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Lo que está sucediendo ahora es que más ricos son relegados a la categoría de "indignos"

La brusca reacción contra los ricos

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WASHINGTON - El contexto de Occupy Wall Street y de las propuestas de gravar a las rentas altas - siendo "altas" algo determinado a cada momento - es el problema global de las desigualdades económicas. Durante años, los políticos, los eruditos y los tertulianos de izquierdas han denunciado las crecientes desigualdades, pero sus airadas protestas apenas tenían resonancia entre la opinión pública. Cuando la mayoría de la gente va tirando, el hecho de que a unos les vaya mejor que a otros no suscita gran indignación. Ya no. Cuando a muchos les va peor, o temen que les vaya, los ricos despiertan rencor y envidias. Las desigualdades flagrantes que antes resultaban tolerables se vuelven ofensivas.

En términos generales, los estadounidenses juzgan igual a los ricos que a los pobres. Están los "dignos" y los "indignos". Los dignos son los pioneros de las nuevas tecnologías, los que administran empresas vibrantes o los que se distinguen en algo (el Derecho, el ocio, los deportes). Muy pocos se ofenden por las fortunas de Bill Gates u Oprah Winfrey. Por el contrario, los ricos "indignos" prosperaron siendo trepas o mediante actividades que no están valoradas socialmente en general.

Lo que está sucediendo ahora es que más ricos son relegados a la categoría de "indignos". Culpados de la crisis económica, los del sector financiero encabezan la lista. Durante los excesos bursátiles de la década de los 90, alrededor de la mitad de los estadounidenses convenían con "La gente del sector financiero es igual de honesta y moral que el resto", informa la encuesta que realiza Harris Interactive. Este año, apenas lo cree el 26 por ciento. Las dos terceras partes están convencidas de que la gente con más éxito del sector financiero está excesivamente bien remunerada.

Los directivos despiertan similar cólera. Con el 9% de paro, cotizaciones de capa caída y salarios estancados, la remuneración de los directivos sabe a enchufismo y a direcciones sumisas. Cuando Hewlett-Packard despidió hace poco al consejero delegado Leo Apotheker con una compensación de 13 millones en salario y prestaciones tras 11 meses, el desfase entre resultados y salario resultó especialmente sorprendente.

¿Qué podemos decir de la creciente disparidad económica, más allá de estos chivos expiatorios familiares? He aquí tres generalizaciones.

En primer lugar, el incremento ha sido impresionante. Entre 1945 y finales de la década de los 70, el 10 por ciento de rentas estadounidenses más elevadas representaba del 33 al 35 por ciento de la renta bruta incluyendo beneficios de inversiones (rentabilidad bursátil sobre todo), calculan los economistas Emmanuel Saez y Thomas Piketty. Hacia 2007, su porcentaje era del 50 por ciento -- equivalente al de finales de los años 20. La mayor parte del beneficio fue al 1% de rentas más elevadas, cuyo porcentaje ascendió de alrededor del 10 por ciento de 1980 al 24 por ciento en el año 2007.

En segundo lugar, es un fenómeno global. En un estudio de 2008, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) concluía que las desigualdades habían aumentado en 17 de 22 países a lo largo de dos décadas, aunque las condiciones variaran dramáticamente en función del país. En Suecia y Dinamarca, el 10 por ciento de rentas más elevadas tenía ingresos alrededor de cinco veces mayores que el 10 por ciento de rentas más bajas. En Estados Unidos, la relación es de 14 a 1. La media de la Organización para el Desarrollo es de 9 a 1. México tiene el cociente más elevado, 27 a 1.

Por último, la mayoría de los ricos de América -- con independencia de cómo se defina -- no evade el pago de impuestos. En el año 2007, el 10 por ciento de rentas más elevadas pagó alrededor del 55 por ciento de todos los tributos federales, según calcula la Oficina Presupuestaria del Congreso. El 1% de rentas más elevadas abonó el grueso: el 28,1 por ciento de los impuestos federales. El tipo fiscal medio del 1% de rentas más elevadas fue del 29,5 %. De igual manera, el 3% de rentas más elevadas realiza el 36% de las donaciones filantrópicas.

