasivas guionizadas. Los izquierdistas dan a entender (erróneamente) que gravar a las rentas altas va a solucionar el problema presupuestario a largo plazo. No lo solucionará. Por ejemplo, los 400 estadounidenses más ricos de la lista Forbes tienen un patrimonio conjunto de 1,5 billones de dólares. Si el estado expropia simplemente todo lo que tienen a su nombre, y lo entrega a las arcas públicas en la indigencia, apenas financia el extraordinario déficit acumulado de 1,3 billones para el ejercicio 2011. Los conservadores deploran "el gasto público" en abstracto, ignorando voluntariamente la popularidad que tiene gran parte del gasto público, la seguridad social y el programa Medicare de la tercera edad en especial.

De forma que el sistema político se viene abajo. Está anclado en el pasado. No puede tomar las decisiones deseables relativas al futuro. No sabe resolver conflictos acusados.

Una teoría alternativa dice que nos estamos metiendo en el jardín del consenso caótico. Todos los estudios y negociaciones fallidas despejan el terreno al acomodo final. Quizá. Pero es igual de probable que la búsqueda partidista de culpables este año esté vaticinando más chivos expiatorios partidistas. Los líderes políticos dan por sentado que los mercados no se van a atascar nunca de deuda estadounidense ni a imponer tipos de interés más elevados, importantes recortes del gasto público o subidas tributarias.

En el mejor de los casos, son castillos en el aire. En el peor, es jugarse el futuro del país a la ruleta rusa.

 

El futuro de América a la ruleta rusa

The Washington Post Writers Group
Robert J. Samuelson
martes, 27 de diciembre de 2011, 08:25 h (CET)

WASHINGTON -- Hay momentos en los que nuestro sistema político, cuyo principal cometido es mediar en los conflictos de formas deseables y aceptadas de forma generalizada, simplemente no está a la altura. Fracasa. Éste podría ser uno de esos momentos. Lo que aprendimos en 2011 es que el frustrante y confuso debate presupuestario podría no alcanzar nunca una conclusión viable. Podría prolongarse indefinidamente hasta serle puesto fin de forma abrupta por una serie de crisis económicas o financieras que arranque el control a los líderes electos.

Estamos pasando de la política "del regalo a fondo perdido" a la política del "racionamiento progresivo". Desde la Segunda Guerra Mundial, presidentes y congresos han ocupado la envidiable posición de distribuir más derechos sociales entre un mayor número de personas sin imponer tributos cada vez más elevados. Ahora, esta forma de administración pública deja de funcionar, y los políticos se enfrentan a lo diametralmente opuesto: dosificar progresivamente -- reducir derechos sociales o subir significativamente los impuestos -- para impedir que el déficit público desestabilice la economía. No está claro que Demócratas o Republicanos sepan encajar el cambio.

Nuestro sistema político ha fracasado con anterioridad. Los conflictos que no se podían resolver a través del debate, el compromiso y la legislación se zanjaban de formas más primitivas y violentas. La Guerra Civil fue el fracaso más trágico y estrepitoso; los líderes no supieron poner fin a la esclavitud de forma pacífica. En nuestros días, el descontento social y el desorden público de la década de los 60 -- los derechos civiles y los movimientos pacifistas y los disturbios -- casi desbordan las particularidades del mecanismo político estadounidense. También lo hizo la inflación superior al 10%, llegando a rozar el 13% en 1979 y 1980, que durante años desafió los esfuerzos por controlarla.

La crisis presupuestaria plantea interrogantes comparables. ¿Sabremos resolverla antes de que una crisis de límites difusos imponga sus propios términos? Durante años ha existido una faceta "que no falte de nada" revistiendo nuestra legislación pública. Cada vez más gente pasaba a depender del estado. Entre 1960 y 2010, el porcentaje del gasto federal destinado a "compensaciones a particulares" (la seguridad social, las cartillas de alimentación, el programa Medicare de la tercera edad y similares) escaló del 26% al 66%. Mientras tanto, la carga impositiva apenas se movió. En 1960, los impuestos federales representaban el 17,8% de la riqueza nacional (producto interior bruto). En el ejercicio 2007, representaron el 18,5% del PIB.

