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El Congreso fracasa. La patata pasa de manos. Descuente señalar al Presidente Obama por no liderar

La búsqueda del culpable

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WASHINGTON -- .Esta vez no cuente conmigo.<br><br>El fracaso del supercomité no es culpa de Obama. Si hubiera presionado y pinchado y negociado y regateado, el resultado probable habría sido idéntico. Puede que peor, en el sentido de que el enrocamiento en las posturas habría sido todavía más firme.

A pesar de todas las quejas de última hora del "¿dónde está Obama?", la orden bipartidista legislativa remitida a la Casa Blanca mientras el supercomité hizo su trabajo fue simple: apéate del burro.

Correcto. El mensaje de los legisladores Republicanos y de los Demócratas en la misma medida fue que la implicación presidencial sólo podía ser contraproductiva. Cuanto más se vinculara al presidente con un enfoque concreto, razonaban, más difícil sería de suscribir para los Republicanos. Cualquier cosa que pareciera una "victoria Obama" habría sido inaceptable para los Republicanos en medio de una campaña electoral.

Entre el esperable clamor por la ausencia del presidente, es difícil recordar que Obama hizo su propia propuesta al supercomité -- para gran consternación de algunos legisladores Demócratas.

El plan del presidente fue decepcionantemente tibio y estaba repleto de trucos contables, pero habría proporcionado gran parte de los 1,2 billones de dólares en ahorro que el supercomité no produjo. Por alguna razón no recuerdo a los Republicanos de aquel momento elogiando a Obama por liderar valientemente.

La búsqueda de culpables es una empresa monótona, pero si no tenemos más remedio que jugar otra partida, volvamos atrás y adoptemos por lo menos una opinión más matizada del marcador.

La trayectoria del presidente en la negociación del déficit antes del debate del techo de la deuda no resulta atractiva. Se incorporó tarde cuando los congresistas presionaban por sacar adelante la legislación que dio lugar a la comisión de la deuda.

Después de que la iniciativa fracasara -- resultado del inconsciente cambio de filas de los Republicanos que se abstenían de la idea hasta que Obama se abstuvo -- el presidente pasó a elegir su propio grupo, presidido por los legisladores Erskine Bowles y Alan Simpson. Cuando el grupo estuvo sorprendentemente próximo a la mayoría absoluta imprescindible para garantizar que sus recomendaciones eran sometidas a votación simple en el Congreso, el presidente no hizo nada por ayudar.

A continuación lo más escandaloso, una vez que la Comisión presentó sus recomendaciones, Obama renunció, ni apoyando las recomendaciones ni ofreciendo alternativas.

Como decía hace poco en rueda de prensa Bowles, el jefe de gabinete de Bill Clinton, al Wall Street Journal: "Estoy convencido de que la mayoría de los miembros del equipo económico lo apoyaban firmemente. Como en cualquier Casa Blanca, hay una reducida cábala de gente que rodea al presidente y que tiene su confianza y con los que trabaja, y estoy seguro de que eran esos tipos de Chicago el equipo político que le convenció de que sería más inteligente por su parte esperar y dejar que el secretario del Comité Presupuestario de la Cámara Paul Ryan presentara primero sus recomendaciones, y luego quedar como el tipo sensato del juego".

El presidente dialogaba finalmente ante la punta de la pistola del techo de la deuda, y por esto merece mérito. En su quijotesca búsqueda de un gran acuerdo, Obama manifestó cierta disposición a tener en consideración el gasto social, poniendo predeciblemente nervioso a su electorado de izquierdas.

El acuerdo se vino abajo, pero sobre todo porque el presidente de la Cámara John Boehner no supo cumplir con los 800.000 millones de dólares en impuestos nuevos con los que negociaba.

Una vez presentado el supercomité, Obama se distanció menos para la presentación de las recomendaciones en septiembre, vertiendo una amenaza de vetar cualquier acuerdo que recortara las pensiones del programa Medicare de los ancianos sin subir también los impuestos a los estadounidenses más ricos.

Algunos de los que culpan a Obama después del fracaso han puesto el acento en esa declaración. Es estúpido. La amenaza vertida por Obama refleja una exigencia razonable de sacrificio compartido y, en cualquier caso, era superflua. Un acuerdo consistente exclusivamente en recortes no iba a superar el trámite.

¿Lamentan el fracaso del supercomité el presidente y sus asesores políticos? No. En su caso, el fracaso era una opción buena que consolida el mensaje de que su Congreso está cruzado de brazos. Pero esto es algo distinto a decir que la responsabilidad del fracaso recae en el presidente.

Escuchando la noche del lunes su amenaza de vetar cualquier iniciativa por desactivar el mecanismo automático de control del gasto, me pregunté si despacharse de forma tan contundente una semana antes habría ayudado a concentrar las mentes legislativas.

Puede que sí, pero lo que está claro es que los Demócratas del comité llegaron tremendamente lejos en aras del compromiso. Ofrecieron más recortes en las pensiones del Medicare de la tercera edad que los ofrecidos por la Comisión Simpson-Bowles -- o de los que ofreció Obama con Boehner, a esos efectos -- y aceptó menos en forma de subidas tributarias de lo que proponían cualquiera de las dos propuestas.

Por su parte, los Republicanos dejaron atrás su postura de intransigencia radical en materia tributaria. Después se negaban a moverse. No es raro que hayan adoptado la postura conveniente por defecto: la culpa la tiene Obama.

