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Podríamos estar llegando a un punto de inflexión, el momento en el que los términos del debate político cambian de forma decisiva

Por qué está descontento Paul Ryan

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WASHINGTON -- . Tres indicadores: un importante discurso del congresista Paul Ryan, el tono cada vez más cortante de la retórica del Presidente Obama, y el éxito del movimiento Occupy Wall Street a la hora de oponerse a las tentativas de marginar al colectivo.

El momento más revelador fue el discurso de Ryan en la Heritage Foundation la pasada semana. Los congresistas Republicanos califican a Ryan de profeta suyo, su intelectual y su erudito. Normalmente expone cuidadosamente las cifras y decreta visionarias promesas de la forma en que recortar el estado (y los impuestos a las rentas altas) nos va a conducir por una gozosa vía a la prosperidad. Él es el sol de los nubarrones de todo hijo de vecino.

Por eso chirriaba ver a Ryan utilizado como principal ariete contra los esfuerzos del presidente por dejar claras las heridas de las desigualdades sociales, y describir la factura de la estrategia de los Republicanos del Congreso de negarse a todo.

Ryan habló de su "decepción" porque "la política de la división vuelve a lo grande". Acusaba a Obama de utilizar "retórica divisiva" y de "saltar de una ciudad a otra poniendo en tela de juicio las razones de los Republicanos, montando hombres de paja y agitando chivos expiatorios, y participando de debates intelectualmente difusos".

"En lugar de trabajar con nosotros en… reformas sensatas", afirmaba públicamente Ryan, "el presidente anda haciendo comedias por los estados indecisos, impulsando un mensaje divisivo que enfrenta a un grupo de estadounidenses contra otro en función de la clase social".

Hace falta cierta temeridad por parte de un Republicano para acusar de dividir a Obama teniendo en cuenta la disposición Republicana a promover o dar apoyo a los ataques al presidente por ser "un socialista", alguien que ni siquiera nació en Estados Unidos, partidario de los "tribunales de eutanasia", etc. Que los Republicanos llamen divisivo a Obama es el equivalente a que aquellos de nosotros que somos hinchas de los Red Sox nos pusiéramos a criticar a otro equipo por ceder a la presión.

Pero lo más instructivo es que Ryan no habría pronunciado este discurso si los Republicanos no estuvieran tan preocupados por perder el control del discurso político. En particular, la creciente disparidad de la riqueza y la renta -- que debería de haber sido el tema fundamental de la política estadounidense durante una década por lo menos -- ocupa ahora por fin el corazón de nuestro discurso público. Discutimos, por fin, el precio social y económico de concentrar cada vez más recursos en manos de la franja más selecta de nuestra sociedad.

Ryan expone la defensa clásica de la desigualdad argumentando que lo que importa realmente es la movilidad social positiva, y que Estados Unidos registró más que esos horrorosos estados del bienestar de Europa. "En este país, la clase no es una calificación fija", afirmaba. "Somos una sociedad móvil que progresa con un montón de movimientos entre las distintas horquillas de renta".

El único problema reside en que la movilidad positiva ha descendido a medida que ha crecido la desigualdad, y que la movilidad positiva es ya superior en Europa que en Estados Unidos. Eso es bochornoso. Y no se fíe de mi palabra: el candidato presidencial Republicano Rick Santorum sacaba esto a colación en un debate reciente, respaldado por un estudio del colectivo de izquierdas Economic Mobility Project.

Es difícil justificar más bajadas fiscales a las rentas altas en un país cada vez más rígidamente estratificado según la clase. Y si es guerra de clases reconocer simplemente los datos, ¿convierte esto a Santorum en un fanático social? Todo lo cual explica la razón de que los esfuerzos por difamar a Occupy Wall Street como un puñado de hippies radicales y agoreros no hayan funcionado. Es también la razón de que Obama, al afinar sus razonamientos en torno a lo justo y lo injusto, haya detenido por fin su caída en los sondeos.

Un reciente sondeo del Washington Post y el Pew Research Center muestra que Occupy es ahora más popular que el movimiento de protesta fiscal tea party, que sigue perdiendo margen. El sondeo también muestra que estos dos movimientos son muy diferentes -- no forman parte de alguna protesta generalizada. Sólo el 10 por ciento de los encuestados apoya a Occupy Wall Street y al tea party a la vez. Y como mi colega Greg Sargent ha documentado incansablemente, en muchas de las principales cuestiones (preferir impuestos más altos a los multimillonarios y creer en una distribución de la riqueza y la renta más equitativa) la opinión pública es firmemente partidaria de los activistas anti-Wall Street.

Los ayudantes que Obama tienen la costumbre de felicitarse demasiado cuando las cosas empiezan a ir bien. El presidente tiene un largo camino por delante, y ahora está siguiendo una estrategia a la que durante demasiado tiempo se resistió. Pero tendría que alentar al presidente que Paul Ryan esté tremendamente preocupado. Decir la verdad de las desigualdades es políticamente inteligente y moralmente necesario.

