El festival de Sitges sigue haciendo honor a su espíritu ecléctico en lo que a programación del fantástico se refiere, especialmente gracias a esa sección denominada Nuevas Visiones, que recoge las propuestas que caminan, con equilibrio de funambulista, por las líneas limítrofes entre géneros, ofreciendo renovadas experiencias que abarcan desde el cine de autor al documental con influjos del film noir y de Bollywood. Pasen y vean.
El festival de Sitges sigue haciendo honor a su espíritu ecléctico en lo que a programación del fantástico se refiere, especialmente gracias a esa sección denominada Nuevas Visiones, que recoge las propuestas que caminan, con equilibrio de funambulista, por las líneas limítrofes entre géneros, ofreciendo renovadas experiencias que abarcan desde el cine de autor al documental con influjos del film noir y de Bollywood. Pasen y vean.
Para empezar, la película de Abel Ferrara, 4:44 Last day on earth. Una aproximación al Apocalipsis -el título indica la hora en que la Tierra verá su final por una catástrofe ecológica sin solución- desde la intimidad de una pareja de artistas neoyorkinos. Ya hace algunos años Bertolucci planteaba en Soñadores el impacto íntimo de un determinado contexto, en aquel caso Mayo del 68, sobre un trío de personajes que no salían de una casa. En el film de Ferrara, el contexto es algo más contundente: el fin del mundo, aunque no es más, por otro lado, que una excusa para abordar el impacto de la muerte sobre sus personajes, dejando la ciencia ficción como marco, el género como telón de fondo.
La últimas horas de la pareja formada por Willem Dafoe y Shanyn Leigh transitan por el erotismo, el arte y las tensiones derivadas de las drogas y los celos. Actúan con una mezcla de indolencia, incredulidad y miedo contenido que huye del dramatismo trágico y severo, para buscar una baza de realismo en el que la serenidad impera, tanto en ellos como en otros personajes -salvo excepciones-, y que aunque desconcertante al inicio, rápidamente se convierte en la regla del juego y también en una forma de contrapunto, mientras el film fluye libremente a través de la cámara de Ferrara, cercana y orgánica, que demuestra buen gusto en -casi- todas sus decisiones. La fotografía, de luz cálida y fondos oscuros, recrea en la imagen la tesis de la película: que sólo el amor y la unión con el prójimo podrán iluminarnos frente a las tinieblas. Espiritualidad tangible, sencilla y directa, que incomprensiblemente se emborrona con imágenes de telediarios de todo el planeta, con estética youtubera y hasta chamánica, innecesaria. La secuencia final, en la que convergen arte, amor y muerte, de una forma plástica, simbólica y visceral, posee una poética más devastadora que el Apocalipsis que inexorablemente acontece a las 4:44.
Y para no dejar el tema de la muerte, reseñar el cortometraje que presentaba Park Chan-wook (el director de Old Boy), Night Fishing, grabado, como se indica al comienzo, íntegramente con un Iphone 4. Las imágenes, con independencia del dispositivo con el que han sido tomadas, basan su fuerza en la composición, las interpretaciones, las texturas y el contraste del color con el blanco y negro. El relato, a caballo entre lo fantástico y lo ritual, se erige con una fuerza singular apoyada por la superposición de elementos simbólicos que ahondan en lo misterioso con el pulso de la exactitud que maneja el coreano.
El cortometraje de Park Chan-wook venía acompañado del film Kotoko, de Shinya Tsukamoto, la historia de una esquizofrénica interpretada por la cantante pop Cocco, filmada con un efectismo agotador y dominada por una cámara en estado de confusión -que no apoya la confusión del personaje, sino que fomenta la del espectador-. De Kotoko sólo son rescatables los destellos de sentido del humor y el trabajo de los actores. Lo demás, se parece mucho a una tortura.
Para alucinaciones bien pertrechadas, ver: Magic trip: Ken Kelsey's search for a kool place, documental que recupera el material filmado en 16mm por Ken Kelsey (el escritor de Alguien voló sobre el nido del cuco), y otros compañeros suyos de generación, que viajaron en un autobús por Estados Unidos mientras tomaban LSD y practicaban el "amor libre". Sus filmaciones han sido recuperadas por los cineastas Allison Elwood y Alex Gibney para configurar un retrato no sólo de este grupo de individuos y sus contemporáneos (vemos a Kerouac y a Ginsberg) sino de la sociedad americana en 1964 con sus miedos y sus perversiones, como la de que, según el film, fue la propia CIA quien introdujo el LSD para fines propios de control. Los cineastas no sólo organizan y significan el material con la voz en off de los entrevistados, también añaden de su propia cosecha un trabajo de post-producción y grafismos, en forma de animaciones, con el que consiguen recrear algunos momentos de "viaje" con un sentido plástico y también humorístico bastante notables.
Y por último, pero no menos importante, hay que mencionar The bengali detective, documental con un pie en el género negro -aunque sea para ironizarlo o darle el contrapunto de realidad- y otro en el Bollywood, que relata el fenómeno de los detectives privados en India, donde los casos de sucesos crecen pero la mayoría no son atendidos por la justicia oficial, por lo que la población acude a estas nuevas figuras que se autoconsideran y, parece ser que también son así consideradas, como héroes. Si bien la película de Phillip Cox consigue retratar la encrucijada de valores de la India actual, algo en su visión tiende a resultar poco incisivo. Introduce la crítica sobre sus personajes, pero como apunte, y el humor cómplice es al mismo tiempo refrescante y algo insulso. Da la sensación de que el film podría haber llegado más lejos.
Con todo, una película de las que vale la pena ver en este festival que en su segunda jornada, va tomando músculo.