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Un fantasma atormenta a América: el de la movilidad social descendente

Movilidad social negativa

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WASHINGTON -- . Cada generación, estamos seguros, debería de vivir mejor que su antecesora. En general, los estadounidenses siguen haciendo propia esta promesa. Una encuesta Pew realizada a principios de este año concluía que el 48 por ciento de los encuestados opina que el estándar de vida de sus hijos superaría al suyo. Aunque es menos que el 61 por ciento del año 2002, se sitúa al nivel de mediados de los 90. Pero estas expectativas podrían verse defraudadas. Para los estadounidenses jóvenes, el futuro podría ser más desfavorable.

Junto al empleo, los comicios presidenciales de 2012 podrían decidirse en torno a esta cuestión. "¿Puede salvarse la clase media?" se teme una reciente portada del Atlantic. El pesimismo crece a la par que la formación. En el sondeo de Pew, el 54 por ciento de los encuestados con un graduado o título inferior opina que sus hijos estarán mejor; sólo el 35 por ciento de los alumnos de grado conviene. "Una especie de depresión ha echado raíces", escribe el columnista del Washington Post Richard Cohen. "Hemos perdido nuestro duende, nuestra magia".

Puede aducirse que toda esta volubilidad replica un error histórico: proyecta el presente sobre el futuro. Sólo porque la situación económica sea infame hoy no significa que lo vaya a ser siempre. Tras la Segunda Guerra Mundial, ha recordado el laureado economista Nobel Robert Fogel, había una alarma generalizada por "el paro masivo". Once millones de veteranos y 9 millones de empleados del sector de la defensa habían de ser reincorporados a la vida laboral. La población temía una nueva Depresión. Eso no pasó, porque la demanda reprimida de casas, coches y electrodomésticos alimentó un período de crecimiento del empleo.

Por desgracia, este aviso sólo es relevante a medias a estas alturas. Nuestro futuro sería sin duda más prometedor si la economía reanudara el crecimiento fuerte, pero ello no garantiza automáticamente niveles de vida más elevados. Una sociedad genera esos niveles a través de la productividad -- mejoras en la eficacia, la tecnología o la estructura empresarial que rebajan el gasto o permiten a los negocios pagar salarios más altos. Sin mayor productividad, el estándar de vida general no crece. Pero hasta con ella, los jóvenes pueden no disfrutar la mejora.

La explicación es que las mejoras de la productividad ya han sido impuestas por tendencias demográficas que no podemos alterar (el envejecimiento) o por problemas que no hemos abordado (el desbocado gasto sanitario, el deterioro de las infraestructuras con el tiempo). La productividad y la futura mejora de los ingresos se van a destinar a estos usos: impuestos más elevados para financiar a una población más anciana; gasto sanitario; e impuestos y tasas con los que reparar carreteras, centros escolares y redes de abastecimiento.

Ya está sucediendo. "Una década de crecimiento del gasto sanitario ha barrido nuestra mejora bruta de los ingresos en el caso de una familia media estadounidense", comunican dos investigadores de la Rand Corporation en la publicación Health Affairs. Entre 1999 y 2009, la remuneración bruta de una familia típica de cuatro miembros con cobertura sanitaria a cargo de la empresa ascendió unos 23.000 dólares. Alrededor del 95 por ciento de esta cantidad (casi 22.000 dólares) se lo llevaba la inflación y la cobertura sanitaria, incluyendo el gasto de la empresa, las primas familiares, los impuestos y la parte de la cobertura a cargo del asegurado. Para la mayoría de las familias, los gastos más altos no acarreaban beneficios tangibles paralelos. La razón: el gasto sanitario es localizado; el 5% más enfermo representa la mitad del total.

Mientras tanto, el sueldo post-retenciones -- lo que la gente considera su estándar de vida -- se estanca. La contracción se prolongará. En 1990 había 32 millones de estadounidenses de más de 65 años; hacia el año 2040 esa población se calcula en 80 millones. El creciente coste de la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos ha generado una dinámica política nueva: las prestaciones de la tercera edad no se van a recortar, la carga a los jóvenes se elevará. Las infraestructuras en deterioro por el paso del tiempo plantean elecciones parecidas. O se financia el mantenimiento o se toleran carreteras de mala calidad y centros escolares desvencijados.