La búsqueda del culpable

El Congreso fracasa. La patata pasa de manos. Descuente señalar al Presidente Obama por no liderar
Ruth Marcus
lunes, 28 de noviembre de 2011, 14:25 h (CET)

WASHINGTON -- .Esta vez no cuente conmigo.<br><br>El fracaso del supercomité no es culpa de Obama. Si hubiera presionado y pinchado y negociado y regateado, el resultado probable habría sido idéntico. Puede que peor, en el sentido de que el enrocamiento en las posturas habría sido todavía más firme.

A pesar de todas las quejas de última hora del "¿dónde está Obama?", la orden bipartidista legislativa remitida a la Casa Blanca mientras el supercomité hizo su trabajo fue simple: apéate del burro.

Correcto. El mensaje de los legisladores Republicanos y de los Demócratas en la misma medida fue que la implicación presidencial sólo podía ser contraproductiva. Cuanto más se vinculara al presidente con un enfoque concreto, razonaban, más difícil sería de suscribir para los Republicanos. Cualquier cosa que pareciera una "victoria Obama" habría sido inaceptable para los Republicanos en medio de una campaña electoral.

Entre el esperable clamor por la ausencia del presidente, es difícil recordar que Obama hizo su propia propuesta al supercomité -- para gran consternación de algunos legisladores Demócratas.

El plan del presidente fue decepcionantemente tibio y estaba repleto de trucos contables, pero habría proporcionado gran parte de los 1,2 billones de dólares en ahorro que el supercomité no produjo. Por alguna razón no recuerdo a los Republicanos de aquel momento elogiando a Obama por liderar valientemente.

La búsqueda de culpables es una empresa monótona, pero si no tenemos más remedio que jugar otra partida, volvamos atrás y adoptemos por lo menos una opinión más matizada del marcador.

La trayectoria del presidente en la negociación del déficit antes del debate del techo de la deuda no resulta atractiva. Se incorporó tarde cuando los congresistas presionaban por sacar adelante la legislación que dio lugar a la comisión de la deuda.

Después de que la iniciativa fracasara -- resultado del inconsciente cambio de filas de los Republicanos que se abstenían de la idea hasta que Obama se abstuvo -- el presidente pasó a elegir su propio grupo, presidido por los legisladores Erskine Bowles y Alan Simpson. Cuando el grupo estuvo sorprendentemente próximo a la mayoría absoluta imprescindible para garantizar que sus recomendaciones eran sometidas a votación simple en el Congreso, el presidente no hizo nada por ayudar.

A continuación lo más escandaloso, una vez que la Comisión presentó sus recomendaciones, Obama renunció, ni apoyando las recomendaciones ni ofreciendo alternativas.

Como decía hace poco en rueda de prensa Bowles, el jefe de gabinete de Bill Clinton, al Wall Street Journal: "Estoy convencido de que la mayoría de los miembros del equipo económico lo apoyaban firmemente. Como en cualquier Casa Blanca, hay una reducida cábala de gente que rodea al presidente y que tiene su confianza y con los que trabaja, y estoy seguro de que eran esos tipos de Chicago el equipo político que le convenció de que sería más inteligente por su parte esperar y dejar que el secretario del Comité Presupuestario de la Cámara Paul Ryan presentara primero sus recomendaciones, y luego quedar como el tipo sensato del juego".

El presidente dialogaba finalmente ante la punta de la pistola del techo de la deuda, y por esto merece mérito. En su quijotesca búsqueda de un gran acuerdo, Obama manifestó cierta disposición a tener en consideración el gasto social, poniendo predeciblemente nervioso a su electorado de izquierdas.

El acuerdo se vino abajo, pero sobre todo porque el presidente de la Cámara John Boehner no supo cumplir con los 800.000 millones de dólares en impuestos nuevos con los que negociaba.

Una vez presentado el supercomité, Obama se distanció menos para la presentación de las recomendaciones en septiembre, vertiendo una amenaza de vetar cualquier acuerdo que recortara las pensiones del programa Medicare de los ancianos sin subir también los impuestos a los estadounidenses más ricos.

Algunos de los que culpan a Obama después del fracaso han puesto el acento en esa declaración. Es estúpido. La amenaza vertida por Obama refleja una exigencia razonable de sacrificio compartido y, en cualquier caso, era superflua. Un acuerdo consistente exclusivamente en recortes no iba a superar el trámite.

¿Lamentan el fracaso del supercomité el presidente y sus asesores políticos? No. En su caso, el fracaso era una opción buena que consolida el mensaje de que su Congreso está cruzado de brazos. Pero esto es algo distinto a decir que la responsabilidad del fracaso recae en el presidente.

Escuchando la noche del lunes su amenaza de vetar cualquier iniciativa por desactivar el mecanismo automático de control del gasto, me pregunté si despacharse de forma tan contundente una semana antes habría ayudado a concentrar las mentes legislativas.

Puede que sí, pero lo que está claro es que los Demócratas del comité llegaron tremendamente lejos en aras del compromiso. Ofrecieron más recortes en las pensiones del Medicare de la tercera edad que los ofrecidos por la Comisión Simpson-Bowles -- o de los que ofreció Obama con Boehner, a esos efectos -- y aceptó menos en forma de subidas tributarias de lo que proponían cualquiera de las dos propuestas.

Por su parte, los Republicanos dejaron atrás su postura de intransigencia radical en materia tributaria. Después se negaban a moverse. No es raro que hayan adoptado la postura conveniente por defecto: la culpa la tiene Obama.

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Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
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