Existen muchas teorías en torno a la razón de que hayan crecido las desigualdades, aunque no hay ningún consenso: las nuevas tecnologías que recompensan a los muy competentes: la globalización que deprime los salarios industriales; el poder sindical erosionado que hace lo propio; las primas sanitarias de las plantillas que deprimen el salario tras retención; una sociedad "de ganadores" que concede enormes recompensas a una selecta élite de famosos, astros del deporte y líderes del sector privado.

Con independencia de la causa, las desigualdades son la nueva fractura política. Apenas la semana pasada el secretario de la mayoría en el Senado, el Demócrata por Nevada Harry Reid, proponía un tipo suplementario del 5,6% a los que ganan más de 1 millón, destinado a financiar el programa de empleo del Presidente Obama de 447.000 millones. ¿Hay algo más fácil? Los millonarios son escasos en número (alrededor de 534.000, según el Centro de Legislación Fiscal). Son cada vez más impopulares, y se lo pueden permitir.

El problema reside en que las rentas altas no encajan en los estereotipos: no todos son ejecutivos mimados, triunfadores de la banca de inversión, estrellas del pop o atletas. Muchos son propietarios de empresas de tamaño pequeño y medio. La mitad del patrimonio del 1% de rentas más elevadas consta de participaciones en estas empresas. Es el doble de sus carteras de inversión, sus bonos y sus fondos de inversión, según cifras recogidas por el economista de la Universidad de Nueva York Edward Wolff. Reid financiaría el plan de empleo de Obama gravando a los que se supone que crean empleo. ¿Tiene sentido?

Las represalias contra los ricos son el inicio del debate, no el final. ¿Se va a castigar a los ricos por triunfar, o se les pide que paguen "su justa parte" simplemente? ¿Quién es rico y quién está bien situado simplemente? ¿250.000 dólares es un límite razonable en el caso de las parejas, como indicó Obama en una ocasión, o ese límite ha sido rechazado? Si los impuestos llegan a subir, ¿qué enfoque protege mejor los incentivos del trabajo duro, la inversión y los riesgos? ¿Los ataques vertidos por Obama a los acomodados líderes del sector privado son ganchos políticos o sólo aperitivos merecidos? Se mire por donde se mire, los ricos están sitiados; los ataques seguramente se recrudezcan.

La brusca reacción contra los ricos

Lo que está sucediendo ahora es que más ricos son relegados a la categoría de "indignos"
Robert J. Samuelson
martes, 11 de octubre de 2011, 06:48 h (CET)
WASHINGTON - El contexto de Occupy Wall Street y de las propuestas de gravar a las rentas altas - siendo "altas" algo determinado a cada momento - es el problema global de las desigualdades económicas. Durante años, los políticos, los eruditos y los tertulianos de izquierdas han denunciado las crecientes desigualdades, pero sus airadas protestas apenas tenían resonancia entre la opinión pública. Cuando la mayoría de la gente va tirando, el hecho de que a unos les vaya mejor que a otros no suscita gran indignación. Ya no. Cuando a muchos les va peor, o temen que les vaya, los ricos despiertan rencor y envidias. Las desigualdades flagrantes que antes resultaban tolerables se vuelven ofensivas.

En términos generales, los estadounidenses juzgan igual a los ricos que a los pobres. Están los "dignos" y los "indignos". Los dignos son los pioneros de las nuevas tecnologías, los que administran empresas vibrantes o los que se distinguen en algo (el Derecho, el ocio, los deportes). Muy pocos se ofenden por las fortunas de Bill Gates u Oprah Winfrey. Por el contrario, los ricos "indignos" prosperaron siendo trepas o mediante actividades que no están valoradas socialmente en general.

Lo que está sucediendo ahora es que más ricos son relegados a la categoría de "indignos". Culpados de la crisis económica, los del sector financiero encabezan la lista. Durante los excesos bursátiles de la década de los 90, alrededor de la mitad de los estadounidenses convenían con "La gente del sector financiero es igual de honesta y moral que el resto", informa la encuesta que realiza Harris Interactive. Este año, apenas lo cree el 26 por ciento. Las dos terceras partes están convencidas de que la gente con más éxito del sector financiero está excesivamente bien remunerada.

Los directivos despiertan similar cólera. Con el 9% de paro, cotizaciones de capa caída y salarios estancados, la remuneración de los directivos sabe a enchufismo y a direcciones sumisas. Cuando Hewlett-Packard despidió hace poco al consejero delegado Leo Apotheker con una compensación de 13 millones en salario y prestaciones tras 11 meses, el desfase entre resultados y salario resultó especialmente sorprendente.

