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Interesaría hacer una breve reflexión sobre el nivel de atracción que tiene el desarrollo y formato de estos debates

Debates

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Mariano Rajoy y Alfredo Rubalcaba han protagonizado el lógico debate que se debe producir entre dos contendientes que aspiran a gobernar la vida de los españoles a lo largo de los cuatro años de la próxima legislatura.

Debatir, confrontar ideas, proyectos o programas es lo normal y natural en una democracia que tiene su razón de ser, precisamente, en la implicación y participación de los ciudadanos en el ejercicio del poder a través de los cauces y reglas de juego que el mismo sistema decide y determina. Otra cuestión es cómo se organizan y se estructuran en unas elecciones el enfrentamiento ideológico y verbal entre unos candidatos y otros.

Pasados unos días ya desde el último debate entre los presidenciables, creo que no interesa hacer más valoraciones de sus resultados, ya está prácticamente todo dicho, las encuestas demoscópicas y las redes sociales ya han dictaminado, en un porcentaje bastante elevado, quien ha sido el triunfador y sus efectos se añadirán a la decidida voluntad de los electores, de pronunciarse con los votos a favor de una u otra opción política, que según todas las previsiones, será la del partido popular y Mariano Rajoy su candidato.

Interesaría pues, hacer desde mi punto de vista, una breve reflexión sobre el nivel de atracción que tiene entre la ciudadanía el desarrollo y formato de estos debates. Es evidente que una cosa es la expectación que originan, que sí es importante, y otra la atención que produce el seguimiento y desenvolvimiento de su contenido. Este último aspecto, a mi entender, es el que se merece algunos comentarios.

Cuando se ha participado en numerosos debates parlamentarios y electorales, una de las características que resultan más atractivas es la frescura, la capacidad de improvisación y la libertad de movimientos de sus participantes. En el debate televisivo, de éste y de los anteriores que a lo largo de estos años hemos podido contemplar, ninguna de estas tres condiciones se ha dado. Un cerrado encorsetamiento en los temas a tratar, una excesiva preparación técnica de los asesores y una rigidez escénica en el cara a cara, alrededor de una gran mesa, dan un aspecto de solemnidad y alejamiento que termina alejando a su vez y aburriendo a los receptores de sus ideas y mensajes.

Dos buenos parlamentarios como son Rajoy y Rubalcaba hubieran necesitado menos pactos sobre el contenido de sus intervenciones, menos condicionantes para su libre confrontación y desde luego un mayor espacio para sentirse más expresivos y comunicativos. Esto es importante en la medida que sirve para acercar más la política a los ciudadanos, para que éstos valoren la proximidad que tienen con sus problemas reales y para hacer más creíbles las soluciones que se aportan desde el gobierno de sus intereses por parte de los contendientes.

Entre las muchas dificultades con las que se va encontrar el futuro gobierno de Mariano Rajoy, si el próximo día 20 el pueblo español le da afortunadamente su confianza, una de ellas va a ser recuperar la credibilidad del ejercicio de la política y de sus representantes. No darse cuenta de la falta de interés y desconfianza que hoy existe en nuestra sociedad hacia la clase política es sumamente peligroso para la estabilidad del propio sistema democrático. Convertirse la política, en una de las mayores preocupaciones de los españoles, la tercera después del paro y de los problemas económicos según una reciente encuesta del CIS, requiere que se le preste una especial atención por parte de nuestros dirigentes políticos.

Es por eso que se debe recuperar no solo la exigencia de la honestidad, preparación y laboriosidad de quienes se dedican a tan noble y secular oficio, sino una mayor proximidad entre ciudadanos y políticos, para lo que conviene darle también un mayor protagonismo y nivel a los debates parlamentarios que no suelen despertar hoy interés alguno.

Se echa de menos en nuestra sociedad, además de los comportamientos, un lenguaje más claro y directo de los políticos sobre los problemas del día a día de los ciudadanos, un mayor acercamiento a sus inquietudes y un debate más próximo e inmediato con sus propios representados. Se produce como un divorcio entre la época de las campañas electorales, donde todo son sonrisas y abrazos y el día después del voto. Especialmente ocurre con los parlamentarios nacionales y autonómicos más alejados que los munícipes de las necesidades cotidianas.

Paro, economía y política son pues tres grandes escenarios donde el candidato y futuro presidente del gobierno Mariano Rajoy va a tener que echar el resto. Sentido común no le falta, preparación política y profesional tampoco y compromiso para ilusionar a los españoles y hacerles recuperar la confianza lo tiene asumido, al menos eso es lo que nos transmitió a los españoles en su último debate.

