Las enfermedades relacionadas con la inflamación pueden acabar afectando a cualquier órgano del cuerpo: sistema cardiovascular, inmune, digestivo, osteo-articular o incluso neurológico y mental. Por eso es importante no solo prevenir, si no también ayudar a personas ya diagnosticadas para que la enfermedad no vaya a más.
Se sabe que algunos alimentos o sustancias que ingerimos habitualmente en nuestra dieta son perjudiciales para la salud en general, pero además está avalado científicamente que pueden influir muy negativamente en pacientes con artritis reumatoide o con otro tipo de enfermedad de curso inflamatorio.
“Unos incorrectos hábitos dietéticos conducirán al paciente de forma inevitable a desajustes en su peso corporal, tanto por exceso como por defecto, lo que repercutirá de forma directa en sus articulaciones (sobrecarga, falta de estructuras de soporte...) y en ocasiones podremos encontrar déficits de nutrientes que juegan un papel muy importante tanto desde el punto de vista inmunológico como en la formación del hueso, como puede ser la vitamina D”, afirma Eduardo Fernández Ulloa, enfermero en consulta de reumatología en el Hospital universitario Ramón y Cajal, que también quiere
visibilizar la importancia del papel que juegan los enfermeros en el control de las patologías crónicas.
En el marco del XLIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Reumatología (SER) que reunió en Bilbao a más de 1.500 expertos en esta especialidad se ha debatido sobre la influencia de la dieta.
En este sentido el Dr. Lluis Serra, catedrático de medicina preventiva y Salud pública en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, apunta que “las dietas pro-inflamatorias, que incrementaran el riesgo de ciertas enfermedades o empeorarán su pronóstico, son aquellas ricas en carbohidratos refinados, azúcares, grasas saturadas y trans. Y pobres en frutas, hortalizas, aceite de oliva virgen extra, pescado y frutos secos, entre otros alimentos”.
El especialista mantiene que “la dieta mediterránea emerge como la mejor opción en nuestro entorno geográfico sin ninguna duda, incorporando siempre frutas y hortalizas, cereales integrales, legumbres, pescado azul, frutos secos, vino con moderación y aceite de oliva virgen extra, entre otros”.
Y remarca que “la prevención (secundaria o terciaria) continua después del diagnóstico y los beneficios de esta dieta también ayudan. Nunca es tarde para disfrutar de los beneficios que nos puede aportar, aunque sus efectos serán más precoces y mayores cuanto antes la adoptemos”.
Por lo que es necesario saber que una mala alimentación incrementa en general el riesgo de este tipo de enfermedades o puede empeorar su pronóstico en el caso de personas ya diagnosticadas. s (musculoesqueléticas y autoinmunes sistémicas).