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Menos de la mitad de los estadounidenses no están casados

Explorando la brecha del matrimonio

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WASHINGTON -- De mantenerse la tendencia actual, dentro de unos años menos de la mitad de la población adulta estadounidense estará casada. Este acusado descenso no es un problema social solamente -- que lo es -- es un problema económico también.

En concreto, es un problema de desigualdad y de movilidad económica. La constante caída del número de matrimonios contribuye a la desigualdad y además la consolida.

Las cifras más recientes, del Pew Research Center, son llamativas y preocupantes. En 1960, casi las tres cuartas partes de los adultos de más de 18 años estaban casados. Hacia 2010, esa cifra había descendido a una mayoría justa, el 51 por ciento. Cuatro de cada 10 nacimientos eran partos de mujeres solteras.

En 1960, los adultos con mejor y peor educación tenían igual probabilidad de estar casados. Ahora casi los dos tercios de los licenciados universitarios están casados, en comparación con menos de la mitad en el caso de aquellos que tienen un graduado o titulación inferior. Los que tienen peor educación tienen menor probabilidad de casarse y tienen mayor probabilidad de divorciarse si se casan.

"La estructura familiar es la nueva frontera de la sociedad estadounidense", me dice Isabel Sawhill, de la Brookings Institution.

A medida que el matrimonio pasa a ser un fenómeno que se da en los que están socialmente mejor posicionados y tienen mejor educación, la renta de las parejas en las que trabajan los dos se distancia cada vez más de los ingresos de los adultos solteros con problemas para llegar a fin de mes. Hay en esto una especie de dilema del huevo y la gallina -- ¿contribuye la estabilidad económica a la decisión de no casarse, o contribuye la decisión de no casarse a la inestabilidad económica? -- pero de cualquier forma, el fenómeno se está consolidando.

Motivo de mayor preocupación todavía es el impacto generacional de esta desigualdad aumentada. Nacer en una familia estable con dos cónyuges es un determinante claro de los resultados educativos. A su vez, la educación es un determinante claro -- cada vez más claro -- de la estabilidad económica de por vida. Como resultado, la brecha del matrimonio se convierte en un proceso espeluznante que se perpetúa sólo.

Proselitizar los beneficios del matrimonio puede tener un aire conservador -- promover el matrimonio entre los receptores de las ayudas sociales causó sensación durante la administración George W. Bush -- pero no hay que ser conservador para lamentar estas estadísticas.

No es solamente que los que tienen educación superior tienen muchas más probabilidades de casarse -- es que tienen más probabilidades de casarse con alguien de su misma categoría. "Los caballeros solían casarse con sus secretarias", observa Sawhill. "Ahora se casan con la mujer que conocieron en la facultad de medicina".

Como resultado, dice Sawhill, "Estas parejas en las que los dos trabajan en la cima de la escala social se están haciendo de oro simplemente y estos padres solteros de la base llevan vidas miserables. Y si los padres solteros se casan sus vidas son menos miserables, y si estos profesionales de elevada remuneración en la cima no se estuvieran casando entre sí y formando pequeñas sociedades estarían en peor situación".

A propósito de las sociedades: más parejas conviven juntas en estos tiempos, pero como cuestión económica, esto no soluciona el problema.

Un estudio Pew anterior concluye que la pareja típica que viven juntos con educación superior disfruta de una renta familiar ligeramente superior al universitario casado, cosa que tiene sentido. En el caso del universitario que convive con alguien, vivir juntos tiende a ser un paso previo al matrimonio y a tener hijos, momento en el cual la renta familiar puede descender cuando uno de los cónyuges trabaja menos.

Pero en el caso del que no tiene educación superior, convivir con alguien es más una alternativa al matrimonio que un paso previo. Tienen muchas más probabilidades de tener hijos que las parejas con educación superior -- y tienen rentas medias significativamente inferiores a las parejas casadas de formación comparable.

No sólo eso, vivir juntos no es equivalente al matrimonio en términos de estabilidad familiar. Los demógrafos Sheela Kennedy y Larry Bumpass concluyen que a los 12 años de edad, alrededor de las dos terceras partes de los menores hijos de parejas que conviven juntas ven separarse a la familia, en comparación con una cuarta parte de los menores de parejas casadas.

La brecha del matrimonio tampoco parece destinada a desaparecer. Pew concluye que el 27 por ciento de las parejas con educación superior consideran el matrimonio "obsoleto". Pero el 45 por ciento de los graduados o los que tienen un título inferior tiene esa opinión.

Una filial distinta del Pew, su Economic Mobility Project, concluye que entre los menores que comenzaron en el tercio de cola de la riqueza, sólo la cuarta parte de los que tienen padres separados progresó siendo adultos hasta la parte media o la cima. En comparación, la mitad de los menores de parejas que permanecen casadas -- y algo sorprendente, el 42 por ciento de los hijos de madres solteras -- progresó en la escala de riqueza siendo adultos.

¿Es el matrimonio la panacea a un problema de desigualdad económica y de ausencia de movilidad económica más extendido? No, pero que haya menos matrimonios se traduce en mayor desigualdad. Ninguno de los resultados es positivo.

