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“El peor analfabeto es el analfabeto político… el analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política” Bertolt Brecht

El Armagedón de la política española

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Difícilmente podríamos encontrar un momento más confuso que el actual en cuanto a la situación política de nuestra nación. Da la sensación de que estamos todos empeñados en provocar la autodestrucción de todo cuanto se ha conseguido, después de los años que llevamos en paz; una situación que, al parecer, a los españoles nos resulta muy difícil de conservar, dada nuestra natural tendencia a la indisciplina, a mostrarse incómodos con toda clase de régimen estable y al vicio de quejarnos, tanto de lo que nos puede favorecer, como de aquello que entendemos que nos pueda perjudicar sin que, en ninguna de ambas situaciones, antes de hacerlo nos hayamos tomado la molestia de reflexionar sobre ello.

Si ya no fuera alarmante que, en sólo unos pocos años, nuestras cámaras de representación popular hayan sido invadidas por una serie de representantes pertenecientes a formaciones que han surgido de la situación de la grave crisis por la que hemos pasado; grupos que se han ido incubando y desarrollando al amparo del descontento con el que, muchos ciudadanos, perjudicados por los efectos de la debacle económica, que se han tenido que enfrentar con una situación que los ha llevado al desempleo, a la pobreza, a la imposibilidad de atender las necesidades de su familia y la pérdida de sus bienes y, por desgracia, en muchas ocasiones, a tener que verse en una situación desesperada de absoluta miseria. Estas sanguijuelas políticas que nos han invadido, cuando los primeros síntomas de recuperación ya hacían esperar tiempos mejores y, la esperanza de superar los malos años de vacas flacas empezaba a despejar el horizonte de los nubarrones de la desesperación; han dado sus primeros rejonazos, precisamente incidiendo en lo que todavía sigue pendiente de solucionar, en lugar de hacer hincapié en lo que se va consiguiendo y en lo que, precisamente en los últimos años, a pesar de las condiciones adversas con las que el Gobierno se ha tenido que enfrentar, se lleva conseguido.

Grupos comunistoides, procedentes de allende el Atlántico, criados en universidades españolas y adiestrados en técnicas destructivas, en especialidades demagógicas y en artes revolucionarias, han ido apareciendo y extendiéndose como mancha de tinta derramada dentro de agua, por entre todas aquellas personas que han dado por culpar al Gobierno de la derecha de algo que tuvo lugar y se inició, precisamente, cuando los socialistas del señor Zapatero eran los que gobernaban España; con la particularidad de que, el mismo Rodríguez Zapatero, negó la existencia de la crisis y tuvo la fanfarronada de decir que España era la que mejores resultados tenía en sus resultados económicos, una aseveración que la cruda realidad no tardo en desmentir de cabo a rabo. Junto a este lumpen de origen universitario y parasitario de aquel 15M, que fue la primera demostración del peligro de que, aquella primera contención del pueblo español durante la crisis, que tanto se alabó, estaba a punto de convertirse en una acción revolucionaria, reivindicativa, de carácter populista y fuertes implicaciones anarquistas, en la que estaban implicados grupos de estudiantes, disgustados por las pocas perspectivas de trabajo a causa de los resultados de la mala situación económica del país.

La izquierdas, encabezadas por el PC español, reducido a su mínima expresión y sin posibilidades de gobernar la nación ante el dualismo de las dos formaciones más potentes de la política española, el PSOE y el PP, que tradicionalmente se iban turnando en el gobierno de la nación, donde la influencia del resto de partidos siempre había sido marginal y, sin duda, con poca influencia en las grandes decisiones que afectaban de una forma importante en la vida de los españoles; empezó a criticar la acción gubernamental. Por otra parte, en Cataluña, tradicionalmente de tendencias nacionalistas y, por supuesto, de gran implantación del ideario de izquierdas; fruto del descontento de CDC y de su nuevo presidente, Artur Mas, ( que acababa de perder unas elecciones autonómicas en las que había puesto toda la carne en el asador, con la pretensión de obtener una mayoría absoluta y la decepción subsiguiente, cuando le llegó de la mano del fracaso la pérdida de 12 escaños respecto a las anteriores elecciones) quiso recuperar la credibilidad, lanzándose a una política agresiva demandando, a bombo y platillo, la independencia de la autonomía catalana.

