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La ONG española Colabora Birmania trabaja con niños refugiados en Tailandia

Los poros de Birmania (II): la escuela del kilómetro 42

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Los poros de Birmania (I): Reabre uno de los pasos fronterizos entre Myanmar y Tailandia

 

Entre cien y doscientos mil birmanos viven en Mae Sot (Tailandia) y alrededores, una población flotante que supera con creces a la de tailandeses. Para atender la enorme demanda de ayuda humanitaria que genera esta masa de desplazados –aunque no todos, ni mucho menos, viven de la caridad– en Mae Sot se han establecido decenas de ONG’s. En ellas trabajan birmanos, tailandeses y un puñado de farang u occidentales, a quienes acompaña un pequeño ejército de voluntarios: llegan, se quedan una semana o un mes, ayudan en lo que pueden, visitan los bares y, durante el día, van en bicicleta por entre el tráfico y el polvo, con sus largas piernas luminiscentes.

La ONG española en Mae Sot se llama Colabora Birmania y lleva dos años trabajando con niños refugiados. Su historia se remonta a una presentación en Power Point que, sin demasiado ánimo de lucro, terminó por recaudar 8.000 euros. Con ese dinero se pudo construir un edificio que haría las veces de colegio, y unos cientos de pares de chanclas. Así dio comienzo una aventura que se apoya en cuatro trabajadores fijos (Javier, Meri, Carmen, Marc) y un flujo más o menos regular de voluntarios. En la actualidad, sólo Meri vive en Mae Sot permanentemente, mientras que Javier y Carmen se turnan entre España y Tailandia, y Marc reside en Barcelona. El trabajo en España no es poco: consiste en la fundamental recaudación de fondos mediante toda clase de eventos, entre Madrid y Barcelona, convenientemente anunciados en Facebook.

Quien escribe tuvo la oportunidad de visitar a la Best Friend School, situada a 42 kilómetros de Mae Sot y por ello conocida sencillamente como Escuela 42. La Escuela 42 es un proyecto compartido de Colabora Birmania y otra ONG llamada Help Without Frontiers, donde se educan 400 niños birmanos, 40 de ellos internos. Los internos son huérfanos o dejaron a sus padres en Myanmar, o bien viven demasiado lejos como para trasladarse a diario al kilómetro 42. El resto residen con sus familias en pequeñas comunidades espontáneas, repartidas por el bosque de los alderedores. Cada mañana se organiza el transporte escolar en furgonetas que, antes de la caída del sol, devuelven a los niños a sus casas.

En el kilómetro 42 trabajan un total de 12 profesores, a los que hay que añadir dos cuidadoras de los dormitorios, una cocinera, un asistente de cocina y el director del colegio. Y de nuevo están los voluntarios, que no suelen ser más de uno o dos (la mayoría de turistas solidarios prefieren trabajar en comunidades más cercanas a Mae Sot: a las 5 se cena, a las 6 anochece y no hay nada, absolutamente nada que hacer hasta las 6 del día siguiente).

En el kilómetro 42 se enseña sobre todo tailandés e inglés. Con la excepción de los voluntarios y el profesor de lengua tailandesa, el resto son birmanos, ellos mismos refugiados. Steven, de veinte años, me cuenta su historia: dejó Birmania a los 11 años y desde entonces se ha valido por sí mismo. Habla suficiente inglés como para enseñar a los niños la lengua de Shakespeare. Tiene familiares en Estados Unidos, que le han ofrecido su ayuda y que él, con mucha dignidad, ha declinado. Steven, me dice, sueña con ser un gran orador en su país. Mientras, ha conseguido dos becas que le permiten elegir entre dos universidades tailandesas.

Para el resto de jóvenes de la escuela el futuro es mucho más incierto. Cuando los niños cumplen los doce, trece, quince años, se marchan a trabajar al campo con sus padres, o a las fábricas textiles que abundan en la provincia, atraídas precisamente por la mano de obra barata. Muy pocos accederán a una educación superior y menos aún se integrarán completamente en la sociedad tailandesa. Esta, todo sea dicho, recela bastante de los inmigrantes del país vecino. Cuántos tendrán la oportunidad o el deseo de regresar a Myanmar es un misterio. Allí los sueldos son diez o quince veces más bajos que en Tailandia. Muchos de los refugiados, además, huyeron de conflictos armados que enfrentan a las tropas del gobierno con los rebeldes étnicos de las montañas. La situación política mejora, como demuestra la reciente visita de Hillary Clinton al país, pero a paso tan lento como impredecible.

