Quiso jugar al despiste con su primer saque. Pero la doble falta con la que Roger Federer comenzó el encuentro fue la anécdota previa a un recital incontestable. El O2 se tuvo que conformar con una hora exacta de huracán suizo, en un partido en el que solo se puede callar y aplaudir a una leyenda que no parece tener fecha de caducidad.
El expreso de Basilea afinó su brazo con la misma precisión que en sus más grandes conciertos. Concedió cinco juegos de tranquilidad, pero a partir de la rotura en blanco en el sexto, el terremoto más elegante volvió a sentirse en la pista londinense.
No estábamos viendo a un Nadal mediocre. El de Manacor salió concentrado y aguantó los primeros ataques sin demasiados problemas. Pero algo no seguía el guión preferido por el español. A pesar de mantener su saque de inicio con cierta soltura, los juegos se sucedían a un ritmo frenético y a esa velocidad, sin peloteos a la vista, era cuestión de tiempo que el resultado acabara seducido por la magia del helvético.
Roger manejó el timón con una suavidad envidiable. De revés o con la derecha, los misiles acariciaban las líneas con una seguridad que parecía que el error quedaba a kilómetros. Rafa comenzó a mosquearse. A sentir que no iba a ser su noche, y a sufrir uno de los Federer más en gracia que se recuerdan en sus veintiséis enfrentamientos.
El segundo set no existió. Fue un entrenamiento televisado donde Nadal hizo de sparring ante la exhibición de golpes imparables del suizo. No quiso perder la fe ni con la manita, levantando todavía el puño en busca de un impulso desaparecido.
Con este resultado Federer se convierte en el primer jugador clasificado para semifinales. Además, una vez Andy Murray ha confirmado su retirada, Roger podría terminar el año en tercera posición en caso de alcanzar el encuentro definitivo.
A Rafa le toca recuperarse del mazazo y pensar ya en Tsonga. El jueves toca final en el O2 Arena.