El hombre, en cualquiera de sus entornos, en su país, su comunidad, su ciudad o su familia, no piensa a partir de la soledad, sino a partir de la comunicación. “Mi filosofía es verdadera, en la medida en que favorece la comunicación”, afirmaba Jaspers.
La comunicación nos constituye como humanos
En la existencia humana, el hecho de la comunicación aparece, inmediatamente, como una paradoja; porque el hombre, continuamos con Jaspers, “siendo por sí mismo, sin embargo no es por sí mismo lo que en realidad es”. Es decir, yo soy, existo de verdad, únicamente cuando me comunico con alguien.
En este caso, el filósofo alemán habla de una comunicación existencial, que abre la posibilidad de una comunicación efectiva y verdadera, la comunicación que se da a partir de la palabra y de los signos en general. En esta comunicación efectiva, existen tres grados:
1. Grado Ingenuo. La conciencia individual coincide, en este grado, con la conciencia general. “Yo hago lo que hacen todos, creo lo que todos creen y pienso lo que todos piensan”. Propiamente hablando, estaríamos en el “grado cero” de comunicación.
2. Comprensión y trato con los demás. Se llega a este nivel, cuando nos hacemos conscientes de nosotros mismos y descubrimos que podemos oponernos a otros. Esta nueva conciencia nos descubre, también, la comprensión común de las cosas. Comprensión que se produce a raíz de la unión de los hombres para utilizarlas en orden a un fin. Es el estadio de las relaciones egoístas, en las que el yo utiliza a los otros como medios, y no como fines en sí mismos.
3. Comunicación racional o transmisión de ideas. Este grado se expresa ya en las relaciones sociológicas y económicas, así como en las relaciones políticas o en las de pura división del trabajo.
La verdadera comunicación parte de la libertad
Esta gradación, según Jaspers, aunque se acerca de modo creciente, no llega a alcanzar la verdadera comunicación: la comunicación existencial. Siempre queda una insatisfacción de fondo, que nos muestra esa vida egoísta como vacía y carente de valor. Esta insatisfacción, y sólo ella, puede ser el resorte que nos despierte y nos conduzca a la verdadera comunicación con los demás.
En la comunicación existencial, “yo soy yo mismo, en mi libertad y el otro quiere ser él mismo, y yo con él”. La comunicación solo es posible partiendo de la libertad de cada uno. Un hombre no puede ser él mismo si no está en comunicación con los demás. Aunque, ciertamente, tampoco puedo entrar en comunicación con el otro si no tengo consistencia en mi persona, si no tengo “ser en soledad”.
Cuando la comunicación llega al amor
Por encima de los grados de comunicación anteriores, Jaspers nos presenta los rasgos de la comunicación existencial:
1. Consiste en un proceso de apertura que excluye, por su propia naturaleza, la mentira. La mentira es, por supuesto, contradictoria con la comunicación existencial, aunque pueda utilizarse, a veces, para mantener la comunicación aparente.
2. Puede, quién sabe, dar lugar al amor, en ciertas circunstancias. El amor en el que se da la comunicación no es ciego: es clarividente y combativo. El amor es un juego en el que ambos ganan (o ambos pierden). “El amor”, concluye Jaspers, “es la lucha de dos existencias por la verdad”.
3. Tendencia a la intimidad. El amor no es aún comunicación, sino una de sus fuentes. Hay que ir, por tanto, más allá de la mera simpatía. La destructibilidad o indestructibilidad del amor depende, de modo absoluto, de la comunicación. “Donde la comunicación se rompe definitivamente, cesa el amor, porque era una ilusión engañosa”.
Ruptura de la comunicación
Resulta, así, extremadamente sencillo romper la comunicación: la inexperiencia, el orgullo, la pobreza de expresión, los silencios calculados, el “excesivo gusto” por la soledad. Y, sobre todo, la falta de dignidad y de “consistencia de sí mismo”. En cualquier caso, rompemos la comunicación con nosotros mismos antes de romperla con el otro.
E, incomunicados, no podemos pensar, de ningún modo. No podemos buscar la verdad nosotros solos. A nosotros solos, contra el mundo, únicamente nos queda tener razón. Por encima de todo. Nuestra consistencia está en nuestras opiniones y, sobre todo, en nuestras presuposiciones, en aquello de lo que no nos cabe dudar sin venirnos abajo completamente, en aquellas opiniones sin importancia que defenderemos con uñas, dientes, insultos y, si es necesario, puños. En aquellas opiniones sin importancia, de las que colgamos, sobre el vacío, nuestro ser.
No hay verdadero pensamiento en soledad
Es por esto, que el diálogo es la forma más adecuada del pensamiento, la mejor forma de expresión de la razón, por encima de las exposiciones axiomáticas o deductivas. Platón ya sabía que “la verdad solo brilla entre amigos, y en horas afortunadas”.