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La política exterior siempre es fuente de fricciones entre los protagonistas de la Cumbre

Rusia-UE, crisis y recelo

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Nicolás de Miguel, Área Internacional de UPyD
 
El día 15 de diciembre se celebra una cumbre que se presumía rutinaria, entre el Rusia y la UE. Pero el encuentro estará ensombrecido por los acontecimientos sucedidos en Rusia, a raíz de los recientes comicios celebrados en el país eslavo. Además de los asuntos comerciales, cuyo volumen creció, solo en lo que va de año, un 27 por ciento, tres son los ejes de la cumbre. Unos ejes que pondrán en valor el peso de la economía y la ética: La posible ayuda de Moscú a la Eurozona,  a través del FMI, tras su negativa hasta el momento de hacerlo a través del FEEF (Fondo Europeo de Estabilidad Financiera), al igual que el resto de los mal llamados BRICS. El segundo y eterno eje gira en torno a los visados y la política migratoria europea. El tercero versa sobre el próximo y anhelado ingreso  del Kremlin en la OMC y la política extraeuropea.  
 
 La política exterior siempre es fuente de fricciones entre los protagonistas de la Cumbre, cuyos inmediatos protagonistas son Siria e Irán. Con respecto a la primera, histórica aliada de la Tercera Roma, el veto ruso en la ONU pesa como una losa a la hora de plantear culaquier iniciativa de alcance, que ponga fina a la sangrienta represión de Damasco sobre su pueblo. Y siguiendo el guión moscovita de apoyar a los malos, Rusia se muestra contraria a la imposición de más sanciones a la teocracia iraní. La diplomacia Lavrov considera el diálogo como única vía de contención al programa nuclear de Teherán. Asuntos menores europeos, como Kosovo y tal vez las otras Rusias, Minsk y Kiev, tendrán su hueco en la apretada agenda. 
 
 En la capital belga tendremos ocasión de ver hasta donde llegan las críticas de la UE al dueto Putin-Medvedev, con respecto al presunto fraudel en las pasadas elecciones legislativas rusas. Y la voz cantante la tendrán las cancillerías del Mercozy. El Eje en la sombra París-Berlín-Moscú, ya barruntado desde hace una década, basado en una relación privilegiada entre las tres potencias, particularmente entre Alemania y Rusia, mostrará su alcance. Un alcance que tiene como paradigma al Nord Stream, el gasoducto que puede cambiar la geopolítica europea. Su reciente inauguración unirá directamente, a través del Báltico, a las antaño enemigas Berlín y Moscú. Tras el parón nuclear germano, la vía energética directa con Rusia impondrá su ley.
 
Ahora nos toca estar vigilantes de hasta donde alcanzan las presiones políticas hacia Moscú de una desmadejada y atónita UE. Una Unión Europea que atraviesa sus peores momentos y que difícilmente inquietará al oso ruso. Una UE presa de sus egoísmos nacionales de corto alcance y sin voz única. La única baza es la cada vez más consistente oposición interna en Rusia y sus exiliados. Una oposición hasta ahora ninguneada y despreciada por el Zar Vladimir pero que con suerte, puede constituir una china en la bota de Putin. Una piedra que puede modular al autocrático primer ministro en su carrera a la presidencia del Kremlin, cuya entronización está prevista en marzo de 2012.

Rusia-UE, crisis y recelo

La política exterior siempre es fuente de fricciones entre los protagonistas de la Cumbre
Nicolás de Miguel
miércoles, 14 de diciembre de 2011, 08:19 h (CET)
Nicolás de Miguel, Área Internacional de UPyD
 
El día 15 de diciembre se celebra una cumbre que se presumía rutinaria, entre el Rusia y la UE. Pero el encuentro estará ensombrecido por los acontecimientos sucedidos en Rusia, a raíz de los recientes comicios celebrados en el país eslavo. Además de los asuntos comerciales, cuyo volumen creció, solo en lo que va de año, un 27 por ciento, tres son los ejes de la cumbre. Unos ejes que pondrán en valor el peso de la economía y la ética: La posible ayuda de Moscú a la Eurozona,  a través del FMI, tras su negativa hasta el momento de hacerlo a través del FEEF (Fondo Europeo de Estabilidad Financiera), al igual que el resto de los mal llamados BRICS. El segundo y eterno eje gira en torno a los visados y la política migratoria europea. El tercero versa sobre el próximo y anhelado ingreso  del Kremlin en la OMC y la política extraeuropea.  
 
 La política exterior siempre es fuente de fricciones entre los protagonistas de la Cumbre, cuyos inmediatos protagonistas son Siria e Irán. Con respecto a la primera, histórica aliada de la Tercera Roma, el veto ruso en la ONU pesa como una losa a la hora de plantear culaquier iniciativa de alcance, que ponga fina a la sangrienta represión de Damasco sobre su pueblo. Y siguiendo el guión moscovita de apoyar a los malos, Rusia se muestra contraria a la imposición de más sanciones a la teocracia iraní. La diplomacia Lavrov considera el diálogo como única vía de contención al programa nuclear de Teherán. Asuntos menores europeos, como Kosovo y tal vez las otras Rusias, Minsk y Kiev, tendrán su hueco en la apretada agenda. 
 
 En la capital belga tendremos ocasión de ver hasta donde llegan las críticas de la UE al dueto Putin-Medvedev, con respecto al presunto fraudel en las pasadas elecciones legislativas rusas. Y la voz cantante la tendrán las cancillerías del Mercozy. El Eje en la sombra París-Berlín-Moscú, ya barruntado desde hace una década, basado en una relación privilegiada entre las tres potencias, particularmente entre Alemania y Rusia, mostrará su alcance. Un alcance que tiene como paradigma al Nord Stream, el gasoducto que puede cambiar la geopolítica europea. Su reciente inauguración unirá directamente, a través del Báltico, a las antaño enemigas Berlín y Moscú. Tras el parón nuclear germano, la vía energética directa con Rusia impondrá su ley.
 
Ahora nos toca estar vigilantes de hasta donde alcanzan las presiones políticas hacia Moscú de una desmadejada y atónita UE. Una Unión Europea que atraviesa sus peores momentos y que difícilmente inquietará al oso ruso. Una UE presa de sus egoísmos nacionales de corto alcance y sin voz única. La única baza es la cada vez más consistente oposición interna en Rusia y sus exiliados. Una oposición hasta ahora ninguneada y despreciada por el Zar Vladimir pero que con suerte, puede constituir una china en la bota de Putin. Una piedra que puede modular al autocrático primer ministro en su carrera a la presidencia del Kremlin, cuya entronización está prevista en marzo de 2012.

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