Esta suerte propicia era reflejo de la caída libre del gasto militar -- del 52% del desembolso federal extraordinario en 1960 al 20% actual -- y del crecimiento económico sólido que propiciaba saneadas recaudaciones públicas. El déficit presupuestario modesto servía en general para salir de cualquier paso. Pero ahora esta matemática favorable se ha derrumbado bajo el peso del crecimiento económico desacelerado (incluso después de la recuperación de una recesión), una población que envejece (elevando la cifra de pensionistas) y el elevado gasto sanitario (el 26% del gasto público federal ya). El déficit actual y el proyectado son colosales.

El problema es que, aunque la dinámica económica de las políticas del regalo a fondo perdido ha cambiado, la dinámica política no. Los progres siguen queriendo más gasto público, los conservadores mayores bajadas de los impuestos. (Aunque la carga impositiva ha permanecido constante, diversos "recortes" han compensado las subidas proyectadas y desplazado la carga). Con contadas excepciones, Demócratas y Republicanos no han suscrito políticas de dosificación para reconciliar el apetito de derechos sociales de los estadounidenses con su desagrado hacia los impuestos. El Presidente Obama no ha brindado ningún liderazgo. Al margen del congresista Paul Ryan, secretario del Comité Presupuestario de la Cámara, pocos Republicanos lo han hecho.

Nadie quiere racionar; regalar es más divertido. Todos los desencuentros presupuestarios de 2011 -- en torno al techo de la deuda, en torno al supercomité del déficit, en torno a la bajada de las retenciones -- evitaron escrupulosamente los temas capitales. Hay un debate legítimo a mantener en torno al ritmo al que deben de reducirse los déficits para evitar poner en peligro la recuperación económica, destaca Charles Blahous, funcionario de la Casa Blanca durante la administración George W. Bush. Pero el problema presupuestario a largo plazo, dice, se deriva de la seguridad social, del programa Medicare de la tercera edad y de los demás programas de salud pública.

Cualquier resolución de la crisis presupuestaria tendrá por fuerza que dar carpetazo, en parte por lo menos, al último medio siglo de política. Los conservadores se detienen en las subidas tributarias que hacen falta y dicen: "de ninguna manera". Los progres se detienen en los recortes de las pensiones exigidos y dicen: "de ninguna manera".

Cada parte vuelve a evasivas guionizadas. Los izquierdistas dan a entender (erróneamente) que gravar a las rentas altas va a solucionar el problema presupuestario a largo plazo. No lo solucionará. Por ejemplo, los 400 estadounidenses más ricos de la lista Forbes tienen un patrimonio conjunto de 1,5 billones de dólares. Si el estado expropia simplemente todo lo que tienen a su nombre, y lo entrega a las arcas públicas en la indigencia, apenas financia el extraordinario déficit acumulado de 1,3 billones para el ejercicio 2011. Los conservadores deploran "el gasto público" en abstracto, ignorando voluntariamente la popularidad que tiene gran parte del gasto público, la seguridad social y el programa Medicare de la tercera edad en especial.

De forma que el sistema político se viene abajo. Está anclado en el pasado. No puede tomar las decisiones deseables relativas al futuro. No sabe resolver conflictos acusados.

Una teoría alternativa dice que nos estamos metiendo en el jardín del consenso caótico. Todos los estudios y negociaciones fallidas despejan el terreno al acomodo final. Quizá. Pero es igual de probable que la búsqueda partidista de culpables este año esté vaticinando más chivos expiatorios partidistas. Los líderes políticos dan por sentado que los mercados no se van a atascar nunca de deuda estadounidense ni a imponer tipos de interés más elevados, importantes recortes del gasto público o subidas tributarias.

En el mejor de los casos, son castillos en el aire. En el peor, es jugarse el futuro del país a la ruleta rusa.

 

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