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La UE se juega su futuro

¿Quo vadis europa?

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Con la UE a medio montar, el Euro en turbulencia, sin una clara definición de proyecto político, sin un claro liderazgo europeo, y en plena turbulencia económica, ¿sabe Europa donde quiere ir?, ¿tiene una auténtica identidad política?, o ¿es un mero constructo económico con pies de barro?.

La UE se juega su futuro, su prestigio internacional, y su propia esencia con Ente político, precisamente cuando ha sido tensionada por la crisis económica internacional, que ha puesto de manifiesto ante los “bucaneros financieros” sus debilidades, que bien están aprovechando para esquilmarla hasta el “tuétano”.

La imprecisión de su formulación, que más allá de un mercado y una aparente Confederación Estatal, no ha llegado a consolidarse –salvo en su estructura política y burocrática-, pese a los nuevos “euroburócratas”. La última palabra la tienen los políticos de los Estados que la lideran (Alemania y Francia), pues Inglaterra se ha manifestado “euroescéptica” según le ha ido interesando, e Italia está vapuleada por la propia crisis. Y dentro de esta escala de decisión última, Alemania y Francia tienen intereses nacionales, que no siempre son conciliables. De ahí, que difícilmente pueda ir a buen puerto la nave europea, que no tiene un claro rumbo trazado.

En sus inicios, el invento funcionó bien como mercado común (CEE), pues se compartía un espacio mercantil común, que respondía a los claros intereses económicos de los socios, lo que definía con más claridad el proyecto europeo, aunque ceñido al ámbito meramente económico de intercambio de bienes y servicios.

Aunque posteriormente, se fue avanzando en una idea utópica de llegar a una “unión política” –más allá de la mera unión económica-. En cuya formulación, se instauraron instituciones políticas europeas, una burocracia de ese ámbito, y se fue caminando hacia una especie de Confederación de Estados Europeos (UE), donde se ha aspirado a tener un gobierno europeo, con políticas homogeneas, que han llevado progreso económico y social a muchos territorios de Europa, pero también dependencia y cesión de parcelas de soberanía nacional. Algo a lo que no todos los países europeos han estado dispuestos, como resulta del caso de Inglaterra, que ha mantenido una “estratégico escepticismo”.

Aunque se generó en Europa unas tendencias encontradas, pues junto a los “euroescépticos” , aparecieron los “euroutópicos” (entusiastas de la formulación de la UE, y cualquier propuesta que viniera de la misma). En esta última categoría hemos de situar a la mayoría de los dirigentes españoles, que siempre han postulado las bondades europeístas, más allá de la propia convicción de la propia Europa (ejemplo de lo cual tuvimos cuando nos propusieron la Constitución Europea, que fue tumbada en varios países de la Unión).

Por consiguiente en la UE, en su seno apreciamos dos corrientes de ánimo, de un lado la centrípeta –de mantener el modelo confederal y seguir profundizando en el mismo-, y de otro lado, la centrífuga –de mantener a lo sumo un mercado común-. Siendo percepciones que están en las elites de poder y en los analistas, aunque aún no se constata claramente en los ciudadanos. Aunque todo dependerá de cómo resuelva la UE la crisis económica que tanto la está tambaleando. Por cierto, una crisis financiera que vino del otro lado del Atlántico, pero que ha arraigado con gravedad en suelo europeo, poniendo al descubierto las debilidades de un proyecto europeo a medio hacer (pues para que fuera eficaz, la UE debería de tener asumidas plenas funciones económicas –financieras y hacendísticas-, y capacidad regulatoria propia para poder defender el euro con mayor eficiencia).

Entre tanto, nos encontramos con países de la UE en una difícil situación económica patente (Grecia, Irlanda, Portugal), y otros latente (España, Italia), cuyo efecto contagio podría cargarse el proyecto de la UE. Ante lo que nos encontramos con respuestas de la UE lentas, donde acaba primando el dominio económico y político de Alemania y Francia, cuyos intereses no suelen coincidir con los demás países, especialmente con los afectados por la crisis, y que apremian medidas de ajuste poco realistas, porque acabarán haciendo saltar una conflictividad social que el sueño europeo no contemplaba. Evidenciando, una vez más, que la UE implica sobre todo, y por encima de todo, los intereses franco-alemanes.

