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Opinión
Etiquetas | Despachos de Guerra
En Afganistán hace falta mucha paz, desarrollo y democracia. Luchar con hierro y fuego por estas ideas merece la pena, aunque el coste sea elevado, largo y terrible

Amador Guallar, corresponsal en Afganistán

Cuando España luchaba

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El otro día me encontraba visitando una de las bases de la OTAN en Kabul, la conocida como Warehouse, situada en la siempre peligrosa y vulnerable a los ataques de Insurgentes carretera de Jalalabad.

Accedí gracias a un amigo contratista que por negocios a menudo frecuenta el lugar, y mientras éste andaba entre barracones y pedidos decidí esperarlo en uno de los bares sin bebidas alcohólicas donde soldados y contratistas se relajan e intentan olvidar la aburrida vida en ese inmenso cuartel fortaleza del que, en la mayoría de las ocasiones, sólo salen para ir de permiso a Dubai, India, Kuwait y demás países amigos.

Un bar muy decente con un local grande, sofás, barra estilizada y un camarero afgano, decorado con banderas de los países representados, fotografías de compañeros muertos en acción, una mesa de billar, y varias televisiones en las que retransmiten las 24 horas deportes de todos los continentes. Béisbol, cricket, fútbol, básquet, NFL, NHL, y demás.

Sólo, sentado en la barra con una coca-cola Zero, consciente de mi pinta de tonto fuera de lugar, un oficial norteamericano se me acerca y me pregunta si soy hispano. Ha escuchado mi acento al pedir al barman y como su padre es de Puerto Rico y chapurrea un spanglish decente, siente curiosidad.

Inmediatamente el instinto paranoico con el que Kabul me ha infectado tras más de tres años de residencia, me dice que es otro oficial de inteligencia controlando a un periodista dentro de la base. Pero lo dicho, es sólo paranoia, el tipo sólo quiere hablar.

La charla empieza sin más interés. Nombres y demás, Afganistán y lo jodidas que están las cosas, la guerra civil que se avecina, el trabajo, el tiempo en el país, la putada que es no tomarse una cerveza en un lugar como éste, y  bla, bla, bla.
 
La típica charla de sabelotodos sobre el lugar. Una cortina de humo que usamos todos los extranjeros viviendo en Afganistán para no aceptar un hecho probado: ninguno de nosotros entenderá o cambiará nunca este país, ni a sus gentes, odios tribales y cultura ancestral e injusta desde nuestro punto de vista. Sólo los afganos pueden convencer a los afganos de que otra sociedad es posible. Y ahora no están por esa labor. Así que dejemos el tema, concluimos.

Al cabo de unos minutos el oficial norteamericano, que resulta que sí trabaja para la inteligencia militar pero que ahora no está de servicio, y por eso debo ahorrar su nombre, me pregunta, con todo el respeto del mundo y sonriendo para que sus intenciones parezcan lo más honestas posible: por qué España no lucha?

Al principio no sé que contestar. Pienso unos segundos en todo el rollo ese sobre la misión de paz y demás, pero la pregunta me desarma y sigo en silencio. Y entonces el oficial me deja mudo.

Me gusta mucho leer, me dice, y como aquí no hay cerveza, ni vino, ni nada, casi todas las horas en las que no estoy de servicio me las paso leyendo. Hay un autor español que me gusta, Pérez Evete, creo que se llama, Pérez Reverte, corrijo sonriendo, asombrado. He leído un libro suyo en inglés –resulta ser El sitio de Breda –sobre los ejércitos españoles en la Edad Media –para los norteamericanos todo lo que sucedió antes de su independencia es edad media, aunque esta vez no corrijo –y eran tan bravos, añade, que me pregunto por qué no luchan en Afganistán como lo hacen casi todos los ejércitos extranjeros.

Sé que el tipo no quiere insultar a las tropas españolas, que hacen una gran labor de reconstrucción en el país y que, como tropa, obedecen a sus mandos que, en última instancia, obedecen las órdenes de Madrid. Pero la verdad es que la pregunta y posterior explicación me toca las narices sobremanera. Por no decir los cojones. Y lo hace porque dentro de mí algo me dice que el tipo tiene razón.

Hace años que sigo a Pérez Reverte. Su prosa es clara y digna de los grandes. En mi opinión un Stendhal moderno en píldora. Leyendo sus obras aprendes sobre el tiempo en el que España combatía por reyes imbéciles, caudillos despiadados, barones de tres al cuarto, gloria de pobreza, orgullo desmedido, curas e iglesias de oro y demás ideas de tres al cuarto.

