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Se conmemoró en la Embajada Serbia en Madrid el vigésimo segundo aniversario de la “Operación Tormenta”

Un triste recuerdo en la Embajada Serbia en Madrid

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Unnamed 1

El pasado día 27 de julio de 2017 tuvo lugar en la Embajada de la República de Serbia en Madrid la conmemoración de los hechos acaecidos hace veintidós años en la región de Krajina conocidos como “Operación Tormenta”; dicho acto se llevó a cabo mediante la conferencia “Día en memoria de las víctimas y los expulsados serbios” pronunciada por el profesor Ricardo Ruiz de la Serna, quien estuvo acompañado por el embajador serbio, el excelentísimo señor don Danko Prokic, de cuya mano corrió la presentación y coordinación de dicho evento.

Ciertamente, no resulta baladí dicha conmemoración, máxime si tenemos en cuenta el escaso eco mediático que en su momento tuvo este suceso objeto de recordación, no en vano parece quedar desleído por entre los arduos acontecimientos de infausto recuerdo que se fueron desarrollando en el área subeslava tras la disolución de la antigua Yugoslavia (desde la Guerra de los Diez Días, en 1991, hasta la de Macedonia, en 2001), los cuales, por supuesto, no colgaban del vacío celeste.

Indubitablemente, no era fácil mantener el equilibrio que lograra Tito en un entorno que acogía a tan gran diversidad étnica; donde se hablaban cuatro lenguas (el serbo-croata, el esloveno, el macedonio y el albanés), además de existir dos alfabetos: el cirílico y el latino; donde cohabitaban los cristianismos católico y ortodoxo con el Islam…

Tras la muerte de Tito en 1980 los elementos legitimadores que este había esgrimido empezaron a perder paulatinamente vigor acuciados por problemas de distinto jaez: diferencias entre territorios más o menos desarrollados, repliegues identitarios de cariz nacionalista impulsados por elites que se culpabilizaban mutuamente…

Así las cosas, en el XIV Congreso de la Liga Comunista Yugoslava, Eslovenia y Croacia apostarían por la independencia, en tanto que Serbia, secundada por Montenegro, Kosovo y Vojvodina, abogaría por el centralismo democrático. Por su parte, Macedonia y Bosnia vendrían a respaldar una vía intermedia expresada en una confederación yugoslava.

Al materializarse los proyectos estatal-nacionalistas, en 1991 el Estado federal solo contaba con Serbia y Montenegro. Era el fin del Estado de los eslavos del sur.

A diferencia de Eslovenia, que no tenía minorías étnicas en su territorio ni demandas propias de carácter expansionista, además de haber preparado al detalle su proceso de independencia, el caso croata sería mucho más traumático, ya que allí sí existía una minoría serbia que constituía el 15% de la población total: los serbios de Krajina, que llevaban siglos habitando aquella zona. Estos, en 1991 harían un referéndum para autodeterminarse instituyéndose como república serbia, cosa que se complicó una vez que Croacia se independizara en el mismo año. En un entorno de gran inestabilidad geoestratégica y sometido a numerosas escaramuzas, en 1995, al anunciar la República de Krajina su unión a Bosnia, desencadenó que el Gobierno de Zagreb impulsase la entrada de su ejército a través de grandes ofensivas entre las que se inscribe la que nos ocupa, la “Operación Tormenta”, que ofreció un saldo de más de un millar de civiles serbios muertos, además de una limpieza étnica que propició la huida de más de doscientas mil personas y que llevó a tres generales croatas ante el Tribunal Internacional.

Por su parte, Franjo Tudjman, primer presidente de Croacia, también investigado en su momento por el Tribunal Penal Internacional, permanecería en el poder hasta 1999, año de su muerte, demorando la integración de Croacia en el entorno de la UE merced a sus modos gubernamentales autoritarios.

Ante tal panorama, quedaba en evidencia la convivencia cívica en la Europa posterior a la II Guerra Mundial.

El profesor Ruiz de la Serna, centrándose en la olvidada “Operación Tormenta, se refería a la gran tragedia que supusieron las circunstancias referidas en pleno corazón de Europa, así como “el poder de la propaganda”, dado “el muro de silencio” con el que se han tapiado los sucesos de agosto del noventa y cinco y “los márgenes de impunidad” evidenciados, ya que, apuntaba, se saltaron las reglas de la guerra establecidas tras la II Guerra Mundial, cometiéndose intolerables crímenes contra la humanidad. De hecho, seguía el profesor, se bombardearon incluso enclaves bajo la protección de Naciones Unidas. Se expulsó al 15% del país desalojándose diez mil kilómetros cuadrados de territorio.