Por qué está descontento Paul Ryan

Podríamos estar llegando a un punto de inflexión, el momento en el que los términos del debate político cambian de forma decisiva
E. J. Dionne
lunes, 31 de octubre de 2011, 08:11 h (CET)
WASHINGTON -- . Tres indicadores: un importante discurso del congresista Paul Ryan, el tono cada vez más cortante de la retórica del Presidente Obama, y el éxito del movimiento Occupy Wall Street a la hora de oponerse a las tentativas de marginar al colectivo.

El momento más revelador fue el discurso de Ryan en la Heritage Foundation la pasada semana. Los congresistas Republicanos califican a Ryan de profeta suyo, su intelectual y su erudito. Normalmente expone cuidadosamente las cifras y decreta visionarias promesas de la forma en que recortar el estado (y los impuestos a las rentas altas) nos va a conducir por una gozosa vía a la prosperidad. Él es el sol de los nubarrones de todo hijo de vecino.

Por eso chirriaba ver a Ryan utilizado como principal ariete contra los esfuerzos del presidente por dejar claras las heridas de las desigualdades sociales, y describir la factura de la estrategia de los Republicanos del Congreso de negarse a todo.

Ryan habló de su "decepción" porque "la política de la división vuelve a lo grande". Acusaba a Obama de utilizar "retórica divisiva" y de "saltar de una ciudad a otra poniendo en tela de juicio las razones de los Republicanos, montando hombres de paja y agitando chivos expiatorios, y participando de debates intelectualmente difusos".

"En lugar de trabajar con nosotros en… reformas sensatas", afirmaba públicamente Ryan, "el presidente anda haciendo comedias por los estados indecisos, impulsando un mensaje divisivo que enfrenta a un grupo de estadounidenses contra otro en función de la clase social".

Hace falta cierta temeridad por parte de un Republicano para acusar de dividir a Obama teniendo en cuenta la disposición Republicana a promover o dar apoyo a los ataques al presidente por ser "un socialista", alguien que ni siquiera nació en Estados Unidos, partidario de los "tribunales de eutanasia", etc. Que los Republicanos llamen divisivo a Obama es el equivalente a que aquellos de nosotros que somos hinchas de los Red Sox nos pusiéramos a criticar a otro equipo por ceder a la presión.

Pero lo más instructivo es que Ryan no habría pronunciado este discurso si los Republicanos no estuvieran tan preocupados por perder el control del discurso político. En particular, la creciente disparidad de la riqueza y la renta -- que debería de haber sido el tema fundamental de la política estadounidense durante una década por lo menos -- ocupa ahora por fin el corazón de nuestro discurso público. Discutimos, por fin, el precio social y económico de concentrar cada vez más recursos en manos de la franja más selecta de nuestra sociedad.

Ryan expone la defensa clásica de la desigualdad argumentando que lo que importa realmente es la movilidad social positiva, y que Estados Unidos registró más que esos horrorosos estados del bienestar de Europa. "En este país, la clase no es una calificación fija", afirmaba. "Somos una sociedad móvil que progresa con un montón de movimientos entre las distintas horquillas de renta".

El único problema reside en que la movilidad positiva ha descendido a medida que ha crecido la desigualdad, y que la movilidad positiva es ya superior en Europa que en Estados Unidos. Eso es bochornoso. Y no se fíe de mi palabra: el candidato presidencial Republicano Rick Santorum sacaba esto a colación en un debate reciente, respaldado por un estudio del colectivo de izquierdas Economic Mobility Project.

Es difícil justificar más bajadas fiscales a las rentas altas en un país cada vez más rígidamente estratificado según la clase. Y si es guerra de clases reconocer simplemente los datos, ¿convierte esto a Santorum en un fanático social? Todo lo cual explica la razón de que los esfuerzos por difamar a Occupy Wall Street como un puñado de hippies radicales y agoreros no hayan funcionado. Es también la razón de que Obama, al afinar sus razonamientos en torno a lo justo y lo injusto, haya detenido por fin su caída en los sondeos.

Un reciente sondeo del Washington Post y el Pew Research Center muestra que Occupy es ahora más popular que el movimiento de protesta fiscal tea party, que sigue perdiendo margen. El sondeo también muestra que estos dos movimientos son muy diferentes -- no forman parte de alguna protesta generalizada. Sólo el 10 por ciento de los encuestados apoya a Occupy Wall Street y al tea party a la vez. Y como mi colega Greg Sargent ha documentado incansablemente, en muchas de las principales cuestiones (preferir impuestos más altos a los multimillonarios y creer en una distribución de la riqueza y la renta más equitativa) la opinión pública es firmemente partidaria de los activistas anti-Wall Street.

Los ayudantes que Obama tienen la costumbre de felicitarse demasiado cuando las cosas empiezan a ir bien. El presidente tiene un largo camino por delante, y ahora está siguiendo una estrategia a la que durante demasiado tiempo se resistió. Pero tendría que alentar al presidente que Paul Ryan esté tremendamente preocupado. Decir la verdad de las desigualdades es políticamente inteligente y moralmente necesario.

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