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Parece que el dinero de los años de abundancia se haya ido por el sumidero

¿Dónde está el dinero?

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Mucha gente incluso de bien y hasta letrada aunque en otras disciplinas ajenas a la economía, se pregunta por el paradero del dinero de aquellos años de bonanza económica, anteriores a la depresión actual que estalló en 2007 y aquí se oficializó en 2008 y siguientes. A dónde fueron a parar todos aquellos millones que se manejaban con fresca soltura, la que levantó el polvo de estos lodos; porque andamos por el barro desde hace algunos años y así no hay manera de avanzar.

¿Pero de qué dinero hablamos? Dinero, lo que se dice dinero había el mismo, poco más o menos que ahora. Lo que había entonces era una sobrevaloración de las cosas y una alegría inaudita en el manejo de los medios de pago, normalmente de plástico o transferencias bancarias, sobre la fútil base de la solvencia sobrealimentada de cada uno; así fueran particulares como corporaciones privadas y públicas. Se trataba simplemente de asientos contables.

En efecto, la sobrevaloración de activos sin fundamento alguno alimentó ficticiamente las cuentas corrientes y la gente gastaba que era un contento. Pero nos pasamos de frenada y ahora, aquellas mismas gentes, lloran amargamente las consecuencias de su desmedida largueza.

Veamos cómo se hacía el dinero o se creaba supuestamente riqueza. Un buen piso de 130 metros cuadrados, dos plazas de aparcamiento y un trastero podía valer en el año 1975 entre 4 y 5 millones de pesetas que hoy serían 24.000 o 30.000 euros. Aquel mismo piso, veinte (20) años después se vendía por 180.000 euros, quinientas (500) veces más; inaudito. Cómo podía ese piso haber aumentado de valor en esa descabellada proporción es algo que los analistas ya ni se cuestionan; pero así era. Incluso había avidez por la compra de tales pisos.

La historia era que el precio de los pisos de nueva construcción sufría una tremenda repercusión del solar del inmueble, se decía, pues la demanda de solares edificables se había desbocado y era muy costoso obtener nuevas calificaciones urbanas de edificable. Pero ¿y la de los pisos construidos veinte años antes qué repercusión tenían sobre el terreno amortizado dos veces?

En vista de tanta pujanza, las entidades financieras entraron a formar parte indispensable de la escalada facilitando créditos a diestro y siniestro. Y así se fue inflando la burbuja.

En efecto, crédito al promotor para adquirir el terreno; crédito para la construcción y crédito para pagar los pisos dejando un amplio margen, por usar un eufemismo, al promotor del inmueble. El mismo objeto se financiaba tres veces, aunque supuestamente, el crédito siguiente era para amortizar el anterior. No obstante para redondear la alegría, a la vista del incremento ilimitado de los precios, las entidades financieras, especializadas como banca privada, concedían a sus clientes privados créditos con garantía hipotecaria del piso, por un importe del orden del 110 o 120% de la tasación en aquel momento, porque en breve, la revalorización constante de la nueva vivienda o de segunda mano cubriría ampliamente el crédito concedido. De tal suerte, que los bancos y cajas invitaban al hipotecado a financiar también los impuestos de la compraventa, los gastos notariales y de registro y más aún, a adquirir con cargo a la propia hipoteca, un flamante 4x4 más grande y potente que el del vecino y una televisión de plasma de no menos de 40 pulgadas. Y todos contentos.

Y mientras esto sucedía, las acciones de los bancos se cotizaban a 60 euros o más; hoy no valen ni el 5% de aquel valor en su mayoría. Y los pisos no cubren con su tasación actual lo que queda pendiente de la hipoteca, razón por la que el financiador exige a los que no pueden pagar, la devolución del piso y además el pago de las cuotas pendientes, como consta en los contratos de crédito de máximo con garantía hipotecaria; tan sólo se trata de cumplir lo pactado.