© 2011, The Washington Post Writers Group

Explorando la brecha del matrimonio

Menos de la mitad de los estadounidenses no están casados
Ruth Marcus
lunes, 19 de diciembre de 2011, 07:58 h (CET)

WASHINGTON -- De mantenerse la tendencia actual, dentro de unos años menos de la mitad de la población adulta estadounidense estará casada. Este acusado descenso no es un problema social solamente -- que lo es -- es un problema económico también.

En concreto, es un problema de desigualdad y de movilidad económica. La constante caída del número de matrimonios contribuye a la desigualdad y además la consolida.

Las cifras más recientes, del Pew Research Center, son llamativas y preocupantes. En 1960, casi las tres cuartas partes de los adultos de más de 18 años estaban casados. Hacia 2010, esa cifra había descendido a una mayoría justa, el 51 por ciento. Cuatro de cada 10 nacimientos eran partos de mujeres solteras.

En 1960, los adultos con mejor y peor educación tenían igual probabilidad de estar casados. Ahora casi los dos tercios de los licenciados universitarios están casados, en comparación con menos de la mitad en el caso de aquellos que tienen un graduado o titulación inferior. Los que tienen peor educación tienen menor probabilidad de casarse y tienen mayor probabilidad de divorciarse si se casan.

"La estructura familiar es la nueva frontera de la sociedad estadounidense", me dice Isabel Sawhill, de la Brookings Institution.

A medida que el matrimonio pasa a ser un fenómeno que se da en los que están socialmente mejor posicionados y tienen mejor educación, la renta de las parejas en las que trabajan los dos se distancia cada vez más de los ingresos de los adultos solteros con problemas para llegar a fin de mes. Hay en esto una especie de dilema del huevo y la gallina -- ¿contribuye la estabilidad económica a la decisión de no casarse, o contribuye la decisión de no casarse a la inestabilidad económica? -- pero de cualquier forma, el fenómeno se está consolidando.

Motivo de mayor preocupación todavía es el impacto generacional de esta desigualdad aumentada. Nacer en una familia estable con dos cónyuges es un determinante claro de los resultados educativos. A su vez, la educación es un determinante claro -- cada vez más claro -- de la estabilidad económica de por vida. Como resultado, la brecha del matrimonio se convierte en un proceso espeluznante que se perpetúa sólo.

Proselitizar los beneficios del matrimonio puede tener un aire conservador -- promover el matrimonio entre los receptores de las ayudas sociales causó sensación durante la administración George W. Bush -- pero no hay que ser conservador para lamentar estas estadísticas.

No es solamente que los que tienen educación superior tienen muchas más probabilidades de casarse -- es que tienen más probabilidades de casarse con alguien de su misma categoría. "Los caballeros solían casarse con sus secretarias", observa Sawhill. "Ahora se casan con la mujer que conocieron en la facultad de medicina".

Como resultado, dice Sawhill, "Estas parejas en las que los dos trabajan en la cima de la escala social se están haciendo de oro simplemente y estos padres solteros de la base llevan vidas miserables. Y si los padres solteros se casan sus vidas son menos miserables, y si estos profesionales de elevada remuneración en la cima no se estuvieran casando entre sí y formando pequeñas sociedades estarían en peor situación".

A propósito de las sociedades: más parejas conviven juntas en estos tiempos, pero como cuestión económica, esto no soluciona el problema.

Un estudio Pew anterior concluye que la pareja típica que viven juntos con educación superior disfruta de una renta familiar ligeramente superior al universitario casado, cosa que tiene sentido. En el caso del universitario que convive con alguien, vivir juntos tiende a ser un paso previo al matrimonio y a tener hijos, momento en el cual la renta familiar puede descender cuando uno de los cónyuges trabaja menos.

Pero en el caso del que no tiene educación superior, convivir con alguien es más una alternativa al matrimonio que un paso previo. Tienen muchas más probabilidades de tener hijos que las parejas con educación superior -- y tienen rentas medias significativamente inferiores a las parejas casadas de formación comparable.

No sólo eso, vivir juntos no es equivalente al matrimonio en términos de estabilidad familiar. Los demógrafos Sheela Kennedy y Larry Bumpass concluyen que a los 12 años de edad, alrededor de las dos terceras partes de los menores hijos de parejas que conviven juntas ven separarse a la familia, en comparación con una cuarta parte de los menores de parejas casadas.

La brecha del matrimonio tampoco parece destinada a desaparecer. Pew concluye que el 27 por ciento de las parejas con educación superior consideran el matrimonio "obsoleto". Pero el 45 por ciento de los graduados o los que tienen un título inferior tiene esa opinión.

Una filial distinta del Pew, su Economic Mobility Project, concluye que entre los menores que comenzaron en el tercio de cola de la riqueza, sólo la cuarta parte de los que tienen padres separados progresó siendo adultos hasta la parte media o la cima. En comparación, la mitad de los menores de parejas que permanecen casadas -- y algo sorprendente, el 42 por ciento de los hijos de madres solteras -- progresó en la escala de riqueza siendo adultos.

¿Es el matrimonio la panacea a un problema de desigualdad económica y de ausencia de movilidad económica más extendido? No, pero que haya menos matrimonios se traduce en mayor desigualdad. Ninguno de los resultados es positivo.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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