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A finales de los setenta me encontraba metido de lleno en el mundo del comercio textil

Las batas de goa

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Acompañaba a mis clientes en viajes por toda España a la caza y captura de novedades e ideas que ampliaran el, por entonces, floreciente ramo de los “trapos”.

Allá por noviembre del 75, nos desplazamos a Galicia mis amigos y clientes: los hermanos Santiago y yo mismo, en busca de “artículos para las rebajas”. Es decir sobrantes de temporada que se podían adquirir a un precio bastante razonable. Tomamos la ruta de la plata hacia el Finisterrre y en una especie de “camino de Santiago” textil aterrizamos en la “Costa da morte”.

Íbamos en búsqueda de batas de invierno. Un viajante de Melilla, que venía por Málaga, nos encamino a Goa, una fábrica de batas de boatiné, paño e incluso tejidos asedados. El modelo era único; cuello smoking, un solo bolsillo y un largo razonable. Que fueran amplias para cubrir tallas. Llegamos a GOA (siglas de los apellidos y del nombre de Amancio Ortega al revés). Creo que la fábrica estaba en la costa en una de aquellas rías de la que no recuerdo el nombre. Nos atendió el jefe de ventas, saludamos de paso al dueño (Amancio Ortega), se realizó el pedido correspondiente y nos enseñaron una parte de la fábrica oculta por un panel. En ella se estaba gestando Zara. Nos llevaron a Santiago a ver una tienda piloto de aquella empresa apenas naciente. La gente esperaba a que abrieran para ver que llevaban nuevo aquel día. Otra forma de enfocar la moda que nosotros preparábamos con seis meses de anticipación.

Aquella empresa prometía. Para rematar el día nos invitaron a un almuerzo en una marisquería a base de los frutos del mar cercanos. Nos pusimos de grana y oro. Albariño antes y orujo después. Para Málaga con las alforjas llenas de batas y la barriga llena de alabanzas a la mar Océana ¡Cuántas veces hemos recordado aquella visita! ¡Cómo hemos entendido el progreso fulgurante de aquél humilde confeccionista de batas convertido en el rey Midas del siglo XXI!

Mi buena noticia de hoy me vuelve a llegar de la mano de ese hombre que no renuncia a sus raíces humildes; que me costa que siempre ha estado muy cerca de sus trabajadores y que, de vez en cuando, tira de cartera y dona un montón de millones de euros a los que lo necesitan. Don Amancio Ortega.

En este caso su donación ha ido dedicada a la investigación sobre el cáncer. Como siempre los “innombrables” se han dedicado a decir barbaridades. Pasé vergüenza ajena el sábado por la noche en un programa de la sexta. Los argumentos eran de pena. Ellos mismos se definen. Cuantos convivimos con los pacientes de “la dichosa enfermedad” valoramos mucho más esas aportaciones que permiten paliar este problema.

Recuerdo a un amigo que, convencido por los cantos de sirena de los “salvadores del mundo” decidió vender sus empresas y repartir su capital entre los pobres. Alguien con mucho talento le espetó: “sí un empresario que tenemos, que crea y mantiene puestos de trabajo, lo deja para que alguien que no lo sabe gestionar lo dilapide, estaremos perdiendo el tiempo y la ocasión miserablemente”.

En el caso de aquella vieja GOA de las batas, de un pequeño taller ha surgido el imperio Inditex, gracias al esfuerzo de muchos. Sí además, parte de los beneficios se destinan a mejorar la situación del mundo… miel sobre hojuelas. A todos esos “listos” les preguntaría que hacen con sus bienes, casi siempre ganados con el sudor del de enfrente. D. Amancio Ortega es una buena noticia en todos los aspectos.

Las batas de goa

A finales de los setenta me encontraba metido de lleno en el mundo del comercio textil
Manuel Montes Cleries
domingo, 11 de junio de 2017, 10:28 h (CET)
Acompañaba a mis clientes en viajes por toda España a la caza y captura de novedades e ideas que ampliaran el, por entonces, floreciente ramo de los “trapos”.

Allá por noviembre del 75, nos desplazamos a Galicia mis amigos y clientes: los hermanos Santiago y yo mismo, en busca de “artículos para las rebajas”. Es decir sobrantes de temporada que se podían adquirir a un precio bastante razonable. Tomamos la ruta de la plata hacia el Finisterrre y en una especie de “camino de Santiago” textil aterrizamos en la “Costa da morte”.

Íbamos en búsqueda de batas de invierno. Un viajante de Melilla, que venía por Málaga, nos encamino a Goa, una fábrica de batas de boatiné, paño e incluso tejidos asedados. El modelo era único; cuello smoking, un solo bolsillo y un largo razonable. Que fueran amplias para cubrir tallas. Llegamos a GOA (siglas de los apellidos y del nombre de Amancio Ortega al revés). Creo que la fábrica estaba en la costa en una de aquellas rías de la que no recuerdo el nombre. Nos atendió el jefe de ventas, saludamos de paso al dueño (Amancio Ortega), se realizó el pedido correspondiente y nos enseñaron una parte de la fábrica oculta por un panel. En ella se estaba gestando Zara. Nos llevaron a Santiago a ver una tienda piloto de aquella empresa apenas naciente. La gente esperaba a que abrieran para ver que llevaban nuevo aquel día. Otra forma de enfocar la moda que nosotros preparábamos con seis meses de anticipación.

Aquella empresa prometía. Para rematar el día nos invitaron a un almuerzo en una marisquería a base de los frutos del mar cercanos. Nos pusimos de grana y oro. Albariño antes y orujo después. Para Málaga con las alforjas llenas de batas y la barriga llena de alabanzas a la mar Océana ¡Cuántas veces hemos recordado aquella visita! ¡Cómo hemos entendido el progreso fulgurante de aquél humilde confeccionista de batas convertido en el rey Midas del siglo XXI!

Mi buena noticia de hoy me vuelve a llegar de la mano de ese hombre que no renuncia a sus raíces humildes; que me costa que siempre ha estado muy cerca de sus trabajadores y que, de vez en cuando, tira de cartera y dona un montón de millones de euros a los que lo necesitan. Don Amancio Ortega.

En este caso su donación ha ido dedicada a la investigación sobre el cáncer. Como siempre los “innombrables” se han dedicado a decir barbaridades. Pasé vergüenza ajena el sábado por la noche en un programa de la sexta. Los argumentos eran de pena. Ellos mismos se definen. Cuantos convivimos con los pacientes de “la dichosa enfermedad” valoramos mucho más esas aportaciones que permiten paliar este problema.

Recuerdo a un amigo que, convencido por los cantos de sirena de los “salvadores del mundo” decidió vender sus empresas y repartir su capital entre los pobres. Alguien con mucho talento le espetó: “sí un empresario que tenemos, que crea y mantiene puestos de trabajo, lo deja para que alguien que no lo sabe gestionar lo dilapide, estaremos perdiendo el tiempo y la ocasión miserablemente”.

En el caso de aquella vieja GOA de las batas, de un pequeño taller ha surgido el imperio Inditex, gracias al esfuerzo de muchos. Sí además, parte de los beneficios se destinan a mejorar la situación del mundo… miel sobre hojuelas. A todos esos “listos” les preguntaría que hacen con sus bienes, casi siempre ganados con el sudor del de enfrente. D. Amancio Ortega es una buena noticia en todos los aspectos.

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