La Cup, la Asamblea Nacional Catalana, Units pel si, el Omnium Cultural y un sin finde de corpúsculos catalanistas y anarquistas, empezaron a surgir como setas, cada uno con sus exigencias y todos dispuestos a ir en contra del Estado, esperando obtener ventajas del órdago secesionista. Los de Podemos, comunistas bolivarianos, no fueron ajenos al proceso y, aunque desde el principio se mostraron poco partidarios de la separación de Cataluña, sin embargo, apoyaron de forma patente el derecho de los catalanes a hacer una consulta popular, para someter la cuestión de la independencia al pueblo catalán sin que, a su entender, el resto del pueblo español tuviera nada que decir al respeto. Algunos pensamos que, si el Gobierno de la nación, cuando los verdaderos defensores del separatismo eran muchos menos, quizá la salida hubiera consistido en convocar un referéndum en toda la nación, para poner en cuestión el tema catalán. La victoria del no a las pretensiones de las minorías catalanistas hubiera sido tan aplastante que, quizá, hubieran impedido que, los que ahora alardean de que una gran parte del pueblo catalán pide la independencia (algo falso), continuaran manteniendo, por una larga temporada, sus espurias pretensiones.

No obstante, señores, por si la confusión que actualmente reina en la política española no fuera suficiente y los distintos partidos de extrema izquierda, junto al PSOE remozado de Pedro Sánchez, (evidentemente escorado de una manera incomprensible a la izquierda, renunciando al espacio de centro-izquierda que se lo han dejado a Ciudadanos); que parece dispuesto a formar sociedad con Podemos de Pablo Iglesias, que es quien está intentando, por todos los medios a su alcance, llegar a una entente con los socialistas para intentar forzar una nueva moción de confianza o moción de censura que, con el supuesto apoyo de los nacionalistas, catalanes y vascos, consiguieran defenestrar a Mariano Rajoy de su cargo de presidente de la nación y establecer lo que ha sido la ambición del fanático P.Sánchez: un gobierno de izquierdas en el que la presidencia sería sin duda para el líder socialista, al menos al principio; porque lo evidente es que, quien acabaría por llevarse el gato al agua en esta operación, sería el hábil Pablo Iglesias.

Y, estando en esta situación, para crear más confusión si cabe, aparecen dos personajes más para irrumpir con un nuevo partido en la escena política, al que han inscrito en el correspondiente registro de partidos políticos, con la intención de cubrir un espacio que, según ellos, parece que sigue sin cubrir dentro del barullo de las izquierdas. ¡Muchos partidos parece que son, para repartirse unos votos que, al menos por lo que respecta a Podemos, parece que se van a perder con la posibilidad de ir a partidos como C´s o el propio PSOE! Pero lo que más llama la atención son sus impulsores, dos veteranos de la política con más conchas que un galápago y que fueron apartados, por distintos motivos, de los cargos que anteriormente desempeñaban: el uno, como juez de la Audiencia Nacional, condenado por prevaricación a 10 años de inhabilitación y, el otro, que llegó a ser el líder de los comunistas, caído en desgracia. Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares pretenden resurgir de su destierro para intentar, una vez más, conseguir su parte en esta sabrosa tarta que parece ser la política nacional. El manifiesto que han redactado está lleno de obviedades, de tópicos, de promesas imposible y de autobombo. Han conseguido agrupar a una serie de viejas glorias, pertenecientes al Jurásico de la política, entre los cuales se ven nombres como el de Antonio Gutiérrez, secretario general, en su día, de CC.OO; la abogada laboralista Cristina Almeida, en el ocaso de su carrera; la inefable Almudena Grandes, erre que erre con su vena comunista; Carlos Berzosa, el catedrático filocomunista y, no se extrañen, porque es un hombre que siempre ha apostado por los perdedores, el señor Federico Mayor Zaragoza, director general de la Unesco, entre muchos otros de una gran lista prolija de detallar.

Uno más a repartir el voto de izquierdas ( si es que se presentan a las votaciones), unos que, sin duda, van a crear aún mayor confusión entre este maremágnum de opciones de izquierdas y van a contribuir, con sus particulares ideas, a confundir a las personas de buena fe que siguen confiando en unos partidos que sostienen las mismas teoría que llevaron a la UNIÖN SOVIÉTICA a desmoronarse como un castillo de naipes, tal y como ha sucedido con el resto de países de detrás del famoso Telón de Acero y, como lo está haciendo todo este nuevo comunismo bolivariano sudamericano, liderado y dirigido con puño de hierro, por el señor Maduro de Venezuela, con resultados que nadie puede ignorar y que no pronostican ningún final feliz para sus víctimas, los venezolanos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos cómo, de un día para otro, el panorama de nuestra nación se va cubriendo de la espesa neblina de la fatalidad que, si no hay quién se tome en serie el evidente declive ético, moral, social y político de España, pronto tendremos que lamentar que nuestra democracia no haya sido capaz de cumplir con sus objetivos.

