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Un relato de Manuel del Pino

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Martínez era un buen mozo que podía haber tenido una buena vida, pero andaba siempre pidiendo por las mesas de los bares. Muchos clientes lo ignoraban, alguno le daba algo, los jóvenes borrachos se burlaban de él y había quien le arrojaba cerveza y hasta el vaso.

Un día Martínez se molestó, susurró insultos a una reunión y a punto estuvo de provocar una pelea. Acudieron los camareros, llamaron a la policía.

En unos minutos, Martínez tocaría fondo, llegaría al final del tobogán que llevaba años bajando. La policía lo detendría, habría juicio, condena y cárcel. El joven ya nunca volvería a ser el mismo, si es que se recuperaba alguna vez del mazazo.

Lo sujetaban entre varios, a la espera de la policía, cuando apareció sor Consuelo, que en seguida se dio cuenta de la situación. Todos la conocían de sobra. La monjita recorría a diario los bares de Albera, pidiendo comida para los necesitados de la crisis.

Un camarero le trajo comida con respeto. Sor Consuelo dijo:

─¿A mí me dais y a Martínez no?

Clientes y camareros se quedaron perplejos. Para ellos había una gran diferencia entre un pordiosero mugriento y una monja respetable. Ella lo sabía y repuso:

─Pues sabed que yo pido por Jesús, pero para mí Martínez es el mismo Jesús. Un joven que sufre necesidad y que es crucificado todos los días.

Sin duda, la gente no había visto a Martínez desde ese ángulo. Soltaron al pedigüeño, quien, confundido y asustado, siguió a sor Consuelo como un perrito. La monja se alejó del bar despacio pero seguido, para apartar del peligro a Martínez. Cuando llegó al bar el coche de la policía, sor Consuelo y el mendigo ya andaban lejos.

─Gracias ─dijo Martínez.

Sor Consuelo le miró a los ojos y replicó:

─De gracias, nada. A partir de ahora vamos a cambiar.

Se encaminaron a Cáritas de Albera. Allí sor Consuelo convenció a Martínez para que se duchara y se pusiese ropa nueva. Parecía otro. Alguien normal, con dignidad. Incluso no miraba tan cabizbajo ni hablaba tan bajito como siempre.

Después, sor Consuelo apuntó a Martínez a un curso financiado por la Unión Europea, subvencionado y ligado desde el principio a un contrato de trabajo. Martínez eligió jardinero. Y desde aquel día, el joven aprendió a arreglar el gran parque de Albera.

─Gracias ─dijo el joven a la monjita.

Sor Consuelo sonrió y le dijo:

─De eso nada. Voy a presentarte a una muchacha sencilla, que está sola en el mundo y un poco perdida como tú. Así que vete preparando para formar una familia, pagar impuestos todos los meses e incluso buscar un piso para pagar la entrada.

Martínez se rascó la cabeza. Sor Consuelo añadió:

─Y luego, cuando estéis en un bar tomando algo, trata bien al mendigo que venga a pedirte una moneda. Recuerda que en realidad es Jesús.

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Un relato de Manuel del Pino
Manuel del Pino
lunes, 19 de junio de 2017, 00:03 h (CET)
Martínez era un buen mozo que podía haber tenido una buena vida, pero andaba siempre pidiendo por las mesas de los bares. Muchos clientes lo ignoraban, alguno le daba algo, los jóvenes borrachos se burlaban de él y había quien le arrojaba cerveza y hasta el vaso.

Un día Martínez se molestó, susurró insultos a una reunión y a punto estuvo de provocar una pelea. Acudieron los camareros, llamaron a la policía.

En unos minutos, Martínez tocaría fondo, llegaría al final del tobogán que llevaba años bajando. La policía lo detendría, habría juicio, condena y cárcel. El joven ya nunca volvería a ser el mismo, si es que se recuperaba alguna vez del mazazo.

Lo sujetaban entre varios, a la espera de la policía, cuando apareció sor Consuelo, que en seguida se dio cuenta de la situación. Todos la conocían de sobra. La monjita recorría a diario los bares de Albera, pidiendo comida para los necesitados de la crisis.

Un camarero le trajo comida con respeto. Sor Consuelo dijo:

─¿A mí me dais y a Martínez no?

Clientes y camareros se quedaron perplejos. Para ellos había una gran diferencia entre un pordiosero mugriento y una monja respetable. Ella lo sabía y repuso:

─Pues sabed que yo pido por Jesús, pero para mí Martínez es el mismo Jesús. Un joven que sufre necesidad y que es crucificado todos los días.

Sin duda, la gente no había visto a Martínez desde ese ángulo. Soltaron al pedigüeño, quien, confundido y asustado, siguió a sor Consuelo como un perrito. La monja se alejó del bar despacio pero seguido, para apartar del peligro a Martínez. Cuando llegó al bar el coche de la policía, sor Consuelo y el mendigo ya andaban lejos.

─Gracias ─dijo Martínez.

Sor Consuelo le miró a los ojos y replicó:

─De gracias, nada. A partir de ahora vamos a cambiar.

Se encaminaron a Cáritas de Albera. Allí sor Consuelo convenció a Martínez para que se duchara y se pusiese ropa nueva. Parecía otro. Alguien normal, con dignidad. Incluso no miraba tan cabizbajo ni hablaba tan bajito como siempre.

Después, sor Consuelo apuntó a Martínez a un curso financiado por la Unión Europea, subvencionado y ligado desde el principio a un contrato de trabajo. Martínez eligió jardinero. Y desde aquel día, el joven aprendió a arreglar el gran parque de Albera.

─Gracias ─dijo el joven a la monjita.

Sor Consuelo sonrió y le dijo:

─De eso nada. Voy a presentarte a una muchacha sencilla, que está sola en el mundo y un poco perdida como tú. Así que vete preparando para formar una familia, pagar impuestos todos los meses e incluso buscar un piso para pagar la entrada.

Martínez se rascó la cabeza. Sor Consuelo añadió:

─Y luego, cuando estéis en un bar tomando algo, trata bien al mendigo que venga a pedirte una moneda. Recuerda que en realidad es Jesús.

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