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“Del turismo se derivan grandes beneficios para las relaciones entre los pueblos y, en consecuencia, para la paz para la promoción de la civilización y para la difusión de un más amplio bienestar” Juan Pablo II

Coladuras de Colau en la ordenación turística de Barcelona

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Todos conocemos aquella expresión con la que nuestros padres nos corregían cuando, sentados a la mesa, intentábamos divertirnos manipulando los cubiertos, haciendo bolitas de pan o intercambiando, con los hermanos, legumbres en forma de municiones. Entonces teníamos que escuchar a nuestros mayores aquella severa advertencia: “Niños con las cosas de comer no se juega” que, en muchas ocasiones, iba acompañada de un buen coscorrón de advertencia, para que nos acordáramos de no reincidir. Por desgracia, hoy en día, deberíamos poderles advertir, a los políticos catalanes, para que no jugaran con nosotros y con nuestro futuro como, por desgracia, lo están haciendo.

El BBVA, por medio de sus servicios de estudios, ha lanzado una advertencia poniendo en duda que la economía catalana “no sea capaz de “fidelizar” a los turistas que ha tomado prestados de otras zonas en las que hay una mayor percepción de riesgo por problemas geopolíticos”. Se quiera reconocer o no, resulte molesto a una parte de los catalanes o les sea indiferente, el caso es que, en Cataluña y de una forma muy particular en Barcelona, el turismo se ha ido convirtiendo en una actividad mayoritaria, en la que están implicados muchos miles de ciudadanos, ha dado lugar a la puesta en marcha de numerosos hoteles y ha dado vida a bares y restaurantes que, a la vez, ha favorecido a toda una serie de actividades complementarias, sin las cuales los servicios de restauración y alojamiento no podrían prestarse con garantías de éxito, tales como todas las relacionadas con el ocio, complementarias de cualquier actividad turística.

Es cierto que, así como determinadas industrias han ido desapareciendo de la ciudad Condal, el turismo ha ido aumentando de una forma espectacular, de manera que, en pocos años, la industrial Barcelona se ha ido transformando en un emporio del turismo; acaparando, aparte de los visitantes que vienen a admirar las bellezas y monumentos de la ciudad, a toda una serie de congresistas o comerciantes que acuden a la celebración de toda una serie de convenciones, nacionales e internacionales, que han ido adquiriendo una importancia tal que, por si solas, constituyen unas de las mayores fuentes de riqueza de la ciudad. Un esfuerzo de muchos emprendedores, que tuvieron la visión del potencial turístico de la ciudad de Barcelona, e invirtieron su capital en todos aquellos aspectos y ramas del comercio y la industria, relacionados con él.

La llegada de los comunistas bolivarianos a Barcelona, apoyados en la personalidad de la activista, revolucionaria, anarquista y antisistema, señora Ada Colau, convertida, de la noche a la mañana, de manifestante contra la legalidad, de pesadilla de la policía y activista que formaba parte de aquella chusma que impedía a los agentes judiciales realizar su tarea de cumplir las órdenes del juez, en la ejecución de los desahucios. Convertida, por la fuerza de las urnas, en alcaldesa de Barcelona, pero sin que, mentalmente, sus ideas ácratas hubieran cambiado un ápice. Las consecuencias pronto se han hecho notar y la obsesión de la alcaldesa por algún tema, como es el caso del turismo, pueden llegar a constituir el talón de Aquiles de la nueva Barcelona, sede de la mayor concentración de turismo de España. Lo malo es que, estos caprichos de carácter totalitario, estas decisiones meramente pasionales, sin haber sido valoradas debidamente o estos ramalazos de autoritarismo temerario, tan propios de aquellos a los que les falta preparación para la tarea que han asumido; suelen tener consecuencias que van más allá de lo que sería un simple error sin consecuencias, para entrar en la categoría de una verdadera catástrofe económica para toda la ciudad.

La moratoria turística; la campaña contra los cruceros de turistas, la pretensión de poner obstáculos a los grupos de turistas y a sus guías para fijarles itinerarios forzados; la campaña contra el alquiler a turistas de particulares que, con esta práctica, ayudaban a regular sus economías ( cuidado: ello no tiene nada que ver con las quejas ciudadanas de ruidos, molestias, salvajadas o insalubridad que, en la LAU, quedan convenientemente clasificados como motivo de desahucio y son responsabilidad del arrendador, contra el que se puede actuar legalmente si no pone los medios para evitar que se produzcan semejantes anormalidades.)

