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Contemplemos lo que le luce el pelo a Mitt Romney

El pelo va con el caballero

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WASHINGTON -- .En realidad, vamos a unirnos a la multitud que está contemplando el pelo de Mitt Romney.
 
La creciente multitud. El aspirante a Primera Cabellera apareció en la portada del New York Times el viernes. En un debate celebrado en Michigan hace un par de semanas, la blogosfera respondió a unos cuantos mechones de Romney fuera de sitio, algo poco común, igual que si fueran cabezas nucleares perdidas.
 
Y cuando el presentador de la televisión nocturna Jimmy Fallon preguntó a la candidata rival a la presidencia Michele Bachmann hace poco lo que le viene a la cabeza cuando piensa en Romney, ella respondió, inevitablemente quizá: "Pelazo".
 
Yo estaba escribiendo algo acerca de las desigualdades sociales, pero en serio, con la morriña post-pavo de Acción de Gracias, ¿por qué resistirse a lo del pelo?
 
Por motivos de igualdad de sexos, deberíamos de apoyar esta novedad. En el caso de los políticos, el acento en el pelo es motivo de heridas autoinfligidas. Acuérdese de Bill Clinton y el peluquero de moda en Hollywood en la salita del aeropuerto. John Edwards acicalándose y emperifollándose sus greñas durante minutos delante del espejo -- y eso antes de su desgraciado corte de pelo de 400 dólares.
 
En el caso de las mujeres en política, por otra parte, el pelo viene con la situación. ¿Cuántas crónicas habremos dedicado con los años al cambiante estilo capilar de Hillary Clinton? "A la próxima gran crisis geopolítica, cualquiera que sea, me voy a cortar el pelo", dijo la Clinton hace unos meses. "Y créame, no vamos a leer nada acerca de la guerra". Personalmente, me gustaba corto.
 
Luego vino aquel desafortunado episodio que implicaba a la candidata al Senado de California Carly Fiorina haciendo comentarios maliciosos delante de la cámara acerca del peinado de la rival Demócrata Bárbara Boxer: "Madre de Dios, ¿qué se ha hecho en el pelo? Eso está muuuuuy pasado".
 
La verdad es que todos reparamos en el pelo -- en el de los candidatos, en el de los famosos, en el de nuestras hijas, que está mejor dejando el rostro al descubierto. La aparente obsesión nacional por el pelo de Romney plasma la aplicación indiferente al sexo de este principio.
 
Luego está la inevitable cuestión del pelo como metáfora. Como escriben los periodistas Michael Barbaro y Ashley Parker en el New York Times, "la cabellera negra impecablemente peinada de Romney se ha convertido en una especie de examen cosmetológico de Rorschach en campaña, con muchos que ven sus gruesos mechones como algo que les encanta y les repugna del candidato Republicano a la Casa Blanca. (Imponente, tranquilizador, presidencial, graznan los partidarios; demasiado soso, demasiado relamido, demasiado perfecto, se quejan los críticos)".
 
Sería fácil restar importancia a esto como simple cháchara de verduleras en la peluquería dando excesiva importancia a elecciones triviales, pero escuche al peluquero de Romney en persona: "Quiere una imagen de ser muy comedido", dice al Times León de Magistris. "Es un caballero muy comedido. El pelo va con la personalidad".
 
Cuando aconseja a Romney que "se lo desordene en poco", dice de Magistris, el candidato se opone.
 
Erróneamente a lo mejor. Examinando la situación del debate de Michigan, observa de Romney mi colega Jennifer Rubin, "Estuvo un poco más disperso y vigoroso de lo normal; a lo mejor algún mechón fuera de sitio le haría parecer más relajado y menos guionizado". De hecho, preparándose para su primera apuesta presidencial hace unos años, la campaña Romney enumeraba el camello demasiado impecable del candidato como posible desventaja.
 
A veces un corte de pelo es sólo un corte de pelo. Pero en el caso de Romney, también podría ser una muestra -- de nosotros mismos y de lo que buscamos en un presidente, sin duda, pero también del propio candidato.