Los créditos tanto con garantía hipotecaria como con garantía personal u otras garantías adicionales, así fuera de prenda sin desplazamiento o simple afianzamiento, se cobraban al 3,5% y menos; y algo más también. Ya se preguntaba uno entonces de qué vivían los bancos y cajas con semejantes precios. Pues vivían de las empresas participadas, muchas del segmento de la edificación de las que la mayoría se han desprendido y algunas tuvieron que recomprarlas por impago del comprador, y de inversiones fantasiosas en productos estructurados, entre los que se mezclaban las hipotecas subprime ¿recuerdan?. Por cierto, productos estructurados como se denomina al amasijo de diversas alternativas de inversión en un único paquete, cuya solvencia estaba bendecida por las mismas empresas de calificación o rating que ahora descalifican deuda soberana. Y aquellos productos estructurados en un alarde de salto mortal sin red, se compraban y vendían en las bolsas internacionales como la de Nueva York o Chicago, fabricando ilusorios valores seguros que daban a los bancos la rentabilidad que perdían con los créditos, pues si en 1975 un banco precisaba de 5 puntos del precio de sus créditos para mantener su estructura, por muchas optimizaciones que llevaran a cabo en su gestión, con menos de 3 puntos no vivían.

Y se desinfló la vejiga económico-financiera cual si un potente diurético se hubiera insuflado al sistema al conocerse la existencia de las subprime. El icono de la hecatombe fue el anuncio de quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, después de un año de dimes y diretes sobre su fatídica situación que le hizo perder el 73% de su valor en bolsa. La foto de uno de sus empleados saliendo de la oficina de Nueva York con sus pertenencias en una caja de cartón fue la imagen de la tragedia.

Y ahí es donde está el dinero: en ningún sitio; nunca existió realmente como tal si entendemos dinero como sinónimo de riqueza. Riqueza no se llegó a crear en ese contexto, al menos en proporción al jolgorio económico de aquellos años; tan sólo especulación. Algunos hicieron dinero, sí, en ese río revuelto, pero lo perdieron a la misma velocidad que lo ganaron. El valor de las cosas subía y subía por ensalmo; las cosas y las casas valen lo que alguien pague por ellas. Cayó el valor de la vivienda y se desplomó la cotización de las entidades financieras; se deshinchó el globo igual que se había hinchado, aunque más rápidamente.

Y ahora nadie da una perra chica por nada de aquello, entre otras cosas porque tampoco la tiene.

¿Dónde está el dinero?

Parece que el dinero de los años de abundancia se haya ido por el sumidero
Sergio Brosa
domingo, 2 de octubre de 2011, 12:20 h (CET)
Mucha gente incluso de bien y hasta letrada aunque en otras disciplinas ajenas a la economía, se pregunta por el paradero del dinero de aquellos años de bonanza económica, anteriores a la depresión actual que estalló en 2007 y aquí se oficializó en 2008 y siguientes. A dónde fueron a parar todos aquellos millones que se manejaban con fresca soltura, la que levantó el polvo de estos lodos; porque andamos por el barro desde hace algunos años y así no hay manera de avanzar.

¿Pero de qué dinero hablamos? Dinero, lo que se dice dinero había el mismo, poco más o menos que ahora. Lo que había entonces era una sobrevaloración de las cosas y una alegría inaudita en el manejo de los medios de pago, normalmente de plástico o transferencias bancarias, sobre la fútil base de la solvencia sobrealimentada de cada uno; así fueran particulares como corporaciones privadas y públicas. Se trataba simplemente de asientos contables.

En efecto, la sobrevaloración de activos sin fundamento alguno alimentó ficticiamente las cuentas corrientes y la gente gastaba que era un contento. Pero nos pasamos de frenada y ahora, aquellas mismas gentes, lloran amargamente las consecuencias de su desmedida largueza.

Veamos cómo se hacía el dinero o se creaba supuestamente riqueza. Un buen piso de 130 metros cuadrados, dos plazas de aparcamiento y un trastero podía valer en el año 1975 entre 4 y 5 millones de pesetas que hoy serían 24.000 o 30.000 euros. Aquel mismo piso, veinte (20) años después se vendía por 180.000 euros, quinientas (500) veces más; inaudito. Cómo podía ese piso haber aumentado de valor en esa descabellada proporción es algo que los analistas ya ni se cuestionan; pero así era. Incluso había avidez por la compra de tales pisos.

La historia era que el precio de los pisos de nueva construcción sufría una tremenda repercusión del solar del inmueble, se decía, pues la demanda de solares edificables se había desbocado y era muy costoso obtener nuevas calificaciones urbanas de edificable. Pero ¿y la de los pisos construidos veinte años antes qué repercusión tenían sobre el terreno amortizado dos veces?

En vista de tanta pujanza, las entidades financieras entraron a formar parte indispensable de la escalada facilitando créditos a diestro y siniestro. Y así se fue inflando la burbuja.

En efecto, crédito al promotor para adquirir el terreno; crédito para la construcción y crédito para pagar los pisos dejando un amplio margen, por usar un eufemismo, al promotor del inmueble. El mismo objeto se financiaba tres veces, aunque supuestamente, el crédito siguiente era para amortizar el anterior. No obstante para redondear la alegría, a la vista del incremento ilimitado de los precios, las entidades financieras, especializadas como banca privada, concedían a sus clientes privados créditos con garantía hipotecaria del piso, por un importe del orden del 110 o 120% de la tasación en aquel momento, porque en breve, la revalorización constante de la nueva vivienda o de segunda mano cubriría ampliamente el crédito concedido. De tal suerte, que los bancos y cajas invitaban al hipotecado a financiar también los impuestos de la compraventa, los gastos notariales y de registro y más aún, a adquirir con cargo a la propia hipoteca, un flamante 4x4 más grande y potente que el del vecino y una televisión de plasma de no menos de 40 pulgadas. Y todos contentos.

Y mientras esto sucedía, las acciones de los bancos se cotizaban a 60 euros o más; hoy no valen ni el 5% de aquel valor en su mayoría. Y los pisos no cubren con su tasación actual lo que queda pendiente de la hipoteca, razón por la que el financiador exige a los que no pueden pagar, la devolución del piso y además el pago de las cuotas pendientes, como consta en los contratos de crédito de máximo con garantía hipotecaria; tan sólo se trata de cumplir lo pactado.

Los créditos tanto con garantía hipotecaria como con garantía personal u otras garantías adicionales, así fuera de prenda sin desplazamiento o simple afianzamiento, se cobraban al 3,5% y menos; y algo más también. Ya se preguntaba uno entonces de qué vivían los bancos y cajas con semejantes precios. Pues vivían de las empresas participadas, muchas del segmento de la edificación de las que la mayoría se han desprendido y algunas tuvieron que recomprarlas por impago del comprador, y de inversiones fantasiosas en productos estructurados, entre los que se mezclaban las hipotecas subprime ¿recuerdan?. Por cierto, productos estructurados como se denomina al amasijo de diversas alternativas de inversión en un único paquete, cuya solvencia estaba bendecida por las mismas empresas de calificación o rating que ahora descalifican deuda soberana. Y aquellos productos estructurados en un alarde de salto mortal sin red, se compraban y vendían en las bolsas internacionales como la de Nueva York o Chicago, fabricando ilusorios valores seguros que daban a los bancos la rentabilidad que perdían con los créditos, pues si en 1975 un banco precisaba de 5 puntos del precio de sus créditos para mantener su estructura, por muchas optimizaciones que llevaran a cabo en su gestión, con menos de 3 puntos no vivían.

Y se desinfló la vejiga económico-financiera cual si un potente diurético se hubiera insuflado al sistema al conocerse la existencia de las subprime. El icono de la hecatombe fue el anuncio de quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, después de un año de dimes y diretes sobre su fatídica situación que le hizo perder el 73% de su valor en bolsa. La foto de uno de sus empleados saliendo de la oficina de Nueva York con sus pertenencias en una caja de cartón fue la imagen de la tragedia.

Y ahí es donde está el dinero: en ningún sitio; nunca existió realmente como tal si entendemos dinero como sinónimo de riqueza. Riqueza no se llegó a crear en ese contexto, al menos en proporción al jolgorio económico de aquellos años; tan sólo especulación. Algunos hicieron dinero, sí, en ese río revuelto, pero lo perdieron a la misma velocidad que lo ganaron. El valor de las cosas subía y subía por ensalmo; las cosas y las casas valen lo que alguien pague por ellas. Cayó el valor de la vivienda y se desplomó la cotización de las entidades financieras; se deshinchó el globo igual que se había hinchado, aunque más rápidamente.

Y ahora nadie da una perra chica por nada de aquello, entre otras cosas porque tampoco la tiene.

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