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Estamos a las puertas de un crack económico sin precedentes

El gran crack

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Hay por ahí algunas voces que apuntan a que algunas potencias europeas incluidas en el euro ya están imprimiendo billetes de sus antiguas monedas, porque es más que probable que éste tenga sus días contados. Por otra parte, la economía norteamericana, basada en una economía de guerra desde el crack del 28, corre el riesgo de un estrepitoso de derrumbe, aplastando a la totalidad de las economías mundiales, en buena medida debido a que sus dos fundamentales soportes –el petróleo y la venta de armamento- están de capa caída por no haber conflictos activos que requieran de un aporte significativo de armas avanzadas, que son las más rentables. Lo primero, puede ser un síntoma de lo que avecina en el plano económico europeo; pero lo segundo, en el ámbito global, puede resultar ser todavía mucho más peligroso, pues que el gigante norteamericano se podría ver tentado a huir hacia adelante, produciendo un ansiado conflicto salvador de su economía, aunque los callos que podría pisar nos harían ampollas a todos. En este sentido, no parece que sea nada tranquilizador que esté ultimando –en tiempos de relativa paz y concordia entre bloques- su escudo antimisiles con la excusa de prevenir un ataque irracional por parte de las inofensivas Irán o Corea del Norte, o que haya desviado hacia los límites de Irán-Afganistán el colosal potencial militar convencional y estratégico que ha movilizado.

Lo sutil, lo intangible, es el origen de todo. Ya he dicho en muchas ocasiones que la fundación del acto es el deseo, siendo que es lo emocional, lo espiritual si se quiere, la causa primera y el origen de los efectos o el resultado: de los hechos, en fin. La codicia, así, el deseo desordenado de algunos de querer más y más sin colmo ni tasa, fue el origen de nuestra situación actual. Algo absurdo, porque éstos, los primeros grandes codiciosos, eran precisamente los que más que tenían y, en consecuencia, los que menos necesitaban. Sin embargo, su actitud sirvió como ejemplo, cundió en la sociedad y fue un proceder que se fue generalizando, yendo cada cual, de una manera exponencial, imitando estas conductas desalmadas. La especulación, de esta manera, pasó de ser el patrimonio conductual de unos pocos al modo de obrar de la mayor parte de las sociedades capitalistas, que son ya, en mayor o menor medida, las de casi todo el mundo.

El declive de Occidente comenzó cuando alguien entró a una tienda de todo a 100 y compró algo más barato que lo igual o parecido que se producía en su propio país. Seguramente no era nada importante, pero fue el primer mampuesto de la construcción ciclópea de la industria de Oriente y el primer voto de una sentencia a muerte de Occidente. A partir de ese momento, los compradores de gangas se echaron en los brazos de este tipo de tiendas, y poco a poco se fue fundamentando el potencial del bloque adversario en nuestros suelos, acaso ignorando los compradores que estaban favoreciendo la pujanza de otros países y cerrando las industrias propias, con todo lo que ello conlleva de desempleo, pérdida de derechos y la necesidad de perder los privilegios laborales tan duramente conquistados y al precio de tanta sangre para poder competir ante los consumidores con los precios de aquellos países en los que los trabajadores no son sino esclavos, convirtiéndose así en sus iguales y rasando los salarios por la mínima, pues que se trata del mismo efecto de los vasos comunicantes.

No pocos empresarios europeos, en vista de la tendencia de los consumidores, cerraron sus fábricas en Europa y desplazaron sus producciones a Oriente, multiplicando los daños, en buena parte ya no sólo por una cuestión de ahorro o de ganga de los consumidores, sino por un estado de necesidad que les empujaba a buscar lo más barato, porque el ciclo de desempleo y decadencia había comenzado y no había ya forma de detenerlo. Primero fueron los juguetes, luego el calzado, después la moda y terminó siendo un totum revolutum en el que todo producto entraba en el saco.

Los Estados debieron entender entonces que estaban obrando mal, que el sentido de la economía y de la estructura industrial nacional no se basaba en una simple cuestión de beneficios de algunos empresarios, sino que las empresas tienen una función social capital, que es ocupar y procurar medios de supervivencia a la población; pero haber obrado en otro sentido o haber intentado corregir esto, les hubiera supuesto perder las elecciones, de modo que comprendieron que todo estaba perdido y que sólo quedaba salvarse a sí mismos como partido y como personas, y se institucionalizó la corrupción que nos encenaga. Hoy, las consecuencias de todo esto ya vemos cuáles son y en qué punto nos encontramos.

