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Preparando maldades

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo VI

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-Cuasi, querido Cuasimodo… ¿Sabías ya que tengo acordada una cita para este miércoles?

-Ahí estaba señor –contesta el bueno de Cuasi que realmente ahí estaba-, ahí estaba.

-El miércoles puedes entonces tomarte el día libre.

-Pero señor… habíamos quedado en que sería el jueves, ¡es el día en el que operan a mi madre!

-Madres, madres… menos madres de día, ¡más amantes en la noche! Será el miércoles, Cuasi. Además, el jueves te necesito para iniciar un caso.

-¿De qué me habla señor?

-¡Un caso, sí! ¿No has leído acaso a Raymond Chandler?

Como el tipo en cuestión no escribía en ningún diario deportivo y como Cuasimodo apenas sabía leer, no… definitivamente no sabía quién era Raymond Chandler y ni mucho menos el tipo del que estaba a punto de hablar su maestro.

-Chandler es el creador de Philip Marlowe, ¡uno de los más grandes detectives de la historia de la literatura! Apareció por primera vez en 1934 y se hizo famoso cuando Humphrey Bogart lo interpretase en el Sueño Eterno, con diálogos de nada más y nada menos que el mismísimo William Faulkner!

-¡Ni fucken ni leches! ¡Mi madre está malita y quiero ir a verla!

-Cuasi, Cuasi, amigo Cuasi… Si hubieses leído a Chandler sabrías de lo que te estoy hablando. Todo ha comenzado igual que una novela de Marlowe… el gran detective acude a una cita siniestra y hay una mujer por medio de la que no se sabe nada salvo que tiene un oscuro pasado… ¡Qué gran reto para un detective y su inquieto ayudante! ¿No lo imaginas, Cuasi? ¡Todo un caso! Pero yo no soy como Marlowe, no… yo soy Jacobo Caspanova… que también tiene un toque de Marlowe porque al final todas se enamoran de él, sí… pero yo tengo un toque como más… -(Aquí Cuasimodo no interrumpió para decir “idiota”, “solpa-gaitas” ni ningún otro epíteto que pudiera herir la sensibilidad de nuestro poeta)-. ¡Italiano, sí! ¡Casi florentino diría yo!

Caspanova pronunció estas palabras mientras elevaba su mano al viento forzada, por lo que no pudo evitar ser imprecado por algún transeúnte que pasaba agrediendo la sexualidad de nuestros dos protagonistas. Pero Caspanova (al que poco a poco ya vamos conociendo) era un tipo seguro de su virilidad y nunca hacía caso de semejantes insultos, a pesar de eso que ya todos conocemos de que dos hombres que se pasan el día juntitos… malo, malo. Cuasi, en cambio, recibía con peor humor este tipo de insultos, a pesar de que nunca se había acostado con un hombre (sólo estuvo a punto una vez). De esta forma, y cuando Caspanova pudo darse cuenta, Cuasimodo se encontraba encima de los dos tipos dándoles de bofetadas y patadas.

-¡Por Dios, Cuasi! ¡Otra vez! ¡Ya te lo tengo dicho!

Pero Cuasimodo no paraba y ya sabemos eso de que la fuerza bruta está claramente reñida con la inteligencia (salvo en el caso de este narrador, que carece tanto de la una como de la otra), así que Caspanova tuvo que volver a hacerlo por tercera vez esta semana:

-Saaaaa…..raaaaaaam…. ¡pión! ¡Sarampión!

-¿Sara qué, gran maestro

-¡Sarampión! ¡Sarampión! ¡Sarampión!

Cuasimodo comenzó entonces a dar vueltas sobre sí mismo y a sudar (como un pollo). ¡Caspanova había dicho la palabra secreta y Cuasimodo se había vuelto loco!

Todo venía de la infancia de Cuasimodo (que, por cierto, era un mote que le habían puesto sus amables compañeros de integración, creo que se llamaba Manolo o algo así): antes de pasar el sarampión, Cuasimodo sacaba buenas notas e incluso comía con la boca cerrada… pero ¡ay de aquel día en el que contrajo tan cruel enfermedad! Algo se cruzó en el camino hacia el premio Nobel de por aquel entonces brillante Manolo. Cuando pasó la enfermedad sus facultades intelectuales habían mermado considerablemente (eso quiere decir que se había vuelto rematadamente idiota), así como sus habilidades motrices. En cambio, y como suele suceder en algunos comics de dudosa calidad, su fuerza se había multiplicado por diez y ahora era capaz de levantar neveras y trasladar muebles con sus apenas diez años. Obviamente, su madre estuvo encantada con este cambio, porque ya se sabe que en este país los premios Nobel se mueren de hambre y, en cambio, esa habilidad para mover cosas de un lugar a otro está bastante mejor pagada.

-Cuasi, ¿entonces estás conmigo?

-¡Con usted, señor!

-¿Me ayudarás en esta nuestra nueva aventura?

-¡Señor, sí, señor!

Y a pesar de que el recluta Patoso fuera un sex symbol comparado con nuestro fuerte Cuasimodo, a Caspanova no le importó y le dio un gran abrazo seguido de un beso en la frente.

-¡Marico…! –Exclamaron en lontananza… ¡y Cuasimodo volvió a echar a correr!