Lo cierto es que, la llegada de una alcaldesa comunista a Barcelona, no ha hecho más que crear nuevas polémicas que antes, con los anteriores alcaldes, nunca se habían dado. Aparte de haber enchufado en el consistorio a familiares y amigos; de haberse acostumbrado a uno de los sueldos más altos dentro de los funcionarios de la Administración; de haberle cogido el gusto a la parafernalia inherente a su cargo; esta señora ha decidido olvidarse de que estamos en España y que nuestra Constitución continua defendiendo la propiedad privada, un derecho que supone el uso y disfrute de aquellos bienes, muebles o inmuebles, que cualquier ciudadano haya ganado honrada y legalmente. Se ha tomado la Justicia por su mano y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, ha entrado como elefante en cacharrería, a saco con los pisos libres que puedan existir en Barcelona, ha creado a un cuerpo de espías para que hagan un censo de ellos, ha editado un baremo de los alquileres que ellos consideran adecuados para cada distrito de la ciudad y está imponiendo tasas, de tipo incautatorio, para aquellos que no alquilen sus pisos, sin tener en cuenta la libertad de cada propietario para poder darle el uso que le convenga al inmueble, siendo sabido que, si su intención es venderlo, es evidente que un piso alquilado, con una de estas rentas de tipo “social”, inmediatamente pierde valor y, en muchos casos, el interés del futuro adquirente.

Se dificultan los permisos para las obras de mejora de los establecimientos turístico; se retrasan, de una forma absolutamente absurda, la concesión de autorizaciones para inaugurar nuevos establecimientos hoteleros; se facilita la intervención de las asociaciones de vecinos, verdaderos cánceres para la agilidad de las resoluciones municipales, normalmente dirigidas por agitadores o “enterados” capaces de mover las más bajas pasiones de sus convecinos, dispuestos a impedir todo aquello que no entienden y a socializar y convertir en “lugares comunes” cualquier solar o pedazo de terreno que quede libre aunque, cuando pasa el tiempo, se evidencia que aquel nuevo lugar público no ha servido más que para que algún perro haga sus necesidades en él.

El “asamblearismo”, al que tan aficionadas son las alcaldesas de Madrid y Barcelona; el cambiar los rótulos de las calles para poner nombres de dictadores comunistas o el interferir en la actividad privada en nombre de, no se sabe que, interés público, impidiendo la libertad de promoción, la verdadera fuente del desarrollo de una ciudad; todo en detrimento del desarrollo y el progreso de cualquier urbe. En realidad, este intervencionismo administrativo no hace otra cosa que ir burocratizando la ciudad; empobreciendo su aspecto, creando ( como ha sucedido en Moscú, donde ahora se ha autorizado el derribo de más de 8.000 viviendas construidas en tiempos del comunismo soviético, verdaderos nidos de porquería en las que se hacinaban como vestían miles de moscovitas), con su apoyo a los okupas, su protección de los manteros, su obstinación por por evitar el tránsito de coches, su proletaria defensa del uso de la bicicleta (en una ciudad dónde el bajar sí es cómodo pero la subida ya tiene otro aspecto que hace inviable el uso de tales medios de transporte para las personas mayores, enfermos, débiles, acompañantes de niños, inválidos etc.) sin tener en cuenta que los carriles para circular por la ciudad discurren en gran parte por lugares donde los peatones también lo hacen, con el peligro de que, como ya ha sucedido, se produzcan encontronazos y accidentes inevitables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, la sensación de sentirse gobernados, dirigidos, fiscalizados o controlados por esta pléyade de antisistema que nos rodean y se han apoderado de los centros de poder de la ciudad, independientemente del otro foco de preocupación, constituido por el separatismo extremo de los independentistas del PDEcat y la CUP; hace que, cada vez con mayor preocupación, nos sintamos más incómodos, más inermes y más abandonados a nuestra suerte; mientras los socialistas, en lugar de defender a los españoles que residimos en esta parte de España, se dedican a jugar al equívoco, para apoyar a los del señor Izeta, uno de los sujetos más inútiles dentro de la política catalana.