El futuro de nuestros hijos ha sido fuertemente hipotecado. Será el caso incluso si la economía vuelve al "pleno empleo" dentro de unos años (pongamos el %% de paro) y continúan produciéndose las antiguas mejoras de la productividad (alrededor del 1,7% desde 1966). Si la actual recuperación débil persiste, el panorama se ensombrece. El paro seguirá siendo alto, pongamos del 7 al 9%. Las subidas salariales permanecerán deprimidas. Los trabajadores jóvenes van a tener problemas para encontrar empleo en el que desarrollar las habilidades y cultivar los contactos que conducen a puestos de trabajo mejores. El crecimiento de la productividad podría vacilar.

América es una sociedad competitiva. No está garantizado que los hijos alcancen la posición económica relativa de sus padres: los hijos de padres pertenecientes al 20 por ciento de rentas más elevadas no van a permanecer automáticamente dentro de la horquilla del 20 por ciento de rentas más elevadas. Unos chavales prosperarán; los habrá que salgan de la horquilla. Pero si el salario neto crece, hasta los que no prosperan relativamente reciben con frecuencia sueldos absolutos más altos que sus padres. Las estadísticas del Pew Economic Mobility Project confirman esta tendencia. Dos tercios de los estadounidenses tienen rentas más elevadas que sus padres; la mitad se sitúan dentro de la misma horquilla de distribución económica que sus padres o por debajo.

Las mejoras generacionales compensaban en parte los reveses individuales. Ahora podríamos perder este reconfortante colchón. Nuestros líderes pueden tratar de evitar eso elevando el crecimiento económico, controlando el gasto sanitario y recortando tímidamente las prestaciones de la tercera edad. Pero no estamos seguros de cómo hacer lo primero y carecemos de la voluntad política para hacer lo segundo y lo tercero. El futuro nunca es completamente predecible, pero la movilidad social descendente no es solamente un gancho espantoso. Es una posibilidad real.

Movilidad social negativa

Un fantasma atormenta a América: el de la movilidad social descendente
Robert J. Samuelson
lunes, 17 de octubre de 2011, 07:25 h (CET)
WASHINGTON -- . Cada generación, estamos seguros, debería de vivir mejor que su antecesora. En general, los estadounidenses siguen haciendo propia esta promesa. Una encuesta Pew realizada a principios de este año concluía que el 48 por ciento de los encuestados opina que el estándar de vida de sus hijos superaría al suyo. Aunque es menos que el 61 por ciento del año 2002, se sitúa al nivel de mediados de los 90. Pero estas expectativas podrían verse defraudadas. Para los estadounidenses jóvenes, el futuro podría ser más desfavorable.

Junto al empleo, los comicios presidenciales de 2012 podrían decidirse en torno a esta cuestión. "¿Puede salvarse la clase media?" se teme una reciente portada del Atlantic. El pesimismo crece a la par que la formación. En el sondeo de Pew, el 54 por ciento de los encuestados con un graduado o título inferior opina que sus hijos estarán mejor; sólo el 35 por ciento de los alumnos de grado conviene. "Una especie de depresión ha echado raíces", escribe el columnista del Washington Post Richard Cohen. "Hemos perdido nuestro duende, nuestra magia".

Puede aducirse que toda esta volubilidad replica un error histórico: proyecta el presente sobre el futuro. Sólo porque la situación económica sea infame hoy no significa que lo vaya a ser siempre. Tras la Segunda Guerra Mundial, ha recordado el laureado economista Nobel Robert Fogel, había una alarma generalizada por "el paro masivo". Once millones de veteranos y 9 millones de empleados del sector de la defensa habían de ser reincorporados a la vida laboral. La población temía una nueva Depresión. Eso no pasó, porque la demanda reprimida de casas, coches y electrodomésticos alimentó un período de crecimiento del empleo.