El Armagedón de la política española

“El peor analfabeto es el analfabeto político… el analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política” Bertolt Brecht
Miguel Massanet
domingo, 13 de agosto de 2017, 11:32 h (CET)
Difícilmente podríamos encontrar un momento más confuso que el actual en cuanto a la situación política de nuestra nación. Da la sensación de que estamos todos empeñados en provocar la autodestrucción de todo cuanto se ha conseguido, después de los años que llevamos en paz; una situación que, al parecer, a los españoles nos resulta muy difícil de conservar, dada nuestra natural tendencia a la indisciplina, a mostrarse incómodos con toda clase de régimen estable y al vicio de quejarnos, tanto de lo que nos puede favorecer, como de aquello que entendemos que nos pueda perjudicar sin que, en ninguna de ambas situaciones, antes de hacerlo nos hayamos tomado la molestia de reflexionar sobre ello.

Si ya no fuera alarmante que, en sólo unos pocos años, nuestras cámaras de representación popular hayan sido invadidas por una serie de representantes pertenecientes a formaciones que han surgido de la situación de la grave crisis por la que hemos pasado; grupos que se han ido incubando y desarrollando al amparo del descontento con el que, muchos ciudadanos, perjudicados por los efectos de la debacle económica, que se han tenido que enfrentar con una situación que los ha llevado al desempleo, a la pobreza, a la imposibilidad de atender las necesidades de su familia y la pérdida de sus bienes y, por desgracia, en muchas ocasiones, a tener que verse en una situación desesperada de absoluta miseria. Estas sanguijuelas políticas que nos han invadido, cuando los primeros síntomas de recuperación ya hacían esperar tiempos mejores y, la esperanza de superar los malos años de vacas flacas empezaba a despejar el horizonte de los nubarrones de la desesperación; han dado sus primeros rejonazos, precisamente incidiendo en lo que todavía sigue pendiente de solucionar, en lugar de hacer hincapié en lo que se va consiguiendo y en lo que, precisamente en los últimos años, a pesar de las condiciones adversas con las que el Gobierno se ha tenido que enfrentar, se lleva conseguido.

Grupos comunistoides, procedentes de allende el Atlántico, criados en universidades españolas y adiestrados en técnicas destructivas, en especialidades demagógicas y en artes revolucionarias, han ido apareciendo y extendiéndose como mancha de tinta derramada dentro de agua, por entre todas aquellas personas que han dado por culpar al Gobierno de la derecha de algo que tuvo lugar y se inició, precisamente, cuando los socialistas del señor Zapatero eran los que gobernaban España; con la particularidad de que, el mismo Rodríguez Zapatero, negó la existencia de la crisis y tuvo la fanfarronada de decir que España era la que mejores resultados tenía en sus resultados económicos, una aseveración que la cruda realidad no tardo en desmentir de cabo a rabo. Junto a este lumpen de origen universitario y parasitario de aquel 15M, que fue la primera demostración del peligro de que, aquella primera contención del pueblo español durante la crisis, que tanto se alabó, estaba a punto de convertirse en una acción revolucionaria, reivindicativa, de carácter populista y fuertes implicaciones anarquistas, en la que estaban implicados grupos de estudiantes, disgustados por las pocas perspectivas de trabajo a causa de los resultados de la mala situación económica del país.

La izquierdas, encabezadas por el PC español, reducido a su mínima expresión y sin posibilidades de gobernar la nación ante el dualismo de las dos formaciones más potentes de la política española, el PSOE y el PP, que tradicionalmente se iban turnando en el gobierno de la nación, donde la influencia del resto de partidos siempre había sido marginal y, sin duda, con poca influencia en las grandes decisiones que afectaban de una forma importante en la vida de los españoles; empezó a criticar la acción gubernamental. Por otra parte, en Cataluña, tradicionalmente de tendencias nacionalistas y, por supuesto, de gran implantación del ideario de izquierdas; fruto del descontento de CDC y de su nuevo presidente, Artur Mas, ( que acababa de perder unas elecciones autonómicas en las que había puesto toda la carne en el asador, con la pretensión de obtener una mayoría absoluta y la decepción subsiguiente, cuando le llegó de la mano del fracaso la pérdida de 12 escaños respecto a las anteriores elecciones) quiso recuperar la credibilidad, lanzándose a una política agresiva demandando, a bombo y platillo, la independencia de la autonomía catalana.