Y ahora, a principios del siglo XXI, cuando España tiene la oportunidad de luchar por los valores que ensalzan al hombre y a la mujer –es importante recordar a la mujer en un país como Afganistán donde es constantemente vejada, como esa pobre chica que tiene que casarse con su violador y que por ser violada se pudría en prisión –, que ensalzan la libertad y el derecho a existir con un futuro digno, cuando llega una lucha justa, España se la enfunda.

Pero no le digno nada de esto al oficial norteamericano. El orgullo me puede. Así que le contesto sonriendo que esa fue una gran España, diferente, lejana, y que la de ahora está en bancarrota, literalmente. Que ahora España es otra cosa, y que además acabamos de ganar el mundial de fútbol! Como si eso contara de algo.

El oficial me mira un segundo intensamente y gracias a ésta última frase abro el camino hacia una nueva conversación muerta. El fútbol siempre lleva a eso. Resulta que soy de Barcelona y que a él le encanta ese deporte. Messi y demás y los periódicos y las televisiones en portada destacando que un jugador ha  cambiado su estilo de pelo. La noticia del día, sin duda.

De nuevo, he podido evadir la respuesta a una pregunta que no es la primera vez que un militar, o miembro de seguridad, me ha hecho estando en Afganistán. Aunque el precio sea siempre sentirme como un gilipollas. Y más aún al estar viviendo una Transición en el país que según todos los analistas no durará, y que debido a la marcha de la Coalición en 2014 seguramente acabará en guerra civil.

Y España se habrá marchado de Afganistán con muertos a las espaldas, pudiendo haber hecho mucho más si no fuera porque esta guerra, en nuestro país, se ha convertido en moneda de cambio para la política, y no en lo que realmente significa para el ciudadano de a pie afgano. Si la pierden los Talibán volverán, con todo lo que eso significa, y si la ganan tardarán mucho en resolver sus problemas, pero al menos lo harán viviendo en un lugar que sueña con ser de nuevo libre y productivo.

Amador Guallar Photo Web Site

Cuando España luchaba

En Afganistán hace falta mucha paz, desarrollo y democracia. Luchar con hierro y fuego por estas ideas merece la pena, aunque el coste sea elevado, largo y terrible

Amador Guallar, corresponsal en Afganistán
Amador Guallar
lunes, 5 de diciembre de 2011, 09:39 h (CET)

El otro día me encontraba visitando una de las bases de la OTAN en Kabul, la conocida como Warehouse, situada en la siempre peligrosa y vulnerable a los ataques de Insurgentes carretera de Jalalabad.

Accedí gracias a un amigo contratista que por negocios a menudo frecuenta el lugar, y mientras éste andaba entre barracones y pedidos decidí esperarlo en uno de los bares sin bebidas alcohólicas donde soldados y contratistas se relajan e intentan olvidar la aburrida vida en ese inmenso cuartel fortaleza del que, en la mayoría de las ocasiones, sólo salen para ir de permiso a Dubai, India, Kuwait y demás países amigos.

Un bar muy decente con un local grande, sofás, barra estilizada y un camarero afgano, decorado con banderas de los países representados, fotografías de compañeros muertos en acción, una mesa de billar, y varias televisiones en las que retransmiten las 24 horas deportes de todos los continentes. Béisbol, cricket, fútbol, básquet, NFL, NHL, y demás.

Sólo, sentado en la barra con una coca-cola Zero, consciente de mi pinta de tonto fuera de lugar, un oficial norteamericano se me acerca y me pregunta si soy hispano. Ha escuchado mi acento al pedir al barman y como su padre es de Puerto Rico y chapurrea un spanglish decente, siente curiosidad.

Inmediatamente el instinto paranoico con el que Kabul me ha infectado tras más de tres años de residencia, me dice que es otro oficial de inteligencia controlando a un periodista dentro de la base. Pero lo dicho, es sólo paranoia, el tipo sólo quiere hablar.

La charla empieza sin más interés. Nombres y demás, Afganistán y lo jodidas que están las cosas, la guerra civil que se avecina, el trabajo, el tiempo en el país, la putada que es no tomarse una cerveza en un lugar como éste, y  bla, bla, bla.
 
