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Marcos Méndez Sanguos

'Algo en común', de Zach Braff

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Debuta Zach Braff en la dirección, conocido actor de la serie Scrubs -recién importada a nuestro país para la televisión de pago- con Algo en común, película realizada con pocos medios y montada en un tiempo récord, con este joven trabajando detrás y delante de la cámara. Braff dirige, escribe, monta y actúa. Él se lo guisa y él se lo come.

Así están las cosas en Estados Unidos que esta peliculilla videoclipera, televisiva si se quiere, decidida a utilizar los efectos de cámara más facilones buscando un repugnante sentimentalismo que no puede encontrar con la exigua -si no paupérrima- historia que nos quiere contar, ha recaudado a estas alturas varias veces su presupuesto, pasando de largo las expectativas de los más optimistas.

Lost in Translation, por poner un ejemplo de comedia contemporánea, puede que no fuese una obra maestra, pero la relación entre los dos personajes principales, sólidamente entablada por magníficas interpretaciones y algún que otro recurso formal interesante, gozaba de cierta humanidad, aun inmiscuyéndose en un entorno frío y extraño. Sideways (subtitulada en España Entre copas) trataba también relaciones entre las personas y su pasado, observadas en este caso desde el manto cómico de una ruta vinícola que resulta ser algo accidentada. Pero la sonrisa, incluso la sonora carcajada que esta última arrancó a más de uno (me incluyo) llega de unas personas perdidas, gente como nosotros que muchas veces no sabe(mos) por donde tirar. Sideways es un original retrato (dramatizado) de la vida de cualquiera. Algo en común (Garden State) tira por el suelo la vida con intenciones malsanas; prende crear una atmósfera realista en un marco de personajes increíble, y por eso pierde la poca gracia que tiene. Y aquí no hay nada más: el pasado es artificial y artificioso, de pegote, marca de la casa (Buenavista) para no hacer daño a nadie, cuando en realidad la hipocresía y falsedad resultan más perjudiciales en cuanto captamos su intención.

Narrativamente, Braff cambia la velocidad de la cámara y pone música de Coldplay para hacer de Natalie Portman una actriz mediocre (y no lo es), digna de mejores réplicas y papeles. Peter Sarsgaard, uno de los grandes, no sabe donde se ha metido, y la aparición de Ian Holm pasa más por una estrella invitada, cuando (se supone) personaje clave del tinglado.
Mejor no recordar secuencias, pero la visita a los moradores del Gran Cañón Subterráneo quizá sea la que nos empuje con más fuerza a levantarnos y tomar la salida de emergencia. No voy a decir como acaba la cosa, pero no hagan mucho caso a las sinopsis que se reparten por ahí: y es que la distribuidora ha interpretado la lógica de mercado sabiamente, pero esto no va de familias, ni de regresos, ni de pasados.

'Algo en común', de Zach Braff

Marcos Méndez Sanguos
Marcos Méndez
sábado, 14 de mayo de 2005, 00:24 h (CET)
Debuta Zach Braff en la dirección, conocido actor de la serie Scrubs -recién importada a nuestro país para la televisión de pago- con Algo en común, película realizada con pocos medios y montada en un tiempo récord, con este joven trabajando detrás y delante de la cámara. Braff dirige, escribe, monta y actúa. Él se lo guisa y él se lo come.

Así están las cosas en Estados Unidos que esta peliculilla videoclipera, televisiva si se quiere, decidida a utilizar los efectos de cámara más facilones buscando un repugnante sentimentalismo que no puede encontrar con la exigua -si no paupérrima- historia que nos quiere contar, ha recaudado a estas alturas varias veces su presupuesto, pasando de largo las expectativas de los más optimistas.

Lost in Translation, por poner un ejemplo de comedia contemporánea, puede que no fuese una obra maestra, pero la relación entre los dos personajes principales, sólidamente entablada por magníficas interpretaciones y algún que otro recurso formal interesante, gozaba de cierta humanidad, aun inmiscuyéndose en un entorno frío y extraño. Sideways (subtitulada en España Entre copas) trataba también relaciones entre las personas y su pasado, observadas en este caso desde el manto cómico de una ruta vinícola que resulta ser algo accidentada. Pero la sonrisa, incluso la sonora carcajada que esta última arrancó a más de uno (me incluyo) llega de unas personas perdidas, gente como nosotros que muchas veces no sabe(mos) por donde tirar. Sideways es un original retrato (dramatizado) de la vida de cualquiera. Algo en común (Garden State) tira por el suelo la vida con intenciones malsanas; prende crear una atmósfera realista en un marco de personajes increíble, y por eso pierde la poca gracia que tiene. Y aquí no hay nada más: el pasado es artificial y artificioso, de pegote, marca de la casa (Buenavista) para no hacer daño a nadie, cuando en realidad la hipocresía y falsedad resultan más perjudiciales en cuanto captamos su intención.

Narrativamente, Braff cambia la velocidad de la cámara y pone música de Coldplay para hacer de Natalie Portman una actriz mediocre (y no lo es), digna de mejores réplicas y papeles. Peter Sarsgaard, uno de los grandes, no sabe donde se ha metido, y la aparición de Ian Holm pasa más por una estrella invitada, cuando (se supone) personaje clave del tinglado.
Mejor no recordar secuencias, pero la visita a los moradores del Gran Cañón Subterráneo quizá sea la que nos empuje con más fuerza a levantarnos y tomar la salida de emergencia. No voy a decir como acaba la cosa, pero no hagan mucho caso a las sinopsis que se reparten por ahí: y es que la distribuidora ha interpretado la lógica de mercado sabiamente, pero esto no va de familias, ni de regresos, ni de pasados.

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