Comprar una barrita de incienso o una fruslería en una tienda de todo a 100, liberalizar la economía abatiendo las barreras arancelarias que protegían a las propias industrias, resultó ser, a la vez, el oxígeno que permitía una respiración coyuntural de la economía del momento y la asfixia que va a matarnos. Poco le importó a nadie entonces que se estaban adquiriendo productos manufacturados por niños esclavizados o por personas sin derechos que trabajan de sol a sol siete días a la semana, sino que todos pensaron en su ahorro personal del momento. Y el momento, lo efímero, va a reemplazar a todo el tiempo del futuro (que es mucho más), porque es probable que nunca jamás ya se vuelvan a tener los derechos que se tuvieron en Occidente. Lejos de ser nosotros los que exportáramos nuestro bienestar, hemos importado lo peor de cuanto había en aquellos países, ahorcándonos con nuestra propia cuerda.

Hicimos un pan como unas hostias, ya se ve, en una ceremonia de la codicia que abarcó a todos cuantos pudieron en todo el ámbito de Occidente. Hoy, incluso nuestras más esperanzadoras instituciones, Europa, está apuntalada y a punto de derrumbe, y ya cada país busca la manera de salir de su cobertura para no ser aplastado por los escombros. Incluso la misma potencia hegemónica, los EEUU, buscan la manera de solucionar la crisis como siempre han hecho, a bombazos, con el costo humano y cultural que ello puede tener para todo el género. O tal vez no pretendan solucionar su problema económico de hoy, sino evitar nada más el dejar de ser Imperio, actuando como en aquel tango: “la maté (a la humanidad) porque era mía.”

El temido gran crack está ahí, voceado ya sin cortapisas por los pregoneros del sistema, y quien no lo escucha es porque no quiere, porque no lo avisan para dentro de mucho, sino en cuestión de semanas o de meses. La consecuencia menor será volver al marco, la lira, el franco o la peseta; el peor, una lápida sobre el conjunto de la humanidad que diga: “Aquí está sepultada toda una especie, víctima de su propia codicia.”

El gran crack

Estamos a las puertas de un crack económico sin precedentes
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 19 de octubre de 2011, 08:11 h (CET)
Hay por ahí algunas voces que apuntan a que algunas potencias europeas incluidas en el euro ya están imprimiendo billetes de sus antiguas monedas, porque es más que probable que éste tenga sus días contados. Por otra parte, la economía norteamericana, basada en una economía de guerra desde el crack del 28, corre el riesgo de un estrepitoso de derrumbe, aplastando a la totalidad de las economías mundiales, en buena medida debido a que sus dos fundamentales soportes –el petróleo y la venta de armamento- están de capa caída por no haber conflictos activos que requieran de un aporte significativo de armas avanzadas, que son las más rentables. Lo primero, puede ser un síntoma de lo que avecina en el plano económico europeo; pero lo segundo, en el ámbito global, puede resultar ser todavía mucho más peligroso, pues que el gigante norteamericano se podría ver tentado a huir hacia adelante, produciendo un ansiado conflicto salvador de su economía, aunque los callos que podría pisar nos harían ampollas a todos. En este sentido, no parece que sea nada tranquilizador que esté ultimando –en tiempos de relativa paz y concordia entre bloques- su escudo antimisiles con la excusa de prevenir un ataque irracional por parte de las inofensivas Irán o Corea del Norte, o que haya desviado hacia los límites de Irán-Afganistán el colosal potencial militar convencional y estratégico que ha movilizado.

Lo sutil, lo intangible, es el origen de todo. Ya he dicho en muchas ocasiones que la fundación del acto es el deseo, siendo que es lo emocional, lo espiritual si se quiere, la causa primera y el origen de los efectos o el resultado: de los hechos, en fin. La codicia, así, el deseo desordenado de algunos de querer más y más sin colmo ni tasa, fue el origen de nuestra situación actual. Algo absurdo, porque éstos, los primeros grandes codiciosos, eran precisamente los que más que tenían y, en consecuencia, los que menos necesitaban. Sin embargo, su actitud sirvió como ejemplo, cundió en la sociedad y fue un proceder que se fue generalizando, yendo cada cual, de una manera exponencial, imitando estas conductas desalmadas. La especulación, de esta manera, pasó de ser el patrimonio conductual de unos pocos al modo de obrar de la mayor parte de las sociedades capitalistas, que son ya, en mayor o menor medida, las de casi todo el mundo.

