Hay sonrisas que humanizan el deporte. Dos lo han conseguido en los últimos días. Una es la de Haile Gebrselassie, un ejemplo de superación capaz de poner buena cara al mal tiempo y hasta en un huracán, si sopla mientras corre un maratón. Esta especialidad es sólo una de las que ha conseguido dominar este atleta etíope, capaz de ganar títulos en todas las distancias a partir del medio fondo… y de cruzar siempre la línea de meta con una sonrisa, por muy duro que haya sido ese camino. Perenne en su cara, la lució el pasado viernes para recoger el Premio Príncipe de Asturias, un reconocimiento más para este ejemplo de superación, que alcanza mayor dimensión cuando uno repasa sus orígenes humildes y cómo ha ido superando los obstáculos que le han convertido en leyenda.
La segunda sonrisa que ha conseguido recordarme por qué me gusta el deporte pertenece también al atletismo. La exhibió hace unos días Marta Domínguez para anunciar su regreso a la competición; la palentina, haciendo bueno el refrán que dice: “no hay mal que cien años dure”, volverá a correr este próximo domingo en Madrid. He ido retrasando escribir sobre Marta y creo que éste es el momento adecuado. En primer lugar, para disculparme porque en su día dudé de ella (ahí está el archivo de implacable testigo, para los aciertos y para los errores); al final, la operación “Galgo” fue una cacería contra ella, una injusticia de la que alguien sigue debiendo explicaciones. Y segundo, para elogiar su entereza y profesionalidad. Marta ha despertado del mal sueño y se ha puesto a entrenar con la vista puesta en Londres 2012. Sólo le queda la espina de que siga imputado su entrenador, César Pérez, aunque ella confía en que pronto quede exculpado.
Afortunadamente, el tiempo acaba poniendo las cosas en su sitio. Casi un año después de que su carrera se tambaleara por motivos ocultos, su honor ha quedado restablecido, ha sido madre, vuelve a pensar en el deporte sólo en clave de competición y aspira a retomar su faceta política. La vida es una carrera de fondo, y ella sabe mucho de cómo llegar con éxito a la meta. Su mera presencia eleva el nivel del atletismo español (mediocre, actualmente) y me atrevo a pronosticar que será una de las pocas esperanzas de medalla en este deporte en los próximos Juegos. Su espíritu de lucha y superación le harán recuperar su mejor nivel físico, tras su embarazo, y mental, libre de las sombras del dopaje.
El deporte nos regala momentos de esperanza y recompensa, como los de estos atletas, pero también episodios trágicos, como el que ayer vivimos en el Gran Premio de Malasia de motociclismo. El accidente de Marco Simoncelli nos dejó conmocionados y, después, con el corazón en un puño hasta que llegó la peor noticia posible, la de su fallecimiento. El piloto italiano, de un carácter sumamente competitivo e irreverente dentro de las pistas, estaba llamado a grandes gestas. Sin embargo, un fatal accidente, en el mismo trazado en el que hace tres años alcanzó la gloria en 250cc, ha puesto fin de manera precipitada a su carrera.
Acostumbrado a la polémica, este año protagonizó algunos episodios controvertidos en los que Dani Pedrosa y Jorge Lorenzo se vieron perjudicados. No obstante, fue esta agresividad, unida a su talento y a sus desordenados rizos, lo que le hicieron carismático para su legión de seguidores, que veían en él al nuevo Valentino Rossi. Desafortunadamente, Simoncelli no ha podido coger su testigo y se ha sumado a la larga lista de tragedias sobre dos ruedas. Pilotos como él también son fundamentales en el gran espectáculo del motociclismo.