Que hemos llegado a un punto de irracionalidad difícilmente comparable con cualquier otro tiempo de la
historia, ya es algo que no tiene vuelta de hoja. Cada día aparecen nuevos motivos de alarma, razones para
pensar que se ha entrado en una órbita de majadería colectiva, que no hace presagiar más que problemas,
enfrentamientos y tiempos de dominio de las ideas más absurdas utilizadas por este modelo de sociedad
asamblearia en la que, cada individuo, imbuido de la filosofía relativista, parece dispuesto a inventarse la
majadería mayor con la pretensión de imponerla, si está en condición de poderlo hacer, al resto de la
sociedad, sin tener en cuenta las consecuencias, los perjuicios o el mal que se le puede hacer a la sociedad,
con su empeño de remar hacía el objetivo, por equivocado que sea, que se ha propuesto.
A alguien, seguramente relacionado con este feminismo resabiado, radical, intolerante y evidentemente
cargado de rencor, acaba de ocurrírsele una nueva forma de incordiar al género masculino, por si no fuera
bastante todo lo que le está cayendo encima desde que, el progresismo librepensador, se decidió a darle la
vuelta a la tortilla, empezando por devaluar la heterosexualidad, cambiar el rol tradicional asignado a la
familia y darles a las féminas todo el poder del que ya disponían en el seno de las familias para, ahora,
tenerlo también en la vida social fuera de ellas. Ya no se trata de reivindicaciones sensatas y entendibles; no
les basta haber quedado, por ley, equiparadas en todos los terrenos de la vida a sus “rivales” los hombres (de
los que, por otra parte, no pueden prescindir, al menos, por aquellas que no han decidido también prescindir
de ellos en su función reproductora o en sus relaciones sexuales), ni tan siquiera se conforman con la absurda
idea de que se han de establecer cuotas de hombres y mujeres en las listas electorales, en los consejos de
Administración de las empresas, en los ediles de los ayuntamientos o, es muy posible que también lo
intenten, en los mandos de la milicia donde, cada vez, son más numerosas las que ocupan cargos de
relevancia.
Ahora, señores, como ocurre en el caso de las adopciones de niños, de los vientres de alquiler, de las familias
de nuevo cuño o de las facilidades para el cambio de género, incluso a edades en las que los niños no tienen
la capacidad para conocer cuáles serán sus preferencias cuando lleguen a la pubertad; estamos entrando en
una sociedad de una permisividad tal que, el ciudadano, ya no se siente sorprendido cuando van apareciendo
nuevas modalidades contra-natura que amenazan, para un futuro no muy lejano, la aparición de nuevas
formas de familias mixtas entre personas, hombres y mujeres y bestias o entre personas cuyo parentesco ha
sido siempre un impedimento, por razones evidentes, para poderse casar o vivir amancebados. La sociedad,
cada vez se aproxima más a aquella citada en la Biblia, en la que, en ciudades como Sodoma y Gomorra, el
vicio había llegado a tales extremos de depravación que nada, relacionado con las relaciones sexuales, estaba
prohibido, hasta las más absurdas monstruosidades.
La última de las reclamaciones, que ya se han materializado en las carreras de bicicletas, como en el Tour de
Francia o en cualquier otra que se lleven a cabo, proviene de una iniciativa que considera que, el que las
azafatas, que ayudan a repartir los premios al vencedor de cada etapa o a los triunfadores finales, están
desempeñando una función que se puede considerar denigrante y, en consecuencia la costumbre de que el
ganador reciba dos besos ( hay que decir que de una castidad incontestable), uno en cada mejilla, de las
chicas es ¡un acto intolerable de machismo! Una costumbre que, como parece que han conseguido, debe ser
eliminada en todo tipo de acontecimientos deportivos. Se me ocurre, sin ánimo de dar ideas, lo que
considerarán estos censores inquisitoriales de los derechos de las féminas de aquellas muchachas que
sostienen sombrillas sobre los corredores de motos, o de las que desfilan por una pasarela enseñando todo lo
que Dios les concedió, ante una serie de hombres que las contemplan. ¿Qué van a decir de todas estas
películas actuales donde los cameos no pueden faltar? ¿Se trata de actos machistas o las feministas se
muestran condescendientes cuando los hechos se producen en la cama?
