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Caspa recita poesía a la luz de la luna

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo IX

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Tomaron un taxi en dirección a la plaza de Ópera, clásico epicentro de las pedanterías de Caspa e inspiración de las mismas.

-¿Sabías que estos cedros ya estaban aquí cuando llegó Napoleón? –preguntó Caspa mientras miraba disimuladamente los pechos que sobresalían gráciles cual palomas blancas entre el escote de la bella Adelfa.

-¿Tengo pinta de que me importe? –contestó la bella dama-. La Helena me dijo que tenías clase… ¿Vamos a zampar o qué?

-Dejemos las viandas para más tarde, bella Adelfa, ¡saciémonos de los aromas y la historia! ¡Cuán grandes fueron los hombres que aquí dejaron bolsa y vida en ciento y mil otras venturas!

Adelfa era una chica sencilla, licenciada en inglés (lo que no viene a ser mucho, más si se conoce a otros licenciados en lengua inglesa, los llamados M.E.A.M.E. -de mediana edad aunque medianamente encapullados-). Nacida en una de las zonas más profundas de la más castiza Galicia, había pronto huido de aquella vida provinciana para instalarse en la tan cosmopolita Madrid, cuna de eminentes prohombres como Paco Clavel o monseñor Rouco Varela –y dicen las malas lenguas que son hermanos-. No tardó Helena en ponerla bajo su tutela y protección (dos copas los viernes gratis, una los sábados, el resto de la semana las borracheras se pagaban con clases particulares de inglés).

-Respira, pequeña –continuó Caspa mientras tomaba por detrás de la cintura a Adelfa, sí, muy en plan Titanic.

-¿Una copa al menos?

-Todo lo que la bella Adelfa requiera –y es que el bueno de Jacobo consideraba, con no demasiado buen criterio, que una pequeña borrachera sería más barato en la segunda taberna más indecente de Madrid (la primera, por supuesto, era el bar de Helena).

-¿Y tú a qué te dedicas, Adelfa?

-Profe de inglés. Te doy clases por diez pavos, ¿quieres?

-¡Oh, la lengua de Shakespeare! ¡Qué bellos sus sonetos!

La cita, por si no lo habían notado aún, no iba bien, ni siquiera para un seductor de primera clase como Jacobo Caspanova. Había decidido entonces Caspa tomar medidas y emplear la artillería pesada: se separó un momento y con la más delicada voz que oído humano escuchase, recitó el más bello soneto que mente humana pudiera haber entendido. Recitó Caspanova con tal vehemencia y entrega que más de un asistente (en total, dos) miró y, al igual que Adelfa, incapaz también de reprimir sus sentimientos, tornó la poesía que invadía su alma en carcajada y la locuacidad en cinismo fingido.

-¿Pero tú estás tonto o qué?

-Shakespeare, mi pequeña –respondió Caspa mientras acariciaba la barbilla y guiñaba el ojo de una dama que, ahora estaba seguro, no dormiría sola aquella noche.

-¿Pero tú no estabas enrollao con el subnormal ese?

-No, mi niña. Y si te refieres al joven Cuasimodo, te diré que no sólo no es “retardado”, como tú sutilmente sugieres, sino que se trata de un alma sensible y muy avispada para asuntos criminales. ¿Sabías que fue él solo el que resolvió el misterio del robo de las joyas en el Vaticano? ¡Gran hombre el pequeño Cuasi!

-¡Pues a mí Helena me dijo que vivíais juntos y que os lo montabais con animales! ¡Lo que me faltaba, tener que aguantar a otro pesado intentando meterse en mis… -(le ahorraré al elegante lector la lectura de palabra tan fea y emplearé el eufemismo de “prenda íntima femenina” para no emplear tan grosero término)-. ¡Oye, tío! ¡Que tú hoy naaaaaa! O sea, que te olvides de mete-saca. ¿Va?

-Bella Adelfa, ¿acaso crees que soy de esa clase de caballeros? No, mi pequeña beldad del norte….

-Entonces, ¿eres gay o no? ¡Porque a ver si te aclaras de una vez!

-¿Acaso confundes sensibilidad con rudeza? ¿Acaso no puede el mejor amante sentir la misma voluptuosidad en un poema que en los brazos de su amada? ¿Acaso no…?

El monólogo de nuestro amigo continuó durante algunos minutos mientras la paciente Adelfa llegaba firme a la segura conclusión: su nuevo amigo era, o bien un pervertido o un loco que le daba por igual a las dos aceras. Segura ya del asunto que todo el mundo en el bar de Helena comentaba (que se trataba de dos homosexuales pervertidos con ciertas aficiones por el “reino animal”), pensaba ahora que, o bien se había escapado de un centro de salud mental (los que alguna vez hemos pasado por allí preferimos ese término al clásico ‘psiquiátrico’, más práctico pero menos sensible) o bien debería ingresar con cierta urgencia en uno… pero vivimos en España y la Sanidad Pública ha sufrido elevados recortes y gracias a nuestros gobernantes tipos como Jacobo Caspanova no ingresan en psiquiátricos para ahorrarse unos durillos.

¿Han visto como no todo es malo? De vez en cuando hasta unos seres mezquinos como los políticos son capaces de proporcionarnos alguna sonrisa. Hasta la próxima… y no hagan nada que yo no haría (como ir al gimnasio o ver películas francesas dobladas al armenio).