Las aventuras de Jacobo Caspanova / Capítulo VI

Preparando maldades
Martín Cid
jueves, 13 de octubre de 2011, 14:01 h (CET)


-Cuasi, querido Cuasimodo… ¿Sabías ya que tengo acordada una cita para este miércoles?

-Ahí estaba señor –contesta el bueno de Cuasi que realmente ahí estaba-, ahí estaba.

-El miércoles puedes entonces tomarte el día libre.

-Pero señor… habíamos quedado en que sería el jueves, ¡es el día en el que operan a mi madre!

-Madres, madres… menos madres de día, ¡más amantes en la noche! Será el miércoles, Cuasi. Además, el jueves te necesito para iniciar un caso.

-¿De qué me habla señor?

-¡Un caso, sí! ¿No has leído acaso a Raymond Chandler?

Como el tipo en cuestión no escribía en ningún diario deportivo y como Cuasimodo apenas sabía leer, no… definitivamente no sabía quién era Raymond Chandler y ni mucho menos el tipo del que estaba a punto de hablar su maestro.

-Chandler es el creador de Philip Marlowe, ¡uno de los más grandes detectives de la historia de la literatura! Apareció por primera vez en 1934 y se hizo famoso cuando Humphrey Bogart lo interpretase en el Sueño Eterno, con diálogos de nada más y nada menos que el mismísimo William Faulkner!

-¡Ni fucken ni leches! ¡Mi madre está malita y quiero ir a verla!

-Cuasi, Cuasi, amigo Cuasi… Si hubieses leído a Chandler sabrías de lo que te estoy hablando. Todo ha comenzado igual que una novela de Marlowe… el gran detective acude a una cita siniestra y hay una mujer por medio de la que no se sabe nada salvo que tiene un oscuro pasado… ¡Qué gran reto para un detective y su inquieto ayudante! ¿No lo imaginas, Cuasi? ¡Todo un caso! Pero yo no soy como Marlowe, no… yo soy Jacobo Caspanova… que también tiene un toque de Marlowe porque al final todas se enamoran de él, sí… pero yo tengo un toque como más… -(Aquí Cuasimodo no interrumpió para decir “idiota”, “solpa-gaitas” ni ningún otro epíteto que pudiera herir la sensibilidad de nuestro poeta)-. ¡Italiano, sí! ¡Casi florentino diría yo!

Caspanova pronunció estas palabras mientras elevaba su mano al viento forzada, por lo que no pudo evitar ser imprecado por algún transeúnte que pasaba agrediendo la sexualidad de nuestros dos protagonistas. Pero Caspanova (al que poco a poco ya vamos conociendo) era un tipo seguro de su virilidad y nunca hacía caso de semejantes insultos, a pesar de eso que ya todos conocemos de que dos hombres que se pasan el día juntitos… malo, malo. Cuasi, en cambio, recibía con peor humor este tipo de insultos, a pesar de que nunca se había acostado con un hombre (sólo estuvo a punto una vez). De esta forma, y cuando Caspanova pudo darse cuenta, Cuasimodo se encontraba encima de los dos tipos dándoles de bofetadas y patadas.

-¡Por Dios, Cuasi! ¡Otra vez! ¡Ya te lo tengo dicho!

Pero Cuasimodo no paraba y ya sabemos eso de que la fuerza bruta está claramente reñida con la inteligencia (salvo en el caso de este narrador, que carece tanto de la una como de la otra), así que Caspanova tuvo que volver a hacerlo por tercera vez esta semana:

-Saaaaa…..raaaaaaam…. ¡pión! ¡Sarampión!

-¿Sara qué, gran maestro

-¡Sarampión! ¡Sarampión! ¡Sarampión!

Cuasimodo comenzó entonces a dar vueltas sobre sí mismo y a sudar (como un pollo). ¡Caspanova había dicho la palabra secreta y Cuasimodo se había vuelto loco!

Todo venía de la infancia de Cuasimodo (que, por cierto, era un mote que le habían puesto sus amables compañeros de integración, creo que se llamaba Manolo o algo así): antes de pasar el sarampión, Cuasimodo sacaba buenas notas e incluso comía con la boca cerrada… pero ¡ay de aquel día en el que contrajo tan cruel enfermedad! Algo se cruzó en el camino hacia el premio Nobel de por aquel entonces brillante Manolo. Cuando pasó la enfermedad sus facultades intelectuales habían mermado considerablemente (eso quiere decir que se había vuelto rematadamente idiota), así como sus habilidades motrices. En cambio, y como suele suceder en algunos comics de dudosa calidad, su fuerza se había multiplicado por diez y ahora era capaz de levantar neveras y trasladar muebles con sus apenas diez años. Obviamente, su madre estuvo encantada con este cambio, porque ya se sabe que en este país los premios Nobel se mueren de hambre y, en cambio, esa habilidad para mover cosas de un lugar a otro está bastante mejor pagada.

-Cuasi, ¿entonces estás conmigo?

-¡Con usted, señor!

-¿Me ayudarás en esta nuestra nueva aventura?

-¡Señor, sí, señor!

Y a pesar de que el recluta Patoso fuera un sex symbol comparado con nuestro fuerte Cuasimodo, a Caspanova no le importó y le dio un gran abrazo seguido de un beso en la frente.

-¡Marico…! –Exclamaron en lontananza… ¡y Cuasimodo volvió a echar a correr!

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