En Andalucía, la Junta ha establecido un lenguaje antimachista, que se reproduce en los documentos
oficiales para las matriculaciones, en cuyos impresos, la referencias a padre o madre quedan sustituida por
las de “personas guardadoras” en base a una presunta discriminación o desigualdad debida al género. La
calificación de “ridícula” y “absurda” con la que ha sido acogida semejante medida, no parece que haya
hecho reflexionar a los miembros de la Junta que tuvieron tan “brillante” ocurrencia. De hecho, en el II Plan
de Igualdad de Género de la Junta de Andalucía, obviando las recomendaciones de la Academia, aparecen
“perlas” lingüísticas como las siguientes: un profesor tendrá que dirigirse a sus ‘alumnos y alumnas’, que
son ‘chicos’ y chicas’. Al hablar sobre política, tendrá que referirse a ‘la clase política’, porque ‘políticos’
está considerada una palabra sexista, como ocurre con ‘los andaluces’, que es sustituida por ‘población
andaluza’ o como le sucede a ‘los españoles’, que pasarían a ser ‘población española’. Los alumnos y
alumnas no podrán dirigirse a sus profesores, sino a su ‘profesorado’ y la ‘dirección’ pasa a ser ‘equipo
directivo’, así como los ‘tutores’ son ahora ‘tutoría’. Si el estudiante pidió beca no será ‘becario’, sino
‘persona becada’ y no fue ‘el solicitante’ de la ayuda, sino ‘quienes soliciten’. Si sus padres están ‘parados’,
ahora serán ‘personas sin trabajo’. ¿Hay quien puede identificar semejante colección de sandeces con el
machismo? ¨Me temo que, desgraciadamente, los habrá capaces de tragar con ellas.
Si seguimos por este camino, pronto se nos van a prohibir regalar flores a una mujer, besarla, tirarla un
piropo (algo que ya se considera una ofensa), invitarla a comer o incluso intentar conquistarla. Es posible
que sea necesario, antes de acercarse a ellas, formular una instancia o firmar un contrato en el que se
establezcan las condiciones en las que se mantendrán las relaciones entre ambos. El absurdo, señores, se ha
instalado en esta serie de políticos de medio pelo, una colección de incapaces que se han colado a través de
los partidos políticos, incapaces de tener una idea que no sea una vulgaridad, una horterada o una verdadera
patochada. Pero ocupan puestos importantes en los ayuntamientos, las autonomías, organismos públicos o
incluso en centros de enseñanza porque, señores, el tener una licenciatura no es óbice para que, el sujeto que
la ha conseguido, no sea una nulidad o un incompetente a la hora de tomar decisiones que deban afectar a
terceras personas.
Alguien quizá se escandalice de que, todavía, en España queden personas que se atrevan a poner límites a las
llamadas libertades y derechos de las mujeres; a las facultades omnímodas de los clubs de lesbianas o
feministas que han decidido no cejar en su empeño de acabar con el “domino” de los hombres, en cuya tarea
no parece que se quieran poner límite, ni el que el sentido común, como en el resto de materias, impone a
todo lo que sucede dentro de una sociedad. Se puede admitir la homosexualidad, pero cuidado con permitir
que se convierta en una exhibición chabacana, ofensiva y pornográfica, como ha sido la que, estos días
pasados tuvo lugar, en Madrid, ante la complacencia de todos los miembros del Ayuntamiento o la que, en
Barcelona, todavía más enlodada y de baja estofa, también tuvo lugar.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, tenemos que manifestar nuestra
perplejidad ante el grado de descomposición moral al que estamos llegando en una España en la que, apenas
hace 20 años, todavía se mantenían una serie de costumbres, hábitos, tradiciones familiares, normas de
convivencia y cívicas que respetaban un estatus ciudadano, un orden, una seguridad y un civismo que, por
desgracia ,en el tiempo que nos encontramos, se puede decir que ha desaparecido por completo para ser
sustituido, empezando por las personas que nos gobiernan y acabando por el último ciudadano, por aquellos
que han conseguido darle el vuelco a nuestra sociedad, alterando la idea de tradición, respeto por nuestros
mayores y espíritu de orden, disciplina y trabajo, por un nuevo concepto relativista de la vida, en la que lo
que predomina es la libertad del individuo sin el más mínimo respeto por los derechos y opiniones del resto
de las personas con las que convive. Un mal camino para conseguir que nuestra nación alcance las metas de
convivencia y bienestar a las que muchos aspirábamos a reconquistar.