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo IX

Caspa recita poesía a la luz de la luna
Martín Cid
jueves, 3 de noviembre de 2011, 14:31 h (CET)
Tomaron un taxi en dirección a la plaza de Ópera, clásico epicentro de las pedanterías de Caspa e inspiración de las mismas.

-¿Sabías que estos cedros ya estaban aquí cuando llegó Napoleón? –preguntó Caspa mientras miraba disimuladamente los pechos que sobresalían gráciles cual palomas blancas entre el escote de la bella Adelfa.

-¿Tengo pinta de que me importe? –contestó la bella dama-. La Helena me dijo que tenías clase… ¿Vamos a zampar o qué?

-Dejemos las viandas para más tarde, bella Adelfa, ¡saciémonos de los aromas y la historia! ¡Cuán grandes fueron los hombres que aquí dejaron bolsa y vida en ciento y mil otras venturas!

Adelfa era una chica sencilla, licenciada en inglés (lo que no viene a ser mucho, más si se conoce a otros licenciados en lengua inglesa, los llamados M.E.A.M.E. -de mediana edad aunque medianamente encapullados-). Nacida en una de las zonas más profundas de la más castiza Galicia, había pronto huido de aquella vida provinciana para instalarse en la tan cosmopolita Madrid, cuna de eminentes prohombres como Paco Clavel o monseñor Rouco Varela –y dicen las malas lenguas que son hermanos-. No tardó Helena en ponerla bajo su tutela y protección (dos copas los viernes gratis, una los sábados, el resto de la semana las borracheras se pagaban con clases particulares de inglés).

-Respira, pequeña –continuó Caspa mientras tomaba por detrás de la cintura a Adelfa, sí, muy en plan Titanic.

-¿Una copa al menos?

-Todo lo que la bella Adelfa requiera –y es que el bueno de Jacobo consideraba, con no demasiado buen criterio, que una pequeña borrachera sería más barato en la segunda taberna más indecente de Madrid (la primera, por supuesto, era el bar de Helena).

-¿Y tú a qué te dedicas, Adelfa?

-Profe de inglés. Te doy clases por diez pavos, ¿quieres?

-¡Oh, la lengua de Shakespeare! ¡Qué bellos sus sonetos!

La cita, por si no lo habían notado aún, no iba bien, ni siquiera para un seductor de primera clase como Jacobo Caspanova. Había decidido entonces Caspa tomar medidas y emplear la artillería pesada: se separó un momento y con la más delicada voz que oído humano escuchase, recitó el más bello soneto que mente humana pudiera haber entendido. Recitó Caspanova con tal vehemencia y entrega que más de un asistente (en total, dos) miró y, al igual que Adelfa, incapaz también de reprimir sus sentimientos, tornó la poesía que invadía su alma en carcajada y la locuacidad en cinismo fingido.

-¿Pero tú estás tonto o qué?

-Shakespeare, mi pequeña –respondió Caspa mientras acariciaba la barbilla y guiñaba el ojo de una dama que, ahora estaba seguro, no dormiría sola aquella noche.

-¿Pero tú no estabas enrollao con el subnormal ese?

-No, mi niña. Y si te refieres al joven Cuasimodo, te diré que no sólo no es “retardado”, como tú sutilmente sugieres, sino que se trata de un alma sensible y muy avispada para asuntos criminales. ¿Sabías que fue él solo el que resolvió el misterio del robo de las joyas en el Vaticano? ¡Gran hombre el pequeño Cuasi!

-¡Pues a mí Helena me dijo que vivíais juntos y que os lo montabais con animales! ¡Lo que me faltaba, tener que aguantar a otro pesado intentando meterse en mis… -(le ahorraré al elegante lector la lectura de palabra tan fea y emplearé el eufemismo de “prenda íntima femenina” para no emplear tan grosero término)-. ¡Oye, tío! ¡Que tú hoy naaaaaa! O sea, que te olvides de mete-saca. ¿Va?

-Bella Adelfa, ¿acaso crees que soy de esa clase de caballeros? No, mi pequeña beldad del norte….

-Entonces, ¿eres gay o no? ¡Porque a ver si te aclaras de una vez!

-¿Acaso confundes sensibilidad con rudeza? ¿Acaso no puede el mejor amante sentir la misma voluptuosidad en un poema que en los brazos de su amada? ¿Acaso no…?

El monólogo de nuestro amigo continuó durante algunos minutos mientras la paciente Adelfa llegaba firme a la segura conclusión: su nuevo amigo era, o bien un pervertido o un loco que le daba por igual a las dos aceras. Segura ya del asunto que todo el mundo en el bar de Helena comentaba (que se trataba de dos homosexuales pervertidos con ciertas aficiones por el “reino animal”), pensaba ahora que, o bien se había escapado de un centro de salud mental (los que alguna vez hemos pasado por allí preferimos ese término al clásico ‘psiquiátrico’, más práctico pero menos sensible) o bien debería ingresar con cierta urgencia en uno… pero vivimos en España y la Sanidad Pública ha sufrido elevados recortes y gracias a nuestros gobernantes tipos como Jacobo Caspanova no ingresan en psiquiátricos para ahorrarse unos durillos.

¿Han visto como no todo es malo? De vez en cuando hasta unos seres mezquinos como los políticos son capaces de proporcionarnos alguna sonrisa. Hasta la próxima… y no hagan nada que yo no haría (como ir al gimnasio o ver películas francesas dobladas al armenio).

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