El resultado es, cuanto menos, curioso. En primer lugar, el experimento mostraba una sinestesia (una asociación de reacciones sensoriales entrecruzadas) entre el sonido y la visión de un iPhone vibrando. Cuando se mostraba un vídeo sin sonido el sujeto estudiado también lo oía, y viceversa.
Pero, sobre todo, lo más destacado era la activación de la parte del cerebro que se asocia a los sentimientos de amor y compasión. Recordemos aquella sentencia de Unamuno que dice que “amar es compadecer” (compartir el dolor con alguien), y englobaremos bajo el epígrafe del amor todo lo que se dijo y lo que viene a continuación. Aun así, entendamos la parcialidad de esa afirmación.
En cualquier caso, lo que tenemos sobre la mesa es que en términos físicos, la reacción cerebral es equiparable al estar presentes ante un Smartphone y ante un ser humano por el que sentimos aquello que podemos llamar amor.
Digo en términos físicos, porque la iluminación del cerebro y los síntomas de necesidad ante la separación del objeto de deseo parecen claramente estar relacionados. Lo que sea en realidad sobre los sentimientos que despiertan ambas situaciones me temo que es algo más complicado.
Solamente si concedemos que la reacción física implica de manera inmediata una reacción emocional compleja como es el amor (o el odio), entenderemos el enamoramiento del que habla Lindstrom como algo totalmente cerrado a interpretaciones posteriores. Si, por el contrario, creemos que el sentimiento sin duda tiene una base física pero unas cualidades emergentes que hunden sus pies en el lodo de lo físico, entenderemos que de entrada la respuesta es un sí, pero con matices.
Quizás, con Lindstrom, cuando el iPhone nos bese en los labios el tema será otro.