Dejando a millones de ciudadanos de la UE sumidos en una situación de miseria económica –por tener que hacer frente, casi en solitario- a los efectos de la crisis, en forma de unas draconianas condiciones de amortización de deuda, que en otras condiciones hubieran amortiguado medidas devaluatorias de las monedas nacionales. Pero que ahora no convienen ni a Francia, ni a Alemania.

Consecuentemente, en la ciudadanía de la UE se empieza a percibir que la construcción europea ha sido un sueño, un intento de dominio económico y político, de los de siempre (el eje franco-alemán), previamente “regadas” con prodigiosas subvenciones, que acaban recogiendo réditos en forma de dominio político. Ya la conquista europea ha dejado de ser militar, para ser económica. Y desde la economía, acabar de controlar la agenda política de los depauperados Estados nacionales europeos, cuyos mimbres internos se han descuidado, a favor de este mosaico internacional, que también ha ido acompañado de un mosaico interior –so pretexto de la conocida prédica de la “Europa de los pueblos” y los mesogobiernos, que tantos disgustos están generando para la convivencia y gobernanza interior de los propios Estados-.

Por consiguiente, la UE se juega en las soluciones a la crisis su propia credibilidad e incluso, probablemente su propia existencia. O apuesta por una perspectiva común, y acomete decididamente las labores económicas y políticas que ha de hacer para formular salidas eficaces de la crisis, como un bloque – que pretende ser-, poniendo en marcha los eurobonos, y demás medidas de rescate común. O volverá a ponerse de manifiesto que estamos en función de los intereses de los que la dominan, y en tal caso, dejarán a su suerte a los Estados más afectados por la crisis, con lo cual podemos ir pensando en desmantelar el “tinglado europeo” que se nos ha ido vendiendo en estos últimos años.

De forma que, consideramos que estamos ante unos momentos decisivos sobre la propia continuidad del proyecto de la UE. Pues si en estos momentos de gravedad, resulta que sus líderes no tienen una visión europeísta, y por ende no apuestan por Europa de forma conjunta. Habríamos de volver a la mera idea de “Mercado Común”, si aún pudiera retomarse. Lo demás, sería perder el tiempo. Y este debate, también habría que sacarlo a la calle con realismo y valentía, especialmente en esta campaña electoral que pronto dará comienzo.

¿Quo vadis europa?

La UE se juega su futuro
Domingo Delgado
miércoles, 26 de octubre de 2011, 07:21 h (CET)
Con la UE a medio montar, el Euro en turbulencia, sin una clara definición de proyecto político, sin un claro liderazgo europeo, y en plena turbulencia económica, ¿sabe Europa donde quiere ir?, ¿tiene una auténtica identidad política?, o ¿es un mero constructo económico con pies de barro?.

La UE se juega su futuro, su prestigio internacional, y su propia esencia con Ente político, precisamente cuando ha sido tensionada por la crisis económica internacional, que ha puesto de manifiesto ante los “bucaneros financieros” sus debilidades, que bien están aprovechando para esquilmarla hasta el “tuétano”.

La imprecisión de su formulación, que más allá de un mercado y una aparente Confederación Estatal, no ha llegado a consolidarse –salvo en su estructura política y burocrática-, pese a los nuevos “euroburócratas”. La última palabra la tienen los políticos de los Estados que la lideran (Alemania y Francia), pues Inglaterra se ha manifestado “euroescéptica” según le ha ido interesando, e Italia está vapuleada por la propia crisis. Y dentro de esta escala de decisión última, Alemania y Francia tienen intereses nacionales, que no siempre son conciliables. De ahí, que difícilmente pueda ir a buen puerto la nave europea, que no tiene un claro rumbo trazado.

En sus inicios, el invento funcionó bien como mercado común (CEE), pues se compartía un espacio mercantil común, que respondía a los claros intereses económicos de los socios, lo que definía con más claridad el proyecto europeo, aunque ceñido al ámbito meramente económico de intercambio de bienes y servicios.

Aunque posteriormente, se fue avanzando en una idea utópica de llegar a una “unión política” –más allá de la mera unión económica-. En cuya formulación, se instauraron instituciones políticas europeas, una burocracia de ese ámbito, y se fue caminando hacia una especie de Confederación de Estados Europeos (UE), donde se ha aspirado a tener un gobierno europeo, con políticas homogeneas, que han llevado progreso económico y social a muchos territorios de Europa, pero también dependencia y cesión de parcelas de soberanía nacional. Algo a lo que no todos los países europeos han estado dispuestos, como resulta del caso de Inglaterra, que ha mantenido una “estratégico escepticismo”.