Coladuras de Colau en la ordenación turística de Barcelona

“Del turismo se derivan grandes beneficios para las relaciones entre los pueblos y, en consecuencia, para la paz para la promoción de la civilización y para la difusión de un más amplio bienestar” Juan Pablo II
Miguel Massanet
miércoles, 28 de junio de 2017, 00:00 h (CET)
Todos conocemos aquella expresión con la que nuestros padres nos corregían cuando, sentados a la mesa, intentábamos divertirnos manipulando los cubiertos, haciendo bolitas de pan o intercambiando, con los hermanos, legumbres en forma de municiones. Entonces teníamos que escuchar a nuestros mayores aquella severa advertencia: “Niños con las cosas de comer no se juega” que, en muchas ocasiones, iba acompañada de un buen coscorrón de advertencia, para que nos acordáramos de no reincidir. Por desgracia, hoy en día, deberíamos poderles advertir, a los políticos catalanes, para que no jugaran con nosotros y con nuestro futuro como, por desgracia, lo están haciendo.

El BBVA, por medio de sus servicios de estudios, ha lanzado una advertencia poniendo en duda que la economía catalana “no sea capaz de “fidelizar” a los turistas que ha tomado prestados de otras zonas en las que hay una mayor percepción de riesgo por problemas geopolíticos”. Se quiera reconocer o no, resulte molesto a una parte de los catalanes o les sea indiferente, el caso es que, en Cataluña y de una forma muy particular en Barcelona, el turismo se ha ido convirtiendo en una actividad mayoritaria, en la que están implicados muchos miles de ciudadanos, ha dado lugar a la puesta en marcha de numerosos hoteles y ha dado vida a bares y restaurantes que, a la vez, ha favorecido a toda una serie de actividades complementarias, sin las cuales los servicios de restauración y alojamiento no podrían prestarse con garantías de éxito, tales como todas las relacionadas con el ocio, complementarias de cualquier actividad turística.

Es cierto que, así como determinadas industrias han ido desapareciendo de la ciudad Condal, el turismo ha ido aumentando de una forma espectacular, de manera que, en pocos años, la industrial Barcelona se ha ido transformando en un emporio del turismo; acaparando, aparte de los visitantes que vienen a admirar las bellezas y monumentos de la ciudad, a toda una serie de congresistas o comerciantes que acuden a la celebración de toda una serie de convenciones, nacionales e internacionales, que han ido adquiriendo una importancia tal que, por si solas, constituyen unas de las mayores fuentes de riqueza de la ciudad. Un esfuerzo de muchos emprendedores, que tuvieron la visión del potencial turístico de la ciudad de Barcelona, e invirtieron su capital en todos aquellos aspectos y ramas del comercio y la industria, relacionados con él.

La llegada de los comunistas bolivarianos a Barcelona, apoyados en la personalidad de la activista, revolucionaria, anarquista y antisistema, señora Ada Colau, convertida, de la noche a la mañana, de manifestante contra la legalidad, de pesadilla de la policía y activista que formaba parte de aquella chusma que impedía a los agentes judiciales realizar su tarea de cumplir las órdenes del juez, en la ejecución de los desahucios. Convertida, por la fuerza de las urnas, en alcaldesa de Barcelona, pero sin que, mentalmente, sus ideas ácratas hubieran cambiado un ápice. Las consecuencias pronto se han hecho notar y la obsesión de la alcaldesa por algún tema, como es el caso del turismo, pueden llegar a constituir el talón de Aquiles de la nueva Barcelona, sede de la mayor concentración de turismo de España. Lo malo es que, estos caprichos de carácter totalitario, estas decisiones meramente pasionales, sin haber sido valoradas debidamente o estos ramalazos de autoritarismo temerario, tan propios de aquellos a los que les falta preparación para la tarea que han asumido; suelen tener consecuencias que van más allá de lo que sería un simple error sin consecuencias, para entrar en la categoría de una verdadera catástrofe económica para toda la ciudad.

La moratoria turística; la campaña contra los cruceros de turistas, la pretensión de poner obstáculos a los grupos de turistas y a sus guías para fijarles itinerarios forzados; la campaña contra el alquiler a turistas de particulares que, con esta práctica, ayudaban a regular sus economías ( cuidado: ello no tiene nada que ver con las quejas ciudadanas de ruidos, molestias, salvajadas o insalubridad que, en la LAU, quedan convenientemente clasificados como motivo de desahucio y son responsabilidad del arrendador, contra el que se puede actuar legalmente si no pone los medios para evitar que se produzcan semejantes anormalidades.)