La típica charla de sabelotodos sobre el lugar. Una cortina de humo que usamos todos los extranjeros viviendo en Afganistán para no aceptar un hecho probado: ninguno de nosotros entenderá o cambiará nunca este país, ni a sus gentes, odios tribales y cultura ancestral e injusta desde nuestro punto de vista. Sólo los afganos pueden convencer a los afganos de que otra sociedad es posible. Y ahora no están por esa labor. Así que dejemos el tema, concluimos.

Al cabo de unos minutos el oficial norteamericano, que resulta que sí trabaja para la inteligencia militar pero que ahora no está de servicio, y por eso debo ahorrar su nombre, me pregunta, con todo el respeto del mundo y sonriendo para que sus intenciones parezcan lo más honestas posible: por qué España no lucha?

Al principio no sé que contestar. Pienso unos segundos en todo el rollo ese sobre la misión de paz y demás, pero la pregunta me desarma y sigo en silencio. Y entonces el oficial me deja mudo.

Me gusta mucho leer, me dice, y como aquí no hay cerveza, ni vino, ni nada, casi todas las horas en las que no estoy de servicio me las paso leyendo. Hay un autor español que me gusta, Pérez Evete, creo que se llama, Pérez Reverte, corrijo sonriendo, asombrado. He leído un libro suyo en inglés –resulta ser El sitio de Breda –sobre los ejércitos españoles en la Edad Media –para los norteamericanos todo lo que sucedió antes de su independencia es edad media, aunque esta vez no corrijo –y eran tan bravos, añade, que me pregunto por qué no luchan en Afganistán como lo hacen casi todos los ejércitos extranjeros.

Sé que el tipo no quiere insultar a las tropas españolas, que hacen una gran labor de reconstrucción en el país y que, como tropa, obedecen a sus mandos que, en última instancia, obedecen las órdenes de Madrid. Pero la verdad es que la pregunta y posterior explicación me toca las narices sobremanera. Por no decir los cojones. Y lo hace porque dentro de mí algo me dice que el tipo tiene razón.

Hace años que sigo a Pérez Reverte. Su prosa es clara y digna de los grandes. En mi opinión un Stendhal moderno en píldora. Leyendo sus obras aprendes sobre el tiempo en el que España combatía por reyes imbéciles, caudillos despiadados, barones de tres al cuarto, gloria de pobreza, orgullo desmedido, curas e iglesias de oro y demás ideas de tres al cuarto.

Y ahora, a principios del siglo XXI, cuando España tiene la oportunidad de luchar por los valores que ensalzan al hombre y a la mujer –es importante recordar a la mujer en un país como Afganistán donde es constantemente vejada, como esa pobre chica que tiene que casarse con su violador y que por ser violada se pudría en prisión –, que ensalzan la libertad y el derecho a existir con un futuro digno, cuando llega una lucha justa, España se la enfunda.

Pero no le digno nada de esto al oficial norteamericano. El orgullo me puede. Así que le contesto sonriendo que esa fue una gran España, diferente, lejana, y que la de ahora está en bancarrota, literalmente. Que ahora España es otra cosa, y que además acabamos de ganar el mundial de fútbol! Como si eso contara de algo.

El oficial me mira un segundo intensamente y gracias a ésta última frase abro el camino hacia una nueva conversación muerta. El fútbol siempre lleva a eso. Resulta que soy de Barcelona y que a él le encanta ese deporte. Messi y demás y los periódicos y las televisiones en portada destacando que un jugador ha  cambiado su estilo de pelo. La noticia del día, sin duda.

De nuevo, he podido evadir la respuesta a una pregunta que no es la primera vez que un militar, o miembro de seguridad, me ha hecho estando en Afganistán. Aunque el precio sea siempre sentirme como un gilipollas. Y más aún al estar viviendo una Transición en el país que según todos los analistas no durará, y que debido a la marcha de la Coalición en 2014 seguramente acabará en guerra civil.

Y España se habrá marchado de Afganistán con muertos a las espaldas, pudiendo haber hecho mucho más si no fuera porque esta guerra, en nuestro país, se ha convertido en moneda de cambio para la política, y no en lo que realmente significa para el ciudadano de a pie afgano. Si la pierden los Talibán volverán, con todo lo que eso significa, y si la ganan tardarán mucho en resolver sus problemas, pero al menos lo harán viviendo en un lugar que sueña con ser de nuevo libre y productivo.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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