Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | The Wahington Post Writers Group
El número exacto de puestos de trabajo estadounidenses que han sido destruidos a causa de las exportaciones subvencionadas chinas es incierto

La guerra comercial con China

|

WASHINGTON -- . El economista del Instituto de Legislación Económica Robert Scott, un laboratorio izquierdista de ideas, calcula 2,8 millones entre 2001 y 2010. Un estudio de tres catedráticos de economía concluye que las importaciones de China explican alrededor de un cuarto de los empleos destruidos en el sector industrial de 1990 a 2007; eso es casi un millón de puestos de trabajo. Son ambos descensos considerables, pero son solamente una modesta fracción de la actual escasez de empleo de América. La recesión costó 8,8 millones de nóminas.

Estas cifras deberían de enmarcar nuestra reflexión acerca de las políticas económicas de China. Por una parte, hacer de los chinos los chivos expiatorios de la mayor parte de nuestros problemas económicos es engañoso. Su papel en la crisis económica fue modesto. Por la otra, las abusivas prácticas comerciales de China erosionan al sector industrial de América e interfieren en la recuperación económica. Los chinos no son creyentes del libre comercio ni del comercio justo. Ellos practican el comercio estacionario - estacionado en beneficiarles a ellos a expensas de los demás. ¿Qué se puede hacer al respecto, si se puede hacer algo?

La legislación centrada en las prácticas de cambio de China que contempla ahora el Senado es en su mayor parte simbólica. Permitirá que las empresas estadounidenses que compiten con las importaciones chinas puedan citar el yuán renminbí (RMB) devaluado artificialmente como subvención ilegal a la hora de solicitar ayuda al Departamento de Comercio. Si el Departamento de Comercio conviniera en que las importaciones están subvencionadas, podría imponer "aranceles de compensación" que neutralicen el subsidio.

Ni llegando a ley -- no es seguro -- funcionaría, por dos motivos. En 2010, nuestras importaciones desde China alcanzaron en total los 364.000 millones de dólares. (Las exportaciones norteamericanas a China fueron de 86.000 millones de dólares, arrojando un déficit de 274.000 millones de dólares). Para ser eficaces, los aranceles de compensación tendrían que aplicarse a la mayoría de las importaciones chinas, pero en la práctica, las empresas abrirían expediente solamente por productos individuales, comprendiendo millones de dólares, no miles de millones. El proceso sería alambicado y engorroso.

Peor aún, China podría trasladar la imposición de cualquier arancel de compensación a la Organización Mundial de Comercio (WTO) -- y ganaría. El reglamento de la Organización permite la subvención genérica en lugar de las que benefician a empresas o patronales concretas, según los juristas. El yuán renminbí devaluado de forma artificial cumple en principio el requisito. De ser así, China podría entonces adoptar represalias imponiendo aranceles a la exportación estadounidense a China.

Las administraciones George W. Bush y Obama en la misma medida han presionado a China para que deje que el yuán se aprecie lo suficiente para reducir su colosal superávit comercial. Las negociaciones han fracasado. Claro, los chinos sí permitieron que el yuán se apreciara a partir de julio de 2005 pero solamente a un ritmo que, teniendo en cuenta los avances de la productividad, no alterara gran cosa su ventaja competitiva. La única forma de obligarles a hacer más es amenazar con una subida de los aranceles estadounidenses del orden del 25 por ciento o más, dice Scott, el economista del Instituto de Legislación Económica. La idea es presionar a China para apreciar su divisa. Tiene razón.

Lo que está en juego no es solamente la balanza comercial norteamericana con China sino la naturaleza del sistema comercial global, como muestra el economista del Peterson Institute Arvind Subramanian en su libro "Eclipse: vivir a la sombra del dominio económico de China". Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha encabezado un sistema comercial global abierto e indiscriminado. Ha sido un gran éxito: entre 1950 y 2009, la exportación mundial se multiplicó por un factor 26.