La Cup, la Asamblea Nacional Catalana, Units pel si, el Omnium Cultural y un sin finde de corpúsculos catalanistas y anarquistas, empezaron a surgir como setas, cada uno con sus exigencias y todos dispuestos a ir en contra del Estado, esperando obtener ventajas del órdago secesionista. Los de Podemos, comunistas bolivarianos, no fueron ajenos al proceso y, aunque desde el principio se mostraron poco partidarios de la separación de Cataluña, sin embargo, apoyaron de forma patente el derecho de los catalanes a hacer una consulta popular, para someter la cuestión de la independencia al pueblo catalán sin que, a su entender, el resto del pueblo español tuviera nada que decir al respeto. Algunos pensamos que, si el Gobierno de la nación, cuando los verdaderos defensores del separatismo eran muchos menos, quizá la salida hubiera consistido en convocar un referéndum en toda la nación, para poner en cuestión el tema catalán. La victoria del no a las pretensiones de las minorías catalanistas hubiera sido tan aplastante que, quizá, hubieran impedido que, los que ahora alardean de que una gran parte del pueblo catalán pide la independencia (algo falso), continuaran manteniendo, por una larga temporada, sus espurias pretensiones.

No obstante, señores, por si la confusión que actualmente reina en la política española no fuera suficiente y los distintos partidos de extrema izquierda, junto al PSOE remozado de Pedro Sánchez, (evidentemente escorado de una manera incomprensible a la izquierda, renunciando al espacio de centro-izquierda que se lo han dejado a Ciudadanos); que parece dispuesto a formar sociedad con Podemos de Pablo Iglesias, que es quien está intentando, por todos los medios a su alcance, llegar a una entente con los socialistas para intentar forzar una nueva moción de confianza o moción de censura que, con el supuesto apoyo de los nacionalistas, catalanes y vascos, consiguieran defenestrar a Mariano Rajoy de su cargo de presidente de la nación y establecer lo que ha sido la ambición del fanático P.Sánchez: un gobierno de izquierdas en el que la presidencia sería sin duda para el líder socialista, al menos al principio; porque lo evidente es que, quien acabaría por llevarse el gato al agua en esta operación, sería el hábil Pablo Iglesias.

Y, estando en esta situación, para crear más confusión si cabe, aparecen dos personajes más para irrumpir con un nuevo partido en la escena política, al que han inscrito en el correspondiente registro de partidos políticos, con la intención de cubrir un espacio que, según ellos, parece que sigue sin cubrir dentro del barullo de las izquierdas. ¡Muchos partidos parece que son, para repartirse unos votos que, al menos por lo que respecta a Podemos, parece que se van a perder con la posibilidad de ir a partidos como C´s o el propio PSOE! Pero lo que más llama la atención son sus impulsores, dos veteranos de la política con más conchas que un galápago y que fueron apartados, por distintos motivos, de los cargos que anteriormente desempeñaban: el uno, como juez de la Audiencia Nacional, condenado por prevaricación a 10 años de inhabilitación y, el otro, que llegó a ser el líder de los comunistas, caído en desgracia. Baltasar Garzón y Gaspar Llamazares pretenden resurgir de su destierro para intentar, una vez más, conseguir su parte en esta sabrosa tarta que parece ser la política nacional. El manifiesto que han redactado está lleno de obviedades, de tópicos, de promesas imposible y de autobombo. Han conseguido agrupar a una serie de viejas glorias, pertenecientes al Jurásico de la política, entre los cuales se ven nombres como el de Antonio Gutiérrez, secretario general, en su día, de CC.OO; la abogada laboralista Cristina Almeida, en el ocaso de su carrera; la inefable Almudena Grandes, erre que erre con su vena comunista; Carlos Berzosa, el catedrático filocomunista y, no se extrañen, porque es un hombre que siempre ha apostado por los perdedores, el señor Federico Mayor Zaragoza, director general de la Unesco, entre muchos otros de una gran lista prolija de detallar.

Uno más a repartir el voto de izquierdas ( si es que se presentan a las votaciones), unos que, sin duda, van a crear aún mayor confusión entre este maremágnum de opciones de izquierdas y van a contribuir, con sus particulares ideas, a confundir a las personas de buena fe que siguen confiando en unos partidos que sostienen las mismas teoría que llevaron a la UNIÖN SOVIÉTICA a desmoronarse como un castillo de naipes, tal y como ha sucedido con el resto de países de detrás del famoso Telón de Acero y, como lo está haciendo todo este nuevo comunismo bolivariano sudamericano, liderado y dirigido con puño de hierro, por el señor Maduro de Venezuela, con resultados que nadie puede ignorar y que no pronostican ningún final feliz para sus víctimas, los venezolanos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos cómo, de un día para otro, el panorama de nuestra nación se va cubriendo de la espesa neblina de la fatalidad que, si no hay quién se tome en serie el evidente declive ético, moral, social y político de España, pronto tendremos que lamentar que nuestra democracia no haya sido capaz de cumplir con sus objetivos.

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