En un momento en el que todas las películas parecen políticas y los críticos aprovechan cualquier detalle insignificante para endurecer la lucha simplista entra la izquierda y la derecha, entre americanistas y antiamericanistas, el laureado Sydney Pollack (“La tapadera”) rueda por primera vez en la sede central de la ONU (nunca antes habían dejado pasar cámaras de cine) un thriller político en el sentido más explícito del término, con el terrorismo de fondo y una estética que, lógicamente, recuerda más a “El mensajero del miedo” versión Demme que a las películas de Costa – Gavras.
Ese Pase VIP cedido por Annan para rodar en las instalaciones de la ONU nos sirve también para deleitarnos con la fotografía de Darius Khondji, uno de los maestros de la luz más importantes de los últimos años (“Seven”, “Delicatessen”) en un marco metálico, de cosmopolita postmodernidad; de hecho, la sede de la ONU es un edificio moderno -en cuanto a la distribución de sus espacios- que Pollack convierte en un decorado cinematográfico donde sus personajes se mueven claustrofóbicos, presa del pánico las más de las veces.
Cuestión interesante en “La intérprete” es el status de sus protagonistas, una intérprete que trabaja en el edificio internacional y un agente del servicio secreto. Aparentemente parece una historia de personas normales que llegan al lugar equivocado en el momento crítico (todo empieza cuando Silvia Broome escucha algo que no debe), y sin embargo las cosas se empiezan a torcer de verdad cuando nos enteramos de que muy poco de lo que ocurre es realmente lo que parece. De este modo, “La intérprete” nos muestra a cuentagotas el pasado de los personajes, equilibrando en todo momento lo que saben los personajes y lo que sabemos nosotros. Pollack nos lleva entonces hacia clímax particulares (la explosión del autobús, la llegada del Presidente) condensando la información metódicamente en la búsqueda de un suspense logrado sin apenas concesiones al deber del espectáculo, cuestión irracional que hoy día no falta en ningún film arropado por una major importante (en este caso la Universal).
En esa vertiente propia del cine de suspense nos encontramos a dos seres profundamente heridos, que han escapado (o intentado escapar) de su dolor de dos maneras muy diferentes. Dos formas de ver la vida que en ningún caso constituyen para Pollack las únicas, pues a lo largo del film no existen los silogismos; todo cambia (para bien o para mal), también los sentimientos más profundos y las convicciones más arraigadas. Pollack es, al fin y al cabo, un humanista, no un nihilista al estilo de las últimas películas de Eastwood.
“La intérprete” goza también de interpretaciones a la altura del cineasta (o quizá provocadas por su calidad), y permite recordar sus mejores obras en el campo del cine de acción-suspense-thriller. Es un buen momento para situar la obra de uno de los grandes en el ojo del público; Sydney Pollack, cineasta pocas veces recordado y muy difícil de olvidar.