Pero, escribe Subramanian, China sería capaz de reemplazar este sistema con uno centrado en sus necesidades. Podría buscar el acceso preferente a las materias primas codiciadas (el crudo, el cereal, los metales); podría discriminar en favor de sus amigos y contra los rivales; podría subvencionar sus exportaciones y buscar mercados blindados para ellas. Ya está haciendo todas esas cosas -- y a medida que su poder crezca, puede hacer más.

Y ese poder va a crecer. Según cálculos de Subramanian, la economía norteamericana es hoy un 50 por ciento mayor que la de China; dentro de 20 años, el caso vendrá a ser el contrario. Entre 1990 y 2010, el porcentaje de la actividad comercial global que representa China ascendió del 1,6 por ciento al 9,8 por ciento. Hacia el año 2030, alcanzaría el 15 por ciento, el doble del porcentaje estadounidense.

Amenazar a China con un arancel del 25 por ciento no debería ser del gusto de nadie. Sería ilegal según el reglamento en vigor de la Organización Mundial de Comercio; para salvar el sistema comercial de posguerra, tendríamos que atacarlo. Esto se expondría a una guerra comercial abierta justo cuando la economía mundial ya se tambalea. No hay garantías de que China vaya a responder como se espera. Inicialmente podría adoptar represalias. La cooperación en otras cuestiones se derrumbaría. Los precios de las exportaciones chinas (electrodomésticos, zapatos) que apenas podemos pagar probablemente subirían. Los demás países podrían adoptar medidas proteccionistas.

Todo esto es terreno peligroso. El único motivo bueno para recomendar la legislación es que puede ser algo mejor que la alternativa: condonar el actual ataque de China a nuestra industria. En el pasado fueron la ropa y los muebles; en el futuro serán los coches y la aviación comercial. Las políticas de China atacan a otros países también, y su superávit comercial desestabiliza la economía global. Ya hay una guerra comercial entre nosotros y ellos; pero solamente combate una de las partes.

© 2011, The Washington Post Writers

La guerra comercial con China

El número exacto de puestos de trabajo estadounidenses que han sido destruidos a causa de las exportaciones subvencionadas chinas es incierto
Robert J. Samuelson
sábado, 8 de octubre de 2011, 14:46 h (CET)
WASHINGTON -- . El economista del Instituto de Legislación Económica Robert Scott, un laboratorio izquierdista de ideas, calcula 2,8 millones entre 2001 y 2010. Un estudio de tres catedráticos de economía concluye que las importaciones de China explican alrededor de un cuarto de los empleos destruidos en el sector industrial de 1990 a 2007; eso es casi un millón de puestos de trabajo. Son ambos descensos considerables, pero son solamente una modesta fracción de la actual escasez de empleo de América. La recesión costó 8,8 millones de nóminas.

Estas cifras deberían de enmarcar nuestra reflexión acerca de las políticas económicas de China. Por una parte, hacer de los chinos los chivos expiatorios de la mayor parte de nuestros problemas económicos es engañoso. Su papel en la crisis económica fue modesto. Por la otra, las abusivas prácticas comerciales de China erosionan al sector industrial de América e interfieren en la recuperación económica. Los chinos no son creyentes del libre comercio ni del comercio justo. Ellos practican el comercio estacionario - estacionado en beneficiarles a ellos a expensas de los demás. ¿Qué se puede hacer al respecto, si se puede hacer algo?

La legislación centrada en las prácticas de cambio de China que contempla ahora el Senado es en su mayor parte simbólica. Permitirá que las empresas estadounidenses que compiten con las importaciones chinas puedan citar el yuán renminbí (RMB) devaluado artificialmente como subvención ilegal a la hora de solicitar ayuda al Departamento de Comercio. Si el Departamento de Comercio conviniera en que las importaciones están subvencionadas, podría imponer "aranceles de compensación" que neutralicen el subsidio.