Aunque se generó en Europa unas tendencias encontradas, pues junto a los “euroescépticos” , aparecieron los “euroutópicos” (entusiastas de la formulación de la UE, y cualquier propuesta que viniera de la misma). En esta última categoría hemos de situar a la mayoría de los dirigentes españoles, que siempre han postulado las bondades europeístas, más allá de la propia convicción de la propia Europa (ejemplo de lo cual tuvimos cuando nos propusieron la Constitución Europea, que fue tumbada en varios países de la Unión).

Por consiguiente en la UE, en su seno apreciamos dos corrientes de ánimo, de un lado la centrípeta –de mantener el modelo confederal y seguir profundizando en el mismo-, y de otro lado, la centrífuga –de mantener a lo sumo un mercado común-. Siendo percepciones que están en las elites de poder y en los analistas, aunque aún no se constata claramente en los ciudadanos. Aunque todo dependerá de cómo resuelva la UE la crisis económica que tanto la está tambaleando. Por cierto, una crisis financiera que vino del otro lado del Atlántico, pero que ha arraigado con gravedad en suelo europeo, poniendo al descubierto las debilidades de un proyecto europeo a medio hacer (pues para que fuera eficaz, la UE debería de tener asumidas plenas funciones económicas –financieras y hacendísticas-, y capacidad regulatoria propia para poder defender el euro con mayor eficiencia).

Entre tanto, nos encontramos con países de la UE en una difícil situación económica patente (Grecia, Irlanda, Portugal), y otros latente (España, Italia), cuyo efecto contagio podría cargarse el proyecto de la UE. Ante lo que nos encontramos con respuestas de la UE lentas, donde acaba primando el dominio económico y político de Alemania y Francia, cuyos intereses no suelen coincidir con los demás países, especialmente con los afectados por la crisis, y que apremian medidas de ajuste poco realistas, porque acabarán haciendo saltar una conflictividad social que el sueño europeo no contemplaba. Evidenciando, una vez más, que la UE implica sobre todo, y por encima de todo, los intereses franco-alemanes.

Dejando a millones de ciudadanos de la UE sumidos en una situación de miseria económica –por tener que hacer frente, casi en solitario- a los efectos de la crisis, en forma de unas draconianas condiciones de amortización de deuda, que en otras condiciones hubieran amortiguado medidas devaluatorias de las monedas nacionales. Pero que ahora no convienen ni a Francia, ni a Alemania.

Consecuentemente, en la ciudadanía de la UE se empieza a percibir que la construcción europea ha sido un sueño, un intento de dominio económico y político, de los de siempre (el eje franco-alemán), previamente “regadas” con prodigiosas subvenciones, que acaban recogiendo réditos en forma de dominio político. Ya la conquista europea ha dejado de ser militar, para ser económica. Y desde la economía, acabar de controlar la agenda política de los depauperados Estados nacionales europeos, cuyos mimbres internos se han descuidado, a favor de este mosaico internacional, que también ha ido acompañado de un mosaico interior –so pretexto de la conocida prédica de la “Europa de los pueblos” y los mesogobiernos, que tantos disgustos están generando para la convivencia y gobernanza interior de los propios Estados-.

Por consiguiente, la UE se juega en las soluciones a la crisis su propia credibilidad e incluso, probablemente su propia existencia. O apuesta por una perspectiva común, y acomete decididamente las labores económicas y políticas que ha de hacer para formular salidas eficaces de la crisis, como un bloque – que pretende ser-, poniendo en marcha los eurobonos, y demás medidas de rescate común. O volverá a ponerse de manifiesto que estamos en función de los intereses de los que la dominan, y en tal caso, dejarán a su suerte a los Estados más afectados por la crisis, con lo cual podemos ir pensando en desmantelar el “tinglado europeo” que se nos ha ido vendiendo en estos últimos años.

De forma que, consideramos que estamos ante unos momentos decisivos sobre la propia continuidad del proyecto de la UE. Pues si en estos momentos de gravedad, resulta que sus líderes no tienen una visión europeísta, y por ende no apuestan por Europa de forma conjunta. Habríamos de volver a la mera idea de “Mercado Común”, si aún pudiera retomarse. Lo demás, sería perder el tiempo. Y este debate, también habría que sacarlo a la calle con realismo y valentía, especialmente en esta campaña electoral que pronto dará comienzo.

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