Lo cierto es que, la llegada de una alcaldesa comunista a Barcelona, no ha hecho más que crear nuevas polémicas que antes, con los anteriores alcaldes, nunca se habían dado. Aparte de haber enchufado en el consistorio a familiares y amigos; de haberse acostumbrado a uno de los sueldos más altos dentro de los funcionarios de la Administración; de haberle cogido el gusto a la parafernalia inherente a su cargo; esta señora ha decidido olvidarse de que estamos en España y que nuestra Constitución continua defendiendo la propiedad privada, un derecho que supone el uso y disfrute de aquellos bienes, muebles o inmuebles, que cualquier ciudadano haya ganado honrada y legalmente. Se ha tomado la Justicia por su mano y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, ha entrado como elefante en cacharrería, a saco con los pisos libres que puedan existir en Barcelona, ha creado a un cuerpo de espías para que hagan un censo de ellos, ha editado un baremo de los alquileres que ellos consideran adecuados para cada distrito de la ciudad y está imponiendo tasas, de tipo incautatorio, para aquellos que no alquilen sus pisos, sin tener en cuenta la libertad de cada propietario para poder darle el uso que le convenga al inmueble, siendo sabido que, si su intención es venderlo, es evidente que un piso alquilado, con una de estas rentas de tipo “social”, inmediatamente pierde valor y, en muchos casos, el interés del futuro adquirente.

Se dificultan los permisos para las obras de mejora de los establecimientos turístico; se retrasan, de una forma absolutamente absurda, la concesión de autorizaciones para inaugurar nuevos establecimientos hoteleros; se facilita la intervención de las asociaciones de vecinos, verdaderos cánceres para la agilidad de las resoluciones municipales, normalmente dirigidas por agitadores o “enterados” capaces de mover las más bajas pasiones de sus convecinos, dispuestos a impedir todo aquello que no entienden y a socializar y convertir en “lugares comunes” cualquier solar o pedazo de terreno que quede libre aunque, cuando pasa el tiempo, se evidencia que aquel nuevo lugar público no ha servido más que para que algún perro haga sus necesidades en él.

El “asamblearismo”, al que tan aficionadas son las alcaldesas de Madrid y Barcelona; el cambiar los rótulos de las calles para poner nombres de dictadores comunistas o el interferir en la actividad privada en nombre de, no se sabe que, interés público, impidiendo la libertad de promoción, la verdadera fuente del desarrollo de una ciudad; todo en detrimento del desarrollo y el progreso de cualquier urbe. En realidad, este intervencionismo administrativo no hace otra cosa que ir burocratizando la ciudad; empobreciendo su aspecto, creando ( como ha sucedido en Moscú, donde ahora se ha autorizado el derribo de más de 8.000 viviendas construidas en tiempos del comunismo soviético, verdaderos nidos de porquería en las que se hacinaban como vestían miles de moscovitas), con su apoyo a los okupas, su protección de los manteros, su obstinación por por evitar el tránsito de coches, su proletaria defensa del uso de la bicicleta (en una ciudad dónde el bajar sí es cómodo pero la subida ya tiene otro aspecto que hace inviable el uso de tales medios de transporte para las personas mayores, enfermos, débiles, acompañantes de niños, inválidos etc.) sin tener en cuenta que los carriles para circular por la ciudad discurren en gran parte por lugares donde los peatones también lo hacen, con el peligro de que, como ya ha sucedido, se produzcan encontronazos y accidentes inevitables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, la sensación de sentirse gobernados, dirigidos, fiscalizados o controlados por esta pléyade de antisistema que nos rodean y se han apoderado de los centros de poder de la ciudad, independientemente del otro foco de preocupación, constituido por el separatismo extremo de los independentistas del PDEcat y la CUP; hace que, cada vez con mayor preocupación, nos sintamos más incómodos, más inermes y más abandonados a nuestra suerte; mientras los socialistas, en lugar de defender a los españoles que residimos en esta parte de España, se dedican a jugar al equívoco, para apoyar a los del señor Izeta, uno de los sujetos más inútiles dentro de la política catalana.

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