Debates

Interesaría hacer una breve reflexión sobre el nivel de atracción que tiene el desarrollo y formato de estos debates
Jorge Hernández Mollar
jueves, 10 de noviembre de 2011, 08:02 h (CET)
Mariano Rajoy y Alfredo Rubalcaba han protagonizado el lógico debate que se debe producir entre dos contendientes que aspiran a gobernar la vida de los españoles a lo largo de los cuatro años de la próxima legislatura.

Debatir, confrontar ideas, proyectos o programas es lo normal y natural en una democracia que tiene su razón de ser, precisamente, en la implicación y participación de los ciudadanos en el ejercicio del poder a través de los cauces y reglas de juego que el mismo sistema decide y determina. Otra cuestión es cómo se organizan y se estructuran en unas elecciones el enfrentamiento ideológico y verbal entre unos candidatos y otros.

Pasados unos días ya desde el último debate entre los presidenciables, creo que no interesa hacer más valoraciones de sus resultados, ya está prácticamente todo dicho, las encuestas demoscópicas y las redes sociales ya han dictaminado, en un porcentaje bastante elevado, quien ha sido el triunfador y sus efectos se añadirán a la decidida voluntad de los electores, de pronunciarse con los votos a favor de una u otra opción política, que según todas las previsiones, será la del partido popular y Mariano Rajoy su candidato.

Interesaría pues, hacer desde mi punto de vista, una breve reflexión sobre el nivel de atracción que tiene entre la ciudadanía el desarrollo y formato de estos debates. Es evidente que una cosa es la expectación que originan, que sí es importante, y otra la atención que produce el seguimiento y desenvolvimiento de su contenido. Este último aspecto, a mi entender, es el que se merece algunos comentarios.

Cuando se ha participado en numerosos debates parlamentarios y electorales, una de las características que resultan más atractivas es la frescura, la capacidad de improvisación y la libertad de movimientos de sus participantes. En el debate televisivo, de éste y de los anteriores que a lo largo de estos años hemos podido contemplar, ninguna de estas tres condiciones se ha dado. Un cerrado encorsetamiento en los temas a tratar, una excesiva preparación técnica de los asesores y una rigidez escénica en el cara a cara, alrededor de una gran mesa, dan un aspecto de solemnidad y alejamiento que termina alejando a su vez y aburriendo a los receptores de sus ideas y mensajes.

Dos buenos parlamentarios como son Rajoy y Rubalcaba hubieran necesitado menos pactos sobre el contenido de sus intervenciones, menos condicionantes para su libre confrontación y desde luego un mayor espacio para sentirse más expresivos y comunicativos. Esto es importante en la medida que sirve para acercar más la política a los ciudadanos, para que éstos valoren la proximidad que tienen con sus problemas reales y para hacer más creíbles las soluciones que se aportan desde el gobierno de sus intereses por parte de los contendientes.

Entre las muchas dificultades con las que se va encontrar el futuro gobierno de Mariano Rajoy, si el próximo día 20 el pueblo español le da afortunadamente su confianza, una de ellas va a ser recuperar la credibilidad del ejercicio de la política y de sus representantes. No darse cuenta de la falta de interés y desconfianza que hoy existe en nuestra sociedad hacia la clase política es sumamente peligroso para la estabilidad del propio sistema democrático. Convertirse la política, en una de las mayores preocupaciones de los españoles, la tercera después del paro y de los problemas económicos según una reciente encuesta del CIS, requiere que se le preste una especial atención por parte de nuestros dirigentes políticos.

Es por eso que se debe recuperar no solo la exigencia de la honestidad, preparación y laboriosidad de quienes se dedican a tan noble y secular oficio, sino una mayor proximidad entre ciudadanos y políticos, para lo que conviene darle también un mayor protagonismo y nivel a los debates parlamentarios que no suelen despertar hoy interés alguno.

Se echa de menos en nuestra sociedad, además de los comportamientos, un lenguaje más claro y directo de los políticos sobre los problemas del día a día de los ciudadanos, un mayor acercamiento a sus inquietudes y un debate más próximo e inmediato con sus propios representados. Se produce como un divorcio entre la época de las campañas electorales, donde todo son sonrisas y abrazos y el día después del voto. Especialmente ocurre con los parlamentarios nacionales y autonómicos más alejados que los munícipes de las necesidades cotidianas.

Paro, economía y política son pues tres grandes escenarios donde el candidato y futuro presidente del gobierno Mariano Rajoy va a tener que echar el resto. Sentido común no le falta, preparación política y profesional tampoco y compromiso para ilusionar a los españoles y hacerles recuperar la confianza lo tiene asumido, al menos eso es lo que nos transmitió a los españoles en su último debate.

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