No puedo hablar, en general, de vidas ejemplares; lo que sí puedo asegurar es que son ejemplos de personas a las que he tratado de manera ocasional, y a buen seguro, estas cualidades, estos valores, no serán algo aislado. Casi con certeza van unidos, concatenados con otros modos de vida que harán de estas personas algo agradable el convivir con ellas. Ignoro si se estarán dando cuenta de que con su proceder influyen en los que les tratan y que desde luego, con este buen quehacer, están escribiendo notas de unas páginas que formarán el libro de su vida.
También ignoro sus creencias, su religiosidad, del esfuerzo que han puesto y ponen en hacer la vida más agradable a los que le rodean. No sé si consideran que este pequeño, este granito de arena, que añaden con su proceder, son meritorios, y más si se piensa en que estos pequeños detalles, atenciones, van configurando una imagen amable, agradable del convivir, en el trato con los demás.
Os refiero: siempre que me es posible, por el camino que he de hacer, y a veces lo provoco, compro el periódico en un quiosco, que nada tiene de particular por fuera, dentro está un hombre corriente, no llama la atención, y siempre al entregarme el diario, siempre añade: “muchas gracias caballero y que tenga usted un buen día”. Lo de gracias, es más corriente, si bien en pocas ocasiones te las dan. Pero el decirte, “y que tenga usted un bien día”, es una frase tal vez aprendida de sus padres, lo cual nos indica que su educación fue de una categoría, digamos, inusual. Que tenga usted un buen día…y me lo voy repitiendo. Que tenga usted un buen día.
La próxima vez, tal vez mañana, y haré lo posible porque así sea, le diré: “y que usted lo tenga maravilloso, lo deseo de corazón”. Sería una buena manera de responder a esta frase, que en estos días es impactante.
Refiero otro caso: un día, estando de viaje con mi mujer, nos dimos cuenta que me faltaba una medicina que no debo suprimir. Fui al farmacéutico que tenía más cercano y le dije que era médico pero no llevaba recetas para que me dispensase la medicación. Hice intención de sacar la cartera para identificarme, y él, con un gesto, me disuadió de mi intento. Me dio un papel, me indicó que pusiera mis datos, colegiación, etc., y me entregó el medicamento. Cuando le pregunté, lógicamente el precio, con una sonrisa me contestó:”por favor, no es nada”.
Ignoro el precio, tampoco sé cómo es él, ni recuerdo su fisionomía. Lo que sí atestiguo es que me atendió un señor con todas las letras. Una persona para la que el espíritu de servicio era lo más importante. Lo único que en aquellas circunstancias, y ante una persona que lo necesitaba, lo más importante era servirle. El dinero era lo de menos.