El pelo va con el caballero

Contemplemos lo que le luce el pelo a Mitt Romney
Ruth Marcus
miércoles, 30 de noviembre de 2011, 08:09 h (CET)

WASHINGTON -- .En realidad, vamos a unirnos a la multitud que está contemplando el pelo de Mitt Romney.
 
La creciente multitud. El aspirante a Primera Cabellera apareció en la portada del New York Times el viernes. En un debate celebrado en Michigan hace un par de semanas, la blogosfera respondió a unos cuantos mechones de Romney fuera de sitio, algo poco común, igual que si fueran cabezas nucleares perdidas.
 
Y cuando el presentador de la televisión nocturna Jimmy Fallon preguntó a la candidata rival a la presidencia Michele Bachmann hace poco lo que le viene a la cabeza cuando piensa en Romney, ella respondió, inevitablemente quizá: "Pelazo".
 
Yo estaba escribiendo algo acerca de las desigualdades sociales, pero en serio, con la morriña post-pavo de Acción de Gracias, ¿por qué resistirse a lo del pelo?
 
Por motivos de igualdad de sexos, deberíamos de apoyar esta novedad. En el caso de los políticos, el acento en el pelo es motivo de heridas autoinfligidas. Acuérdese de Bill Clinton y el peluquero de moda en Hollywood en la salita del aeropuerto. John Edwards acicalándose y emperifollándose sus greñas durante minutos delante del espejo -- y eso antes de su desgraciado corte de pelo de 400 dólares.
 
En el caso de las mujeres en política, por otra parte, el pelo viene con la situación. ¿Cuántas crónicas habremos dedicado con los años al cambiante estilo capilar de Hillary Clinton? "A la próxima gran crisis geopolítica, cualquiera que sea, me voy a cortar el pelo", dijo la Clinton hace unos meses. "Y créame, no vamos a leer nada acerca de la guerra". Personalmente, me gustaba corto.
 
Luego vino aquel desafortunado episodio que implicaba a la candidata al Senado de California Carly Fiorina haciendo comentarios maliciosos delante de la cámara acerca del peinado de la rival Demócrata Bárbara Boxer: "Madre de Dios, ¿qué se ha hecho en el pelo? Eso está muuuuuy pasado".
 
La verdad es que todos reparamos en el pelo -- en el de los candidatos, en el de los famosos, en el de nuestras hijas, que está mejor dejando el rostro al descubierto. La aparente obsesión nacional por el pelo de Romney plasma la aplicación indiferente al sexo de este principio.
 
Luego está la inevitable cuestión del pelo como metáfora. Como escriben los periodistas Michael Barbaro y Ashley Parker en el New York Times, "la cabellera negra impecablemente peinada de Romney se ha convertido en una especie de examen cosmetológico de Rorschach en campaña, con muchos que ven sus gruesos mechones como algo que les encanta y les repugna del candidato Republicano a la Casa Blanca. (Imponente, tranquilizador, presidencial, graznan los partidarios; demasiado soso, demasiado relamido, demasiado perfecto, se quejan los críticos)".
 
Sería fácil restar importancia a esto como simple cháchara de verduleras en la peluquería dando excesiva importancia a elecciones triviales, pero escuche al peluquero de Romney en persona: "Quiere una imagen de ser muy comedido", dice al Times León de Magistris. "Es un caballero muy comedido. El pelo va con la personalidad".
 
Cuando aconseja a Romney que "se lo desordene en poco", dice de Magistris, el candidato se opone.
 
Erróneamente a lo mejor. Examinando la situación del debate de Michigan, observa de Romney mi colega Jennifer Rubin, "Estuvo un poco más disperso y vigoroso de lo normal; a lo mejor algún mechón fuera de sitio le haría parecer más relajado y menos guionizado". De hecho, preparándose para su primera apuesta presidencial hace unos años, la campaña Romney enumeraba el camello demasiado impecable del candidato como posible desventaja.
 
A veces un corte de pelo es sólo un corte de pelo. Pero en el caso de Romney, también podría ser una muestra -- de nosotros mismos y de lo que buscamos en un presidente, sin duda, pero también del propio candidato.

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