Ni llegando a ley -- no es seguro -- funcionaría, por dos motivos. En 2010, nuestras importaciones desde China alcanzaron en total los 364.000 millones de dólares. (Las exportaciones norteamericanas a China fueron de 86.000 millones de dólares, arrojando un déficit de 274.000 millones de dólares). Para ser eficaces, los aranceles de compensación tendrían que aplicarse a la mayoría de las importaciones chinas, pero en la práctica, las empresas abrirían expediente solamente por productos individuales, comprendiendo millones de dólares, no miles de millones. El proceso sería alambicado y engorroso.

Peor aún, China podría trasladar la imposición de cualquier arancel de compensación a la Organización Mundial de Comercio (WTO) -- y ganaría. El reglamento de la Organización permite la subvención genérica en lugar de las que benefician a empresas o patronales concretas, según los juristas. El yuán renminbí devaluado de forma artificial cumple en principio el requisito. De ser así, China podría entonces adoptar represalias imponiendo aranceles a la exportación estadounidense a China.

Las administraciones George W. Bush y Obama en la misma medida han presionado a China para que deje que el yuán se aprecie lo suficiente para reducir su colosal superávit comercial. Las negociaciones han fracasado. Claro, los chinos sí permitieron que el yuán se apreciara a partir de julio de 2005 pero solamente a un ritmo que, teniendo en cuenta los avances de la productividad, no alterara gran cosa su ventaja competitiva. La única forma de obligarles a hacer más es amenazar con una subida de los aranceles estadounidenses del orden del 25 por ciento o más, dice Scott, el economista del Instituto de Legislación Económica. La idea es presionar a China para apreciar su divisa. Tiene razón.

Lo que está en juego no es solamente la balanza comercial norteamericana con China sino la naturaleza del sistema comercial global, como muestra el economista del Peterson Institute Arvind Subramanian en su libro "Eclipse: vivir a la sombra del dominio económico de China". Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha encabezado un sistema comercial global abierto e indiscriminado. Ha sido un gran éxito: entre 1950 y 2009, la exportación mundial se multiplicó por un factor 26.

Pero, escribe Subramanian, China sería capaz de reemplazar este sistema con uno centrado en sus necesidades. Podría buscar el acceso preferente a las materias primas codiciadas (el crudo, el cereal, los metales); podría discriminar en favor de sus amigos y contra los rivales; podría subvencionar sus exportaciones y buscar mercados blindados para ellas. Ya está haciendo todas esas cosas -- y a medida que su poder crezca, puede hacer más.

Y ese poder va a crecer. Según cálculos de Subramanian, la economía norteamericana es hoy un 50 por ciento mayor que la de China; dentro de 20 años, el caso vendrá a ser el contrario. Entre 1990 y 2010, el porcentaje de la actividad comercial global que representa China ascendió del 1,6 por ciento al 9,8 por ciento. Hacia el año 2030, alcanzaría el 15 por ciento, el doble del porcentaje estadounidense.

Amenazar a China con un arancel del 25 por ciento no debería ser del gusto de nadie. Sería ilegal según el reglamento en vigor de la Organización Mundial de Comercio; para salvar el sistema comercial de posguerra, tendríamos que atacarlo. Esto se expondría a una guerra comercial abierta justo cuando la economía mundial ya se tambalea. No hay garantías de que China vaya a responder como se espera. Inicialmente podría adoptar represalias. La cooperación en otras cuestiones se derrumbaría. Los precios de las exportaciones chinas (electrodomésticos, zapatos) que apenas podemos pagar probablemente subirían. Los demás países podrían adoptar medidas proteccionistas.

Todo esto es terreno peligroso. El único motivo bueno para recomendar la legislación es que puede ser algo mejor que la alternativa: condonar el actual ataque de China a nuestra industria. En el pasado fueron la ropa y los muebles; en el futuro serán los coches y la aviación comercial. Las políticas de China atacan a otros países también, y su superávit comercial desestabiliza la economía global. Ya hay una guerra comercial entre nosotros y ellos; pero solamente combate una de las partes.

© 2011, The Washington Post Writers

Noticias relacionadas

Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto