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La palabra comunidad nos dice algo, pero es necesario acompañarla de un apellido para desvelar el misterio que se oculta tras este sustantivo

La comunidad

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Podemos hablar de comunidades económicas, religiosas, familiares, políticas e incluso comerciales. Pero hoy me quiero referir a las que recoge la primera acepción de la RAE: “1.Conjunto de personas que viven juntas bajo ciertas reglas… etc.”. Yo añado; juntas pero no revueltas; cada uno en su casa y Dios en la de todos. Como comprenderán me refiero a las comunidades de vecinos.

Pertenezco a dos de ellas. Una en Málaga capital y otra en la costa oriental. A la del Puerto de la Torre me incorporé hace más de cuarenta años. He asistido a sus reuniones con cierta regularidad, hasta el punto de haber actuado como presidente en una legislatura. Con esta experiencia, acabe tan cansado, que no he vuelto a aparecer por sus reuniones.

Sin embargo, acudo cada año a la asamblea anual reglamentaria que se celebra en la casa de la playa en la que poseo un pequeño apartamento. No sería necesario asistir a la misma para saber que va a pasar; en cada ocasión en que nos reunimos a deliberar, se suceden las mismas preguntas, interpelaciones, reproches, acusaciones veladas y las broncas sordas. Al final, nunca llega la sangre al río. Se acuerda hacerlo todo muy bien durante el próximo año, pagar las cuotas religiosamente, no consumir agua como si de nosotros dependiera el futuro de la humanidad y convertir a los tiernos infantes en una convención de jugadores de ajedrez.

Alguna vez me hacen recordar a cierta serie de la tele, pero al final, todo queda en una sucesión de recomendaciones que permitan descansar un mínimo de horas y pasarlo lo mejor posible sin fastidiar a los demás. Lo peor de todo, es que nos estamos haciendo viejos, se va quedando alguno por el camino y en cualquier momento no vamos a necesitar el añorado ascensor. Me conformo pensando que las escaleras me ayudan a mantenerme en forma.

Mi buena noticia de hoy se basa en que, mal que bien, vivimos en comunidad; compartimos paellas, postres y productos de nuestras ciudades de origen; nos bebemos algunas cervecitas heladas en cuanto tenemos ocasión; celebramos por lo menos una cena y tropecientos cumpleaños a lo largo del verano. Salimos por grupos a comer gazpachuelo o espetos y nos sentimos miembros de algo más que una comunidad vociferante y policial. Terminamos siendo amigos.

La comunidad

La palabra comunidad nos dice algo, pero es necesario acompañarla de un apellido para desvelar el misterio que se oculta tras este sustantivo
Manuel Montes Cleries
domingo, 6 de agosto de 2017, 14:52 h (CET)
Podemos hablar de comunidades económicas, religiosas, familiares, políticas e incluso comerciales. Pero hoy me quiero referir a las que recoge la primera acepción de la RAE: “1.Conjunto de personas que viven juntas bajo ciertas reglas… etc.”. Yo añado; juntas pero no revueltas; cada uno en su casa y Dios en la de todos. Como comprenderán me refiero a las comunidades de vecinos.

Pertenezco a dos de ellas. Una en Málaga capital y otra en la costa oriental. A la del Puerto de la Torre me incorporé hace más de cuarenta años. He asistido a sus reuniones con cierta regularidad, hasta el punto de haber actuado como presidente en una legislatura. Con esta experiencia, acabe tan cansado, que no he vuelto a aparecer por sus reuniones.

Sin embargo, acudo cada año a la asamblea anual reglamentaria que se celebra en la casa de la playa en la que poseo un pequeño apartamento. No sería necesario asistir a la misma para saber que va a pasar; en cada ocasión en que nos reunimos a deliberar, se suceden las mismas preguntas, interpelaciones, reproches, acusaciones veladas y las broncas sordas. Al final, nunca llega la sangre al río. Se acuerda hacerlo todo muy bien durante el próximo año, pagar las cuotas religiosamente, no consumir agua como si de nosotros dependiera el futuro de la humanidad y convertir a los tiernos infantes en una convención de jugadores de ajedrez.

Alguna vez me hacen recordar a cierta serie de la tele, pero al final, todo queda en una sucesión de recomendaciones que permitan descansar un mínimo de horas y pasarlo lo mejor posible sin fastidiar a los demás. Lo peor de todo, es que nos estamos haciendo viejos, se va quedando alguno por el camino y en cualquier momento no vamos a necesitar el añorado ascensor. Me conformo pensando que las escaleras me ayudan a mantenerme en forma.

Mi buena noticia de hoy se basa en que, mal que bien, vivimos en comunidad; compartimos paellas, postres y productos de nuestras ciudades de origen; nos bebemos algunas cervecitas heladas en cuanto tenemos ocasión; celebramos por lo menos una cena y tropecientos cumpleaños a lo largo del verano. Salimos por grupos a comer gazpachuelo o espetos y nos sentimos miembros de algo más que una comunidad vociferante y policial. Terminamos siendo amigos.

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