Lo que Colabora Birmania necesita es dinero, así de crudo, porque el dinero cuenta más que los materiales. Estos son tan prácticos, a veces, como las buenas intenciones. Ahora mismo Colabora Birmania carece de ayudas públicas y resiste el embate de las facturas con fondos privados y gracias al apoyo de amigos y familiares. El dinero permite pagar sueldos y mantener proyectos en funcionamiento: son dos las escuelas y necesitan ser reparadas, ampliadas, adecentadas. Mientras, los niños se siven la comida, recogen los platos, duermen la siesta e ignoran a los visitantes foráneos que, como yo, llegan a diario.

http://www.colaborabirmania.org/

Los poros de Birmania (II): la escuela del kilómetro 42

La ONG española Colabora Birmania trabaja con niños refugiados en Tailandia
Jaime Moreno Tejada
miércoles, 14 de diciembre de 2011, 09:06 h (CET)
Los poros de Birmania (I): Reabre uno de los pasos fronterizos entre Myanmar y Tailandia

 

Entre cien y doscientos mil birmanos viven en Mae Sot (Tailandia) y alrededores, una población flotante que supera con creces a la de tailandeses. Para atender la enorme demanda de ayuda humanitaria que genera esta masa de desplazados –aunque no todos, ni mucho menos, viven de la caridad– en Mae Sot se han establecido decenas de ONG’s. En ellas trabajan birmanos, tailandeses y un puñado de farang u occidentales, a quienes acompaña un pequeño ejército de voluntarios: llegan, se quedan una semana o un mes, ayudan en lo que pueden, visitan los bares y, durante el día, van en bicicleta por entre el tráfico y el polvo, con sus largas piernas luminiscentes.

La ONG española en Mae Sot se llama Colabora Birmania y lleva dos años trabajando con niños refugiados. Su historia se remonta a una presentación en Power Point que, sin demasiado ánimo de lucro, terminó por recaudar 8.000 euros. Con ese dinero se pudo construir un edificio que haría las veces de colegio, y unos cientos de pares de chanclas. Así dio comienzo una aventura que se apoya en cuatro trabajadores fijos (Javier, Meri, Carmen, Marc) y un flujo más o menos regular de voluntarios. En la actualidad, sólo Meri vive en Mae Sot permanentemente, mientras que Javier y Carmen se turnan entre España y Tailandia, y Marc reside en Barcelona. El trabajo en España no es poco: consiste en la fundamental recaudación de fondos mediante toda clase de eventos, entre Madrid y Barcelona, convenientemente anunciados en Facebook.

Quien escribe tuvo la oportunidad de visitar a la Best Friend School, situada a 42 kilómetros de Mae Sot y por ello conocida sencillamente como Escuela 42. La Escuela 42 es un proyecto compartido de Colabora Birmania y otra ONG llamada Help Without Frontiers, donde se educan 400 niños birmanos, 40 de ellos internos. Los internos son huérfanos o dejaron a sus padres en Myanmar, o bien viven demasiado lejos como para trasladarse a diario al kilómetro 42. El resto residen con sus familias en pequeñas comunidades espontáneas, repartidas por el bosque de los alderedores. Cada mañana se organiza el transporte escolar en furgonetas que, antes de la caída del sol, devuelven a los niños a sus casas.

En el kilómetro 42 trabajan un total de 12 profesores, a los que hay que añadir dos cuidadoras de los dormitorios, una cocinera, un asistente de cocina y el director del colegio. Y de nuevo están los voluntarios, que no suelen ser más de uno o dos (la mayoría de turistas solidarios prefieren trabajar en comunidades más cercanas a Mae Sot: a las 5 se cena, a las 6 anochece y no hay nada, absolutamente nada que hacer hasta las 6 del día siguiente).

En el kilómetro 42 se enseña sobre todo tailandés e inglés. Con la excepción de los voluntarios y el profesor de lengua tailandesa, el resto son birmanos, ellos mismos refugiados. Steven, de veinte años, me cuenta su historia: dejó Birmania a los 11 años y desde entonces se ha valido por sí mismo. Habla suficiente inglés como para enseñar a los niños la lengua de Shakespeare. Tiene familiares en Estados Unidos, que le han ofrecido su ayuda y que él, con mucha dignidad, ha declinado. Steven, me dice, sueña con ser un gran orador en su país. Mientras, ha conseguido dos becas que le permiten elegir entre dos universidades tailandesas.

Para el resto de jóvenes de la escuela el futuro es mucho más incierto. Cuando los niños cumplen los doce, trece, quince años, se marchan a trabajar al campo con sus padres, o a las fábricas textiles que abundan en la provincia, atraídas precisamente por la mano de obra barata. Muy pocos accederán a una educación superior y menos aún se integrarán completamente en la sociedad tailandesa. Esta, todo sea dicho, recela bastante de los inmigrantes del país vecino. Cuántos tendrán la oportunidad o el deseo de regresar a Myanmar es un misterio. Allí los sueldos son diez o quince veces más bajos que en Tailandia. Muchos de los refugiados, además, huyeron de conflictos armados que enfrentan a las tropas del gobierno con los rebeldes étnicos de las montañas. La situación política mejora, como demuestra la reciente visita de Hillary Clinton al país, pero a paso tan lento como impredecible.

Lo que Colabora Birmania necesita es dinero, así de crudo, porque el dinero cuenta más que los materiales. Estos son tan prácticos, a veces, como las buenas intenciones. Ahora mismo Colabora Birmania carece de ayudas públicas y resiste el embate de las facturas con fondos privados y gracias al apoyo de amigos y familiares. El dinero permite pagar sueldos y mantener proyectos en funcionamiento: son dos las escuelas y necesitan ser reparadas, ampliadas, adecentadas. Mientras, los niños se siven la comida, recogen los platos, duermen la siesta e ignoran a los visitantes foráneos que, como yo, llegan a diario.

http://www.colaborabirmania.org/

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