Se preguntaba Ruiz de la Serna cómo es que, dado que iban a surgir de los procesos de independencia democracias a integrar en el concierto de las naciones, por qué no podían vivir distintas minorías étnicas, distintos pueblos, como los serbios de Croacia, en ellas.

Lo cierto es que, como seguía apuntando Ruiz de la Serna, se dio, en el caso de Croacia, una narrativa ultranacionalista. La reescritura de la historia y las campañas de odio contra los serbios resucitaron los fantasmas de la década de los cuarenta.

Otro matiz, de no poca importancia, apuntado por Ricardo Ruiz de la Serna, es la gran cantidad de información que de momento se le ha hurtado al ámbito académico, pues aún no ha habido un adecuado acceso a documentos y fuentes primarias para poder discriminar de manera fehaciente entre lo que sucedió y lo que se contó que sucedía. Faltaría, en definitiva, una adecuada historiografía al respecto más allá del relato periodístico, que está llamado a tratar de contar lo que está pasando y, en la medida de lo posible, a tratar de explicarlo. Cosa que no se hizo, pues se ofreció un relato muy parcial e insuficiente, a decir del profesor, que añadía que el cómputo de víctimas serbias será difícil mientras las fuentes no se abran. Los civiles serbios muertos que se han venido estimando oscilarían entre los trescientos y los mil doscientos, según la procedencia de los datos.

También refirió el ponente que es imposible movilizar a doscientas cincuenta mil personas en tres días y que no se produzca una catástrofe humanitaria, como la que ocurrió en este proceso migratorio forzado. Historia que nunca se contó, aclaraba Ruiz de la Serna, a lo que contribuyó la práctica inexistencia de organizaciones no gubernamentales desplegadas sobre el terreno.

Se refirió además el conferenciante al castigo a los crímenes, señalando que el juicio sobre la “Operación Tormenta” habla de una asociación criminal. Las consecuencias que hechos como el que estamos trayendo aquí (ocurrido hace veintidós años) han tenido para la historia de nuestro continente, no se han querido reconocer convenientemente, como tampoco se ha analizado de manera adecuada el precedente que dicho modo de proceder supuso para subsiguientes escaramuzas en los Balcanes. “No fue un episodio oscuro, sino un macabro precedente”, aseveraba Ruiz de la Serna, en alusión al enconamiento de determinadas animadversiones recíprocas difícilmente salvables.

Un triste recuerdo en la Embajada Serbia en Madrid

Se conmemoró en la Embajada Serbia en Madrid el vigésimo segundo aniversario de la “Operación Tormenta”
Diego Vadillo López
domingo, 30 de julio de 2017, 20:44 h (CET)

Unnamed 1

El pasado día 27 de julio de 2017 tuvo lugar en la Embajada de la República de Serbia en Madrid la conmemoración de los hechos acaecidos hace veintidós años en la región de Krajina conocidos como “Operación Tormenta”; dicho acto se llevó a cabo mediante la conferencia “Día en memoria de las víctimas y los expulsados serbios” pronunciada por el profesor Ricardo Ruiz de la Serna, quien estuvo acompañado por el embajador serbio, el excelentísimo señor don Danko Prokic, de cuya mano corrió la presentación y coordinación de dicho evento.

Ciertamente, no resulta baladí dicha conmemoración, máxime si tenemos en cuenta el escaso eco mediático que en su momento tuvo este suceso objeto de recordación, no en vano parece quedar desleído por entre los arduos acontecimientos de infausto recuerdo que se fueron desarrollando en el área subeslava tras la disolución de la antigua Yugoslavia (desde la Guerra de los Diez Días, en 1991, hasta la de Macedonia, en 2001), los cuales, por supuesto, no colgaban del vacío celeste.

Indubitablemente, no era fácil mantener el equilibrio que lograra Tito en un entorno que acogía a tan gran diversidad étnica; donde se hablaban cuatro lenguas (el serbo-croata, el esloveno, el macedonio y el albanés), además de existir dos alfabetos: el cirílico y el latino; donde cohabitaban los cristianismos católico y ortodoxo con el Islam…

Tras la muerte de Tito en 1980 los elementos legitimadores que este había esgrimido empezaron a perder paulatinamente vigor acuciados por problemas de distinto jaez: diferencias entre territorios más o menos desarrollados, repliegues identitarios de cariz nacionalista impulsados por elites que se culpabilizaban mutuamente…

Así las cosas, en el XIV Congreso de la Liga Comunista Yugoslava, Eslovenia y Croacia apostarían por la independencia, en tanto que Serbia, secundada por Montenegro, Kosovo y Vojvodina, abogaría por el centralismo democrático. Por su parte, Macedonia y Bosnia vendrían a respaldar una vía intermedia expresada en una confederación yugoslava.

Al materializarse los proyectos estatal-nacionalistas, en 1991 el Estado federal solo contaba con Serbia y Montenegro. Era el fin del Estado de los eslavos del sur.

A diferencia de Eslovenia, que no tenía minorías étnicas en su territorio ni demandas propias de carácter expansionista, además de haber preparado al detalle su proceso de independencia, el caso croata sería mucho más traumático, ya que allí sí existía una minoría serbia que constituía el 15% de la población total: los serbios de Krajina, que llevaban siglos habitando aquella zona. Estos, en 1991 harían un referéndum para autodeterminarse instituyéndose como república serbia, cosa que se complicó una vez que Croacia se independizara en el mismo año. En un entorno de gran inestabilidad geoestratégica y sometido a numerosas escaramuzas, en 1995, al anunciar la República de Krajina su unión a Bosnia, desencadenó que el Gobierno de Zagreb impulsase la entrada de su ejército a través de grandes ofensivas entre las que se inscribe la que nos ocupa, la “Operación Tormenta”, que ofreció un saldo de más de un millar de civiles serbios muertos, además de una limpieza étnica que propició la huida de más de doscientas mil personas y que llevó a tres generales croatas ante el Tribunal Internacional.

Por su parte, Franjo Tudjman, primer presidente de Croacia, también investigado en su momento por el Tribunal Penal Internacional, permanecería en el poder hasta 1999, año de su muerte, demorando la integración de Croacia en el entorno de la UE merced a sus modos gubernamentales autoritarios.

Ante tal panorama, quedaba en evidencia la convivencia cívica en la Europa posterior a la II Guerra Mundial.

El profesor Ruiz de la Serna, centrándose en la olvidada “Operación Tormenta, se refería a la gran tragedia que supusieron las circunstancias referidas en pleno corazón de Europa, así como “el poder de la propaganda”, dado “el muro de silencio” con el que se han tapiado los sucesos de agosto del noventa y cinco y “los márgenes de impunidad” evidenciados, ya que, apuntaba, se saltaron las reglas de la guerra establecidas tras la II Guerra Mundial, cometiéndose intolerables crímenes contra la humanidad. De hecho, seguía el profesor, se bombardearon incluso enclaves bajo la protección de Naciones Unidas. Se expulsó al 15% del país desalojándose diez mil kilómetros cuadrados de territorio.

Se preguntaba Ruiz de la Serna cómo es que, dado que iban a surgir de los procesos de independencia democracias a integrar en el concierto de las naciones, por qué no podían vivir distintas minorías étnicas, distintos pueblos, como los serbios de Croacia, en ellas.

Lo cierto es que, como seguía apuntando Ruiz de la Serna, se dio, en el caso de Croacia, una narrativa ultranacionalista. La reescritura de la historia y las campañas de odio contra los serbios resucitaron los fantasmas de la década de los cuarenta.

Otro matiz, de no poca importancia, apuntado por Ricardo Ruiz de la Serna, es la gran cantidad de información que de momento se le ha hurtado al ámbito académico, pues aún no ha habido un adecuado acceso a documentos y fuentes primarias para poder discriminar de manera fehaciente entre lo que sucedió y lo que se contó que sucedía. Faltaría, en definitiva, una adecuada historiografía al respecto más allá del relato periodístico, que está llamado a tratar de contar lo que está pasando y, en la medida de lo posible, a tratar de explicarlo. Cosa que no se hizo, pues se ofreció un relato muy parcial e insuficiente, a decir del profesor, que añadía que el cómputo de víctimas serbias será difícil mientras las fuentes no se abran. Los civiles serbios muertos que se han venido estimando oscilarían entre los trescientos y los mil doscientos, según la procedencia de los datos.

También refirió el ponente que es imposible movilizar a doscientas cincuenta mil personas en tres días y que no se produzca una catástrofe humanitaria, como la que ocurrió en este proceso migratorio forzado. Historia que nunca se contó, aclaraba Ruiz de la Serna, a lo que contribuyó la práctica inexistencia de organizaciones no gubernamentales desplegadas sobre el terreno.

Se refirió además el conferenciante al castigo a los crímenes, señalando que el juicio sobre la “Operación Tormenta” habla de una asociación criminal. Las consecuencias que hechos como el que estamos trayendo aquí (ocurrido hace veintidós años) han tenido para la historia de nuestro continente, no se han querido reconocer convenientemente, como tampoco se ha analizado de manera adecuada el precedente que dicho modo de proceder supuso para subsiguientes escaramuzas en los Balcanes. “No fue un episodio oscuro, sino un macabro precedente”, aseveraba Ruiz de la Serna, en alusión al enconamiento de determinadas animadversiones recíprocas difícilmente salvables.

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