Por desgracia, este aviso sólo es relevante a medias a estas alturas. Nuestro futuro sería sin duda más prometedor si la economía reanudara el crecimiento fuerte, pero ello no garantiza automáticamente niveles de vida más elevados. Una sociedad genera esos niveles a través de la productividad -- mejoras en la eficacia, la tecnología o la estructura empresarial que rebajan el gasto o permiten a los negocios pagar salarios más altos. Sin mayor productividad, el estándar de vida general no crece. Pero hasta con ella, los jóvenes pueden no disfrutar la mejora.

La explicación es que las mejoras de la productividad ya han sido impuestas por tendencias demográficas que no podemos alterar (el envejecimiento) o por problemas que no hemos abordado (el desbocado gasto sanitario, el deterioro de las infraestructuras con el tiempo). La productividad y la futura mejora de los ingresos se van a destinar a estos usos: impuestos más elevados para financiar a una población más anciana; gasto sanitario; e impuestos y tasas con los que reparar carreteras, centros escolares y redes de abastecimiento.

Ya está sucediendo. "Una década de crecimiento del gasto sanitario ha barrido nuestra mejora bruta de los ingresos en el caso de una familia media estadounidense", comunican dos investigadores de la Rand Corporation en la publicación Health Affairs. Entre 1999 y 2009, la remuneración bruta de una familia típica de cuatro miembros con cobertura sanitaria a cargo de la empresa ascendió unos 23.000 dólares. Alrededor del 95 por ciento de esta cantidad (casi 22.000 dólares) se lo llevaba la inflación y la cobertura sanitaria, incluyendo el gasto de la empresa, las primas familiares, los impuestos y la parte de la cobertura a cargo del asegurado. Para la mayoría de las familias, los gastos más altos no acarreaban beneficios tangibles paralelos. La razón: el gasto sanitario es localizado; el 5% más enfermo representa la mitad del total.

Mientras tanto, el sueldo post-retenciones -- lo que la gente considera su estándar de vida -- se estanca. La contracción se prolongará. En 1990 había 32 millones de estadounidenses de más de 65 años; hacia el año 2040 esa población se calcula en 80 millones. El creciente coste de la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos ha generado una dinámica política nueva: las prestaciones de la tercera edad no se van a recortar, la carga a los jóvenes se elevará. Las infraestructuras en deterioro por el paso del tiempo plantean elecciones parecidas. O se financia el mantenimiento o se toleran carreteras de mala calidad y centros escolares desvencijados.

El futuro de nuestros hijos ha sido fuertemente hipotecado. Será el caso incluso si la economía vuelve al "pleno empleo" dentro de unos años (pongamos el %% de paro) y continúan produciéndose las antiguas mejoras de la productividad (alrededor del 1,7% desde 1966). Si la actual recuperación débil persiste, el panorama se ensombrece. El paro seguirá siendo alto, pongamos del 7 al 9%. Las subidas salariales permanecerán deprimidas. Los trabajadores jóvenes van a tener problemas para encontrar empleo en el que desarrollar las habilidades y cultivar los contactos que conducen a puestos de trabajo mejores. El crecimiento de la productividad podría vacilar.

América es una sociedad competitiva. No está garantizado que los hijos alcancen la posición económica relativa de sus padres: los hijos de padres pertenecientes al 20 por ciento de rentas más elevadas no van a permanecer automáticamente dentro de la horquilla del 20 por ciento de rentas más elevadas. Unos chavales prosperarán; los habrá que salgan de la horquilla. Pero si el salario neto crece, hasta los que no prosperan relativamente reciben con frecuencia sueldos absolutos más altos que sus padres. Las estadísticas del Pew Economic Mobility Project confirman esta tendencia. Dos tercios de los estadounidenses tienen rentas más elevadas que sus padres; la mitad se sitúan dentro de la misma horquilla de distribución económica que sus padres o por debajo.

Las mejoras generacionales compensaban en parte los reveses individuales. Ahora podríamos perder este reconfortante colchón. Nuestros líderes pueden tratar de evitar eso elevando el crecimiento económico, controlando el gasto sanitario y recortando tímidamente las prestaciones de la tercera edad. Pero no estamos seguros de cómo hacer lo primero y carecemos de la voluntad política para hacer lo segundo y lo tercero. El futuro nunca es completamente predecible, pero la movilidad social descendente no es solamente un gancho espantoso. Es una posibilidad real.

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