El declive de Occidente comenzó cuando alguien entró a una tienda de todo a 100 y compró algo más barato que lo igual o parecido que se producía en su propio país. Seguramente no era nada importante, pero fue el primer mampuesto de la construcción ciclópea de la industria de Oriente y el primer voto de una sentencia a muerte de Occidente. A partir de ese momento, los compradores de gangas se echaron en los brazos de este tipo de tiendas, y poco a poco se fue fundamentando el potencial del bloque adversario en nuestros suelos, acaso ignorando los compradores que estaban favoreciendo la pujanza de otros países y cerrando las industrias propias, con todo lo que ello conlleva de desempleo, pérdida de derechos y la necesidad de perder los privilegios laborales tan duramente conquistados y al precio de tanta sangre para poder competir ante los consumidores con los precios de aquellos países en los que los trabajadores no son sino esclavos, convirtiéndose así en sus iguales y rasando los salarios por la mínima, pues que se trata del mismo efecto de los vasos comunicantes.

No pocos empresarios europeos, en vista de la tendencia de los consumidores, cerraron sus fábricas en Europa y desplazaron sus producciones a Oriente, multiplicando los daños, en buena parte ya no sólo por una cuestión de ahorro o de ganga de los consumidores, sino por un estado de necesidad que les empujaba a buscar lo más barato, porque el ciclo de desempleo y decadencia había comenzado y no había ya forma de detenerlo. Primero fueron los juguetes, luego el calzado, después la moda y terminó siendo un totum revolutum en el que todo producto entraba en el saco.

Los Estados debieron entender entonces que estaban obrando mal, que el sentido de la economía y de la estructura industrial nacional no se basaba en una simple cuestión de beneficios de algunos empresarios, sino que las empresas tienen una función social capital, que es ocupar y procurar medios de supervivencia a la población; pero haber obrado en otro sentido o haber intentado corregir esto, les hubiera supuesto perder las elecciones, de modo que comprendieron que todo estaba perdido y que sólo quedaba salvarse a sí mismos como partido y como personas, y se institucionalizó la corrupción que nos encenaga. Hoy, las consecuencias de todo esto ya vemos cuáles son y en qué punto nos encontramos.

Comprar una barrita de incienso o una fruslería en una tienda de todo a 100, liberalizar la economía abatiendo las barreras arancelarias que protegían a las propias industrias, resultó ser, a la vez, el oxígeno que permitía una respiración coyuntural de la economía del momento y la asfixia que va a matarnos. Poco le importó a nadie entonces que se estaban adquiriendo productos manufacturados por niños esclavizados o por personas sin derechos que trabajan de sol a sol siete días a la semana, sino que todos pensaron en su ahorro personal del momento. Y el momento, lo efímero, va a reemplazar a todo el tiempo del futuro (que es mucho más), porque es probable que nunca jamás ya se vuelvan a tener los derechos que se tuvieron en Occidente. Lejos de ser nosotros los que exportáramos nuestro bienestar, hemos importado lo peor de cuanto había en aquellos países, ahorcándonos con nuestra propia cuerda.

Hicimos un pan como unas hostias, ya se ve, en una ceremonia de la codicia que abarcó a todos cuantos pudieron en todo el ámbito de Occidente. Hoy, incluso nuestras más esperanzadoras instituciones, Europa, está apuntalada y a punto de derrumbe, y ya cada país busca la manera de salir de su cobertura para no ser aplastado por los escombros. Incluso la misma potencia hegemónica, los EEUU, buscan la manera de solucionar la crisis como siempre han hecho, a bombazos, con el costo humano y cultural que ello puede tener para todo el género. O tal vez no pretendan solucionar su problema económico de hoy, sino evitar nada más el dejar de ser Imperio, actuando como en aquel tango: “la maté (a la humanidad) porque era mía.”

El temido gran crack está ahí, voceado ya sin cortapisas por los pregoneros del sistema, y quien no lo escucha es porque no quiere, porque no lo avisan para dentro de mucho, sino en cuestión de semanas o de meses. La consecuencia menor será volver al marco, la lira, el franco o la peseta; el peor, una lápida sobre el conjunto de la humanidad que diga: “Aquí está sepultada toda una especie, víctima de su propia codicia.”

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