¿Qué podemos decir de la creciente disparidad económica, más allá de estos chivos expiatorios familiares? He aquí tres generalizaciones.

En primer lugar, el incremento ha sido impresionante. Entre 1945 y finales de la década de los 70, el 10 por ciento de rentas estadounidenses más elevadas representaba del 33 al 35 por ciento de la renta bruta incluyendo beneficios de inversiones (rentabilidad bursátil sobre todo), calculan los economistas Emmanuel Saez y Thomas Piketty. Hacia 2007, su porcentaje era del 50 por ciento -- equivalente al de finales de los años 20. La mayor parte del beneficio fue al 1% de rentas más elevadas, cuyo porcentaje ascendió de alrededor del 10 por ciento de 1980 al 24 por ciento en el año 2007.

En segundo lugar, es un fenómeno global. En un estudio de 2008, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) concluía que las desigualdades habían aumentado en 17 de 22 países a lo largo de dos décadas, aunque las condiciones variaran dramáticamente en función del país. En Suecia y Dinamarca, el 10 por ciento de rentas más elevadas tenía ingresos alrededor de cinco veces mayores que el 10 por ciento de rentas más bajas. En Estados Unidos, la relación es de 14 a 1. La media de la Organización para el Desarrollo es de 9 a 1. México tiene el cociente más elevado, 27 a 1.

Por último, la mayoría de los ricos de América -- con independencia de cómo se defina -- no evade el pago de impuestos. En el año 2007, el 10 por ciento de rentas más elevadas pagó alrededor del 55 por ciento de todos los tributos federales, según calcula la Oficina Presupuestaria del Congreso. El 1% de rentas más elevadas abonó el grueso: el 28,1 por ciento de los impuestos federales. El tipo fiscal medio del 1% de rentas más elevadas fue del 29,5 %. De igual manera, el 3% de rentas más elevadas realiza el 36% de las donaciones filantrópicas.

Existen muchas teorías en torno a la razón de que hayan crecido las desigualdades, aunque no hay ningún consenso: las nuevas tecnologías que recompensan a los muy competentes: la globalización que deprime los salarios industriales; el poder sindical erosionado que hace lo propio; las primas sanitarias de las plantillas que deprimen el salario tras retención; una sociedad "de ganadores" que concede enormes recompensas a una selecta élite de famosos, astros del deporte y líderes del sector privado.

Con independencia de la causa, las desigualdades son la nueva fractura política. Apenas la semana pasada el secretario de la mayoría en el Senado, el Demócrata por Nevada Harry Reid, proponía un tipo suplementario del 5,6% a los que ganan más de 1 millón, destinado a financiar el programa de empleo del Presidente Obama de 447.000 millones. ¿Hay algo más fácil? Los millonarios son escasos en número (alrededor de 534.000, según el Centro de Legislación Fiscal). Son cada vez más impopulares, y se lo pueden permitir.

El problema reside en que las rentas altas no encajan en los estereotipos: no todos son ejecutivos mimados, triunfadores de la banca de inversión, estrellas del pop o atletas. Muchos son propietarios de empresas de tamaño pequeño y medio. La mitad del patrimonio del 1% de rentas más elevadas consta de participaciones en estas empresas. Es el doble de sus carteras de inversión, sus bonos y sus fondos de inversión, según cifras recogidas por el economista de la Universidad de Nueva York Edward Wolff. Reid financiaría el plan de empleo de Obama gravando a los que se supone que crean empleo. ¿Tiene sentido?

Las represalias contra los ricos son el inicio del debate, no el final. ¿Se va a castigar a los ricos por triunfar, o se les pide que paguen "su justa parte" simplemente? ¿Quién es rico y quién está bien situado simplemente? ¿250.000 dólares es un límite razonable en el caso de las parejas, como indicó Obama en una ocasión, o ese límite ha sido rechazado? Si los impuestos llegan a subir, ¿qué enfoque protege mejor los incentivos del trabajo duro, la inversión y los riesgos? ¿Los ataques vertidos por Obama a los acomodados líderes del sector privado son ganchos políticos o sólo aperitivos merecidos? Se mire por donde se mire, los ricos están sitiados; los ataques seguramente se recrudezcan.

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